Archivo mensual: septiembre 2011

En Galicia con amigxs (I)

Esta semana pasada he estado de viaje. Las Maribolleras (grupo coruñés) me invitaron a participar en el curso de verano “Suxeitos Emerxentes: sexualidades e feminismos contemporáneos”, organizado con la Universidad de Coruña, y con las ganas que tenía de ir a Galicia (especialmente a Coruña, y también a Santiago), me faltó tiempo para decirles que sí. Ya que estaba, les pedí si podían reservarme el avión de vuelta para unos días más tarde, y de camino podía ver a algunos amigos de allí.

Pasé los primeros días en Coruña, asistiendo al curso de verano, porque no tengo muchas oportunidades de ir a jornadas, cursos y conferencias, y cuando surge la oportunidad, la aprovecho. Esta ocasión era, además, muy aprovechable, ya que todas las ponencias (al menos todas las que yo vi, porque me perdí algunas, con mucha pena) eran de gran calidad. Por fin pude poner cara a Pablo Andrade, con el que me hablo por Facebook hace ya bastante tiempo, y a Maria José Belbel, que forma parte del grupo de trabajo contra la experiencia de la vida real, y después de haber cruzado incontables e-mails tenía muchísimas ganas de conocerla en persona (aunque en realidad nos vimos fugazmente en las Jornadas Feministas de 2009, pero fueron tan intensas que hay muchas cosas que no recuerdo de las Jornadas).

También conocí a gente nueva. A otrxs maribollerxs, a un grupo de Oporto que trabaja en el equivalente portugués de nuestras unidades de identidad de género, y otros profesionales de salud que no trabajan en esa unidad, pero a quienes les interesa aprender más sobre cómo tratar a las personas trans que les van llegando. Este grupo era muy interesante por varios motivos. Lo primero que me llamó la atención es que son muy majetes. Muy accesibles. Muy humildes. Lejos del endiosamiento al que nos tienen acostumbrados lxs médicxs españoles que atienden a las personas trans, quienes, al parecer, no tienen nada que aprender y todo que enseñar, este grupo (dos hombres y una mujer) venía a aprender primero, y a compartir sus experiencias en plano de igualdad. Ojalá nuestros médicos pasasen un poco de tiempo con ellos, a ver si se les pega algo.

En segundo lugar, me llamó la atención que tienen consciencia de que los estudios respecto a la salud de las personas trans están en pañales, y, además, les importa. Muchas veces, cuando hablo con profesionales relacionados con temas trans, leo artículos, o incluso hablo con estudiantes de psicología, tengo la sensación de que cualquier esfuerzo por aproximarse a las necesidades de salud de los pacientes trans se hace desde una óptica deshumanizada, como el que estudia un insecto bajo un microscopio simplemente porque a la ciencia le interesa saber cómo funciona. No fue así en este caso. Creo que realmente les preocupaba la situación extrema que las personas trans todavía vivimos en esta Europa en la que “estamos mejor que queremos”. Me dio la sensación de que ellos estaban viendo las lagunas que existen en el campo de la atención sanitaria a pacientes trans, que tan trillado les parece a nuestros médicos españoles, y que realmente les preocupaba qué podía ocurrir, tanto a corto como a largo plazo con lxs pacientes si se les somete a un tratamiento que parte de una serie de premisas que no son ciertas, y que parecen estar formuladas solamente porque cambiarlas, a estas alturas, supondría reconocer que hasta ahora se ha estado actuando de manera equivocada.

Son jóvenes, y eso se nota. Una dilatada experiencia aplicando tratamientos y teorías erróneas es una carga pesada que puede impedir a lxs profesionales de salud mental maniobrar para actuar desde nuevos paradigmas.

Eso lleva a lo tercero que me llamó la atención (aunque realmente, fue lo primero en orden cronológico): en la unidad de Oporto se está tratando a lxs pacientes en régimen de autonomía, no de autorización. Es decir, cuando la persona llega solicitando atención médica, el único filtro es comprobar que no padezca una esquizofrenia que le esté induciendo a pensar que su cuerpo está transformándose y cambiando de sexo, y si esto no ocurre (es una circunstancia que se puede ver en una sola sesión), pues… ya lo que la persona quiera. Se le hace el diagnóstico psiquiátrico de trastorno de identidad de género a nivel formal, porque la administración portuguesa lo requiere, y a partir de ahí, se va ofreciendo al/la paciente lo que vaya necesitando (incluido acompañamiento psicológico, si lo requiere). Supongo que aquí también habrán ciertas limitaciones debidas a la escasez de recursos, como las hay en España, en todas las especialidades, pero eso es otra historia.

Así que ya sólo con haber estado en el curso, iba más contento que unas pascuas. Pero todavía me quedaban tres días más.

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¡¡¡Que se cae el mundo!!!

Hace algún tiempo, la madre de una menor de edad trans contactó con una amiga mía. Se trata de una chica de catorce años que salió del armario siguiendo el ejemplo de Carolina. Para los que como yo no véis la tele, o la veis pero no tenéis ni idea de quién os hablo, Carolina es una chica trans que participó en la última edición de Supervivientes. No sé como lo hizo, pero la conozco en persona, y supongo que no se dedicó a ofrecer carnaza y morbo sexual, porque se trata de una niña muy maja, inteligente, y que lleva toda la vida hartándose de trabajar para sobrevivir… un buen ejemplo, creo.

Pero así están las cosas. La niña a sus 14 años parece que lo tiene muy claro, y a finales del curso pasado incluso empezó a ir vestida de chica a clase. Es más, como entre sus compañeros de clase tiene amigos, ha decidido que quiere continuar asistiendo al mismo colegio. El problema es que se trata de un colegio concertado… y religioso.

Así que cuando la niña, y su madre que la está apoyando a muerte, solicitaron que la tratasen como lo que es, apareciese en las listas y documentos internos con su nombre (cosa que se está haciendo ya sin grandes problemas en muchos centros educativos, sobretodo en institutos andaluces, donde hay bastantes precedentes), entrar en el servicio de las niñas, etc… Digamos que el director no ha hecho una fiesta, precisamente. De hecho, ni siquiera parece muy convencido de que sea necesario hacer algo de eso, ni de que él o alguno de los profesores del centro tengan motivo alguno para hacerlo.

Todavía queda entre muchas personas la idea de que la identidad de género ajena no sólo se puede, sino que se debe imponer, partiendo de la base de que esta viene ya impuesta y predeterminada desde antes del momento del nacimiento por una entidad sobrenatural y sobrehumana conocida como «naturaleza», que tiene unas normas insoslayables, las cuales han de ser cumplidas sí o sí. Claro, si las leyes de la naturaleza son inevitables, es imposible que un hombre sea una mujer, o que una mujer sea un hombre, o que aparezcan opciones que no son ni la una, ni la otra. Si es imposible que eso ocurra, entonces, una de dos: o es una afrenta consciente a las leyes de la naturaleza, una perversión inexplicable e insana que debe ser erradicada, o es un capricho fruto de la inmadurez y de las ganas de llamar la atención. Ninguna de ambas opciones es respetable, ni merece ser reconocida.

Si se respetase a una persona que dice tener una identidad de género distinta a la que las leyes de la naturaleza mandan, podrían ocurrir grandes catástrofes. Por ejemplo, si empezasen a llamar a esta niña que comento por su nombre de chica, tooooodas las mujeres del mundo serían profundamente humilladas en comparación. Si se la permitiese entrar en el cuarto de baño de las niñas, las violaría a todas, una tras otras, repetidamente. Si se la tratase con respeto, tal vez ocurriese lo que ha ocurrido al salir Carolina en la televisión: que otras personas puedan pensar que es divertido enfrentarse a las normas de esa entidad sobrenatural e inconstestable, y apareciesen más niñas, o niños, trans a su alrededor. Muy pronto todas las mujeres del mundo serían reemplazadas por falsas mujeres, y desplazadas de la sociedad por haber sido su lugar usurpado. Las violaciones serían constantes, la intimidad femenina, desparecida. Finalmente, todos los hombres querrían ser mujeres, o, como mínimo, se harían gays, y la especie humana se extinguiría irremediablemente.

¡Que catástrofe! ¡Y todo esto ocurrió por respetar la identidad de género de una niña de catorce años! ¡Horror y pavor! ¡Alguien debe hacer algo para evitarlo! Empezaremos negándole la oportunidad de decidir cómo quiere que la llamen, no respetando su intimidad obligándola a ir al cuarto de baño masculino (un lugar que se ha demostrado que es bastante peligroso para las mujeres trans, y en el que han ocurrido muchas agresiones… aunque también se ha agredido a mujeres trans por entrar en el servicio de las mujeres), decidiendo qué ropa debe llevar, y humillándola en toda circunstancia, hasta que renuncie a vivir en sociedad, y a ser posible, deje los estudios. Así lo tendrá más fácil para llegar al lugar que le corresponde: la zona de prostitución callejera.

Eso sí, todo en aras de mantener la paz social, y el orden natural de las cosas.

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Gimnasio luego soy.

Estaba en el gimnasio, una sala repleta de gente, todos hombres y una sola mujer. Me pregunté por qué no van más mujeres al gimnasio.

Un pensamiento se coló sin querer: «vengo al gimnasio porque soy un hombre». Inmediatamente me di cuenta de que no era verdad. Voy al gimnasio porque me hace sentir bien (las inyeciones de testosterona tienen mucho que ver con eso, todo hay que decirlo). Así que apareció otro pensamiento: «soy hombre porque vengo al gimnasio». Un reconocimiento de que, como con frecuencia hago cosas que generalmente están atribuidas al género masculino, eso indica que yo pertenezco también a ese género. El pensamiento fue descartado de manera fulminante.

«Vengo al gimnasio por diversos motivos. Eso no tiene nada que ver con quien soy.»

Llegar a esto me costó tan sólo diez segundos, tal vez quince, pero si no lo hubiese hecho, seguramente habría sido el preámbulo de una revisión completa de mis hábitos y gustos, más o menos masculinos, más o menos femeninos, no sólo del presente, sino también del pasado, para tratar de descubrir a través de ellos quien soy yo. O, más bien, por qué soy yo. Una revisión que diría que no nos pertenece exclusivamente a las personas trans, sino que quienes no son trans también hacen de vez en cuando para comprobar con qué exactitud se pliegan a los estándares «naturales» de feminidad o masculinidad, y si debería corregir algo, o si, por el contrario, en el fondo se sienten bien no siendo unas barbies cursilonas o unos machotes insensibles (curiosamente ninguno de los estereotipos de género incentiva la inteligencia). Sólo que las personas trans ya sabemos que no cumplimos los requisitos básicos y que, en el fondo, nunca los cumpliremos (por más que haya quien se empeñe en enterrar el pasado, como si hubiese muerto y renacido de manera prácticamente literal), por lo que, para compensar, podemos sentir una cierta tendencia a perfeccionar el rol de género cultural.

Al mismo tiempo, si hemos leido un poco y hemos prestado oidos a otros discursos alternativos (teorías feministas, queer, etc… mal interpretadas), es posible que lo que nos preocupe sea lo contrario: que estemos imitando demasiado bien el rol de género como una forma de sumisión a la norma establecida.

Tanto una idea como la otra son bastante absurdas. Cada cual debería poder hacer lo que quiera, le guste, o necesite, sin recibir por ello un juicio moral, ya sea externo o interno. Parece lógico ¿no? Además, esto ya lo he pensado mil veces, y quizá lo haya escrito por aquí al menos dos o tres veces. Sin embargo, parece que ese pensamiento de autoevaluación aparece de nuevo cuando menos me lo espero. Asumir que soy quien soy, así, sin referencias externas, es una tarea muy difícil.

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