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Mi bienestar no es un regalo

Esta entrada conecta, sorprendentemente, con la anterior.

En la entrada anterior comentaba que muchas personas se interesaban por mi bienestar, con gran preocupación, como si me estuviese recuperando de una enfermedad grave. Les resulta difícil entender que yo soy feliz no «a pesar» de ser transexual, sino precisamente «por» ser transexual.

La otra cara de la moneda es cuando algunas personas se ponen en contacto conmigo (generalmente a través de chats) para hacerme una batería de preguntas que sigue un guión similar al siguiente:

– Hola ¿cómo estás?
– ¿Cuantos años llevas con las hormonas?
– ¿Te has operado?
– ¿Cuando? ¿Cuanto tiempo estuviste en lista de espera?
– ¿Te dolió? ¿Eres feliz ahora? ¿Me mandas una foto de las cicatrices?
– ¿Cuanto te mide el clítoris? ¿Qué técnicas hay para operarse de abajo?

Juro que lo del clítoris me lo preguntan con bastante frecuencia.

Es lo único que les interesa de mí. Qué modificaciones he realizado en mi cuerpo. Llegan, preguntan intimidades a bocajarro, y se van. A veces regresan al cabo de un par de semanas y repiten la tanda de preguntas porque han recibido informaciones contradictorias y necesitan un refuerzo positivo.

Me molesta mucho, y no consigo que entiendan por qué. Así que me enfado, y me frustro, porque esas personas vienen en busca de ayuda, y en lugar de eso, se llevan un rebuzno. Un rebuzno inútil, porque no consigo hacerles entender que sus preguntas son inapropiadas, y no lo consigo porque me ha llevado bastante tiempo de reflexión darme cuenta de cual es el problema en realidad.

El problema en realidad es que realmente no quieren que responda a sus preguntas, sino únicamente, que confirme sus creencias. Necesitan que les diga que si soy feliz y tengo ganas de vivir es porque me he operado, ya que así podrán mantener la esperanza de que las operaciones les harán felices a ellos también.

En las noticias sobre la sentencia del Tribunal Supremo que condenan a la Xunta de Galicia a pagar la operación de Charlotte Goiar, se acompañan algunas declaraciones de ella. «No he sido feliz un sólo día de mi vida». Ella sueña con nacer de nuevo en la cuarta década de su vida “y encontrar alguien que me dé trabajo, y un hombre que me quiera”. Y espera que todo eso ocurrirá cuando se opere. Esa es la promesa de la medicina: si completas el «proceso transexualizador» nacerás de nuevo y en esta segunda vida todo será de color de rosa (porque, al parecer, las personas que no son transexuales no tienen problemas). Cuando Charlotte ya no tenga un pene, se obrará una magia que hará que de repente los empresarios le ofrezcan ese trabajo que antes se le negaba por la presencia en su cuerpo de un órgano genital cuya existencia en realidad los empleadores desconocían.

Esa magia es la que se espera que yo encarne. Es necesario que la causa de mi felicidad sea la acción médica sobre mi cuerpo y mi mente, porque así, las personas que no me conocen de antes, pueden cerrar los ojos y dejarse llevar a través del proceso infalible, como adormecidos en una balsa sobre un río caudaloso, para que cuando por fin despierten, todo haya acabado y puedan ser felices también. Yo estoy bien, luego el proceso funciona.

Y si las personas cisexuales no pueden entender que yo no soy feliz a pesar de ser trans, sino precisamente a causa de ser trans, estas personas trans tan necesitadas de esperanza no pueden enteder que yo no soy feliz a causa de los protocolos y procesos médicos, sino a pesar de ellos. En realidad, ni siquiera se lo plantean. Por eso me preguntan por las hormonas, por las cirugías, y por nada más, porque creen que ahí está la receta del éxito.

Es más fácil pensar eso, que comprender que mi lucha ha sido, la mayor parte del tiempo, contra el proceso médico que ha pretendido encajonar y medir mi identidad como requisito previo a que los cancerberos me permitiesen atravesar las puertas de acceso a los servicios médicos a los que debería haber podido acceder en plano de igualdad con el resto de la población. Nadie me ha regalado nada. Cada gramo de la felicidad que tengo me lo he ganado yo. No me ha venido dado por ningún proceso médico, sino que me he tenido que esforzar primero en asumir quien no soy, luego en aprender quien soy, después en aceptar quien soy, en hacer que los demás lo aceptaran, y a no sentir culpabilidad por nada de ello, ni a sentirme inferior a nadie, ni a permitir que otros me hicieran sentir inferior. Esa lucha todavía hoy continúa.

Y, sí, la posibilidad de modificar mi cuerpo, hace que mi vida sea más feliz, que pueda mantener mi identidad de género con mayor facilidad, especialmente porque cuando me miro al espejo no tengo que pelearme conmigo mismo para comprender por qué yo soy y no soy la persona que se refleja, y porque cuando me desvisto no tengo que repetirme que el tener o no tener pechos no me hace más o menos hombre. Sin embargo, estos cinco años no han sido una pausa hasta «terminar el proceso». Después de la primera sesión con la psicóloga en la UTIG decidí que no iba a permitir que la medicina regulase mis tiempos, y he sido capaz de mantener esa decisión.

Por eso me molesta que se me quiera convertir en la encarnación del éxito del proceso médico. Porque el proceso médico no sólo no me ha regalado nada, sino que me ha quitado mucho (sobre todo, mucha dignidad y autonomía), y porque me jode que ahora el mérito de mi esfuerzo se le atribuya al proceso médico.

Me jode muchísimo que me preguntes cuanto tiempo llevo hormonándome, cuando me salió el primer pelo en la barba, y cuantos gallos tiré el tercer mes. Me jode todavía más que primero  me digas que «hay muy poca información» y luego me pidas fotos de mi torso mutilado cuando escribiendo «mastectomía FtM» o «mastectomía transexualidad», Google coloca este blog en segunda y en cuarta posición respectivamente. Me molesta muchísimo si lloras «ay, ojalá yo pudiera» y en tu país estas operaciones están cubiertas por los servicios públicos sanitarios, como si las pérdidas que tú puedes sufrir fuesen de mayor importancia que las que tuve yo. No soporto que creas que la receta del éxito es la misma que la de la testosterona, y que el volante para la felicidad te lo hace el médico cuando decide que estás preparado para pasar por cirugía. Lo que menos soporto de todo es cuando, al ver que nada de esto funciona, te sientes engañado y maldices a la sociedad que te discrimina y te niega la felicidad.

No hay recetas para la felicidad. La felicidad no es una cosa fácil de conseguir (y si no, podéis preguntárselo a mi amiga Mello, que precisamente hace poco escribía sobre lo mismo). Me jugué todo lo que tenía y lo perdí, con la excepción de a mis amigos, que siempre estuvieron a mi lado. He vivido el momento pavoroso y terrible en que te das cuenta de que ya no puedes estar peor, y he conseguido encontrar fuerzas para levantarme casi todas las mañanas, con hormonas o sin ellas. He probado suerte repetidamente en el amor y cuando no ha salido bien no le he echado la culpa al destino. Me he obligado a trabajar, a estudiar, a escribir y a ayudar hasta superar mi límite por mucho… varias veces. Me he obligado a viajar para ver a mis amigos, cuando me sentía tan desgastado que lo único que quería era dormir. Así es como he conseguido ser feliz. Pregúntame por eso, y no pretendas convertirme en el paradigma del triunfo del paradigma médico, porque te voy a decepcionar. Por favor, sobre todo no me preguntes cuanto me mide el clítoris, porque la respuesta no te va a gustar.

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La trampa de las palabras

Estábamos allí, 10 personas alrededor de una mesa, tratando de tomar una decisión, y entonces llegó la Pregunta. Esa Pregunta con mayúsculas que es tan difícil de contestar. – Si la transexualidad no es una enfermedad ¿Por qué pedís asistencia sanitaria? No sé si fue porque entre las diez cabezas que allí estábamos el debate se había vuelto interesante, o porque ese día había dormido poco y había pensado mucho, pero de repente lo vi claro, y dije algo que nunca había dicho hasta ahora. – Las personas transexuales pedimos asistencia sanitaria, pero no para la transexualidad, ya que atender a la transexualidad significa atender a la identidad de género, y la identidad de género no puede recibir atención sanitaria. En aquel momento me di cuenta de que las personas trans estamos envueltas en una red de palabras, y las palabras son poderosas. Se dice que puede más la pluma que la espada. En los libros de fantasía, los magos utilizan palabras para formar los hechizos que pueden cambiar la realidad. En la vida real, las palabras están creando la realidad de las personas trans (y de las otras personas, también). Si hablamos de «transexualidad» hablamos de personas que «cambian de sexo» (eso, y no otra cosa, es lo que quiere expresar esta palabra). Un «cambio de sexo» que significa una «reasignación». La «reasignación», que significa «volver a asignar» y que es el punto culminante de todo el «proceso». «Proceso de reasignación de sexo», o últimamente «proceso transexualizador» que termina con la «cirugía de reasignación de sexo», por la cual el cirujano, imbuido de poderes mágicos conferidos por su profesión(1) convierte a los hombres en mujeres (y a las mujeres en hombres, pero menos). El «proceso», implica, una serie de actividades que se prolongan en el tiempo, y que deben realizarse en su orden correcto, paso a paso, y durante el tiempo que sea necesario para que pueda completarse con éxito. La «reasignación» significa que la persona que empieza el «proceso», pertenece a un sexo distinto al que pertenecerá cuando el proceso termine. Significa que la persona, mientras dura el «proceso» todavía pertenece a ese sexo, pero que se le está probando a ver si se le puede reasignar al otro. Significa que la persona es una mujer «en proceso», un hombre «en proceso» y transexual «en proceso». En proceso de fabricación, como si fuésemos unos zapatos o un coche. Objetos extraños e inacabados, que deben ser procesados por expertos de la máxima cualificación, y a los que sólo se les puede permitir realizar incursiones «a prueba» como miembros del sexo al que puede que pertenezcan (a través del «test» o «experiencia» de «vida real»). Sólo se les puede permitir acceder a los tratamientos médicos para mujeres como «mujeres a prueba», y a los tratamientos médicos para hombres como «hombres a prueba». Primero una prueba de fortaleza y debilidad mental: resistir/superar la evaluación psicólógica. Luego una prueba de adaptación el «test de la vida real» mientras comienzan los tratamientos hormonales, a prueba. Finalmente, pueden someterse a la operación de «reasignación de género», después de la cual, ya no estarán a prueba, y serán verdaderas mujeres, y verdaderos hombres, y podrán mirar por encima del hombro a esas otras mujeres y hombres que comienzan y «transitan» desde el principio por el «proceso» que ya ellos superaron. Lo peor es que parece que somos incapaces de pensar sin usar estas palabras. Sin usar «transexualidad», «reasignación», «proceso», «test de la vida real». Pero el proceso no existe. Ha sido creado por estas palabras. Una persona pertenece al género al que desea pertenecer, y no hay diferencia entre el «querer ser» y el «ser». Esto es el derecho a la libre autodeterminación de la identidad de género: que cada persona puede decidir por si misma y en libertad, quien es, y que en ese «quien soy» se comprende cual es el género, puesto que la identidad propia no puede desvincularse del sentimiento de pertenencia a un género, sea este mujer, hombre, o cualquier otro. Si aceptamos esto, no puede haber «reasignación», y mucho menos «reasignación quirúrgica». El «proceso de reasignación» debe ser substituido por el libre desarrollo de la personalidad, incluyendo el libre desarrollo del propio género y de la expresión del género. Cuando hablemos de los tratamientos médicos solicitados (voluntariamente, y sin obligación) por las mujeres «transexuales», habrá que despojarlos de toda la carga taumatúrgica, mística e ideológica que han venido ostentando. Habrá que hablar de «cirugías de reconstrucción de sexo», puesto que eso es lo que se hace: mover los tejidos de un lugar a otro y moldearlos para reconstruir los genitales. Algo que se viene haciendo desde hace décadas a aquellas personas «intersex» cuyos genitales no son exactamente como se supone que tienen que ser los genitales de las personas del sexo al que se les ha asignado. Es jodido, porque si empezamos a hablar así, no habrá manera de distinguir entre los tratamientos que se dan a las personas transexuales, y los tratamientos que se dan al resto de personas. Pero es que no se puede distinguir, porque distinguir es discriminar, y discriminar está (o debería estar) prohibido. Es jodido que un día un cirujano pueda estar haciendo una faloplastia a un hombre que no tiene pene (por haberlo perdido en un accidente de tráfico), y otro día pueda estar haciendo una faloplastia a un hombre que no tiene pene (porque nunca lo tuvo), y tenga que atenderlos a los dos igual, con el mismo derecho, y sin haber sometido previamente al segundo a varios años de pruebas y humillaciones. Es jodido, porque un médico puede tener que nivelar los niveles de andrógenos y estrógenos tanto a la niña que le están saliendo demasiadas espinillas como a la niña que le está saliendo la barba. Las dos van a poder estar en la misma sala de espera, sentadas la una al lado de la otra, y nadie va a poder encontrar la manera de obligar a la segunda a convertirse en un hombre hecho y derecho. Sería muy jodido, porque lo que más jode a las personas, lo que más nos aterra, es la libertad de las otras personas. Tan jodido como permitir que las mujeres se sienten al lado de los hombres en la iglesia, que los negros viajen en los mismos autobuses que los negros, que los pobres tengan el mismo derecho al voto que los ricos, y que los homosexuales se puedan casar y formar una familia. Porque si no podemos distinguir, entonces todos somos iguales ¿Cómo conseguiremos, pues, ser mejores que alguien? ¿Sobre quien tendremos poder? —————————————- (1) El otro día, en un grupo trans de Facebook, una estadounidense contó este chiste: Una enfermera muere y va al cielo. Cuando llega a las puertas del Paraiso, se encuentra con San Pedro que le da la bienvenida y le pregunta algunas cosas sobre su vida. Mientras hablan, la enfermera ve que sobre una nube hay un hombre vestido con bata blanca, que lleva un estetoscopio al cuello. – ¿Es un médico? – pregunta la enfermera a San Pedro – No, sólo es Dios, que se cree que es médico. Imagen: photophilde

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Dando por culo hasta el final.

Perdón por el título de la entrada, pero es que la cosa tiene tela. Empecé el trámite del cambio de nombre y etc el día 1 de marzo, pero como lo envié por correo, no entró en el registro civil hasta el día 5 de ese mes. La magistrada tardó un par de meses en resolver (lo cual, en las condiciones lamentables en que está la administración, es razonable). Ahora llevan dos meses para enviarme la partida de nacimiento nueva, aunque en realidad, desde que me di de alta en la seguridad social, he dejado de tener mucha prisa con este tema, porque al ser legalmente mujer pago un 30% de cuota que si fuese hombre (me ahorro unos 70€ mensuales), y aunque la cosa no compensa… la realidad es que tampoco me viene mal del todo, dado lo triste de mi situación económica actual.

El problema es que no sé cuando van a resolver. ¿Me llegará la notificación mañana? ¿La semana que viene? ¿A principios de agosto? ¿En noviembre? Si tardan más de tres meses, reclamo, pero después de que haya reclamado, tienen otros tres meses para responder, y si para entonces tampoco han respondido, ya casi me costará menos trabajo esperar a navidad e ir yo mismo al registro civil de Barcelona a pedirles la partida de nacimiento.

La consecuencia de ese problema es que tengo que reservar un billete de avión para primeros de septiembre, y no sé cómo me voy a llamar para entonces. La lógica apunta a que lo reserve al nombre actual, y contrate algún tipo de seguro que permita o facilite el cambio de nombre del billete, en caso de que para entonces yo me llamase de otra forma. Eso sería mucho más lógico que pedirlo a un hipotético nombre futuro, y luego tratar de cambiarlo al nombre actual… Eso sería mucho más difícil de conseguir, con muchas probabilidades de perder el billete.

Pero ¿y si me envían la partida de nacimiento nueva justo después de haber comprado los billetes de avión, y la compañía aerea se niega a cambiar el nombre? Teniendo en cuenta que voy a viajar con Ryanair, es lo más probable…

El nombre del billete y el nombre del documento de identidad que se presenta deben coincidir. Si no, no te puedes subir al avión. Y no podría usar mi viejo pasaporte porque, seguramente tendría algún tipo de problema al pasar el control de la Guardia (cuando estudiaba turismo no nos explicaron el protocolo a aplicar en estos casos, pero sospecho que no se pueden tener dos pasaportes legales, a dos nombres distintos, como si fuese un criminal internacional de película americana), con altas posibilidades de quedarme en tierra y de pasar por un desagradable interrogatorio. Así que opción en ese caso sería joderme, y esperar hasta después del viaje para hacerme el DNI nuevo (tienes 6 meses para cambiarlo). Sin embargo, para notificar la rectificación registral de sexo en la Seguridad Social, y empezar a pagar la cuota completa, tengo sólo un plazo de 6 días. Me haría mucha gracia quedarme compuesto y sin DNI, y pagando la cuota completa de Seguridad Social… Una risa…

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Recibir correo siendo trans y sin cambiar el DNI: solucionado.

Uno de los principales problemas que me he encontrado a causa de no poder cambiar el DNI son los problemas para recibir el correo (el otro es el mal trato en los hospitales, y el tercero, la falta de reconocimiento de género en la UNED). Con el correo ordinario, no pasa nada, te lo mandan a la dirección que quieras. El problema es el correo certificado, los paquetes, etc… y resulta que desde que he abierto la.trans.tienda, recibo mucho de eso.

La opción fácil parecía poner como destinatario el nombre que aparece en el DNI, pero al no recibir los paquetes en casa, sino en la tienda, los carteros y mensajeros me miraban raro. Algunos no se fiaban, y he tenido que enseñar el DNI. Si recibiese el correo en casa, eso no me pasaría, ya que la norma dice que el correo se puede dejar a cualquier persona que se encuentre en la vivienda (salvo excepciones, como los giros postales, envíos en los que se especifica que debe recibirlos una persona en concreto y nadie más…), pero como una tienda no es una vivienda… podría darse el caso, por ejemplo, de que la dirección estuviese mal, y yo me estuviese aprovechando del equívoco para quedarme con el correo de otra persona.

Poner los envíos a nombre de Pablo, resolvía este problema. Lo malo es que si alguna vez coincidía que el envío no llegaba en mi horario laboral (los envíos tienen la mala costumbre de llegar justo el día que, por lo que sea, no puedo abrir la tienda), conseguir que me lo entregasen en la oficina es muy difícil. En realidad, ni siquiera tienen por qué entregármelo.

De repente, el mes pasado se me encendió la bombillita. ¡Se me ocurrió la solución! ¿Y si pedía que me lo enviasen a los dos nombres? Dicho y hecho, lo probé. En la siguiente compra que hice, pedí al proveedor que realizase el envío a nombre de Pablo y Elena Vergara, «para que podamos recogerlo ambos». Ningún problema. En realidad, todos mis proveedores creen que la persona cuyo nombre figura en las facturas (Elena), y la persona que firma los e-mails (Pablo) son dos personas distintas (¿Hermanos? ¿Matrimonio? Bueno, ya estoy acostumbrado a mantener relaciones incestuosas conmigo mismo…), así que no les resulta extraño que les pida que hagan el envío a nombre de los dos. Para la persona que tiene que entregar el paquete, es tranquilizador ver que la apariencia de la persona que lo recoge corresponde más o menos con lo esperado según el nombre, aunque igual podría recoger paquetes correspondientes a otras personas, porque no me piden el DNI, y si alguna vez me lo pidieran, como el nombre que aparece completo (Elena Vergara) es el de mi DNI, pues… también solucionado. A nivel psicológico mío, también está todo bien, porque realmente soy Pablo y Elena Vergara. Ahora me siento identificado con Ortega y Gasset, que era una sola persona, pero mucha gente cree que eran dos.

Lo difícil puede ser acordarme de decirlo cada vez que tenga que recibir un paquete, pero eso ya depende sólo de mí.

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Esos pequeños detalles…

El otro día fui a renovarme el DNI (con el nombre de antes, pero es que lo tenía caducado, y nunca se sabe cuando eso puede ser un problema. Estaba «aguantando», a ver si daba tiempo de que me llegase la partida de nacimiento nueva y ahorrarme un viaje, pero como vaya usted a saber cuanto tarda eso… al final no me ha quedado más remedio que renovarlo).

Nada más empezar, la funcionaria se dirige a mí como «Elena». Un cálculo rápido sobre si merece la pena sacarla de su error o no, da como resultado que sí, que merece la pena sacarla de su error,  porque acabamos de empezar, todavía vamos a tener que hablar mucho rato, y mejor una vez colorado que ciento amarillo. Así que le digo que me llamo Pablo, y se produce una situación ligeramente incómoda, en la que la señora no sabe si enfadarse porque me he tomado mal que me llame Elena, o si disculparse. «Es que aquí pone Elena, y no llevas un sello en la frente que ponga Pablo», dice. «Claro, por eso le tengo que decir que me llame Pablo, porque si no, es imposible que usted lo sepa de otra forma», respondo yo, también un poco incómodo, porque ella todavía está optando entre enfadarse o disculparse, y yo no quiero que haga ninguna de las dos cosas. No necesito que se disculpe (lo de que es imposible que sepa como me llamo si no se lo digo, no lo digo por contentarla, lo digo porque es verdad), y, desde luego, prefiero evitar que cualquier persona se enfade conmigo. Al final me salgo con la mía, y ella ni se disculpa, ni se enfada. Todo está amistosamente aclarado.

Me comenta que no sabe muy bien cual es el trámite, pero que, le parece que debe ser difícil cambiar el DNI, y que lleva mucho tiempo. Yo le digo que sí, que llevo cuatro años con ganas, pero que ya me falta poco, y que con un poco de suerte en unas semanas estoy de vuelta por allí para hacerme un DNI nuevo. Ella me cuenta que en Motril ya hay otras personas que lo han conseguido, y que ella misma ha atendido a una chica trans que lo consiguió, cosa que le parecía muy bien ya que el nombre de antes no le pegaba para nada. «Una chica muy guapa, jovencita». Se notaba que se alegraba de que ella hubiese podido cambiar el DNI, y que le gustaría que no fuese tan difícil… creo que en parte porque si nos dejasen cambiar el DNI, ella y el resto de personas que trabajan identificando a la gente con el DNI, se ahorrarían situaciones incómodas e innecesarias. ¡Pues claro que sí! Obligar a la gente a llevar una identificación que no le identifica, no beneficia a nadie. ¡Sólo perjudica! Y no hace falta ser policía para darse cuenta. ¡Es de sentido común! Lo que pasa es que el sentido común suele ser el menos común de los sentidos…

Me indica que ponga el dedo en la maquinita. Hay que ponerlo sobre el cristal y girarlo. Es un movimiento muy sencillo, y ella me lo explica correctamente. Yo no lo entiendo y lo hago mal. Al final ella coge mi dedo y me lo mueve para que vea lo que me quería decir. Luego sonríe y comenta «siempre son los hombres los que no lo entienden. Las mujeres lo hacen bien a la primera…». Ya me ha dejado contento para toda la semana. ¡Qué fácil es hacer felices a las personas trans!

Muchas veces he visto en otrxs esos pequeños detalles que te parecen típicamente masculinos o femeninos, y que es imposible aprender. Los veo especialmente en mi amiga Marta, que es muy bruta para algunas cosas (ella misma lo dice je,je,je), y sin embargo es bruta con un estilo femenino. Es decir, normalmente se considera que «ser bruto» es una característica masculina, y muy poco femenina, pero en ella es una forma femenina de hacer las cosas… con una falta de delicadeza que no verás nunca en un hombre. No sé explicarlo mejor, pero los detalles que ella tiene en su forma de ser la hacen mucho más femenina que los amaneramientos exagerados de algunas chicas trans que se esfuerzan en poner de relevancia su feminidad llevando a cabo comportamientos estereotípicamente femeninos, que, sin embargo, probablemente no se corresponden con su forma de ser mujeres. Veo esos pequeños detalles en muchas de las reacciones de mi amiga Kim, que tanto me recuerdan a la forma de pensar de mis abuelas (pero nunca me recuerdan a mis abuelos). Cosas que me enternecen, y al mismo tiempo me hacen pensar que sí debe haber algo, más allá de las construcciones sociales de género.

Sin embargo, rara vez las veo en mí mismo (porque verse a uno mismo es muy difícil). El otro día, leyendo el blog de Ismael me di cuenta de que también había una coincidencia entre él y yo, que es que los dos decidimos «salir del armario» con las personas más cercanas (él con su madre, yo con mi novio de aquella época) en el peor momento y de la manera más directa y carente de tacto posible. Me ha gustado saber que yo también tengo esos pequeños detalles masculinos que no se aprenden. No sé por qué. Ni siquiera se si será una actitud criticable desde un punto feminista, o si tendré problemas y recibiré burlas y críticas por decir que me agrada ver estos detalles en otras personas y saber que yo los tengo, así que es una suerte que lo teóricamente criticable de mis agrados o desagrados me importe un pimiento. Supongo que las personas que se sienten cómodas con su rol de género (consciente o inconscientemente elegido) encuentran agradable que se les refuerce su «pertenencia» a dicho género. O algo así.

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¡Enhorabuena Argentina! ¡Y gracias!

El día 8 de junio el Senado argentino aprobaba por unanimidad (50 votos a favor, 1 en contra, ninguna abstención) la Ley de Identidad de Género. El debate social había tenido lugar mucho antes, cuando el proyecto se encontraba en el Congreso, y una vez aprobado ahí, el paso por el Senado parecía bastante pacífico.

Han sido muchos años de trabajo por parte de lxs activistas trans argentinos. Una de las personas que impulsaron que esta Ley llegara a hacerse realidad, murió en el intervalo de tiempo transcurrido desde su aprobación en el Congreso hasta su aprobación en el Senado, que de tan largo como fue, empezaba a resultar inquietante.

Pero, finalmente, el proyecto se ha convertido en Ley, y es, sin lugar a dudas, la mejor Ley del mundo. No sólo eso, es una Ley que desafía muchas cosas.

– Reconoce explícitamente el derecho a la identidad de género: al reconocimiento de la identidad de género, al libre desarrollo de la personalidad conforme a su identidad de género, y a ser tratado conforme a su identidad de género, yendo mucho más allá de la simple interpretación de la identidad de género como una faceta del libre desarrollo de la personalidad, o del tratamiento conforme a la identidad de género como una faceta dentro del difuso ámbito del respeto.

– Define identidad de género como «la vivencia interna e individual del género tal como cada persona la siente, la cual puede corresponder o no con el sexo asignado al momento del nacimiento, incluyendo la vivencia personal del cuerpo. Esto puede involucrar la modificación de la apariencia o la función corporal a través de medios farmacológicos, quirúrgicos o de otra índole, siempre que ello sea libremente escogido. También incluye otras expresiones de género, como la vestimenta, el modo de hablar y los modales.» Va más allá de la simple concepción de que una persona trans es aquella «cuyos sentimientos no corresponden con los genitales», que «ha nacido en un cuerpo equivocado», y el resto de tópicos que, pudiendo ser ciertos para muchas personas, no son ciertos para todas, y que no pueden significar una gradación en el acceso a los derechos civiles de la persona.

– No exige más requisito que el ser mayor de 18 años. Lxs menores de 18 años, podrán solicitar el reconocimiento de género con el consentimiento de sus representantes legales. El texto de la Ley no exige la nacionalidad argentina, por lo que supongo que aquellas personas que residen allí pero no tienen la nacionalidad, se verán amparadas por ella.

– Admite la posibilidad de sucesivas rectificaciones registrales, pero sólo si cuenta con autorización judicial.

– Reconoce el derecho al acceso a tratamientos hormonales y quirúrgicos a través de los diferentes sistemas públicos de salud. El único requisito que se exige es el consentimiento informado. No se exige diagnóstico psiquiátrico. No se exige la intención de someterse a ningún tipo de cirugía para acceder a los tratamientos hormonales. No se exige haber recibido tratamiento hormonal para, ni, desde luego, haber superado la Experiencia de la Vida Real para acceder a las cirugías de reasignación genital. Sólo queda una cosa que añadir: chuparos esa WPATH, y APA. (Y mis recuerdos para la Dra. Esteva y el Dr. Becerra, que supongo que estarán muy preocupadxs pensando en las hordas de personas que «se van a equivocar» y van a «cambiar de sexo» sólo para descubrir dentro de unos años que han cometido un terrible error. ¿Qué será de todxs esos transexuales trastornados y medio tarados, si no están los médicos benefactores para impedir que se sometan a tratamientos médicos perjudiciales? Yo digo que lo que ocurrirá será que, a partir de ahora, todxs lxs trans argentinos ganarán en tranquilidad y estabilidad emocional, pero… quien lleva razón, lo veremos a no mucho tardar.)

Esta Ley es «hija» de la Ley 3/2007 española. Nuestra Ley, que en su momento fue revolucionaria, se ha quedado anticuada en tan sólo cinco años. La práctica ha demostrado, además, que el proceso continua siendo demasiado largo, dependiente de la arbitrariedad de los médicos, y, en ocasiones, también dependiente de la arbitrariedad de lxs jueces de los Registros Civiles, quienes tienen la capacidad de paralizar el proceso por el método de exigir requisitos tales como que se confirme la autenticidad de los informes médicos. En mi caso, con una ley como la de Argentina, yo habría solicitado la rectificación en enero de 2009, que fue cuando asumí una identidad de género masculina y tuve libertad suficiente para poder manifestarla públicamente. Con la actual Ley, tres años, cinco meses, y doce días más tarde, todavía no he podido cambiar los papeles. Tres años durante los que cualquier mínimo contacto con las administraciones públicas se ha convertido en una tragedia que ha desembocado en un reguero de reclamaciones a mi paso (una vez más, lo digo… reclamad. Reclamad por todo, hasta por lo más mínimo. Las reclamaciones funcionan, y no tenéis por qué ser tolerantes con quienes no os toleran.)

La Ley 3/2007 de España se ha quedado anticuada al lado de la argentina. Pero igual que la Ley argentina ha sido hija de la nuestra, ahora podemos pensar que llegará un día en que nosotrxs tendremos una ley que será hija de la Ley argentina, y será tan buena como ella, e incluso más completa, atendiendo los problema que probablemente surgirán cuando la Ley argentina comience a llevarse a la práctica. Así que, sólo por eso… ¡Muchas gracias!

También muchas gracias por otra cosa. Hasta hace poco, las transexuales conservadoras decían tontamente que «exigir dos años de hormonación es demasiado… seis meses estaría bien». Este debate estuvo sobre la mesa en las jornadas sobre transexualidad que la FELGTB organizó el año pasado (en marzo, según creo recordad). Muchas, pero muchas, de las personas presentes sostenían que había que retirar la exigencia de diagnóstico para solicitar el reconocimiento legal de género, pero que había que manener un cierto periodo de hormonación, porque si no, cualquiera podría cambiar de nombre y sexo, y esto sería un sindios que «confundiría a la gente» y haría que creciese la violencia sobre las transexuales, que al ser puestas dentro del mismo saco de otras personas que no son verdaderamente transexuales, sufrirían la consecuencia de que nunca tendrían un reconocimiento social de su género. Podría mencionar a activistas trans, con nombre, apellidos, y enlaces a textos suyos defendiendo semejante estupidez, pero… errar es humano, y rectificar es de sabios. Dejemos que rectifiquen.

Gracias a la aprobación de esta maravillosa Ley argentina, ese debate ha quedado cerrado definitivamente. Las mismas personas que antes defendían a muerte todo ese cúmulo de disparates, y nos atacaban con saña a quienes defendíamos que la identidad de género debía ser reconocida sin requisitos médicos previos, ahora ensalzan la Ley argentina como «la mejor Ley del mundo», y miran esperanzadas a un futuro en que España tendrá una ley así. La celebran y la ponen como ejemplo a seguir. ¡Muchas, muchísimas gracias a lxs argentinxs!

Por último, un país entero se atreve a desafiar las normas de cuidado de la WPATH y de la APA, y van a demostrar, sin necesidad de retórica ni de discusión teórica alguna, a través de la práctica pura y dura, que las personas transexuales no somos un puñado de perturbadxs mentales que estamos tan locxs que sólo podemos ser tratados tras una serie de pasos muy especiales, difíciles, calculados y correctamente orquestados, no por un sólo médico, sino por un equipo pluridisciplinar completo. Pues no. Podemos decidir por nostrxs mismxs lo que necesitamos, lo que no necesitamos, y cómo lo necesitamos, y por fin, en sólo un lugar del planeta, algunxs de nosotrxs estarán libres de la tutela médica que nos convierte en menores de edad. Cuando el mundo no se hunda, no quedarán argumentos para continuar controlándonos como se ha venido haciendo hasta ahora, igual que ocurrió cuando algunos paises comenzaron a permitir el matrimonio homosexual (España fue pionera), y se vió que los demonios no ascendían del infierno para llevarnos a todos con ellos. Así que, por eso también… ¡Muchas gracias!

Podéis encontrar el texto completo de la ley aquí.

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Por un rato se me ha terminado la paciencia.

La semana pasada me llegó una tarjeta de crédito a mi casa, por correo certificado, pero como no estaba, no pude recogerla. Venía a mi nombre, es decir, a nombre de Pablo, porque es el nombre que di cuando me la hice.

En realidad, en el momento de dar los datos ya prevía que iba a tener problemas con el nombre, aunque no me imaginé que los problemas serían con correos. Pensé que el problema sería para que me la aceptaran al pagar, pero me dio igual, porque en realidad no la necesito, y la empresa que la emite sí necesita hacérmela a mí. Di mi nombre porque no me salió de los… pies insultarme a mí mismo diciendo que soy una persona que no soy.

Fui a correos y expliqué la situación. La funcionaria no entregó la carta, aunque sospecho que de verdad se creyó que el envío era para mí. Sin embargo, la normativa de correos es clara: los certificados se entregan únicamente al destinatario, que demuestra que lo es presentando su carnet de identidad. Me dijo que si quería, que fuese por la mañana, que está el director. Tenía que ir a las 8:30 de la mañana, que es cuando abren, para no tener que hacer cola. Me dio pereza, y no fui. Llegar allí a las 8:30 a mí me supone tener que dormir una hora menos, y esa carta no era algo tan importante como para dedicarle ese esfuerzo.

Mi paciencia se acabó cuando el viernes llegué a la tienda por la mañana y descubrí dos cosas: primero, que el cartero no había hecho huelga (yo sí), y segundo que justo ese día me había traido un paquete, que yo no había podido recibir por tener la tienda cerrada. Dicho sea de paso, el principal motivo por el que cerré fue que un amable piquete vino a comprar pegamento para estropear las cerraduras de la gente que se sabía que iba a trabajar el jueves, y a mí esa información me bastó para convencerme de que era mejor cerrar que abrir, sobretodo teniendo en cuenta que los días de huelga la gente ni siquiera va a comprar, porque no saben si se encontrarán la tienda cerrada.

El paquete iba a nombre de Pablo, y esta vez no fue error mío, sino del remitente, que posiblemente se lió entre el nombre de usuario en la web donde lo compré, y el nombre del destinatario del envío.

De modo que ahora me toca ir a Correos, perder una hora de sueño, y tratar de convencer al director de la oficina de que me de el paquete. No tiene por qué hacerlo. En realidad, no debería hacerlo, según la normativa de Correos, que en ese sentido es muy estricta. Me llevaré todos los papeles de los médicos, y el resguardo de la solicitud de cambio de nombre, y mi mejor sonrisa, a ver si cuela. Si no cuela, me jodo.

Hay dos tipos de discriminación: la directa y la indirecta. Discriminación directa sería no entregarme el paquete viniese a nombre de quien viniese. Discriminación indirecta (estructural que diría nuestro Ministro de Justicia, el Sr. Gallardón) es que cada pequeño y estúpido contacto que tenga con la administración se convierta en una tragedia. No puedo estudiar bajo mi propio nombre en la UNED. No puedo ir al médico sin que alguien vocee mi nombre legal, ni mucho menos a sacarme sangre. El número de la tarjeta sanitaria debe estar para despistar al personal y dar la sensación de que cada paciente tiene una identificación única, porque si por casualidad se borra o tacha el nombre en los volantes para análisis de sangre, todas las enfermeras (no sé por qué son siempre mujeres) se ponen de los nervios (aunque en cierta ocasión alguien se equivocó y sacó los resultados del análisis a nombre de mi hermana, y llegó perfectamente a las manos del médico. Y ahora recoger un paquete de correos parece misión imposible.

Hay dos formas de evitar todo esto: o controlarnos menos (creo que la gente no es consciente de la cantidad de veces que enseñamos el DNI al cabo de un año. En los últimos tres años y medio yo debo haberlo mostrado cientos de veces), o que me hubiesen permitido cambiar de nombre y sexo legal cuando cambié de nombre y sexo legal socialmente. Ah, pero si se hiciese cualquiera de las dos cosas, nuestra civilización se hundiría, y sería la anarquía.

Sin embargo, ha habido momentos en la historia en que nadie tenía DNI, y no pasó nada. Y no creo que el efecto mágico apocalíptico de un cambio de nombre y sexo legal sea distinto si lo haces cuando efectivamente cambias de identidad, o si lo haces casi cuatro años más tarde. En mi opinión, el mundo seguiría girando exactamente igual. Supongo que para mucha gente el riesgo de que me equivoque y el mundo se acabe si dejamos que la gente sea quien quiera es demasiado grande como para probar a ver que pasa.

Mi único consuelo es que, con el 30% que la seguridad social me descuenta por ser legalmente mujer me llega más que de sobras para pagar los gastos de envío del paquete, en caso de que tengan que remitírmelo de nuevo. Lo malo es que entre que hace el recorrido ida y vuelta a China vete a saber cuanto tiempo pasa

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Dos años de hormonación (y II)

Así pues, como se ha visto, conseguir el primer requisito para poder cambiar de nombre no consiste en un sólo paso, sino que es un proceso largo complejo: autoreconocimiento, acudir al médico de cabecera, que te dervien a la UTIG (que tampoco es nada fácil ya que, o bien el propio médico no sabe hacerlo ni sabe dónde informarse, como me pasó a mí, o, si te está atendiendo un psicólogo o psiquiatra de salud mental en la seguridad social, es posible que «se resista» a enviarte, y que te pida esperar hasta que «lo tengas claro». Aquí se pueden ir, perfectamente, dos o tres meses de tiempo), ir a la UTIG durante tanto tiempo como tu psicólogx o psiquiatra considere necesario (con plus de dificultad si en tu Comunidad Autónoma no existe tal Unidad, porque te tocará trasponer a Málaga, aunque existan otras unidades que estén más cerca, ya que Málaga es el único Centro de Referencia nacional), hasta que al final te dan el dichoso papelito (o no te lo dan, que también hay casos de eso). Durante todo este tiempo, por cierto, no puedes emigrar de España, ya que el papelito debe expedirlo un psicólogo o psiquiatra español, o con licencia para ejercer en España.

Ahora, puedes ir a por la segunda prueba de la gymkana. Certificado de que has estado dos años en tratamiento, expedido por el médico que dirija tu tratamiento. En este caso la ley no exige que sea un médico español, pero habría que ver que dirían en el Registro Civil si llevas un certificado de otro sitio.

Lo primero que necesitas es empezar a hormonarte, que eso es fácil dentro de la Seguridad Social, y un poco más difícil fuera, porque no hay muchos endocrinos que lleven ese tipo de tratamientos (pero haberlos, haylos, yo conozco a dos). Luego, dejar pasar dos años. Tampoco es muy difícil dejar pasar el tiempo, pero sí es aburrido.

En este tiempo, tu cuerpo empieza a cambiar, y, si tienes suerte, como es mi caso, ya tienes un medio más de prueba para demostrar que eres hombre o mujer. «Tráteme según lo que ve», decía un conocido mío, a quienes no sabían como tratarle. Yo nunca he necesitado verbalizarlo. Pero funciona, porque a estas alturas de la película, la gente ya no me pide que les demuestre que soy un hombre. Ahora la pregunta es: «¿Por qué no te dejan cambiar el DNI?» Y es que el conflicto se ha empezado a producir del revés… lo que tengo que demostrar, en las ocasiones en que es necesario mostrar mi DNI a desconocidos, es que soy una mujer… cosa que no hago (excepto mañana, cuando vaya a darme de alta como autónomo, que a las mujeres les hacen… digoooo… nos hacen un 30% de bonificación).

El nivel superior dentro de esta categoría, son las cirugías, sobretodo la reconstrucción genital. «Operación de cambio de sexo», le dicen algunos. «Cirugía de reasignación de sexo», dicen otros, como si la intervención del cirujano tuviese la virtualidad de transmutar, con la reconstrucción de tu cuerpo, la esencia de tu espíritu, convirtiéndote por fin em una mujer u hombre de verdad.

«Soy mujer, porque tengo cuerpo de mujer». Es la prueba definitiva, hasta el punto de que, una vez realizada tal cirugía, cualquier razonamiento en contra es muy difícil de oponer. Una vez que te operas, los que tienen que demostrar que no eres mujer, son los otros. Y encuentran argumentos, pero son débiles, porque en el fondo saben que uno de los peores miedos de todo hombre es perder su pene, y ni siquiera son capaces de imaginar que un hombre se someta voluntariamente a una operación para quitárselo y hacer con lo que quede de él, bulva y vagina, convirtiéndose así en inofensivas e impotentes (en realidad, si hay hombres así, pero eso daría para otro blog entero). Del mismo modo, la existencia de un pene en un cuerpo, pone inevitablemente ese cuerpo en el lado de los hombres. Del peligro. Del poder.

Entiendo que esta forma de pensar es mucho más fácil, más intuitiva, que pensar «Si soy un hombre, y tengo cuerpo, mi cuerpo debe ser un cuerpo de hombre». Entiendo que hay muchas personas que sólo se sienten verdaderamente hombres o mujeres si se han operado. Incluso entiendo que hay quienes sólo admiten que alguien es auténticamente transexual si se ha operado, o tiene la firme intención de operarse. Sin embargo, como ya decía en la entrada anterior, la verdadera prueba de que eres hombre o mujer es la explicación que te diste a ti el día que te convenciste. La gran mayoría no pensó «me quiero operar, soy hombre (o mujer)», sino «el que sea hombre (o mujer), por fin explica que tuviese tantas ganas de operarme».

Volviendo a mi gymkana, el día 26 hice por fin los dos años de hormonación. Pero eso no completa el juego. Todavía no tengo el papel. Llamé a Málaga el lunes anterior a cumplir los dos años (el día 26 caía en jueves). Volví a llamar el martes posterior a ese día, y me dijeron que la doctora acababa de dar el visto bueno para expedir el certificado. Todavía no me han llamado para decirme que lo han enviado, es decir, que no lo han hecho. Pasado mañana volveré a llamar. Y así hasta que me lo envíen (¿tendré que llegar a poner una reclamación por escrito? ¿Se juntará con mi próxima cita en Málaga, que creo que es en abril o mayo?). Con eso tendré completada la segunda prueba de la gymkana para demostrar, ante el Estado, que soy un hombre.

Luego toca el resto: reunir el certificado de nacimiento (me llegó el miércoles, ha tardado unos 20 días, aunque si lo pides con certificado digital, te lo hacen instantaneamente), y el de empadronamiento (ese es rápido, lo dan en el acto, al menos en mi ayuntamiento). Hacer el escrito, que ya lo tengo preparado, y llevarlo al Registro Civil.

En mi Registro Civil (y en algunos otros) se inventan «pruebas extra». En el mío, por ejemplo, te exigen que hagas una entrevista. Esa entrevista no es obligatoria, y de hecho, me da que es ilegal que te la exijan (no pueden inventarse trámites que no están previstos). Yo supongo que lo hacen por error. La manera de evitar esto es presentar la solicitud por correo. Pero eso vendrá luego. Y luego vendrá lo que tarden en resolver (en algunos sitios, un mes o menos. Aquí, cuatro meses y medio, la última vez que lo intenté, cuando el máximo son tres). Después, ni idea de qué más hay que hacer…

Me queda gymkana para rato. Ya iré contando que tal.

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Dos años de hormonación (I)

El día 26 de enero cumplí los dos años de hormonación, lo que significa que ya tengo el otro requisito necesario para pedir la rectificación registral de sexo y cambio de nombre. ¡Por fin!

La verdad es que estoy muy contento, y hasta me he pillado pensando que, cuando tenga mi carnet de identidad con los datos correctos, si a alguien se le ocurriese decirme que no soy un hombre, ya hasta podría sacarlo y decirle «pues aquí pone que sí. Mira, mira.» Porque, en realidad, de eso es de lo que va todo esto. De acumular pruebas para demostrar a los demás que eres un hombre o una mujer, y así lograr que te traten como tal. Porque no todo el mundo puede tener el privilegio de ser hombre, o de ser mujer: es necesario cumplir ciertos requisitos. Dios-la naturaleza-la biología-la medicina-la ley-la sociedad- así lo establece, y sus normas son inmutables e incontestables (bueno, no tan inmutables, de hecho cambian muy rápidamente, pero los imbéciles del mundo no se dan cuenta y creen que lo que es, ha sido siempre, será siempre, y es cierto para toda la especie humana, pues tienen la certeza de que sus creencias tienen la capacidad de transformarse en realidad. ¿No es cierto, Dra. Esteva? Usted sí que sabe quienes pueden ser mujeres, y quienes hombres, con total seguridad. ¿A que sí?)

De esta forma, lo que parece una cosa muy sencilla (cambiar de nombre y sexo legal, mediante un trámite administrativo para el que se requieren tan sólo dos requisitos) llega a convertirse en una auténtica gymkana con la que una persona transexual puede «divertirse» a lo largo de varios años.

Unx empieza con la siguiente certeza: «soy un hombre», «soy una mujer», aunque todos los indicios y las opiniones de las personas que están a su alrededor indiquen lo contrario. Si opinas una cosa distinta a esas dos, ya la has cagado antes de empezar: nuestro registro civil sólo admite dos posibilidades. Pero puedes nacionalizarte en Australia… allí admiten tres. En Pakistán, han empezado a admitir recientemente cinco (hombre, mujer, hombre transexual, mujer transexual, y Khunsa-e-mushkil, aunque no se permite cambiar de hombre «a secas» a mujer «a secas». Podrás cambiar sólo de hombre a mujer transexual o Khunsa-e-mushkil).

Total, que tú dices «soy hombre» o «soy mujer», y te convences a ti mismx en primer lugar, que es lo más difícil de conseguir, porque hasta el día de hoy no existe ningún rasgo o característica exclusivamente masculina o femenina que puedas encontrar para asegurarte. No hay pruebas que te puedas dar a ti mismx, tan sólo puedes confiar en tu propio criterio, y eso tampoco es tan fácil, sobretodo porque cuando das el paso de asumir que tu identidad de género no se corresponde con la que te han asignado los demás, no te encuentras precisamente en tu mejor estado de ánimo. En realidad te sientes más proclive a creer que se te ha ido la olla de verdad, total y definitivamente.

Sin embargo, mirando atrás, quizá ese haya sido el momento más especial de toda mi vida. Un momento que las personas que no son trans difícilmente pueden tener: el momento en que decides seguir viviendo, cuando ya no querías vivir. Escribiré sobre ello en otra ocasión.

Una vez que te convences a ti mismx (lo que en mi caso ocurrió entre julio y agosto de 2008), tienes que convencer a lxs demás. A tu familia. A tu pareja. A tus amigos y amigas. A tus hijos e hijas, si es que tienes. A tus padres, si aun viven. Evitar que te echen de casa (se de una chica trans que fue denunciada por su pareja por violencia de género, pues la pareja consideraba que decirle que era transexual suponía acoso moral. Un juez imbécil admitió la denuncia. Gracias a eso, esta chica perdió su trabajo y desde entonces está en paro. Curiosamente, al final se reconcilió con su pareja, que ahora tiene que ganar dinero ella sola para mantener a toda la familia). ¿Y cómo les convences? Con los mismos argumentos que usaste para convencerte a ti, contra toda evidencia.

Luego, tienes que convencer a un psicólogx o psiquiatra. Con los mismos argumentos que a todxs lxs demás. Los que usaste para convencerte a ti. Por suerte a estas alturas, ya dominas la situación. Ha pasado mucho tiempo, has dado muchas explicaciones, has respondido muchas preguntas, y has hablado, gracias a internet, con muchas personas trans, que te han ayudado. Consigues el diagnóstico psiquiátrico, que es el primer requisito que te pide la Ley, y que, además, es la «llave» que te permite pasar a la siguiente prueba de la gymkana: las hormonas.

Ahora, con el diagnóstico, ya es mucho más fácil demostrar que eres un hombre o una mujer ante quienes no confiaban en tus argumentos. Puedes mostrárselo y decir «¿Ves? no es algo que me haya inventado yo. Aquí tengo un papel que certifica que soy unx taradx mental en toda regla, y que eso que venía diciendo todo este tiempo era verdad.»

Edit: este post ha sido publicado sin terminar, porque le di al botón de «publicar» en lugar de al de «guardar» como era mi intención, y como lo tengo puesto para que se autopublicite en Twitter después de cada publicación, pues… así se va a quedar. De todas formas, ya era bastante largo.

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Padres 3 – Mundo 1

Desde que empecé mi transición, las navidades han sido un momento muy complicado. En estas fechas viajo a Barcelona y me encuentro cara a cara con familia y amigos a los que no veo durante el resto del año (con algunos ni siquiera mantengo contacto). También son una época en la que la convivencia con mis padres se estrecha, ya que nos alojamos en la casa de mi abuela, que además de ser más pequeña, contiene dos personas más (mi abuela, obviamente, y mi hermana). En el viaje a Barcelona, los tres metidos en el coche durante nueve horas para ir, y otras nueve para volver, da tiempo para hablar mucho. Pero mucho, mucho.

Además, por lo general procuro no mezclar a mis padres con el resto de mi vida. Cuando estoy con ellos, no estoy con nadie más. Eso lo hace todo más fácil para mí, porque es muy complicado mantener el tipo en público cuando tus padres se dirigen a ti en un género que no es el correcto: le dan pie al resto del mundo a que haga lo mismo. ¿Cómo te van a reconocer los demás, si no te reconocen ni tus padres? Al mismo tiempo, mis padres también procuran no mezclarse demasiado en mis asuntos. Creo que, por una parte, los transexuales les damos un poco de asco (y también los maricones y las bolleras. Me parece que no han conseguido librarse de la idea de que nos pasamos todo el día practicando sexo vicioso, sucio y desenfrenado en orgías multitudinarias de flujos corporales y drogas). Por otra parte, sospecho que consideran que ya tienen conocimientos más que suficiente sobre temas trans, a saber: 1) son cosas de gente que se le va la olla, y 2) pretenden influir a la gente para que vote al PSOE son cosas de ideologías de izquierdas (al parecer preocuparse por los derechos de los maricones y ser de izquierdas son dos cosas inseparables, como la lluvia y las nuves).

En navidad, tal separación es imposible, ya que vamos juntos a muchos sitios (comidas familiares, principalmente) y eso supone, inevitablemente, relacionarnos con terceras personas además de nosotros tres.

Lo malo era que siempre que nos relacionábamos con terceras personas, ganaban ellos. Recuerdo muy bien que fue mi tía M.L. la primera que, delante de mis padres, se atrevió a tratarme en masculino, y después, mi tío Ricardo. Pero al margen de ellos, y de algunas pocas personas más (primas, hermana, tío…) para el resto del mundo yo era, simplemente “persona sin nombre de género innombrable”, y cuando no estaba delante, directamente Elena, de género femenino. “Es que, delante de tus padres me da corte”, me decían unos. “Me da miedo ofenderles”, se excusaban otros. Los más honrados, simplemente asumían que lo hacían, y que lo iban a seguir haciendo, sin tratar de explicar lo inexplicable (pero algunas veces, se desahogaban con mi hermana, tratando de buscar una forma mejor de hacer las cosas).

Cada navidad, la ganaban ellos. En la última casi, casi, quedamos empates, pero en la comida del día de reyes, con la familia paterna, remontaron ampliamente, alzándose con la victoria en el tiempo de descuento.

Por suerte, este año no ha habido comida con la familia de mi padre (y si la hubiese habido, no habría ido. Ya no tengo edad de poner el cuerpo y la cara donde no me quieren, o al menos, tengo edad suficiente como para, en caso de tener que hacerlo, no hacerlo gratis), lo que ha facilitado mucho las cosas. Por otra parte, para el resto del mundo se hace cada vez más sencillo y natural llamarme Pablo y tratarme en masculino, mientras que el otro nombre y el otro género se vuelven cada vez más extraños.

Si en otras ocasiones sentí solidaridad, o al menos comprensión hacia la posición de mis padres, este año no la he visto por ninguna parte. En realidad, lo que he visto ha sido que ambos (¡incluido mi padre!) se cortaban y procuraban no tratarme en femenino cuando había otras personas delante. Les he visto solos contra el mundo, e incluso creo que, de algún modo, empezando a preguntarse si tiene sentido continuar tratando de actuar como si no pasase nada, con la esperanza de que a base de ignorarme, se me pase la tontería, y no llegue a hacer realidad algo que… ya es realidad desde hace mucho tiempo. Este año no ha sido el resto del mundo el que ha retrocedido ante mis padres, sino que han sido mis padres quienes han tenido que retroceder ante los demás. Primer punto a mi favor en esta partida… Aunque lo ideal sería que no fuese necesario llevar ningún marcador.

El reconocimiento social de las identidades trans es fundamental. Es un reconocimiento que se construye persona a persona, pero que es mayor que la suma de sus partes, puesto que se convierte en una corriente social que deja aislados a los individuos que quedan fuera de la misma. La única manera de conseguirlo es haciéndonos visibles, pero no sólo visibles por salir en la televisión, reportajes u otros medios de comunicación, sino por ser visibles en nuestra vida cotidiana.

El máximo reconocimiento social es el reconocimiento del Estado. Por eso es tan importante que la ley nos permita cambiar de nombre y sexo legal. No se trata tan sólo de lo desconcertante que es tener dos nombres (el tuyo, y el que pone en las cartas que te trae el cartero, o en las facturas que haces y te hacen). No se trata sólo de la facilidad para encontrar un trabajo, de poder estudiar sin que todos tus compañeros se enteren de si eres trans o no eres trans, de poder pagar con tarjeta de crédito sin que nadie te ponga caras raras, o incluso de poder viajar a ciertos países que se niegan a permitir la entrada a personas trans (ocurrió a una pareja de transexuales judíos, chico y chica, que pretendían entrar en Egipto como turistas). Todo eso es importante, pero quizá lo más importante de todo sea que, si el Parlamento es el representante de la voluntad de las personas que forman la nación, en el momento en que un parlamento aprueba una ley por la que te reconoce, está manifestando, simultáneamente, el reconocimiento por parte de la sociedad en general, de forma incontestable.

La mayoría de la gente, por supuesto, no piensa eso conscientemente, pero quienes están a favor sí piensan “pues me parece muy bien” (cosa que no se habrían planteado antes), y quienes están en contra, seguirán en contra, pero al mismo tiempo pensarán “pues nos tendremos que joder y convivir con ellos”. Esa voluntad de convivir aunque sólo sea porque no queda más remedio, es la que marca la diferencia.

Por eso es tan bueno que en España muchas (no todas) las personas trans podamos cambiar los papeles de manera más o menos sencilla. Mejor sería si el proceso fuese más simple (yo llevo ya más de tres años, y todavía no he podido ni iniciarlo), e incluyese a cualquiera que desease cambiar de nombre y sexo legal, sin mayor condición que la propia voluntad de la persona, pero espero que veré el día en que eso sea posible.

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