Archivo mensual: noviembre 2013

No hay palabras para titular esta entrada.

Decir que la conocí en una página web de contactos sería mentira, porque me conoció ella a mí. Fue en julio. En aquel momento, estaba cansado, harto de pelear, me sentía sucio. Iba a la playa y me metía en el agua, nadaba y buceaba, y no conseguía quitarme de encima esa sensación de haberme manchado con algo que jamás me podría limpiar.

Las circunstancias me llevaron a aparcar todos los proyectos que tenía relacionados con el activismo, y mientras los borraba de la lista de cosas pendientes, decidí añadir un proyecto nuevo “encontrar pareja”. Pensé que era una tontería, que ese tipo de cosas no se puede planificar, pero aún así lo apunté para que no se me olvidase que debo pensar más en vivir mi vida, y menos en vivir la vida de los demás.

Al día siguiente, ella me encontró en Internet, aunque el primero en escribir fui yo. Le indiqué, por si no se había dado cuenta, que soy 11 años mayor que ella (tiene 23 años, y yo 34), y ella me dijo que, efectivamente, no se había fijado en el detalle, pero que le daba igual. Ella no tenía foto, me dijo que era porque está muy gorda. Yo le dije que soy trans. Ella entendió lo que significaba (cosa rara, la mayoría de la gente entiende a la que le digo que soy trans piensa que quiero ser mujer y todavía no he empezado) y me dijo que no le importaba, pero que tenía que saber que los hombres huían despavoridos cuando la conocían. Yo le dije que tengo unos 50cm de cicatrices repartidos por todo el tronco.

Mientras tratábamos de espantarnos mutuamente (seguramente porque ya estábamos los dos un poco cansados de que la gente se espante de nosotros), hablamos de lo que hacíamos. Ella estudia, yo también. Hablamos del eterno debate “estudiar ciencias contra estudiar letras”, y yo le dije que me gustan las matemáticas, pero yo no les gusto a ellas. Ella me contestó que no es una cosa tan rara, ya que las matemáticas siempre están planteando problemas. Cuando conoces a una persona que te dice algo así, no la puedes dejar escapar.

Además, le gustan las películas de ciencia ficción y los videojuegos, es feminista, y tiene una gran curiosidad. Tiene una gran paciencia conmigo, y no se enfada fácilmente. Es muy fácil hablar con ella, y es muy difícil hablar de ella porque creo que nunca le hago justicia a como es de verdad.

Lo más importante, es que me hace sentir lleno. La mayoría de la gente que se dirige a mí lo hace para pedirme cosas, o incluso para lucrarse con las cosas que he hecho yo, atribuyéndose la autoría de mis obras, o tratando de invalidarlas para ofrecer, como opción alternativa, exactamente lo mismo que yo había hecho, pero con su cara y su firma. En cambio, ella se ofrece a hacer cosas por mí, pero nunca pide nada a cambio. Se da cuenta de las cosas que necesito, o que se me dan mal, y me echa un cable en lo que puede, sin necesidad de pedírselo. Después de años de entregar amor y amistad incondicional a personas que lo único que sabían hacer era pedir más, empezaba a pensar que ese era el único tipo de personas que yo podía atraer, y daba gracias porque, al menos, ya no me quedaba mucho más que pudiesen sacarme. Estaba vacío.

Ella me va llenando poco a poco, y de esa manera hace que yo quiera ser mejor persona para poder corresponderle y estar a su altura. No me importa si alguien me critica, mientras ella piense bien de mí.

Como no es de mi ciudad, tuvimos que esperar un poco de tiempo para conocernos en persona. Por las cosas que decía de si misma, yo pensé que era fea como un orco. Tanto insistía ella en el tema que, aunque la belleza no es algo que me importe especialmente, y menos tratándose de alguien tan excepcional, estaba empezando a preocuparme un poco ¿Y si, con lo maravillosa que era, al conocernos no había química? La única foto que yo había visto de ella, era pequeña, estaba tomada desde muy lejos, y no salía nada favorecida.

“No es que salga mal en las fotos, es que soy así”, protesta ella cuando le digo que debería poner otra foto mejor. Pero no es verdad. Cuando vino la primera vez, yo estaba esperándola en la estación de autobuses y la vi pasar a tres metros de mí, caminando hacia la salida. Pensé “mira que chica más guapa, se le da un cierto aire…”, y seguí esperando, hasta que al cabo de unos minutos me llamó para decir que no me encontraba. Reconozco que no me sorprendió demasiado que ella fuese precisamente la chica que me había llamado la atención, ya que, como he dicho, se le daba un aire a la de la foto, y, por otra parte, me parecía que estaba exagerando un poco sus supuestos defectos.

 Las cosas no salieron del todo bien en aquella ocasión. Fue un fin de semana agradable, pero cuando se volvió a su casa, yo estaba convencido de que no le gustaba (ella dice que pensó lo mismo de mí). Lo cierto es que el coqueteo no es una de sus muchas habilidades, y tampoco forma parte de las mías, así que la cosa estaba difícil, aunque debo decir en mi defensa que yo hice varios intentos de acercamiento y ella los rehuía sin parar. Decidí dejar de intentarlo cuando, a base de buscar la proximidad, descubrí que yo estaba ocupando el sofá entero, y ella se había tenido que acurrucar en un rincón. Un poco más, y se sube al reposabrazos.

Pero con el paso del tiempo, ella habló conmigo (no tener que dar yo el primer paso, es algo que no me había pasado nunca) y… Se comprenderá que ya he dado suficientes detalles y no voy a entrar en más. Resumiendo, diré que volvimos a vernos otro fin de semana, y esta vez, las cosas sí que salieron bien. Desde entonces ha pasado un mes, y las cosas siguen saliendo bien.

Es poco tiempo, pero más que suficiente para darme cuenta de que no conozco a nadie como ella. La principal barrera que ha interpuesto entre nosotros ha sido una sábana. Podemos hablar de cualquier cosa, y la conversación fluye con facilidad, incluso con temas que podrían ser difíciles, convirtiendo las palabras en agua que alimenta y limpia, y no en cuerdas que atan y se enredan alrededor de los conceptos. Tiene carácter, pero no necesita imponerse y quedar por encima siempre (yo estoy trabajando para no necesitarlo, y llegar a alcanzar algún día su nivel). No me cuesta hacer míos sus sueños, pero creo que a ella tampoco le cuesta hacer suyos los míos. Cuento los días hasta la próxima vez que nos volvamos a ver, y la echo de menos por los pasillos, las siestas del fin de semana, y cuando los termómetros bajan.

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El principio del fin

Hace cinco años, cuando empecé a escribir en este blog, cuando toda mi vida se vino abajo como si le hubiesen puesto una carga de dinamita, cuando empecé a ir a la UTIG y la incertidumbre sobre si me darían o no las hormonas, y cuanto tiempo tardarían, me tumbaba en la cama y no podía dormir.

Un dolor sordo, una angustia sin fin me atenazada el corazón mientras mi mente me mostraba todas las posibilidades horribles que podía depararme el futuro. Durante aquellos meses de tortura mental (la palabra tortura es la correcta para describir aquello) me decía que ojalá pudiese hacer algo para que nadie más volviese a pasar por aquello. Que yo fuese el último.

Con cada persona que me ha escrito, que me ha llamado, que se ha comunicado conmigo de alguna manera pidiendo ayuda para pasar por eso, siempre he deseado que fuese el último.

Un día, en junio de 2009, una mujer trans brasileña se despidió de mí por Messenger. Me dijo que se iba a suicidar porque después de años en la UTIG, seguían sin darle acceso a la endocrinóloga. No se suicidó. Probablemente nunca tuvo la auténtica intención de suicidarse, pero llevar a una persona hasta el extremo de la autolesión para pedir ayuda es grave.

Es el mismo extremo al que durante esta semana el sistema ha llevado a seis personas trans de toda España. Al anuncio de huelga de hambre de Ángela Gutiérrez (Madrid, con dos hijos en casa, uno de ellos menor de edad) y Mar Cambrollé (Sevilla) se han unido, a lo largo de la semana, Kim Pérez (Granada, 72 años), Tina Recio (Barcelona), Marta Salvans (Barcelona, diabética) y Marko Arias (Cádiz). Porque una huelga de hambre no es otra cosa que dañar el propio cuerpo con la esperanza de que alguien reaccione y te ayude antes de que te mueras.

Esta semana ha sido un infierno. Mientras trabajábamos hasta el punto en que dormir llegó a considerarse un lujo prescindible (o hasta el punto en que mis amigos me decían “vete a descansar YA”), no podía dejar de preguntarme hasta donde tendrían que llegar mis amigas con esta huelga de hambre… porque estaban dispuestas a llegar a morir. Si eso llegara a ocurrir ¿Qué haría yo?

Con esa pregunta en la mente, y junto a mis amigos y compañeros Ángela y Alejandro hicimos este video, con más angustia y necesidad que medios técnicos y conocimientos. El video más cutre del activismo trans, y tal vez, de todos los activismos habidos y por haber (lo dejo a continuación, para demostrarlo):

Al igual que cuando estaba en la UTIG y no sabía qué sería de mí, mi mente me presentaba un millón de futuros aterradores, que no debían de ser ni la mitad de inquietantes que los que pasaban por la mente de mis amigas. Sin embargo, al contrario de lo que ocurría cuando esperaba a que Trinidad decidiera mi suerte, esta vez no estaba sólo.

Esta semana ha sido mágica. Cualquiera que se haya molestado en tomar contacto con los movimientos reivindicativos trans, sabe que no existe un “colectivo trans”, sino muchos de ellos, que con frecuencia parten de principios y filosofías completamente incompatibles y aparentemente irreconciliables. Nos hemos peleado mucho. Nos hemos insultado. Y, de repente, todas, todos y todxs estábamos uniendo nuestras fuerzas para sacar adelante este proyecto.

En el mes de julio decía “tenemos lo que queremos, tenemos lo que nos merecemos”, un alegato desesperado y triste ante la indefensión aprendida del activismo trans. Pensé que tendríamos por delante una década de trabajo hacia dentro del colectivo antes de que estuviésemos listos para actuar. Una década que se ha condensado en una semana, cuando todos los grupos trans (menos, curiosamente, los más afines al movimiento por la despatologización, que todavía guardan un desconcertante silencio) han lanzado un grito común de libertad, creando una alianza trans que yo pensé que era imposible.

Al final, este medio día, los representantes de los grupos parlamentarios IU y PSOE, y los representantes de diversas consejerías se han reunido con lxs representantes de ATA y CD-AT, y se han negociado las los peticiones que demandábamos:

  1. Consensuar los puntos pendientes de la Ley que hacían referencia a la Atención Sanitaria, en la que se demandaba: una descentralización de todas las atenciones que pueden ser realizadas a través la red de los hospitales públicos de Andalucía, quedando la UTIG como un centro de coordinación, investigación y atención a las cirugías de reconstrucción genital.
  2. Solicitábamos también que la Ley fuera registrada antes del 20 de Diciembre, petición también aceptada.

Media hora antes de que la reunión terminase, mis amigos me habían mandado a dormir la siesta, porque ya se me estaba empezando a ir la olla (nos comunicamos por whatsapp y cuando estoy cansado, no entiendo bien lo que leo, y tampoco me expreso bien por escrito). Dos minutos antes de que sonara el despertador, sonaba mi móvil.

“¡Se desconvoca la huelga de hambre! ¡Lo hemos conseguido!” escuché a Alejandro, al otro lado de la línea ¿Se puede pensar en un despertar mejor que ese?

Entonces, me he acordado de todo. De las noches sin dormir deseando ser el último que pasara por aquello, de que parecía imposible. De que el proyecto “Autonomía Trans” nació la noche en que aquella chica brasileña me dijo que se iba a suicidar. De la incertidumbre esperando las hormonas, de las vueltas que le daba en la cabeza a cada pregunta y cada respuesta que me hizo Trinidad. De cuando Kim, otro amigo y yo fuimos a un abogado a preguntarle si lo que estaba pasando en la UTIG era legal, y nos dijo que no, pero sin pasar de la indignación. De cuando Ángela y yo nos dimos cuenta de que el Test de la Vida Real es anticonstitucional. De la primera vez que me matriculé en Derecho.

He llorado de alegría, durante toda la tarde.

Este es el principio del fin de la patologización, de la discriminación, de que no se reconozca la identidad de las personas trans. Muy pronto en este rincón de Europa que es Andalucía, habrá una persona que será la última en tener que pasar por lo que yo pasé, y estoy seguro de que con un poco de tiempo más, conseguiremos una ley mejor que esta, y para todo el Estado español.

La lucha no ha terminado. En estos momentos nos encontramos trabajando en el que esperamos que sea el borrador definitivo del texto de la ley, que contemple las demandas de acceso descentralizado a la sanidad para las personas trans, en condiciones de igualdad con el resto de la población. Aún nos falta mucho, pero estamos en el buen camino.

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