Archivo mensual: May 2014

Crear un minuto de felicidad

Hoy vino una chica trans a la tienda. En el trabajo, estábamos muy ocupados, preparando las cosas para el inicio de la temporada de verano. Mientras un compañero se afanaba haciendo un nuevo pedido, yo me acercaba a comprobar el precio de las nuevas camisetas que debía marcar. En la calle, llovía seriamente. No esta lluvia fina, tan habitual en Edimburgo, que a penas cala, sino una lluvia de verdad, de las que dan ganas de asomarse a la calle, simplemente a ver llover.

Entonces entró ella, a preguntar cuando valía un paraguas. La voz la delató a la primera como mujer trans, y a partir de ahí, no necesité más que un vistazo rápido. Le dije el precio y ella me dijo, en inglés, que no hablaba inglés. Por el acento y el color, pensé que podría ser sudamericana.

– ¿Español? – le pregunté

– Sí – dijo ella.

Volví a repetirle el precio en español, mientras me preguntaba si debía contarle que yo también soy trans. Quería contarle que, de algún modo, la conocía. Quería decirle que aquel era un lugar seguro,  donde no tenía que preocuparse de su voz, donde nadie le iba a tratar con el género equivocado, porque veía el temor en sus ojos, en su gesto recogido, en el esfuerzo para que su voz sonara bien.

Pero si se lo hubiese dicho, habría sido como declarar que se le nota lo trans. Ella lo sabe, claro, y no sólo porque seguro que en su casa tiene un espejo, sino porque probablemente todo el mundo se empeña en recordárselo una y otra vez, de las maneras más desagradables. Porque cuando eres una mujer trans, y se nota, no existe ningún lugar seguro.

Por eso, decidí callarme. Decidí hacer una cosa mejor.

– Bueno… español no. Mejor dicho, española – aclaré al cabo de un momento, mientras mi compañero terminaba de hacer su pedido,  pensando que ella podría estar preguntándose si me refería a que si hablaba español (que era lo que quería preguntar), o si me refería a que si era español. Ella sonrió, y yo volví a rectificarme a mí mismo -. Bueno, española tampoco. Lo que quería decir es que hablas español ¿De donde eres?

– De Brasil ¿y tú?

– ¡Hala, que lejos! Yo soy de España, del sur…

Hablamos de banalidades un poco más. «D. can you take this lady? She is buying a umbrella.», pregunté a mi compañero cuando terminó de lo suyo. Estaba tan absorto que ni se había dado cuenta de que teníamos a una clienta esperando para pagar.

Un minuto después, ella se fue con su paraguas y una gran sonrisa que no tenía cuando entró, porque para las personas trans, hay pocas cosas que nos hagan tan felices como que se nos reconozca como somos realmente, sin tratar de imponernos otra identidad, sin dudas y sin peros. Yo también continué trabajando con una sonrisa, sintiéndome bien, aunque en realidad hice lo mismo que habría hecho con cualquier otra clienta. Sin embargo, sé que lo que para las demás mujeres no es más que lo normal, para ella quizá fuese un poco de esperanza. Me alegré de haber estado hoy trabajando para ella, para venderle su paraguas.

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Inmigrante feliz

Cuando llevaba tres semanas en Liverpool decidí hacer caso a mi amigo Carlos y darme una vuelta por Edimburgo. «Aquí hay muchos sitios que tienen carteles en el escaparate buscando gente», me explicó Carlos, «y en verano las tiendas abren desde las 8 a las 11 de la noche, así que ahora están buscando gente para la temporada alta, y es más fácil que encuentres un trabajo. Así tendrás tiempo para ir buscando otra cosa para el invierno».

Carlos es uno de los amigos que lleva años diciéndome «vente pa’ Edimburgo, Pablo» (versión actual del «vente pa’ Alemania, Pepe«), así que le hice caso. Además, me dejaba quedarme en el sofá de su casa, que, por lo que me ha contado, ya ha tenido varios inquilinos que estaban más o menos «homeless» como yo.

Aún así, sólo fui a Edimburgo tres días, para no molestarle mucho. Con su ayuda, hicimos una batida por la zona centro y dejé unos 25 currículums, además de recolectar anuncios para solicitar el puesto por internet, más adelante. Dedicamos poco más de una mañana a la cuestión, por la tarde descansamos, y al día siguiente me volví.

Una semana más tarde, justo después de que escribiese la anterior entrada, el teléfono sonó. Era un sábado por la mañana y tenía previsto dedicarlo a mover muebles dentro de casa, pero el timbre del teléfono me despertó antes de que pudiese hacer nada. La persona que llamaba me quería hacer una entrevista ese mismo día, pero ese día yo no podía ir… porque estaba a 350 km de Edimburgo. Así que le pedí ir al día siguiente, y así lo hice.

Dividí las pocas pertenencias que tenía en las más fundamentales, e hice una maleta que lo mismo podía servir para equipaje de una semana, que para equipaje indefinido. Algo me decía que iba a conseguir el trabajo, así que mejor ir preparado, pero no demasiado bien preparado, por si acaso no me lo daban, que no me sintiera demasiado idiota.

El trabajo era en una tienda de souvenirs de la Royal Mile de Edimburgo. Como mi inglés no es muy bueno, no me enteré demasiado bien de la dirección, pero de nuevo mi amigo Carlos vino en mi auxilió y me dijo donde era (Carlos es una especie de guía Michelín de Edimburgo: lo sabe todo), aunque esta vez me quedé en casa de mi amiga Lara, que es otra de las que me decían que me dejara de hacer el imbécil en España y fuese tirando para acá.

Llegué a la tienda a las 10:15, aunque mi cita era a las 10:30, y vi como la abrían. Para disimular, me metí en la tienda de al lado hasta las 10:30, que volví a salir. Había cuantro personas muy atareadas, y la mánager se olvidaba de entrevistarme constantemente. Finalmente, me hizo una entrevista de unos 5 minutos, en la que hablamos de mi experiencia, y me pidió que volviera a las 13:00, ya que el jefe estaría por allí.

«Vaya huevos», pensé para mí, pero por otra parte me dije: «si me pide que vuelva, será que le he gustado». Así que con esa esperanza, volví a la 13:00. Una vez más, todos estaban muy atareados, pero aún así, conseguí darme cuenta de que el chico que estaba en la caja era español, y le pregunté qué tal eran los jefes, cómo se estaba en la empresa, y demás. Él me dijo que eran todos muy majos, y que en la empresa se estaba bien, pero que a él le iban a cambiar de tienda, y además su turno terminaba ya, así que estaba deseando irse.

Sin embargo, había un problema: la manager no tenía a nadie para cubrir su puesto, y mientras yo esperaba para que me hicieran una segunda entrevista con el jefe, la veía ir de aquí para allá, llamando por teléfono y hablando con un señor que yo me imaginé que debía ser el jefe (y efectivamente, lo era). De repente, se volvió hacia mí y me dijo «Tú me has dicho que tienes experiencia ¿Quieres trabajar?». Obviamente le dije que sí, y de buenas a primeras, con un minicursillo acelerado de 5 minutos, me vi en la caja atendiendo a la gente. Así, sin anestesia ni nada.

«El trabajo es sólo para una semana», me explicó la mánager, «pero si me quedo contenta, a lo mejor te puedes quedar más, o te puedo recomendar para que trabajes en otra tienda ¿Te parece bien?». «Claro que sí», le respondí. Y desde entonces, trabajo ahí.

Dicho sea de paso, la verdad es que el chico español debió pensar «para lo que me queda de estar en el convento, me cago dentro», y la noche anterior había estado de juerga. Se presentó en el trabajo con un resacón del 15, y apestando a whisky, pero como lo cambiaban de tienda, ya que se iba con el manager anterior, le daba igual.

Mi primera semana fue mortal. Estábamos abriendo una tienda nueva, que en realidad no era nueva, pero había estado mal gestionada anteriormente, y había mucho que hacer. Trabajé 62 horas, de manera muy intensa, pero me pagaron todas y cada una de ellas. En una semana gané más o menos lo mismo que en un mes de trabajo en España, con dos trabajos. A partir de la segunda semana, ya tenemos un horario normal, con 40 – 45 horas a la semana, y un ritmo más relajado, que a veces llega a ser hasta aburrido.

El trabajo, la verdad, me gusta mucho. Los clientes son turistas que vienen contentos a pasarlo bien, no españoles amargados que si pudieran te sacarían hasta la sangre. Los españoles que vienen están encantados de encontrarse con otro compatriota (aunque en realidad aquí hay españoles por todas partes, hay españoles hasta en la sopa, y sobre todo, los hay en las tiendas de souvenirs), y nadie es desagradable. Todos los compañeros de trabajo son super simpáticos, y el equipo es muy internacional: la jefa es japonesa, y los demás somos, un mexicano, una estadounidense, un chico italiano, y otra italiana que no trabaja siempre en la empresa, porque no le gusta demasiado. No hay escoceses, principalmente porque ningún escocés viene a pedir trabajo a este tipo de tiendas. Como suele ocurrir, los inmigrantes hacemos el trabajo que los del país no quieren hacer, pero, la verdad, yo estoy contento con lo que hago, así que no me voy a quejar.

El resumen de mi búsqueda de trabajo es:

Tiempo en encontrar trabajo desde que llegué al país: un mes justo.

Número de currículums dejados: incontables.

Entrevistas realizadas: 2

Tiempo empleado en la búsqueda de trabajo en Edimburgo: 1 mañana

Reconozco que he tenido tres ventajas fundamentales: amigos y familia que me han ayudado desde el principio, un nivel alto de inglés (que al llegar aquí se convirtió en a penas suficiente, aunque hay gente que habla peor que yo, y también tienen trabajos que les gustan), y mucha suerte. Llegué en el momento adecuado al lugar adecuado.

Me siento muy feliz. Por primera vez en años, tengo un salario que me permite vivir como una persona, y no me paso los días y las noches contando céntimos, preguntándome cómo voy a pagar las facturas, o si podré comprar comida mañana. Hago algo que me gusta, y luego me sobra tiempo para dedicarlo a otras cosas que también me gustan, como la.trans.tienda, escribir o estudiar. Puede que este invierno aprenda a coser a máquina. Vivo en una de las ciudades más bellas de Europa, y tengo amigos con los que disfrutarla. Sólo falta que K. venga aquí, para que todo sea perfecto, y eso ocurrirá dentro de dos meses.

Mi único miedo, la única preocupación, es que todo parece demasiado bueno para ser verdad. Cuanto mejor me encuentro, más miedo siento de que ocurra una nueva catástrofe que me tire todo al suelo y tenga que empezar de cero por tercera vez. Es un temor irracional, que se me engancha en el estómago, y al pecho, acompañado por una vocecilla que me susurra que no merezco nada de esto, y que pronto en el trabajo se darán cuenta de que pueden encontrar a alguien mejor y me despedirán. Una voz que no es más que el eco de otras voces reales que durante años me han estado diciendo que yo no servía para nada, y que siempre tendría que estar «chupándole» a alguien sus recursos para poder vivir. Unas voces que debo aprender a olvidar, ya que no pienso permitir que nadie vuelva a decirme tal cosa nunca más.

En las siguientes entradas hablaré de mis aventuras para conseguir la testosterona (y la aguja, que casi fue peor), y cómo he aumentado mi nivel de vida al comprar una cafetera. También hablaré sobre mi nuevo apartamento, y cómo pasé de ser un okupa de los colchones y sofás de mi hermana y amigos, a un arrendatario con todas las de la ley (aquí les llaman «tenant», es decir «teniente»).

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