Archivo mensual: abril 2009

Ese DNI chivato…

Hay muchas cosas que no deberían ser como son, y una de ellas es el DNI. A pesar de que los años han ido despojándolo de ciertos datos irrelevantes a nivel administrativo, pero cuyo conocimiento por parte de terceros no es necesario, como el estado civil o la profesión, aún hay algunos que sobreviven.

Por ejemplo ¿por qué tiene que aparecer en el DNI el apartado «hijo de»? Comprendo que en España el linaje siempre fue muy importante, pues nuestros antepasados gustaban de presumir, si no de ser hidalgos, al menos de ser cristianos viejos, y de buena familia.

Aquellos que hoy en día no tienen padre o madre reconocidos (en realidad, de faltar algo, suele faltar el padre), se pueden encontrar en alguna de las siguientes situaciónes: o bien llevan el nombre de un progenitor ficticio, porque hasta hace algunos años las madres solteras estaban obligadas a inventarse el nombre del padre de la criatura, para que en la partida de nacimiento no figurase el típico «Expósito», o bien tienen un espacio en blanco en el lugar de progenitor desconocido, porque no hace mucho salió una ley que permite eliminar de la partida de nacimiento el nombre de ese padre inventado mediante una enmienda (o sea, se tacha y se anota en otro sitio que en realidad no hay tal padre).

De modo que estas personas pueden elegir: o bien «engañan» a la gente diciendo que son hijos de un tal «Fulano» que en realidad no existe, o bien llevan ese espacio en blanco, y asumen que todo el que vea su DNI se va a enterar de los detalles de la vida íntima de su señora madre, que se quedó preñá y no se sabe de quién (en realidad ella probablemente sí lo sabe), que escándalo. Con lo fácil que sería eliminar ese dato del DNI.

Otro dato que no es necesario que figure en el DNI es el sexo.

Bien, queridos lectores, reconocedlo… pensábais que empezaría por ahí ¿verdad? ¡¡No soy tan predecible!! Aunque al final he llegado a ello, o sea, que sí.

A lo que iba. ¿Qué sentido tiene que figure el sexo en el carnet de identidad? Quizá está ahí para que, cuando un individuo de aspecto dudoso se acerque a hablar con un policía, este sepa si debe decirle «señor» o «señora». Otra cosa no se me ocurre, ya que, por lo general, el sexo de cada uno es algo obvio, que «salta a la vista».

De todos modos, de la aparición de ese dato en mi DNI no me puedo quejar, ya que pone «Sexo: m-f», que como todo el mundo sabe, significa «macho follador». Realmente el asunto de practicar el sexo (vale, follar) últimamente lo llevo bastante mal, pero ¿que le vamos a hacer? Si el DNI lo dice, habrá que apechugar con ello.

Y un tercer dato que estorba en el DNI es el nombre. Pero… ese sí que debe figurar. Lo que no entiendo es por qué no me dejan elegir el nombre que yo quiera.

A ver, la ley que regula el tema de los nombres dice que no se pueden poner a los varones nombres femeninos, ni vicebersa. Es decir, a un niño no le puedes poner Juana, ni a una niña Juan. Tampoco se les pueden poner nombres humillantes o de mal tono.

Esto está muy bien, ya que hay que recordar que, cuando nacemos, los que eligen nuestro nombre y nos inscriben en el registro civil son nuestros padres, y no nos preguntan si queremos llamarnos de una forma u otra. Y hay muchos padres que, en aras de un feminismo mal entendido, podrían poner a sus hijos varones «Margarita» y a sus hijas «Antonio» para demostrar la igualdad entre los sexos. Lo cual sería una putada para los hijos, que sólo querían tener un nombre normal.

También están los padres «graciosillos» que serían capaces de poner a su hijo el nombre de su grupo de música favorito. Eso no es un problema si te gusta «Amaral», que en realidad es un apellido, pero cuela como nombre. Lo malo es que seas fan de «Extremoduro», «La polla record», o grupos de nombre similar. Que no es que me parezca mal, a cada uno le gusta la música que le gusta, pero ponerle ese nombre a un hijo es de tener muy malas entrañas.

Sin embargo… ¿qué pasa con los que queremos cambiar de nombre al llegar a la mayoría de edad? Cuando uno cumple los 18 años, se imagina que ahora ya va a poder hacer todo lo que quiera. Irse de casa de los padres (juas), comprarse un coche (juas, juas), ponerse tatuajes y piercings hasta en el carné de identidad… ¡¡¡De todo!!! Pero, cágate lorito, que si lo que quieres es ponerte otro nombre, no te dejan.

Así que si eres fan de «Extremoduro» y te quieres llamar así por propia voluntad, o tus amigos llevan toooooda la vida llamándote «La niña de los donuts» y quieres que ese sea tu nombre legal, pues te jodes. Además, probablemente, «la niña de los donuts» no van a dejar que te llames, porque sólo permiten dos nombres simples, o uno simple y uno compuesto (no sé como consiguieron que admitiesen en el Registro Civil a «Felipe Juán Froilán de Todos los Santos» si eso son tres nombres simples y uno compuesto).

O si yo, simplemente, quiero que en mi DNI ponga «Pablo». Pues no, mala suerte. Te esperas a que pasen unos cuantos años, y entonces, cuando por fin hayamos reconocido que eres un tío, te dejaremos que te pongas otro nombre. Pero no un nombre cualquiera, tiene que ser nombre de tío. Si quieres nombre de mujer, te quedas como estás.

La otra opcción, por la que optaban muchas personas transexuales antes de que saliese la ley de identidad de género, era ponerse un nombre ambiguo. Por ejemplo, Indiana, Andrea, Alix, Camino, Reyes… Era mejor llevar un nombre falso que tener más barbas que Salomón y llamarse «Cristina», o tener dos tetas como dos carretas, y llamarse «José Ramón».

Vale, la verdad es que con el tema de la ley de identidad de género hemos avanzado mucho, pero sigo pensando que los datos de «Hijo de Fulano y Fulana» y «Sexo», no deberían aparecer en el DNI.

Y que cada uno debería escoger su propio nombre, leñes.

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Visibilidad

Hace algunos años, cuando empecé a plantearme que no era una chica, no había internet. En los medios de comunicación salía alguna que otra chica transexual, siempre asociadas a espectáculos provocativos, o, en un plano más profesional, Bibi Andersen, que también despertaba mucho morbo.

Así que habían personas que querían cambiar de sexo, pero… ¡¡¡yo no quería ser como ellas!!! Para empezar, parecía que sólo se podía cambiar de hombre a mujer, y, por otro lado, no me sentía para nada identificado con esas personas para las que, al parecer, verse de una forma o de otra no era más que una cuestión de provocación sexual.

Llegué a la conclusión de que lo que me pasaba a mi era algo muy raro, que no le pasaba a nadie más. Un problema que yo no sabía manejar, y para el que no conocía solución posible. La única solución era tratar de olvidarlo (pero olvidarlo de verdad), no hacerme más preguntas, y aprender a ser una persona normal, para llevar una vida normal.

¿Qué habría pasado si en aquel momento hubiese sabido que lo que a mi me pasaba ni era raro, ni era malo, y se podía resolver? Tal vez habría hecho lo mismo que hice, pues, para comenzar con todo este proceso hay que tener una cantidad de valor que yo hasta hace poco no tenía. O tal vez habría hecho las cosas de otra manera y mi vida sería totalmente diferente. No es que me arrepienta de mis experiencias pasadas, ni que sienta que he estado perdiendo el tiempo… Al contrario. Es sólo que… las cosas habrían sido muy distintas para mí.

La falta de visibilidad de los transexuales masculinos tiene sus pros y sus contras. Como «pro», que uno puede mudarse de ciudad, y nunca nadie podrá ni siquiera imaginar que sea transexual. Ni aunque vean las cicatrices de las operaciones. O, por ejemplo, si alguien ve a una persona «de aspecto dudoso», pensará que a lo mejor es una chica que se viste con un estilo muy masculino, o que es lesbiana, pero muy difícilmente se le ocurrirá que pueda ser transexual.

Por el otro lado, hay una falta de información enorme. Ahora me acaba de venir a la cabeza el inmenso alivio que sentí cuando, en un reportaje sobre transexualidad salía un chico transexual. Resulta que lo que a mi me pasaba tenía nombre y no era tan raro como podía parecer. Pero para entonces yo ya tenía una estabilidad que dependía en gran medida de que yo fuese mujer, y el precio a pagar por ser yo mismo se me antojaba inaceptable.

No sólo eso. No podemos pedir que se respeten nuestros derechos, si nadie sabe que existimos. No podemos decir que tenemos ciertas necesidades, que no son específicas nuestras, además, si no tenemos voz para hablar… Y, por supuesto, no podemos pretender que la disforia de género, de mujer a hombre, se vea como algo «normal»,  que es lo que nos gustaría, si ni siquiera se ve.

Pero…¿Quién es el guapo que da la cara? Yo no. Como mucho, he dado un ojo, que anda por algún post de este blog, y para de contar. Y a eso venía este post. Es que unos cuantos chicos hispanoparlantes se han puesto de acuerdo para iniciar un canal en youtube. Ya hay muchos que se graban en video en inglés, y unos pocos (muy poquitos) lo hacían en español. Ahora serán unos pocos más. En total 8, que no es que sea una cantidad asombrosa, pero… es un prinicipio.

El canal se llama Translatinos y hasta ahora no han hecho más que una breve presentación, que ya es mucho aunque pueda parecer poco. A algunos de los chicos los conozco (virtualmente hablando, no en persona), y a otros no. Tan sólo tengo una pequeña objección, y es que la música del video es horrorosa. Pero supongo que no se puede pedir más.

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Des-información.

Hoy, viendo un programa matinal mientras desayunaba (me ha costado levantarme un poco más de lo normal, porque no me encontraba muy bien, pero al final, con aspirinas y ajustando tiempos, he podido cumplir con lo que me había propuesto hacer), un periodista comentaba que los policías de Coslada, que al parecer ahora son santos varones que jamás han roto un plato, habían pedido el reigreso al cuerpo, y que el ayuntamiento guarda silencio porque «se avergüenza de tener contacto con los mismos policías a los que ha denunciado y enviado a la cárcel».

Supongo que ese señor desconoce que, cuando se abre un proceso contra un funcionario, se puede dictar suspensión provisional, durante un plazo máximo de… no recuerdo cuantos meses (debo repasar), prorrogables por orden judicial, y durante el cual los funcionarios cobran el sueldo base y el complemento familiar. Si finalmente la suspensión se hace definitiva, el funcionario debe devolver lo cobrado, y si no, se le paga la diferencia entre lo que cobró y lo que debería haber cobrado si no hubiese estado en situación de suspensión. Además, cuando una persona se dirige a la Administración para solicitar un derecho, existe la figura del «silencio administrativo», que viene a significar que, si no hay respuesta, se deniega la solicitud.

Imagino que explicar así las cosas, es demasiado pedir para un periodista.

Igualmente, el mismo periodista se retractaba de haber hecho carnaza, sin pruebas, de los policías detenidos en Coslada. Bueno… tampoco parecía muy arrepentido…

A parte de esta pequeña muestra del rigor informativo (será rigor mortis, digo yo) de los periodistas de nuestro pais, ahora quisiera poner un ejemplo de como NO se debe redactar una noticia:


EFE
BARCELONA
Los Mossos d’Esquadra han detenido en Barcelona a un hombre de 63 años que realizaba operaciones de estética sin la titulación médica ni sanitaria necesaria en su piso del barrio del Raval, en condiciones higiénicas «deplorables» y con material veterinario.

El detenido, Juan P. L., ha ingresado en prisión provisional por orden de un juez de guardia de Barcelona como presunto autor de un delito de intrusismo profesional y otro contra la salud pública, según ha informado hoy la policía catalana.

El acusado fue arrestado el pasado viernes, día 10, cuando iba a recibir en su domicilio barcelonés a una joven de 29 años que venía expresamente desde Madrid para someterse a una intervención de aumento de pecho. El domingo, día 12, estaba prevista la intervención de otra joven.

Tres perros, un gato y un loro

Según los Mossos, las condiciones higiénicas del domicilio en el que se realizaban estas operaciones eran «deplorables». En el piso, «pequeño y sucio», vivían tres perros, un gato y un loro, y no existía ninguna dependencia habilitada para realizar las intervenciones.

Además, el procedimiento que utilizaba el detenido podía generar importantes riesgos para la salud de las pacientes. Y es que, previa inyección de anestesia local, inyectaba en los pechos o en las nalgas una silicona líquida, no apta para usos inyectables, mediante pistolas veterinarias.

El hecho de que estas agujas fueran reutilizables y de que en el domicilio no hubiera ningún aparato esterilizador, implicaba asimismo un alto riesgo de infección y de transmisión de enfermedades contagiosas a las pacientes.

No hay registro de pacientes

Estas operaciones costaban entre 250 y 500 euros, un precio bajo en comparación con los tratamientos que ofrecen los profesionales acreditados, lo que comportaba que el detenido tuviera clientes de toda España, que se desplazaban expresamente a Barcelona para someterse a la operación.

No obstante, la policía no ha hallado ningún listado de personas intervenidas, ni facturas ni recibos que acrediten a cuántas mujeres operó fraudulentamente.

La investigación de los Mossos d’Esquadra se inició el pasado mes de febrero a raíz de una denuncia presentada por la dirección general de Recursos Sanitarios de la Conselleria de Salut de la Generalitat, en la que informaba de que en un piso de Barcelona podían estar realizándose operaciones de estética ilegales.

Fue un médico del País Vasco quien puso en conocimiento de Salut que un vecino de Barcelona había realizado una intervención de aumento de mama a una paciente suya mediante la inyección de un líquido coloidal. El único dato que se disponía de esta persona era un número de teléfono móvil de prepago, no asociado a ningún titular, lo que ha dificultado las investigaciones.

Resulta que el tal Juan P.L. de 63 años, es en realidad una mujer llamada «Marisol», transexual. En otros medios he oido referirse a ella como «el transexual», hasta tal punto que, tras haber oido la noticia repetidamente en distintos telediarios y leido en artículos de periódico (yo ni veo telediarios ni leo periódicos, de manera que ya se puede uno imaginar lo cansinos que se han puesto con la cosa), estaba bastante convencido de que la persona a la que se referían era en realidad un transexual masculino, es decir, de mujer a hombre.

Supongo que mostrar un poco de respeto utilizando el género adecuado es muuuuuuy dificil. Por eso, hace unos años, unas asociaciones escribieron un manual sobre como tratar a las personas transexuales en los medios. Este manual se ha perdido con el tiempo, como tantas otras cosas que hacen las asociaciones, pero uno de mis conocidos lo rescató para la ocasión, y aquí lo cuelgo, para quién quiera leerlo.

Personalmente, no estoy de acuerdo en todo lo que dice, pero es un buen punto de partida…

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Empezamos con las pruebas.

Ayer tenía mi primera cita para hacerme pruebas médicas. Creo que ya comenté que tengo que hacerme 4: análisis de sangre, ecografía abdomino-pélvica, densiometría osea y una prueba de genética.

Lo que me tocó ayer fue la ecografía, que no pude hacer coincidir de ninguna manera con ninguna consulta de la psicóloga, y que tenía como requisitos ir en ayunas y con la vegiga llena. Como para hacerme los análisis tenía que ir también en ayunas, y con la orina de las últimas 24 horas en un bote, y, además, es en el hospital de enfrente, decidí aprovechar para hacer las dos cosas a la vez. Total, la cosa era de pasar hambre y contener y expulsar fluidos.

Que, por cierto, menudo coñazo lo de tener que pasarme todo el día meando en un bote… y guardando el bote en la nevera. Menos mal que al menos vivo solo y no tengo que dar explicaciones a nadie en plan: «no… lo que había en ese tarro no era caldo…».

Pues a eso de las 6:30 de la mañana, con sueño y hambre, y sin poder tomarme ni un triste café (no soy aficionado al café, pero a veces se agradece), fui a buscar el coche que estaba donde Cristo perdió el mechero, no, un poco más lejos. Y la cuesta para llegar hasta él era tan pronunciada que a medio camino hay unos sherpas que ofrecen sus servicios como guías.

Pues estaba a la altura del kiosko de los sherpas cuando me di cuenta de que me había olvidado las llaves del coche. Así que, mi hambre, mi sueño y yo, nos dimos media vuelta y recorrimos de nuevo el camino, aunque esta vez hacia abajo, que siempre es más fávorable.

Treinta y cinco minutos de relog (soy un poco exagerado, pero en esto en concreto, soy fiel a la verdad) estaba de vuelta, sin aliento, y con las llaves. Y sin desayunar, ni beber un triste café. Ahora solo quedaba conducir hasta Málaga.

Cuando llego a la consulta de ecografía, al sueño y el hambre ya se le estaba uniendo una urgente necesidad de orinar, cosa que era necesaria para poder hacerme la ecografía. La cara que se me quedó cuando vi que frente a las consultas no había ni una miserable silla para esperar, fue para hacerme una fotografía.

De todos modos, al cabo de unos minutos llegó una enfermera que nos recogió la hoja con la cita a un señor que también estaba esperando para lo mismo y a mi, y nos dijo que podíamos ir a la sala de espera de radiología, que ya nos llamarían por megafonía.

En efecto, así fue. Algo más tarde (unos minutos parecidos a horas, teniendo en cuenta que me estaba meando mucho, y tenía hambre y sueño, aunque en aquel momento eso ya no me importaba demasiado), la megafonía dice «Fulanita de Copas, pase a ecografía». O sea, yo.

Vamos a ver, si tienes una hoja en la que pone un nombre femenino tachado y corregido (la enfermera dedicó a ese trabajo un buen rato) y la especificación «disforia de género de mujer a hombre»… ¿Es que no es evidente que el nombre que se debía utilizar no era el que estaba tachado, si no el otro? Pues parece que no. Así que, mientras iba hacia la consulta, recordaba el comentario de Dicybug recordándome que la gente hace lo mejor que puede, y que trata a la gente según lo que ve, por no molestar ni ofender, y que no lo hacen mala intención.

Paciencia… Un día alguien tendrá la idea de organizar seminarios sobre como tratar a los pacientes transexuales, pero ese día aun no ha llegado.

Entro a la consulta y me tumbo, y descubro que tumbado todavía tengo ganas más ganas de orinar. Vamos que no me aguantaba. Así que, a sugerencia de la enfermera, me senté en la camilla mientras llegaba la doctora. Y cuando llega la doctora, ni me dice buenos días, ni nada. Va y me dice:

– ¡Tumbada!

Mi hermana, cuando quiere lograr ese mismo efecto en su perra, le dice «¡Plas!». La palabra es distinta, pero el tono, idéntico. Y, por supuesto, obedecí mansamente, porque con las ganas de mear que tenía, como para ponerme a discutir respecto al saludo, tono y género con que, en mi opinión, un facultativo debería dirigirse a un paciente.

El tiempo que pasó después, me olvidé de que tenía sueño, hambre y me estaba meando. La médico se dedicó a masajearme el hígado con entusiasmo y energía para conseguir una buena imagen (recordemos que todo esto era para hacerme una ecografía) y eso… duele. De todas formas, a medida que la prueba iba avanzando, se volvió más simpática. Creo que lo que la ablandó fue el sorprendente emplazamiento de mi estómago e intestino, que, tras haberme sometido a una reducción de estómago con bypass intestinal, está un tanto fuera de sitio respecto a su forma y posición original. A los médicos, estas cosas que no se ven todos los días, les gustan.

Una vez terminado el masaje de hígado, y de otros órganos internos, incluida la vejiga, por fin pude ir al servicio. Ya sólo tenía que preocuparme del sueño y el hambre.

Para hacerme el análisis de sangre tuve que ir a otro hospital, pero está muy cerca, basta con cruzar la calle. Como ya me habían dicho que para las extracciones de sangre siempre hay una cantidad de gente que da miedo, al comprobar que íbamos por el número 120 y yo tenía el 149, sólo me asusté un poco. Pero iba preparado, saqué una novela y, a despecho de los golpecitos que un crío que había sentado destrás de mí daba en respaldo de mi asiento, estuve leyendo tranquilamente hasta que me tocó el turno.

Podría haberme llevado los apuntes, pero, la verdad, en las condiciones que estaba, no creo que me hubiese enterado de nada. Mejor una novela.

Cuando entré en la sala de extracciones comprobé que hay gente que sabe que cuando una palabra se tacha y se corrige, se debe leer la palabra corregida, y no la tachada. La enfermera que me sacó sangre utilizó el nombre correcto, y etiquetó las muestras también con ese nombre. También me trató en femenino, pero me dió igual, ya que era evidente que estaba siendo todo lo amable y correcta que sabía. Que por cierto, fue amabilísima, correctísima y delicadísima. Debería darle clases a las de ecografía.

Pero en lugar de clases, lo que me dió fueron dos botecitos de sangre para que los llevara a la consulta de endocrinología. Que está en el hospital en el que me hice la ecografía. Y yo que soñaba con ir derecho a la cafetería a desayunar…

Por cierto, que el hospital Civil de Málaga, que es donde está el servicio de Endocrinología de la UTIG, es enorme y está lleno de patios y pasillos. Para encontrar el sitio donde quiero ir, es dificil, pero para encontrar la salida, lo es casi más. Juro que la próxima vez que vaya me llevo una brújula.

Sin embargo, debe ser cierto que el hambre agudiza el ingenio, pues una vez entregada la sangre, encontré el camino hacia la cafetería del tirón, como si algo me fuese guiando… Y por fin pude tomarme el ansiado café y una buena tostada, a eso de las 11 de la mañana.

Llevaba 6 horas de pie y en ayunas, así que el café no me hizo mucho, y la tostada me supo a poco. Pero luego me desquité cuando, al echar gasolina, descubrí que vendían los ositos de gominola de la marca que me gusta, y que no se encuentra en todas partes.

Finalmente el sueño me lo sacudí con una siestecilla, aunque el resto de la tarde me lo pasé agilipollado perdido.

Es que a mi me cambias las horas de sueño y…

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Una L y un hábito de monje.

Estoy pensando en colgarme una L de la espalda, como los conductores nóveles. Y es que últimamente me siento un poco novato, y con ese pequeño nudo en el estómago que tienen los que se acaban de sacar el carnet de conducir y se meten en sitios difíciles.

Vamos a ver. Las mujeres se saludan dándose dos besos y los hombres se dan la mano ¿verdad? ¡Pues no! Sí que es cierto que las mujeres se saludan dándose dos besos, aunque si no hay mucha confianza, la cosa se puede dejar en un «hola» sin tocarse. Esto más o menos llegué a tenerlo dominado, aunque me costó lo mío aprenderlo. ¡¡Pero es que los hombres tienen muchas más modalidades de saludo!! Está el «hola» sin tocarse, que se usa para la gente que ves todos los días. Ese es fácil. Luego el apretón de manos. Y finalmente el apretón de manos con golpecito en el otro hombro (como una especie de semi-abrazo, esto aun no me sale, se me cruzan los brazos y creo que me voy a liar), y el abrazo. Y el abrazo no es el mismo que se dan las mujeres, no, aunque las mujeres rara vez abrazan a alguien para saludar, a no ser que sea de la familia.

Total, que eso de los saludos lo llevo nada más que regular.

Y bailar. Creo que a lo de bailar ya le estoy cogiendo el tranquillo, aunque a veces, si no me siento muy seguro, prefiero quedarme quieto y dejarlo correr, por si acaso.

Entrar en un servicio público es otro reto, con un factor de dificultad añadido. Un día de estos van a terminar sacándome a escobazos… de cualquiera de los dos servicios. Pero concretamente, si entro en el de caballeros, me muero de vergüenza: la forma de comportarse ahí dentro es diferente de en los servicios de señoras, y la única referencia que tengo es por lo que he visto en películas. Como para fiarse, vamos. No quiero ni pensar en lo que voy a pasar el día que me tenga que meter en un vestuario (aunque eso está aun muy lejano).

Así que estoy pensando en comprarme una L, que siempre a los novatos se les perdonan los pequeños errores, incluso de ellos se espera que los cometan, y no pasa nada. De todos modos, con las oposiciones tan cerca, lo que toca ahora es quedarme en casa y estudiar, o «encapsularme», como dice Dicybug y no ver a nadie. De modo que en realidad, más que una L, lo que necesito es un hábito de monje.

Al menos, si no veo a nadie, no podré meter demasiado la pata.

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Trasladando el eje de la vida (y II)

Existe un fenómeno que suele ocurrir a las personas del colectivo GLTB, conocido como “encapsulamiento”. Consiste en que, poco a poco (o no tan poco a poco), las personas van aislándose de la sociedad en general para empezar a relacionarse únicamente con otras personas del “ambiente”. Al final terminas descubriendo que vives en una calle en la que todos los vecinos son homosexuales, todos tus amigos son gays, y en tu tiempo libre tan sólo vas a ciertos locales de ambiente, y en general tu modo de vida se ve condicionado por la tendencia o identidad sexual.

Realmente, no es algo tan raro, ni pasa sólo a las personas GLTB. Todo el mundo busca estar con personas que le comprendan y tengan unos valores y modo de vida similares, y no hace falta ser homosexual o transexual para buscar gente similar a uno mismo. Por eso existen las tribus urbanas, y, llegando a un extremo, las sectas.

Estar en una secta no es muy sano que digamos. Las tribus urbanas no están mal, si eres adolescente. Pero a la larga, cualquier tipo de “encapsulamiento” acaba siendo perjudicial en el sentido de que uno se acostumbra a pensar, y que los que están a tu alrededor piensen, todos en el mismo sentido. Desaparece la diversidad de opiniones y la mente se vuelve rígida.

Cuando empecé con mi transición, una de mis preocupaciones era precisamente esa, que terminase encapsulándome. Incluso en un ambiente tan estrecho como la transexualidad (estrecho en el sentido de que, en realidad, somos muy pocos, tan sólo unos miles en toda España), esto es posible. Y llegado un punto, notaba que toda la gente nueva que conocía tenía algún tipo de vínculo con el ambiente, y no era capaz de recuperar mis aficiones, por más que, eso sí, me he esforzado por mantener a mis viejos amigos. Simplemente, no podía salir de ahí, ni enfocar mi atención en otra dirección.

Es lógico. Como dice Ariovisto en el otro comentario, en esta situación uno se encuentra sin saber ni qué, ni cómo, ni nada. Hay muchas cosas que aprender, y es una situación para la que nadie nos ha preparado. Las estrategias y herramientas para afrontarla y salir adelante, sólo pueden venir de otras personas que hayan pasado por las mismas circunstancias. ¡¡¡Pero eso no significa que haya que centrarse únicamente en resolver este problema!!!

Por eso, ahora que vuelvo a retomar con ilusión mis aficiones, que hago nuevos amigos, y que mantengo a los antiguos (esto es algo que en su momento me preocupaba mucho, pues no sabía lo que harían o pensarían ellos de mi), me siento mucho más tranquilo. Veo que en el último mes el eje de mi vida se ha ido desplazando de los problemas de identidad, hacia el resto de objetivos que todo el mundo puede tener en la vida. La situación laboral y como mejorarla, el tamaño y cuantía de las facturas, qué voy a hacer de comer mañana, cuando sale la convocatoria/fecha de la oposición, que tengo que comprarme un traje para la boda de mi amiga Encarni, para ir guapo y no morir de asfixia en el camino – se casa en Julio -, que el martes he vuelto a quedar para jugar por la noche, que aun no doy suficientes pulsaciones en mecanografía, y tengo más fallos de los que me gustaría, que el tema que estoy estudiando ahora mismo es un pestiño, que ya tenía ganas de que llegara la semana santa, porque últimamente me costaba horrores levantarme de la cama y necesitaba unas vacaciones… y, por supuesto, que ya tengo ganas de que la psicóloga me de el informe.

Pero eso ya no es el centro de mi vida. Está ahí, es uno de mis objetivos fundamentales, y no deja de condicionarme en muchos aspectos. Ya no vivo por y para ello. La causa, está claro, es que ahora ya puedo ser yo mismo en la mayor parte de las facetas de mi vida (que es lo importante).

Realmente, esto que parece tan normal, me ha costado mucho trabajo y esfuerzo. Me refiero a, simplemente, poder relacionarme con otras personas de forma normal, sin dramas ni tragedias. Es el resultado de una estrategia preparada y consciente: hago una cosa para conseguir otra. Pero el efecto es tan natural que da la sensación de que las cosas han sido así siempre. Empiezo a pensar que la “espontaneidad” está sobrevalorada.

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Trasladando el eje de la vida (I)

Ayer tuve una nueva visita con la psicóloga. Mientras esperaba en la consulta, y, como viene siendo habitual, los pacientes nos orgánizábamos para saber quién va después de quién y cuanto tiempo nos va a tocar esperar, más o menos, la persona que había llegado antes que yo, dijo: «después de nosotros, le toca a esa chica», refiriéndose a mi.

Lo cierto es que el ambiente en la sala de espera de esa consulta es extraño, ya que todos los que vamos estamos en la misma situación. Las dos personas que estaban delante de mi, parecían claramente dos mujeres. Vestían, hablan y se comportaban como mujeres. Pero se refirieron a si mismos como «nosotros», así que al menos una de las dos personas no debía serlo. Entonces, cuando se refirieron a mi como «ella» ¿me veían claramente como mujer «biológica», o me tomaron por una chica transexual? La verdad es que la situación me resultó un poco perturbadora. No sabía que pensar y me sentí bastante inseguro sobre mi mismo.

Al cabo de un rato, vi a la psicóloga y me pasó otro test. Esta vez para hablar de varios temas en general. Las relaciones con la familia, los amigos, y en el ámbito laboral. También sobre religión, mi historia de enfermedades mentales (y la de mi familia), y consumo de drogas, tanto legales como ilegales. Nueva cita para el mes que viene.

Cuando salí, noté de nuevo esa sensación de vacío, de impotencia, que he aprendido a asociar con el comienzo de una nueva fase de «bajón». Otra vez a contar semanas en el calendario, esperando a la próxima cita. Al mismo tiempo, no para de darle vueltas a los motivos por los que, cuando estoy en la sala de espera de la psicóloga, me suelen identificar como chica.

Sin embargo, algo bueno debe estar pasándome por la cabeza. Normalmente, lo que hacía en estos casos era tratar de pelear contra todas estas ideas, que no me ayudan para nada, y tratar de que no me afectaran mucho. Pero en esta ocasión, simplemente pensé que si lo que necesitaba era sentirme mal por nada… pues adelante. Entre tanto, tenía cosas que hacer.

Y tengo muchas cosas que hacer. Para empezar, aprovechando la semana santa, quedé con unos amigos de Málaga a los que normalmente no puedo ver porque cuando voy están trabajando. Pasé la mañana con ellos y me llevaron a ver la ciudad. Yo estuve viviendo allí hace 10 años, y las cosas han cambiado tanto que me costaba reconocer los sitios. Algunos, como la cabina en la que una vez trataron de robarme la cartera mientras llamaba a mi madre para decirle que había llegado bien, sí que estaban igual, otros, irreconocibles. Tras media hora sentado en la terraza de un bar, reconocí la plaza en la que nos encontrábamos, como el sitio en el que estaba el kebap en el que comía algo cuando salía de marcha (el kebap ya no estaba). Y así en todas partes, como teniendo «flash backs». Fue muy divertido.

Por la tarde quedé con el grupito de amigos para jugar, y una vez más, nos lo pasamos como los indios y sin problemas.

Esta mañana, cuando me he levantado, he pensado en un montón de cosas. En primer lugar, me he acordado de lo bien que lo pasé ayer. También me he acordado de que tengo las oposiciones a dos meses vista y después de semana santa tengo que ponerme a estudiar como si me fuera la vida en ello (que casi, casi), y que tengo que hacer algunas cosas en casa, como congelar el puchero que hice el lunes… Después de un buen rato me he dado cuenta de que, a diferencia de otras veces, el día siguiente a la visita con la psicóloga, esta no era el centro de mi atención. No es que haya perdido de vista la cuestión, pero empiezo a relajarme.

Y eso se debe a que poco a poco estoy empezando a tener una vida real, en la que realmente soy yo. Independientemente de que una psicóloga tenga a bien hacer un informe con un diagnóstico diciendo que soy lo que soy. Parece que en realidad para conseguir cosas, no dependo más que de mi mismo.

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Anécdotas

Las cosas que trae la indeterminación sexual…

Hoy me han llamado por teléfono para ofrecerme un seguro. Sospecho que metí mis datos en alguna web en la que no debía, porque la teleoperadora me ha llamado por mi nombre:

– ¿Pablo V?

– Sí, soy yo.

Y luego la charla acostumbrada para venderme un seguro personal de una compañía totalmente desconocida (espero que la chica no vaya a comisión, porque me da que va a vender poco). Al final, una pregunta curiosa:

– Usted es la mujer de D. Pablo ¿verdad?

– Sí… (todos los comerciales saben que si te topas con la mujer del cliente, no hay nada que hacer).

– Bueno, pues si lo habla con él y cambia de opinión, llámeme.

– Por supuesto, usted descuide.

Y ahí me quedé, comprometido a hablar conmigo mismo sobre la conveniencia de contratar un seguro personal con una aseguradora desconocida. A eso debe referirse la gente cuando habla de tener un «diálogo interior».

Ayer vino a casa un comercial de seguros «Santa Lucía». Cuando tocó a la puerta yo ya sabía que era un comercial y que me daría un buen rato de conversación intentando venderme algo. Pero como yo también he sido comercial, y se le veía majete a través de la mirilla, me dió pena y le abrí.

– Tenemos un seguro del hogar que es muy interesante, porque incluye también reparaciones. Por ejemplo, si se te estropea la persiana ¿a que no te pones a arreglarla tú sola?

– Pues la verdad es que soy bastante manitas. Cojo mi caja de herramientas y…

– Vaya, pues no hay muchas como tú…

– No, no muchas…

Se notaba que la empresa que le había dado trabajo (no digo contratado, porque me juego lo que sea a que no tiene ningún tipo de contrato laboral), no le había dado ninguna formación. No ya un guión comercial, si no, directamente, ni siquiera, las bases más mínimas, como, por ejemplo, que lo primero que hay que saber es el nombre de la persona con la que estás hablando. Pero me lo preguntó cuando ya se iba.

– ¿Como te llamas?

– Pablo.

– ¡Ah! Pues… pues… pues nada, encantado Pablo, y si cambias de opinión me llamas ¿eh?

Debí decirle que ya estoy acostumbrado a que la gente me confunda con una mujer. No lo hace todo el mundo, pero si un porcentaje, muy, muy alto.

Pero lo mejor fue el martes pasado. Quedé con un grupo de gente con la que había contactado por internet.

– Hola ¿tú eres Fulano?

– Sí, y el es Mengano.

– Pues yo soy Pablo.

– ¿Que tal? ¿Quienes faltan por venir?

Y así hasta cuatro horas más tarde, tranquilamente y sin ningún problema, hasta que cada cual se fue a su casa. Realmente lo pasamos muy bien, y hemos quedado para otro día.

De todas formas, estoy frito por que la psicóloga me de el informe y deje de marear la perdiz. Ya llevo 5 meses, y el martes será mi cuarta visita. Y lo que me queda…

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