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Inmigrante feliz

Cuando llevaba tres semanas en Liverpool decidí hacer caso a mi amigo Carlos y darme una vuelta por Edimburgo. «Aquí hay muchos sitios que tienen carteles en el escaparate buscando gente», me explicó Carlos, «y en verano las tiendas abren desde las 8 a las 11 de la noche, así que ahora están buscando gente para la temporada alta, y es más fácil que encuentres un trabajo. Así tendrás tiempo para ir buscando otra cosa para el invierno».

Carlos es uno de los amigos que lleva años diciéndome «vente pa’ Edimburgo, Pablo» (versión actual del «vente pa’ Alemania, Pepe«), así que le hice caso. Además, me dejaba quedarme en el sofá de su casa, que, por lo que me ha contado, ya ha tenido varios inquilinos que estaban más o menos «homeless» como yo.

Aún así, sólo fui a Edimburgo tres días, para no molestarle mucho. Con su ayuda, hicimos una batida por la zona centro y dejé unos 25 currículums, además de recolectar anuncios para solicitar el puesto por internet, más adelante. Dedicamos poco más de una mañana a la cuestión, por la tarde descansamos, y al día siguiente me volví.

Una semana más tarde, justo después de que escribiese la anterior entrada, el teléfono sonó. Era un sábado por la mañana y tenía previsto dedicarlo a mover muebles dentro de casa, pero el timbre del teléfono me despertó antes de que pudiese hacer nada. La persona que llamaba me quería hacer una entrevista ese mismo día, pero ese día yo no podía ir… porque estaba a 350 km de Edimburgo. Así que le pedí ir al día siguiente, y así lo hice.

Dividí las pocas pertenencias que tenía en las más fundamentales, e hice una maleta que lo mismo podía servir para equipaje de una semana, que para equipaje indefinido. Algo me decía que iba a conseguir el trabajo, así que mejor ir preparado, pero no demasiado bien preparado, por si acaso no me lo daban, que no me sintiera demasiado idiota.

El trabajo era en una tienda de souvenirs de la Royal Mile de Edimburgo. Como mi inglés no es muy bueno, no me enteré demasiado bien de la dirección, pero de nuevo mi amigo Carlos vino en mi auxilió y me dijo donde era (Carlos es una especie de guía Michelín de Edimburgo: lo sabe todo), aunque esta vez me quedé en casa de mi amiga Lara, que es otra de las que me decían que me dejara de hacer el imbécil en España y fuese tirando para acá.

Llegué a la tienda a las 10:15, aunque mi cita era a las 10:30, y vi como la abrían. Para disimular, me metí en la tienda de al lado hasta las 10:30, que volví a salir. Había cuantro personas muy atareadas, y la mánager se olvidaba de entrevistarme constantemente. Finalmente, me hizo una entrevista de unos 5 minutos, en la que hablamos de mi experiencia, y me pidió que volviera a las 13:00, ya que el jefe estaría por allí.

«Vaya huevos», pensé para mí, pero por otra parte me dije: «si me pide que vuelva, será que le he gustado». Así que con esa esperanza, volví a la 13:00. Una vez más, todos estaban muy atareados, pero aún así, conseguí darme cuenta de que el chico que estaba en la caja era español, y le pregunté qué tal eran los jefes, cómo se estaba en la empresa, y demás. Él me dijo que eran todos muy majos, y que en la empresa se estaba bien, pero que a él le iban a cambiar de tienda, y además su turno terminaba ya, así que estaba deseando irse.

Sin embargo, había un problema: la manager no tenía a nadie para cubrir su puesto, y mientras yo esperaba para que me hicieran una segunda entrevista con el jefe, la veía ir de aquí para allá, llamando por teléfono y hablando con un señor que yo me imaginé que debía ser el jefe (y efectivamente, lo era). De repente, se volvió hacia mí y me dijo «Tú me has dicho que tienes experiencia ¿Quieres trabajar?». Obviamente le dije que sí, y de buenas a primeras, con un minicursillo acelerado de 5 minutos, me vi en la caja atendiendo a la gente. Así, sin anestesia ni nada.

«El trabajo es sólo para una semana», me explicó la mánager, «pero si me quedo contenta, a lo mejor te puedes quedar más, o te puedo recomendar para que trabajes en otra tienda ¿Te parece bien?». «Claro que sí», le respondí. Y desde entonces, trabajo ahí.

Dicho sea de paso, la verdad es que el chico español debió pensar «para lo que me queda de estar en el convento, me cago dentro», y la noche anterior había estado de juerga. Se presentó en el trabajo con un resacón del 15, y apestando a whisky, pero como lo cambiaban de tienda, ya que se iba con el manager anterior, le daba igual.

Mi primera semana fue mortal. Estábamos abriendo una tienda nueva, que en realidad no era nueva, pero había estado mal gestionada anteriormente, y había mucho que hacer. Trabajé 62 horas, de manera muy intensa, pero me pagaron todas y cada una de ellas. En una semana gané más o menos lo mismo que en un mes de trabajo en España, con dos trabajos. A partir de la segunda semana, ya tenemos un horario normal, con 40 – 45 horas a la semana, y un ritmo más relajado, que a veces llega a ser hasta aburrido.

El trabajo, la verdad, me gusta mucho. Los clientes son turistas que vienen contentos a pasarlo bien, no españoles amargados que si pudieran te sacarían hasta la sangre. Los españoles que vienen están encantados de encontrarse con otro compatriota (aunque en realidad aquí hay españoles por todas partes, hay españoles hasta en la sopa, y sobre todo, los hay en las tiendas de souvenirs), y nadie es desagradable. Todos los compañeros de trabajo son super simpáticos, y el equipo es muy internacional: la jefa es japonesa, y los demás somos, un mexicano, una estadounidense, un chico italiano, y otra italiana que no trabaja siempre en la empresa, porque no le gusta demasiado. No hay escoceses, principalmente porque ningún escocés viene a pedir trabajo a este tipo de tiendas. Como suele ocurrir, los inmigrantes hacemos el trabajo que los del país no quieren hacer, pero, la verdad, yo estoy contento con lo que hago, así que no me voy a quejar.

El resumen de mi búsqueda de trabajo es:

Tiempo en encontrar trabajo desde que llegué al país: un mes justo.

Número de currículums dejados: incontables.

Entrevistas realizadas: 2

Tiempo empleado en la búsqueda de trabajo en Edimburgo: 1 mañana

Reconozco que he tenido tres ventajas fundamentales: amigos y familia que me han ayudado desde el principio, un nivel alto de inglés (que al llegar aquí se convirtió en a penas suficiente, aunque hay gente que habla peor que yo, y también tienen trabajos que les gustan), y mucha suerte. Llegué en el momento adecuado al lugar adecuado.

Me siento muy feliz. Por primera vez en años, tengo un salario que me permite vivir como una persona, y no me paso los días y las noches contando céntimos, preguntándome cómo voy a pagar las facturas, o si podré comprar comida mañana. Hago algo que me gusta, y luego me sobra tiempo para dedicarlo a otras cosas que también me gustan, como la.trans.tienda, escribir o estudiar. Puede que este invierno aprenda a coser a máquina. Vivo en una de las ciudades más bellas de Europa, y tengo amigos con los que disfrutarla. Sólo falta que K. venga aquí, para que todo sea perfecto, y eso ocurrirá dentro de dos meses.

Mi único miedo, la única preocupación, es que todo parece demasiado bueno para ser verdad. Cuanto mejor me encuentro, más miedo siento de que ocurra una nueva catástrofe que me tire todo al suelo y tenga que empezar de cero por tercera vez. Es un temor irracional, que se me engancha en el estómago, y al pecho, acompañado por una vocecilla que me susurra que no merezco nada de esto, y que pronto en el trabajo se darán cuenta de que pueden encontrar a alguien mejor y me despedirán. Una voz que no es más que el eco de otras voces reales que durante años me han estado diciendo que yo no servía para nada, y que siempre tendría que estar «chupándole» a alguien sus recursos para poder vivir. Unas voces que debo aprender a olvidar, ya que no pienso permitir que nadie vuelva a decirme tal cosa nunca más.

En las siguientes entradas hablaré de mis aventuras para conseguir la testosterona (y la aguja, que casi fue peor), y cómo he aumentado mi nivel de vida al comprar una cafetera. También hablaré sobre mi nuevo apartamento, y cómo pasé de ser un okupa de los colchones y sofás de mi hermana y amigos, a un arrendatario con todas las de la ley (aquí les llaman «tenant», es decir «teniente»).

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Peripecias de un tendero virtual

Como ya comenté hace unos… ¿meses? (¡Como pasa el tiempo!) He abierto una tienda virtual para chicas trans (trans-sexuales, tra[ns]-vestis, trans-loquesea],  la.trans.tienda. Empecé oficialmente en febrero, con el alta de la seguridad social, alta en hacienda, y todas esas cosas, aunque las obras de la web estuvieron terminadas en mayo, con algún que otro retoque pendiente.

Nadie dijo que fuera fácil… y menos mal, porque no es fácil. Se supone que la gran ventaja de abrir una tienda virtual es que puedes hacerlo con una inversión inicial muy pequeña, cosa que es verdad. Sin embargo, si quieres hacerlo bien, a esta inversión pequeña tienes que ir sumándole una pequeña inversión de vez en cuando, y cuando te quieres dar cuenta y sumas todas las pequeñas inversiones… ¡Te das cuenta de que ya es una inversión que empieza a tener personalidad propia!

A parte del dinero, también requiere una fuerte inversión de tiempo y esfuerzo. Buscar proveedores, hacer catálogos, repasar constantemente la web que cuando no le sale un pito, le sale una flauta, crear contenidos para que no sea sólo una máquina expendedora… En la.trans.tienda, tengo también un blog en el que escribo sobre temas trans (y en el que, por cierto, acabo de comprobar que no se ven las fotos de los artículos…), aunque incluyo noticias, consejos de belleza, textos que me pasan mis amigxs, etc… Estoy pendiente de montar una lista de correo para enviar novedades a quien tenga interés en recibirlas, aunque sin hacerme pesado. ¡Ah! Y también tengo una fan page en Facebook, una cuenta en twitter (@latranstienda), y hasta tengo un canal en youtube, que quiero ir nutriendo poco a poco de videos, porque no es lo mismo enseñar las cosas en foto que en un video, con movimiento, una persona que se los prueba y tal… A mí, por lo menos, me da más confianza, y tengo la suerte de que varias de mis amigas me están ayudando con eso (¡¡¡muchísimas gracias!!!).

A parte de esto, tengo que trabajar, y sacarme los estudios como buenamente puedo. Por cierto ¡ya han salido las notas de junio! ¡Todos los exámenes aprobados! Dos 6,5, y 9… ¡Mi primer sobresaliente universitario! Mi media ha bajado un poco respecto al año pasado, pero el año pasado estaba dedicado sólo a estudiar, y este año tengo dos trabajos, y una asignatura más. Si es que valgo más que las pesetas ^_________^ (modestia a parte).

El problema es que hasta el momento no he aprendido a desdoblarme (kage bushin no justu), así que pocas veces me voy a dormir pensando que he terminado todo el trabajo y que estoy al día de todas las cosas que tengo que hacer. De hecho, no me acuerdo cuando fue la última vez que pensé eso. Y la tensión está empezando a pasarme factura. Dicho de otro modo, no doy más de mí.

Primer consejo para quienes os plateáis poner una empresa virtual: aprended a tomaros las cosas con calma. No hagáis como yo. Así tengo la úlcera, que no se me cura de ninguna manera.

El principal problema que tengo ahora es que la web recibe muy pocas visitas. Claro, si nadie sabe que existe, nadie entra. Si nadie entra, nadie compra. Si nadie compra, es porque recibo muy pocas visitas, así que lo primero es conseguir más visitas. Las visitas se consiguen pagando publicidad (lo que significa una mayor inversión de dinero), o trabajando para crear contenidos (lo que significa una mayor inversión de tiempo y esfuerzo). Dinero no tengo mucho, pero ganas de trabajar, me sobran (menos mal), así que estoy con la parte de «crear contenidos». Además, me gusta más porque le da a la tienda un toque más personal. No quiero que sea sólo un sitio donde la gente entre a comprar como si fuese una máquina expendedora… me gustaría que realmente sirviese de algo, incluso para la gente que no compre. Puestos a trabajar, que el beneficio sea máximo, no sólo para mí, y no sólo en dinero.

Segundo consejo: si estás pensando en poner una tienda online, prepárate para dar el callo de lo lindo. Mucho. Y sin cobrar. Y sin horarios. Y sin vacaciones ni fines de semana.

Lo bueno es que, poco a poco, se van viendo tímidos resultados. Las primeras ventas, las primeras menciones de personas a las que no conozco. Las cajas con materiales se van acumulando poco a poco en la trastienda de la ferretería, lo que me parece poético de una forma que no espero que alguien a parte de yo mismo comprenda. Todos los expertos y no expertos, y revistas, y blogs, y asesores, y emprendedores, y el mundo mundial dicen que una empresa tarda al menos 3 años en dejar de perder dinero, y cinco en dar beneficios. Hoy he leído que para una tienda online que empieza de cero, sin una audiencia o clientes potenciales previos, se tardan 24 meses de duro trabajo en conseguir alcanzar un número razonable de «visitas» para que el número de compras empiece a permitirte darte un respiro. De modo que he decidido no ponerme como objetivo «ganar x dinero», ni siquiera «ganar dinero» a secas. El objetivo nº1 es ir aumentando las visitas poco a poco, y eso sí que lo estoy logrando (muuuuuuy poco a poco).

Consejo tercero: hay que tener paciencia. Muchísima paciencia. Constancia, y una forma de sobrevivir mientras la empresa empieza a crecer. ¿Sabéis que Android empezó a funcionar en 2005? Pero hasta 2010 no dio el auténtico salto que lo ha puesto en los móviles de millones de personas en todo el mundo. Yo no quiero llegar a vender a millones de personas de todo el mundo, y tampoco tengo los recursos de Google. Ni siquiera pretendo llegar a convertirme en uno de esos grandes empresarios del mundillo gay que sacan carrozas publicitarias en el día del Orgullo (y que, según dicen desde ALEAS-IU, han terminado por «comprarse» para ellos la fiesta del Orgullo de Madrid). Pero si a Android le costó 5 años… yo no puedo deprimirme si me cuesta el mismo tiempo ¿no?

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la.trans.tienda

Llevo algún tiempo comentando que estoy lanzando un proyecto de empresa que me tiene bastante atareado. Horas y horas mirando catálogos, escribiendo a proveedores, leyendo tutoriales, peleándome con Hacienda, tratando de aprender las muchísimas cosas que es necesario saber para adentrarse en un campo nuevo, hablando con el diseñador de la página web, repasando cosas, pagando novatadas… Y por fin, tras varios meses de preparación, por fin tengo abierta la.trans.tienda.

La idea surgió como suelen surgir las mejores ideas: cuando menos te lo esperas. Era un domingo por la tarde del mes de agosto del año pasado (2011), y yo había ido a ver a mi amiga Kim a su casa. Hablábamos de lo mal que están las cosas aquí para encontrar trabajo, y más siendo transexual. La única solución de futuro que yo veía era emigrar a Reino Unido, Alemania o Austria. Ya estaba mirando ofertas de empleo allí, aunque tampoco es tan fácil encontrar trabajo en el extranjero si estás España, e irse a la aventura con mi escasez de fondos me parecía excesivamente arriesgado. Incluso le mandé el currículum a Paco para que me lo tradujese al alemán (cosa que hizo… ¡Gracias Paco!).

En realidad, no tenía ningunas ganas de irme. No me apetecía intentar otro proyecto de emigración, y más con las cosas que están pasando aquí a nivel de activismo trans. En tres años había empezado de cero ya dos veces, y no me apetecía empezar de cero una tercera vez. En otras circunstancias, la perspectiva me habría emocionado, pero en aquel momento, me deprímía.

Hablamos de Inglaterra, y del intento de emigración que Kim tuvo en los años 70, pero que fue abandonado antes de tiempo por diversas circunstancias. Hablamos de cómo era ser trans en Inglaterra y en España, en los años 70 y ahora. Ella recordaba que a veces, en los periódicos, encontrabas ciertos anuncios con palabras clave que al buen entendedor le hacían saber que eran anuncios para travestis. Por ejemplo “se venden zapatos de mujer de todas las tallas” indicaba que eran zapatos con tallas que podría usar un hombre. Existían lugares donde las travestis podían reunirse, y vestirse, incluso guardar la ropa a salvo de las miradas del resto de las personas que convivían en su hogar. En cambio en España no había nada así. Durante años, mi amiga se tenía que vestir a escondidas, guardando las cosas en el fondo de los armarios, siempre con el miedo de ser descubierta, aprovechando las horas libres que le dejaba la ausencia de su familia en casa. Todo era difícil, clandestino, y le provocaba un fuerte sentimiento de culpabilidad, como si estuviese haciendo algo malo. Su vida tenía siempre un triste halo de sordidez.

–          Y siguen sin haber tiendas para nosotras… – comentó mi amiga.

Ella y yo hablábamos frecuentemente de posibles salidas laborales. Algunas ideas eran extraordinarias, pero imposibles de realizar por falta de recursos. Otras ideas no soportaban la confrontación con la realidad. Otras, simplemente, no eran para mí. Pero aquella sí. Los dos nos dimos cuenta inmediatamente de que aquella idea no sólo era buena, sino realizable, y especialmente realizable para mí. Vender artículos para travestis y mujeres transexuales, pero que no fuese sólo una tienda, sino que también diese apoyo emocional. Tenía que ser un sitio al que la una persona llegase, aunque fuese virtualmente, y sintiese que no estaba sola, y que no estaba haciendo nada malo. Que cualquiera pudiese desahogarse y sentirse comprendida. Y que le permitiese comprar lo que necesitara sin tener que pasar vergüenza, sin miedo a ser descubierta por alguien inoportuno, y con dignidad.

Dejé reposar la idea hasta septiembre y la retomé. Empecé a pensar en ella un poco. Sólo cinco minutos, o diez minutos, mientras iba o volvía de la tienda. Eché números. Hablé con algunos amigos. Cuanto más lo pensaba, más me convencía de que era posible. Hice un plan de empresa, como tantos otros que había hecho anteriormente, más para soñar y divertirme que porque en verdad pensara que fuese posible llevarlos a la realidad.

Empecé a pensar un nombre. Kim sugirió, en broma “trans shop”. Yo había pensado “trans vestida”. Ninguna de las dos ideas me gustaba demasiado, pero “trans shop” se me quedó en la cabeza. En español sería “tienda trans”.

Trabajaba en la parte trasera de la tienda de mis padres. Como no tenía mesa, apoyaba el portátil en un taburete de tres escalones, y me hice una alargadera de 11 metros para poder enchufarlo, ya que el enchufe más próximo estaba a esa distancia. Además, trabajaba a escondidas: no había comentado nada con nadie de mi familia, ni con mi ex, porque sabía que tratarían de disuadirme, y ya tenía suficiente miedo yo solito como para que encima viniese alguien a quitarme la idea de la cabeza. A día de hoy, ni mis padres, ni mi ex lo saben todavía. Ya no me van a quitar la idea, sobretodo porque he hecho cierta inversión, y he adquirido ciertos compromisos… pero bastante difíciles son ya las cosas, como para que encima alguien venga a pintármelas todavía más negras. Vamos, digo yo.

Trabajaba, como digo, en la trastienda de la ferretería, y “trans shop” me seguía dando vueltas en la cabeza. Fue fácil dar un paso más y pensar que sería divertido llamar a la tienda “la transtienda”, en honor a la clandestinidad de mi propio trabajo. Parecía muy adecuado. La guinda del pastel la puso Ángela. “Ese nombre está bien, pero con puntos entre las sílabas. la.trans.tienda”. Era justo el toque que le faltaba.

Ver como una idea que surgió tomando café ha ido creciendo y desarrollándose hasta convertirse en una realidad ha sido emocionante. De algún modo, siento que la.trans.tienda es como una hija mía. Las cajitas con stock se van acumulando en los huecos que dejan las mercancías de la ferretería agonizante. Eso sí, bien escondidas, porque como mi madre las vea, le da un infarto. Yo que pensé que mi etapa de comprar maquillaje había llegado a su fin… y ahora los compro al por mayor. Todavía no tengo resueltos muchos problemas, y todos ellos están relacionados, directa o indirectamente, con mis problemas de financiación.

Si me preguntas dónde me veo dentro de cinco años, te diré que en el salón de la belleza de Barcelona, en el stand más barato, acompañado de dos modelos travestis o transexuales. Y salir en todos los telediarios y los programas del corazón, con los presentadores hablando del stand de travestis, sin entender nada, a medio camino entre el estupor y la broma. Me veo apoyando a una pequeña comunidad de travestis y mujeres transexuales, para que sus redes crezacan y se sientan más libres y más seguras. Acompañandolas en el descubrimiento de su propia belleza, ayudándolas a sentirse más guapas y más seguras de si mismas. A estar cómodas en su propia piel, y en su propia vida.

Quiero vivir de la.trans.tienda, pero también quiero ser útil. Creo que puedo ayudar.

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Un proyecto que se hace realdiad.

Algunas mañanas me despierto y me parece que no es verdad que esté montando mi negocio. Tengo la sensación de que todas las horas que he pasado mirando webs, haciendo números, comparando unos proveedores con otros, buscando a la posible competencia y hablando con mis amigos son sólo parte de otro de los muchos proyectos que he hecho a lo largo de mi vida y que luego quedaron relegados al olvido porque me aburrí de ellos, porque eran inviables, o porque carecía de capacidad para convertirlos en realidad.

Pero luego me lavo la cara, enciendo el ordenador y desayuno mientras leo los e-mails que me han llegado durante la noche. Luego respondo el correo atrasado. Al diseñador de la página web (que va con retraso, aunque viendo el trabajo que está haciendo, se entiende que esté tardando más de lo previsto: es, con diferencia, una de las mejores webs de compras que he visto), a los proveedores de zapatos, que me tienen frito (¡que difíciles son los zapatos!), a la comercial de Correos, a ver si me trae el contrato de una vez (Correos, en lugar de usar sus propios servicios para enviar sus contratos, tiene una comercial que los entrega personalmente. Está muy bien, porque te lo explica todo al detalle, pero por otra parte ralentiza mucho las cosas. Claro que desde que Correos, igual que Renfe, suscribió un contrato con Gandalf el Gris, ya no llega tarde. Ni pronto. Llega justo cuando se lo propone). Miro obsesivamente el extracto de mi cuenta bancaria. Calculo cuanto venderé en la ferretería en los próximos días, y me felicito porque las verduras están ricas, son baratas y no engordan, con lo que puedo gastar poco dinero en comer. Me paso la mañana pensando en publicidad. Estoy planteándome solicitar un microcrédito a bajo interés (¿me tocará pagar a Vodafone para que me saquen del fichero de morosos?), y con eso podría ampliar el catálogo y hacer una campaña publicitaria como Dios manda. Leo información sobre el tema, que me ha pasado el diseñador de la web (si es que más completo no puede ser).

Consulto a ver si Hacienda me ha dado ya el NIF y el número de operador internacional, porque resulta que muy pocas cosas de las que quiero vender se pueden comprar en España. Hago negocios con China, Italia, y Reino Unido, y soy, oficialmente, un importador. Vale, mis pedidos son pequeñitos (para hacerlos grandes, tendría que tener dinero), pero son importaciones y pagan impuestos.

Consulto información sobre ayudas y subvenciones. Por cierto, no hay. Lo único que hay es el microcrédito ese que he dicho antes, y una que saldrá en marzo, pero que no es para los autónomos que empiezan, sino para los que ya se han establecido (y más vale que les vaya bien, porque la ayuda llega 9 meses después de haberla solicitado, y cuando la solicitas ya debes haberte dado de alta). También podré beneficiarme de un 30% de bonificación en la cotización de autónomos, si me doy de alta (no tengo obligación, de momento), mientras sea legalmente mujer. Si quisiera pedirla como hombre, no podría. La pena es que mientras yo tengo acceso a ayudas que no me corresponden, las mujeres transexuales que están en la misma situación que yo, no tienen acceso a las ayudas que sí les corresponderían.

Así me paso el día, diciéndome que no puede ser verdad que me haya tirado de cabeza con este proyecto, así, sin emborracharme ni nada, y en solitario. Por primera vez en mi vida estoy utilizando las cosas que aprendí durante la carrera y mientras preparaba las oposiciones porque, aunque la mayoría de la gente no lo sabe, los estudios relacionados con turismo y hostelería son prácticos, pero también tienen ciertos contenidos muy técnicos en lo que se refiere a gestión y administración empresarial. No tenemos tanto nivel como los Licenciados en Dirección y Administración de Empresas, pero algo sabemos, y cuando hablo con especialistas en creación de empresas veo que he previsto todo lo que según ellos debería prever.

Aparentemente, el proyecto es viable… Más me vale que lo sea. De vez en cuando descubro que he cometido un error con algo, o que cierta cosa que estaba haciendo de una manera, se puede hacer mejor de otra. Me toca volver a empezar todas las cuentas y los cálculos. Iniciar una investigación desde el principio. Maldigo mi propia falta de experiencia, y me gustaría poder consultar cosas con mi madre, que sí que sabe un montón de levantar un negocio nuevo. Sin embargo, no le he contado nada a mi familia. Si lo hubiese hecho al principio, me habrían persuadido de que no lo hiciera, y si lo hago ahora, me van a regañar y a desanimar todo lo posible, para que no siga. Sólo que ahora ya llevo bastante dinero puesto en esto (aunque relativamente poco comparado con lo que cuesta poner un negocio en un local) y no puedo echarme atrás. No puedo correr el riesgo de desanimarme, así que tampoco puedo arriesgarme a hablarlo con mi familia.

Al final del día, me siento muy satisfecho con lo que voy haciendo, hasta el punto de que me alegro de no haber ganado ninguna de las oposiciones a las que me presenté. Será que me gusta el riesgo.

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