Archivo mensual: septiembre 2009

Oposición (I) – Nervios, quinielas, probabilidades e impugnaciones.

Lo primero es, una vez más, dar las gracias a todos los que os estáis preocupando por mis evoluciones opositoras. Como con algunos tengo contacto en otros sitios además de aquí, es posible que veáis esto mismo que voy a escribir a continuación más de una vez.

No es que sea demasiado vago para escribirlo dos o tres veces (o cuatro, ya no sé), es que no sé explicarlo mejor, ni con más detalles. Además, si todo va bien, dentro de un mes será el segundo examen, y tengo que estudiar a tope… otra vez.

La cosa del examen está así:

El primer examen tiene dos partes, aunque se hacen a la vez. Para aprobar tienes que pasar la nota de corte de la primera parte, y la nota de corte de la segunda parte. El año pasado, en Las Palmas de Gran Canaria las notas fueron 32/16,5 (el total, por si os lo estáis preguntando, es 60/30). Una cosa curiosa es que las notas de corte de allí suelen ser inferiores a las de la península, pero, sin embargo, la nota de corte en el segundo examen fue superior.

Hoy ha salido la plantilla de respuestas provisional. Tirando por lo bajo mi nota va a ser 36,66/16. Sin embargo, una de las respuestas de la plantilla es incorrecta, y me la han contado como mal, por lo que muchos opositores vamos a pedir que esa respuesta se rectifique. Si se consigue la rectificación, entonces yo tendría una puntuación de 38/16, porque respondí bien, lo que significaría que mucho tiene que subir el corte de la primera parte para que me quede fuera, pero lo tengo mal por la segunda parte. Sin embargo, en la segunda parte, hay una pregunta que está mal redactada. Yo no me di cuenta, la respondí, y escogí una respuesta erronea. Mucha gente se ha dado cuenta de la mala redacción y la van a impugnar (yo entre ellos, claro). Si la impugnación se consiguiese, y otros años ya se ha conseguido por el mismo motivo, entonces me quedaría una nota de 38/17,33. En esas condiciones lo más seguro es que entrase, porque el corte no suele subir de 17 en la segunda parte.

Se da además la situación de que muchos de los candidatos no se presentaron. Probablemente todos los peninsulares que no estaban muy seguros de poder aprobar, decidieron quedarse en sus casas. Con la crisis que hay, no está la cosa como para gastarse el dinero en tonterías. Además, en proporción, Gran Canaria tiene el doble de plazas que la península. También hubo mucha gente que perdió el tiempo con la primera parte, respondiendo preguntas que requerían complejos cálculos matemáticos,  y luego no les dió tiempo de hacer bien la segunda parte.

Así que a lo mejor apruebo y a lo mejor no. Cuanto más lo pienso, más veo que hay mayor número de posibilidades a favor que en contra, pero aún así, no puedo dar nada por seguro. Estoy nervioso perdido, subiéndome por las paredes y a punto de colgarme de la lámpara, estilo chimpancé, pero no lo hago porque no me fío de que esté demasiado bien fijada (vivo en un piso muy antiguo). Por otra parte, con lo fea que es la llámpara, no me daría pena que se rompiera.

Al final me he puesto a preparar el segundo examen como si fuese a examinarme de verdad, que es lo que me va a salir más rentable. Y mañana por la mañana, si no se rompe la noche, y si no me ha dado un infarto, estaré en la subdelegación impugnando y rectificando como un campeón.

Seguiremos informando.

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Recién llegado y…

Hace unas horas que he llegado de Las Palmas de Gran Canaria, donde fui a hacer el examen. Respecto al viaje, impresiones del examen y demás, escribo luego, largo y tendido (creo que me da para dos o tres entradas, je, je, je). Esto es sólo un «ya estoy aquí» rápido.

Para empezar, hace 9 días que me metí yo mismo, sin ayuda de nadie, un virús en el PC, y desde entonces ha sido muy poco lo que he podido hacer, ya que me consumía casi todo el ancho de banda y cargar cualquier web era una tortura. También, cuanto más tiempo tuviese el PC conectado, más trabajaba el virus, así que entre que conectarme no me servía para casi nada, y que así, encima, propiciaba la actividad vírica, poco he pasado por internet. Esa es la razón de que haya desaparecido del mapa virtual de manera completa.

Como estaba estudiando a tope, no tenía tiempo para arreglar el desaguisado. Pasar antivirus y ya está… pero vamos, que era como el que tiene un tío en Graná. Al final lo primero que he hecho al llegar ha sido formatear y empezar de cero. Ya está todo solucionado.

Gran Canaria, muy bonita, aunque el paisaje se parece demasiado a lo que estoy acostumbrado, y también el clima. Ya hablaré de ello. Del examen salí con buenas vibraciones, pero se han ido apagando poco a poco. Estoy esperando a que salga la plantilla de respuestas, y aunque sospecho que tengo posibilidades de pasar el corte, creo que, si lo hago, será muy justo. En fin, es mejor no pensar en ello, porque a lo mejor resulta que he hecho un examen que te cagas y me estoy amargando por nada.

El segundo examen suele hacerse en el plazo de un mes. La plantilla saldrá a lo largo de esta semana. La nota, ni idea. Quiere esto decir que tengo que empezar a preparar el segundo ya, aunque no sepa si estoy aprobado o suspenso. De todos modos la plantilla de respuestas probablemente me saque de dudas.

Como dato curioso, el 45% de los candidatos que deberían haber estado en mi aula, no se presentaron al examen. De hecho, no escuche a casi nadie hablando con acento peninsular. Quizá ha sido un gran acierto arriesgarme a ir hasta allí.

Finalmente, llego a casa y, cuando por fin recupero el PC, para probar, echo un vistazo rápido en los blos que suelo seguir. Para mi sorpresa, veo que una amiga mía ha comenzado una huelga de hambre.

¿Huelga de hambre? ¿Suicidio? Cuando comento estas cosas, la gente me dice que mis amigos son bastante raros, y que ellos no conocen a nadie que haga esas cosas. Yo antes tampoco conocía gente así. La vida era mucho más fácil en ese otro lado de las personas normales… Esto también me da para una entrada extra.

Entre tanto, lo único que puedo hacer es dar las gracias a todos los que os habéis estado preocupando por mí. Aún no puedo decir nada de resultados, pero espero que pronto salga algo. Y desear mucha suerte a Andrea, y poner un enlace a su blog. Ya lleva bastantes días en huelga de hambre, y también sin actualizar el blog… supongo que no puede hacerlo. Espero que esté bien.

Y, a pesar de todo, seguir estudiando como si fuese a examinarme del segundo examen. Hay que joderse lo rara y perra que es a veces la vida.

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Tener fe.

En momentos como este, creo que las personas que tienen fe también tienen una gran ventaja sobre los que no la tenemos. Mientras que ellos están convencidos de que tienen un amigo «en las altas esferas» que si puede y considera que es lo mejor para ellos, les va a echar una mano, los que no creemos en esas cosas estamos más solos que la una, luchando contra los nervios y los temarios mal actualizados confiando tan solo en nuestras fuerzas.

(Nota: si alguien está planteándose apuntarse a Master-D para preparase oposiciones, que sepa que los temarion no están mal, pero no los actualizan lo suficiente. ¡Ah! Y las tutoras del curso de AGE son super bordes. Deberían comer All Bran, porque lo suyo no es normal).

Creer que algo va a ocurrir contribuye en gran medida a que esto ocurra. A esto se le llama «efecto Pigmalión o de profecía autocumplida». De modo que si uno cree que si estudia mucho y reza mucho aprobará porque Dios le va a echar una mano, tiene más posibilidades que si uno cree que no va a aprobar haga lo que haga. Si uno cree que va a aprobar por milagro, entonces la cosa ya no funciona, pero no me estaba refiriendo a ese caso en concreto.

Sin embargo el estrés puede tener consecuencias inesperadas. Mucha gente trabaja mejor bajo presión, aunque yo no soy de esos. Normalmente a mí el estrés lo que me produce es ansiedad, ganas de comer mucho dulce, y el exceso de estudiar, me produce despistes.

Hablando de despistes, mi cartera ya apareció. La han enviado por correo de la oficina de objetos perdidos, previamente vaciada de los 70 euros que llevaba, pero con todo lo demás. La putada es que ya solo me faltaba renovar la tarjeta sanitaria, que lo iba a hacer este lunes. En fin, eso que me ahorro… Otro ejemplo de despiste es que acabo de mangar un bote vacío del Mercadona. Lo he visto y he pensado que sería genial para llevarlo en el avión con gel, ya que no voy a facturar maleta, y me lo he metido en el bolsillo sin pensar. Me he dado cuenta al llegar a casa… En fin… Por suerte tengo la bombona de butano a punto de acabarse, así que lo peor que me puede pasar es que me deje el gas abierto, y no creo que quede suficiente como para hacer explotar nada.

A algunas personas el estrés les provoca alucinaciones. Ven o sienten presencias, oyen voces, etc… Yo soy de ese tipo de personas. Y mira tú por donde que, en esta ocasión, el efecto de mis alucinaciones es muy similar al efecto que produce la fe: noto una especie de presencia protectora, como si alguien estuviese cuidando de mí.

Igual no es sólo efecto del estrés, sino de la atención de mis amigos, que cada día se interesan por como me va y me dicen que seguro que apruebo. A menudo el efecto Pigmalión también funciona así: si alguien cree que puedes hacer algo, acabas haciéndolo mucho mejor. También ocurre del revés, si sobre ti pesa la expectativa de que no serás capaz de hacer algo, lo más probable es que termines no haciéndolo, o haciéndolo mal. Eso significa que basta con confiar en alguien y pensar que es capaz de hacer lo mejor para mejorar su vida.

Así que tras esta pequeña reflexión sobre los efectos de la fe, el estrés, y el efecto Pigmalión, me vuelvo a estudiar un rato, a ver si es verdad que al final las cosas se van viniendo a su sitio, aunque a veces se tomen su tiempo (muuuucho tiempo).

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El olor de las estaciones.

Dos veces al año el olor y la calidad del aire cambian, y entonces sé que vamos a cambiar de estación. Ocurre en los últimos días del verano, y en los últimos días del invierno.

Es una sensación que no puedo describir. Simplemente noto que «huele a otoño», y sé que a partir de ese día, probablemente ya no voy a necesitar más el ventilador, y que cuando salga a la calle por la noche, es conveniente que me lleve una camisa o algo de abrigo.

No es una impresión difusa, como una intuición. No es un «vaya, parece que por fin refresca» o «parece que ya no hace tanto frío». Es una sensación clara y definida que capto a través del olfato de manera inequívoca. Como una especie de barómetro interno que señala el punto de inflexión entre una mitad del año y la otra.

Nunca he oido hablar a nadie del olor de las estaciones (o, más bien, del cambio de estación), incluso cuando lo he comentado con algún amigo, me ha dicho que eso pueden ser imaginaciones mías, o que se me va la olla.

Me gustaría saber si hay alguien más que es capaz de notar claramente esa sensación. Quizá no lo hagan a través del olfato, sino del tacto o el gusto (también a través del tacto noto algo, como si el aire fuese, de algún modo, más ligero durante esos días de «punto de inflexión»). Para los que no reconocen el olor del otoño, sólo decirles que empiecen a abrigarse un poco por las noches, y que se vayan olvidando del calor asesino hasta el verano que viene.

¡Feliz otoño a tod*s!

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Como un toro…

Son las 03:42 de la mañana, y hace 40 minutos que un camión de la basura está aparcado bajo mi balcón (pero justo debajo, si escupo, le cae encima) con el motor encendido. Así no hay quién estudie ni quien duerma. Gracias a Dios que existen los tapones para los oidos.

Paso todo el día rodeado de papeles. No sé que pasa con mis bolígrafos, que se acaban a una velocidad de vértigo. Más que escribir, parece que me esté bebiendo la tinta.

Al atardecer, salgo a caminar como el toro al que han soltado de los toriles. Empiezo a subir y subir a buen paso, quemando todos los nervios, la cafeina del red bull versión Mercadona que uso para espabilarme (no hay dios que se trague este temario a pelo), el miedo, la ansiedad, la adrenalina, los malos pensamientos…

Rodeo la ciudad por fuera, y desde donde estoy la veo entera, con los contrastes entre los barrios más antiguos y los más modernos, la catedral, que sobresale imponente, y el edificio de la Telefónica, que mal dolor le de al que lo construyó, destacando, larguirucho y feo, como la construcción más alta de Granada.

El edifico de la Telefónica, ya no pertenece a Telefónica. Cuando se construyó fue una revolución, ya que era un edificio «inteligente». Desde entonces la gente se refiere a él como «el listillo». Pero nadie se fijó en la manera más horrible en que rompe el perfil de la ciudad.

Cuando llego al mirador de San Cristobal ya voy algo cansado, y cuando empiezo a explorar las calles del Albaicin, consigo relajarme. Siempre que voy al Albaicin, me pierdo (de hecho el barrio se construyó de forma laberíntica a drede, para despistar a los romanos), aunque he aprendido que la mejor manera de salir es seguir a los turistas, que armados con mapas, consiguen llegar casi siempre a donde se lo proponen.

El mirador de San Nicolás es el punto álgido del paseo. No me canso de ver la Alhambra, debe ser por eso que voy allí todos los días, o, al menos, todos los días desde que el calor del verano ha remitido y puedo subir la cuesta sin riesgo a morir.

Y luego, más atravesar el Albaicín, mirando las casas, las calles, la gente… Cada vez encuentro una puerta, un rincón, una pared o una perspectiva que me había pasado desapercibida anteriormente.

Finalmente, la Calle Elvira, por donde iba la antigua muralla. Llena de hippis y de moros. Hoy dos chavales iban por la calle rezando mientras caminaban. En la zona de las teterías (lugar donde mayor concentración de musulmanes hay de toda Granada) hay un ambiente festivo, ya que están en Ramadam. Los que pueden cierran sus negocios por un rato y se marchan a celebrarlo comiendo con la familia o los amigos que han hecho aquí, en el exilio. Aunque a nosotros nos parezca incomprensible, para ellos el Ramadam es como para nosotros la Navidad, y hasta los no creyentes lo respetan y lo celebran. Aunque se pasan todo el día sin comer, ni beber, ni fumar, ni lavarse los dientes, pues nada debe entrar por la boca durante el Ramadam, se les ve contentos.

Paso frente a las tiendas de ropa hippi y de recuerdos que combinan la taracea con otros objetos de sabor marroquí, que no desentonan, puesto que el Albaicín era originalmente barrio árabe, y todavía se nota. Para los turistas es, más bien, el sabor de la Granada nazarí de la Alhambra y las calles estrechas. ¿Que más da? La mayoría de las cosas son bonitas y exoticas. Yo mismo compraría algo si tuviera dinero, porque, encima, no es una zona de «desplumar a los turistas» sino de «hippis sin dinero, la mayoría de ellos matriculados en la universidad». La zona de desplume está en otra parte.

Cuando llego a casa ya estoy dispuesto a volver a la dura realidad de leyes de todas clases y colores, algunas vacías de contenido y llenas de letras, otras llenas de contenido y vacías de letras (esas son las más fáciles de estudiar), la mayoría hechas para que no las cumplan ni siquiera los que las escribieron.

Mucha gente no entiende lo que es enamorarse de una ciudad. Es una pena. Porque, además, cuando amas a una ciudad de esta manera, no te importan sus defectillos, como que se convierta en un infierno tórrido en verano, te hieles en invierno, o los camiones de la basura no comprendan que, si van a aparcar en alguna parte, molestan menos si tienen el motor apagado.

Son las 4:10 y el camión sigue exactamente en el mismo sitio que hace una hora aproximadamente, haciendo exactamente el mismo ruido (lo escucho a través de la ventana cerrada y los tapones en los oidos). Pero creo que ya tengo suficiente sueño como para dormir a pesar de todo. Mañana, más.

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A las dos de la mañana…

Eran las dos y cuarto de la mañana y a mi ya no me cabía ni una letra más en el cerebro. A veces temo que se me acabe el espacio y los conocimientos nuevos vayan borrando los antiguos, aunque haga repasos. Esta no es la oposición más dura que he preparado, así que sé que tengo capacidad para ella, pero cuando llevas tantas horas estudiando, simplemente te da la sensación de que ya no puedes meter dentro ni un sólo conocimiento más.

Así que, harto de memorizar quién hace qué, cuando y en base a qué ley, decidí que era un buen momento para irme a dormir, pero antes me asomé al balcón. En algún lugar, alguien tocaba la guitarra bien, y cantaba regular. Es lo que tiene esta ciudad universitaria y bohemia, a todas horas hay alguien a quién le rezuma el arte por los poros y no puede evitar manifestarlo, en ocasiones de manera bastante ruidosa. Ahora mismo hay alguien que lleva toda la mañana (desde las 9, y ya es la una y cuarto) tocando las castañuelas, y yo ya no sé si bajar y suplicarle que se vaya al parque que hay aquí al lado, que está más fresquito y no molesta a nadie, o ponerme los tapones para los oidos, con la incomodidad que ello representa. Creo que voy a por los tapones, ya que la policía tiene la mala costumbre de amonestar y echar a los artistas ruidosos y a los indigentes del parque. Si están en mi calle, no les importa, pero el parque es otra cosa…

Había además una persona sentada en el suelo, en uno de los balcones del edificio de enfrente, con un portatil. Me pregunto si estaría estudiando, aunque más bien sospecho que estaba enganchado a cualquier entretenimiento de los que ofrece internet. La casa en la que estaba, alquila habitaciones a estudiantes, así que supongo que se trataba de eso, un estudiante exiliado de casa de sus padres, buscando un rincón de intimidad en una casa en la que tan solo se le permite tener una habitación.

Pasó una camioneta que tenía pinta de ser de algún servicio de limpieza. Pasó un taxi. Pasó una persona caminando. El de la guitarra, tras unos acordes se cayó y se fué con la música a otra parte, o a dormir.

Soledad, silencio… Me sentía en sintonía con el ambiente. Últimamente me siento un poco solo. Tengo la sensación de que mi madre se ha olvidado de mí, de que ya no me quiere… Aunque se supone que las madres no hacen eso. Pero en las últimas semanas siempre tiene una buena excusa para evitarme, y a mi me recuerda a lo típico que se hace cuando no se quiere ver a una persona. «Lo siento, no sé como se me olvidó llamarte ese día tan importante», «no se me ocurrió que, ya que íbamos a estar cerca de tu casa, pudiésemos quedar para vernos», «no te devolví las llamadas porque imaginé que eran solo para decirme que estabas bien», «lo siento, aunque sé que vas a venir a casa, no he tenido tiempo para comprar comida, tendrás que comprarla tú». No puedo evitar que todo eso me suene a «estoy deseando que dejes de perseguirme y no sé cómo hacer para que te des por aludido».

Sé que lo que he hecho es una situación dura e incomprensible para mis padres, aunque, cada vez más, lo sé sólo desde un punto de vista teórico. No he hecho nada malo, no hago daño a nadie (excepto a Mic, que es la única víctima de todo este asunto), ni pretendo arrastrar a nadie conmigo. Tan solo quiero ser yo mismo y ser feliz.

No alcanzo a comprender qué diferencia tan dura, tan enorme, tan grande, dolorosa e incomprensible hay para mis padres. No comprendo por qué me castigan, por qué no logran ponerse en mi lugar, por qué me dejan solo cuando cuando más apoyo necesito. Si sólo he cambiado mi nombre, si sólo he pedido que se me trate poniendo una «o» en lugar de una «a», si simplemente he cambiado algunos hábitos que no me gustaban por otros que me hacen sentir satisfecho ¿Cómo es que les duele tanto si sigo siendo exactamente la misma persona? ¿Y por qué merezco ser castigado?

Hasta ahora siempre he aceptado que hay que darles tiempo. Lo único que puedo hacer es aguantar y esperar sin enfadarme con ellos, sin exigirles nada. Al principio me sentía como alguien que se ha muerto, y desde una esquina de su velatorio observa como los demás le lloran y no puede hacer nada para consolarlos.

Eso sí puedo entenderlo. En cierto modo, es como si hubiesen perdido a su hija. Es lógico que haya un periodo de luto y de dolor. Pero después está la otra parte: si ellos han perdido a su hija, y no son capaces de reconocer que en su lugar tienen un hijo, entonces yo no tengo padres.

¡Que duro es perder a tus padres! Quizá, por una sola vez, sí debería enfadarme con ellos y pedirles que dejen de hacerme daño. Es posible que yo también tenga derecho a plantearme que no tengo por qué sufrir si no he hecho nada malo. Tal vez deba exigirles que me acepten como soy, o por lo menos, que lo intenten. No me conformo sólo con «tolerancia» necesito aceptación.

Porque ellos no sufren por mi causa. Sufren por su propia causa. No me puedo hacer responsable de los sentimientos que les provoca mi simple forma de ser. ¡Joder! Si fuese drogadicto, o pederasta, o atracador de ancianitas, o asesino… entonces vale. Pero lo único que soy es un hombre, y ni siquiera es algo que haya escogido yo.

Entiendo que les duela perder a una hija, pero no entiendo que prefieran no tener a nadie a tener un hijo en su lugar. No puedo elegir si soy hombre o mujer, pero ellos sí pueden elegir si me aceptan o no. Y entretanto, yo también lo estoy pasando mal a causa de su actitud cerrada y victimista. Entiendo que necesitan tiempo, pero yo necesito comprensión y cariño.

De modo que sí, quizá debería enfadarme y alejarme lo suficiente como para que no me puedan alcanzar. No es la solución más sana, pues yo seguiré sin padres, y ellos seguirán sin hija, y sin hijo… en definitiva, sin mí. Pero es que no sé qué otra cosa hacer ya.  Darles tiempo, no enfadarme, decirles que me hacen daño, decirles que les quiero, decirles que les necesito para ser feliz, nada eso funciona, y entre tanto, mi sola identidad sigue provocándoles dolor, y su actitud continúa apuñalándome cada día un poco más.

Tras 29 años fingiendo ser quién no era, sólo para conservar su amor, y un año más tratando de conservar su amor a pesar de ser quién soy, es posible que ya haya alcanzado mi límite. Aunque, y esta idea me consuela, también es posible que la proximidad del examen me esté drenando la fuerza, y cuando todo pase pueda volver al principio, a seguir dando tiempo, a seguir sin enfadarme, a mantener la fe en que un día voy a tener padres de nuevo.

Entre tanto, igual que el guitarrista que anoche rompía la soledad de la calle a las dos de la mañana, tengo amigos que vienen a rescatarme cuando necesito apoyarme en alguien para seguir un poquito más. Tengo suerte. Tengo muchísima suerte.

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¡Vaya semana! (Y lo peor es que aún estamos a jueves)

El lunes empezó gracioso cuando tuve que soltar 250 machacantes para pagar el seguro del coche, que no sé qué es peor, si eso, o tener que soportar el insufrible peloteo de mi corredor de seguros, que no sabe donde acaba su boca y empieza el culo del cliente. Ya que estaba en el banco sacando la pasta con mi flamante tarjeta de crédito nueva, decidí hacer caso a mi amiga Encarni, que trabaja precisamente en el banco del que soy cliente, y que me aconsejó muy encarecidamente que llevase mi DNI para que me lo digitalizasen.

A mi, la verdad, es que tengan por ahí más copias todavía de mi DNI por ahí dando vueltas, maldita la gracia que me hace, pero ella insistió tanto que decidí hacerle caso, porque, como ya he dicho alguna vez, Encarni es la depositaria de toda la sabiduría universal.

Después me vine a Granada, y a retomar la rutina. Se acabaron las vacaciones y la oposición está a la vuelta de la esquina. ¡Estaba dispuesto a estudiar a tope!

Por la noche, quedé con Astrid para tomarnos unas cañas, ponernos al día de las últimas novedades (esto me recuerda que tengo que llamar a Encarni también) y de camino, me regaló un libro que tiene muy buena pinta.

El martes me porto como un campeón, hago todas las cosas que tengo que hacer, y aún me sobran ganas para rellenar una solicitud de empleo del Opencor. ¿Número de Seguridad Social? Ni idea. Voy a buscar la tarjeta sanitaria, que la tengo en la cartera… Mierda. ¿Y la cartera? Si anoche la tenía. Me acuerdo porque pagué una ronda. Y la saqué por error al llegar al portal mientras buscaba las llaves. Y me senté sobre ella cuando fuí a apagar el ordenador. Tiene que estar en casa, pero ¿dónde?

Mierda ¿Y la cartera? ¿Entre los cojines del sofá? ¿Debajo del sofá? ¿En el suelo? Debajo de alguna mesa? ¿Debajo de la ropa? ¿En algún cajón? ¿En los bolsillos de la ropa que llevaba ayer? ¿En la nevera? ¡¡¡¡Mierda!!!!

De verdad, no exagero, he mirado hasta dentro de la nevera.

Llevaba 70e, el carné  de identidad, el de conducir, la tarjeta de la seguridad social… ¿Os he dicho que tenía 70 euros? Mierda, mierda…

El miércoles, el primer trabajo, ir al bar del lunes a ver si la habían encontrado allí. Pues no. Hala, a comisaría, a poner denuncia y a intentar hacerme los carnets nuevos. Mierda, mierda… pero si seguro que está en casa. Pero para el caso es igual. Necesito los documentos. El día 25 tengo que coger un avión para ir a Las Palmas de Gran Canaria, y el día 27 la oposición, y tengo que examinarme. Y necesito el carnet de conducir para circular con el coche. Precisamente el jueves tengo que pasar la ITV. Joder, vaya mierda. Bueno, me haré el DNI y el pasaporte, que es más rapidito.

– Oiga ¿para hacerse el carné de identidad?

– Tiene que pedir cita previa llamando al número que pone ahí.

En la pared había un cartel que ponía «en caso de pérdida o sustracción del DNI tiene que traer dos fotos de carnet y 10 euros» o algo similar. Bueno, 10 euros no es mucho, y así cambio la foto del DNI, que en la que tengo voy de drag queen, con pendientes, maquillaje y todo. De hecho cambio la foto en todos los documentos…

Llamo por teléfono. ¿Cita para el DNI? Claro… para el jueves día 10 de septiembre. Ah. Que pronto. Gracias.

Mierda, mierda, mierda… si seguro que la cartera está en casa.

Por lo menos más tarde quedé con un*s amig*s que me presentaron a una mujer que me abrumó con sus inmensos conocimientos sobre feminismo y psicoanálisis, a parte de ser alguien de caracter firme, inteligente, y para nada «endiosada». Además, me habían hablado tanto de ella que ya tenía ganas de conocerla.

Jueves… Bien, en vista de que no puedo conseguir el DNI hasta dentro de una semana, lo intentaré con el carnet de conducir. Me levanto temprano para que me de tiempo a estudiar despés, pero no… justo la empresa de mensajería que llevo dos semanas detrás de que me recoja un paquete, me llama para decirme que se va a pasar esta mañana. A las 11 llega y por fín puedo marcharme. Entre pitos y flautas no he podido estudiar casi nada.

Bueno, ya está. Me llevo los apuntes y estudio mientras hago cola. Lo mejor es coger el autobús nº8, que me recoge en la puerta de mi casa y me deja en tráfico.

Mierda, tenía el bonobús en la cartera. Bueno, como casi no lo uso, pagaré un billete sencillo y ya está.

En tráfico una señora muy amable me informa de que, como mi carnet de conducir es de los nuevos, lo único que necesito es llevar el DNI y pagar las tasas para que me hagan el duplicado. Creo que eso significa que voy a tener que conservar mi foto de drag queen hasta que pueda cambiar de nombre legal, allá por el S. XXII.

– Disculpe, el problema es que tampoco tengo el DNI, y en la comisaría me han dado cita para dentro de una semana, pero necesito circular con el coche… precisamente hoy tengo que pasar la ITV…

– ¿En qué comisaría has pedido cita?

– En la del Campillo.

– Pues pásate por la del Zaidín, que está mucho menos saturada. Allí te lo hacen seguro. Luego con eso ya puedes hacerte la copia del permiso de conducir.

– Muchísimas gracias.

De modo que vuelvo a coger el 8, que casualmente llega casi hasta la puerta de la comisaría del Zaidín. Menos mal que no me ha dado por ir en bicicleta, porque si tráfico está relativamente lejos de mi casa (tardaría unos 45 minutos andando, porque es cuesta arriba), el Zaidín está donde Cristo perdió el mechero.

Compro otro billete sencillo y pregunto a la conductora del autobús, que me dice que está bastante lejos, y que se lo recuerde dentro de veinte minutos o así. Al cabo de ese tiempo, y también gracias a las indicaciones de otra pasajera, vuelvo a preguntarle, y, finalmente, cuarenta minutos más tarde, llego a la comisaría.

– Hola ¿para hacerme el pasaporte?

– Claro chico, no hay problema, toma el número y pasa que te lo hacen enseguida.

Pero no, porque para hacerse el pasaporte hay que tener el DNI. Pero es que me han dado cita para dentro de 7 días, y yo no puedo estar 7 días sin ninguna identificación.

– A las 8:30 de la mañana damos número. Ahora es que ya se han acabado. Vente mañana a las 8:30 y para eso de las 9 te hacemos el DNI y luego ya puedes hacerte el pasaporte.

– Bien gracias.

Me marcho de la comisaría, pero antes paso por un estanco. Me parece que voy a necesitar un bonobús. Vuelvo a coger el 8, y casualmente lo lleva la misma conductora amable que tan bien me ha ayudado a encontrar la comisaría.

– Hola otra vez.

– Vaya ¿has encontrado la comisaría?

– Sí, pero me han dicho que me vaya a casa y vuelva mañana.

– ¡Los funcionarios si que viven bien!

Pues sí, pero entre tanto, yo que también quiero ser funcionario, no estoy estudiando nada, y encima, estoy empezando a sentirme bastante cansado. Al menos toda la gente que me voy encontrando es amabilísima. Debe ser porque acaban de llegar de las vacaciones.

Por último esta tarde toca pasar la ITV. Lo primero, limpiar el coche, que si está sucio, da mala impresión y te lo miran más. Hasta me permito el lujo de gastarme 4 euros en meterlo en el tunel de lavado. ¡Que bonito ha quedado, tan limpio! ¡Ya no me acordaba de que era azul! Es una pena que duerma en la calle el pobre.

Hagan sus apuestas. ¿Quién de los lectores cree que pasé la ITV? Con el trayecto que llevo esta semana, era obvio. No la he pasado. La verdad es que hacía un par de días que le escuchaba un ruidillo, como de llevar algo flojo. Y, efectivamente, algo flojo llevaba. Mierda. A todo esto, sería genial si encontrara la cartera. 40’14€ me han soplado por la ITV. Menos mal que la tarjeta de crédito no la llevaba en la cartera y puedo ir sacando dinero del cajero.

Lo bueno de que te echen la ITV es que para el año que viene tendré más días de margen para presentarlo (es decir, en vez del 3 de septiembre, será aproximadamente el día 7), y, además, como he dejado el coche directamente en el taller, no he tenido que buscar aparcamiento. Lo malo es que no sé cuanto me va a costar la reparación.

De modo que… me han regalado un libro que parece muy interesante, he conocido a una persona muy interesante, he pasado un par de buenos ratos con mis amigos, voy a cambiar de una vez la terrible foto de mi DNI… pero todo lo demás ha sido una mierda, y estoy estudiando tan poco que me da vergüenza hasta decirlo.

Llegados a este punto, hay que descargar la frustración. Mis amigos suelen hacerlo golpeando cosas. Paredes, o si las paredes son de pladur, armarios. Mis amigas prefieren darse un baño relajante, con sales perfumadas, beberse una copa de vino, comer quizá algún dulce, escuchar música y leer un libro. Definitivamente, las mujeres son más complejas que los hombres.

Pues en este caso, sin vergüenza ninguna, voy a usar el método femenino. Así que me llego al Mercadona en busca de una botella de vino de aguja, de ese de 89 centimos. Cuando voy a entrar, me llaman la atención y me dicen que no puedo entrar con mochila.

– ¡Pero si las chicas llevan todas bolso! – protesto sin acritud. Ya sabía donde me metía cuando me cambié de acera y sabía que estas cosas pasan.

La cajera se encoge de hombros y se ofrece amablemente a guardarme la mochila. Otro comprador me sonríe con un gesto cómplice, reconociéndome cuanta injusticia hay en este mundo. Lo curioso es que al entrar por fin al supermercado… ¡¡¡todo el mundo llevaba bolso o mochila menos yo!!! Creo que la cajera me ha visto cara de chorizo.

Finalmente, con mi botella de vino, mi bonobús nuevo, unos pasteles de la panadería de la esquina, que se llama «La Gracia de Dios» y hacen repostería como los ángeles, sin mi DNI, ni mi pasaporte, ni mi carnet de conducir, ni la tarjeta sanitaria, ni los 70€, ni la ITV pasada… he llegado a casa, he metido la botella en el congelador, y me he puesto a blogear mientras se enfría.

Ahora voy a ver si me emborracho un poco, que eso no arreglará nada, pero al menos me tranquilizará, a ver si mañana estudio algo. Ya puedo olvidarme de descansar el domingo, tendré que recuperar.

Que paren el mundo, que yo me bajo. Vaya mierda de semana, y aún queda la mitad.

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¡Y a mi en 2 dos minutos!

Es curioso como funciona el Síndrome de Estocolmo. Las personas que han sido secuestradas llegan a desarrollar una empatía tal con sus secuestradores que terminan defendiéndolos. En realidad no es que fuesen malos, simplemente, tenían sus motivos.

Entre las personas transexuales existe también una especie de «Síndrome de Estocolmo». Estamos tan contentos simplemente de que se nos de tratamiento médico al cargo de la Seguridad Social, como si fuésemos personas normales que pagan sus impuestos (y sin tener remordimientos por los pobres desdentados a los que la Seguridad Social aún no les cubre más que las extracciones), y de que incluso hayan leyes que reconozcan nuestra existencia, que casi nos da igual como nos traten.

No solo eso… somos gente de nuestro tiempo y pensamos como tales. Al igual que una gran parte de la población cree que las personas transexuales somos enfermos que han de ser diagnosticados y tratados, una gran parte de las personas transexuales también lo creen. Y, cuando uno se convierte en enfermo puede ocurrir que el médico se convierta en una especie de chamán místico que tiene acceso a una sabiduría inabarcable, y cuyas artes curativas son inaccesibles a nosotros, pobres ignorantes.

Aunque parezca mentira, todavía quedan muchos médicos que no explican a sus pacientes con pelos y señales qué van a hacer con ellos. Por ejemplo, hace unos días, leía en un foro que el Dr. Cavadas prometía que era capaz de hacer una operación de faloplastia en la que garantizaba sensibilidad. Lo que no había explicado a supaciente en potencia era cómo iba a lograr que un colgajo de músculo tuviese sensibilidad sin las terminaciones nerviosas necesarias para ello.

En el tratamiento de las personas transexuales, el chamanismo mágico de los médicos está a la orden del día, mucho más que en otras ramas de la medicina. Yo, que por desgracia, he tenido que pasar por las consultas de diversos médicos para temas muy graves, jamás había visto que se tratase a los pacientes con semejante opacidad. Tengo la teoría de que eso se debe a que se nos considera como «enfermos mentales», y por tanto, con nuestro entendimiento disminuido. Puri, probablemente, debe saber mucho mejor que yo como se siente uno cuando los médicos te tratan como si fueses imbécil sólo porque piensan que tu capacidad intelectual no está a la altura de la de ellos (o a lo mejor los médicos que la tratan a ella están más «evolucionados»).

La cuestión es que ese «no lo van a entender» que nos transmiten los médicos, es plenamente asumido por los pacientes. Es más, el criterio de los médicos, especialmente de psicólogos (¡pero si esos no son ni médicos!) y de los psiquiatras, acaba convirtiéndose en un baremos para las propias personas transexuales.

Así, conversaciones como esta, son de lo más habitual:

– Fulanito tardó un año y medio en que le dieran el informe.

– Tsk… Es que la psicóloga no da el informe a menos que esté completamente segura. Algo estaría viendo que necesitaba indagar. Por algo sería.

– Sí, supongo que sí. En el fondo Fulanito es un tío raro. ¿Sabes que le gustan las flores y tiene el balcón lleno de geranios?

También se crea otra variante de «conversación» que es aquella en que se compara «quien la tiene más corta». La espera para que le den el informe, claro.

– Uffff… llevo ya nueve meses esperando, y no le veo el final a esto.

– ¿Nueve meses? ¿Por qué? A mi me lo dieron en 6. ¿Qué le has dicho a la psicóloga?

– ¿Yo? Pues no sé… hago test…

– Algo tiene que estar viendo, pero tú tranquilo que ya verás que al final…

Un tercero interviene en la conversación.

– De tranquilo nada, que yo voy ya para los dos años y aquí estamos.

Las miradas de los demás se clavan en él con compasión, mientras tratan de imaginar cuales son los defectos que están retrasando la entrega del codiciado informe. ¿Tal vez un oscuro secreto del pasado? ¿O quizá resulta que no es más que una lesbiana muy machorra que se ha confundido y ahora de repente cree que es un hombre? La intervención de una cuarta participante en la conversación hace que el momento incómodo pase.

– Pues yo no sé por qué os quejáis tanto. A mí me fue muy bien. En cuatro meses ya lo tenía… con lo amables que son y lo bien que nos tratan…

Así es, damas y caballeros, lectoras y lectores… El tiempo que tardan en darte el informe no es sólo un incordio para el que lo sufre, sino que, entre las personas transexuales, llega a convertirse en un indicativo de «como de transexual eres». Si eres un buen transexual, te lo dan enseguida. Si eres un transexual de segunda categoría, tardan años. Cuanto más tarde te den el informe, menos credibilidad tendrás entre las personas transexuales, y mayores serán las sospechas de que en realidad, no eres transexual.

Yo lo veo del revés. Cuanto más tiempo necesita un «profesional» (son profesionales porque cobran por su trabajo) para dar el informe, mayor indicativo de lo poco eficiente que es. ¿Os imagináis lo que ocurriría con un albañil que tarda una semana en levantar una pared, si hubiese otro que levantase la misma pared en un día? La persona que es transexual, lo es desde el primer día que entra en la consulta. ¿Cómo es posible que alguien que se llame a si mismo «profesional» y «experto» necesite un año, dos, o incluso siete o diez para evaluar a una persona? ¿No debería ser esa persona apercibida por derrochar los recursos de la Seguridad Social, haciendo que se colapsen las listas de espera de manera inecesaria?

Bueno, yo ya lo tengo claro. Dentro de unos años, cuando todo esto haya pasado y me pregunten cuanto tiempo tardaron en darme el informe, yo diré:

– ¿A mí? Muy poco. Fíjate que yo tenía la primera cita un martes a las 11:00, y a las 10:30 ya estaba en la endocrina pinchándome…

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