Archivo mensual: febrero 2012

El miedo a la muerte

Hace aproximadamente un mes, se murió una vecina mía. Era joven, unos cincuenta años, pero llevaba años luchando contra el cáncer, hasta que al final el cáncer ganó (aunque al ganar, también perdió, porque con ella murieron también las células cancerígenas).

Dos noches más tarde soñé que me diagnosticaban un cáncer de pulmón (o de piel, no recuerdo). Pasé una noche malísima, de esas de «si lo sé, no me duermo», y la angustia me duró toda la mañana, que fue el tiempo que tardé en darme cuenta de que ahora tengo miedo a la muerte.

Lo raro es que yo nunca había tenido miedo a la muerte. En cierta época, hasta la deseé con bastante interés, considerando que sería un descanso merecido (ahora, cuando quiero descansar, duermo, y tampoco duermo mucho, excepto los fines de semana). Luego ya no me quería morir, pero adopté un punto de vista un poco fatalista: no hay que tener miedo a la muerte, porque cuando te mueres, ya no puedes darte cuenta de que has dejado de vivir, así que  no te va a molestar mucho.  Me parecía una postura bastante lógica y razonable ¿no?

El problema es que ahora quiero vivir. Tengo muchísimas ganas de saber qué pasará mañana, y pasado mañana, y dentro de dos años también. Ya sé que la mayoría de los medios de comunicación dicen que nos vamos todos a la mierda, que este país se hunde, junto con el resto de Europa, y que los políticos y los grandes empresarios están cometiendo el mismo error que las células cancerígenas de mi vecina (crecer y crecer hasta matar el cuerpo del que se alimentan, para morir con él). Debería esta pesimista con todo, porque todo es una mierda, como nos repiten una y otra vez desde los movimientos sociales del 15-M y similares. Y, sin embargo, decidme imbécil, pero yo tengo ganas de saber qué viene después.

Mientras los derechos sociales se recortan cada vez más, parece ser que la sociedad se va abriendo de manera simultanea a formas distintas de entender la vida, la orientación sexual, la identidad, la familia, los roles sociales (incluyendo los roles de género), el trabajo, el comercio, los servicios, las relaciones entre las personas…

Las personas transexuales vamos ganando reconocimiento y derechos rápidamente. En las Jornadas Feministas Estatales, en diciembre de 2009 nos dimos cuenta (algun*s) de que tomar consciencia de la realidad no binaria de la diversidad humana podía cambiarlo todo de manera radical. En febrero de 2012 veo como algunas de las instituciones más retrógradas (como era la UTIG de Barcelona) han pasado de un régimen de autorización a un régimen de facto de autonomía, por iniciativa propia. Veo ahora como muchas de las personas que hasta mayo de 2011 (encuentros transexuales en Valencia) estaban asustadas y negaban frontalmente la realidad de un no binarismo de género, han adoptado el discurso no binario como parte del suyo con tanta naturalidad que ni siquiera se han molestado en reconocer que antes dijeron justo lo contrario a lo que dicen ahora, sino que incluso defienden su postura con efecto retroactivo.

Quedan todavía muchas batallas que luchar (y que ganar), para crear leyes, para lograr el reconocimiento por parte de las instituciones (es sorprendente lo reacia que es la Universidad, cuando deberían haber sido los primeros en apuntarse al carro), y también para lograr que las leyes que existen se cumplan. Es muy extraño como muchos funcionarios se creen con potestad para aplicar o inaplicar las leyes, si estas no han sido formuladas de acuerdo a su propio criterio. Y no estoy hablando de jueces y magistrdos, sino simples funcionarios de ventanilla de los Registros Civiles, aunque también médicos, funcionarios de educación (inspectores, maestros y profesores). Creo que piensan que el poseer una plaza en la administración les convierte en una especie de semidioses que nunca deberán responder de sus actos. Hay que demostrarles que eso no es así. Quiero ver como van saliendo las cosas.

Una amiga me dice que lo del reciente miedo a morir es una cosa de la edad, que cuanto mayor te vas haciendo, más miedo tienes a la muerte. Yo creo que no. Creo que es porque ahora soy feliz con mi vida, y no soporto pensar que un día se va a acabar, pero en el mundo vn a seguir pasando cosas y yo ya no podré formar parte de ellas, ni enterarme de hacia donde fue tal o cual historia… Porque las historias humanas no son novelas. No acaban, sino que continuan hacia delante, impulsadas por quienes viven en cada punto de ellas.

Antes no me gustaban mis historias, y por eso asumía con facilidad que un día ellas continuarían adelante sin mí. ¿Qué más daba? Ahora, en cambio, me da rabia darme cuenta de que mi final llegará sin que yo me entere de cómo acaba esta película. Así que no me queda más remedio que aprovechar el ratito que me ha tocado pasar por aquí, que ni siquiera sé si será corto o largo…

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Jornadas AMPGYL

El fin de semana pasado no, el anterior (ya, últimamente actualizo incluso menos de lo normal), fui con Kim Pérez y otros amigos a las jornadas de la Asociación de Madres y Padres de gays, lesbianas, bisexuales y transexuales (AMPGYL). Desde el momento en que invitaron a Kim, nos dimos cuenta de que estas jornadas podían suponer un punto de ancuentro muy importante de cara a realizar acciones en el futuro. Pensamos que, como transexuales adultos, ycomo activistas, teníamos cosas importantes que compartir con los padres de lxs jóvenes trans que están comenzando ahora a vivir en su sexogénero elegido.

Lo cierto es que nos emocionamos muchísimo. Hace ya algún tiempo que los padres y madres (más las madres que los padres, pero también los padres) están apoyando cada vez más a sus hijos e hijas trans, pero a lo largo del último año hemos notado que estamos en un punto de inflexión. Hasta ahora, uno de los problemas que venían «de serie» en el pack «soy transexual» era la oposición de la familia. En cambio ahora, las personas trans que van saliendo del armario y tienen 20 años o menos, suelen tener el apoyo de sus padres. Con ciertas defensas y reticencias, para que lo vamos a negar, pero al menos les apoyan, en lugar de convertirse en sus más decididos agresores (como, desgraciadamente, venía siendo habitual).

Es algo muy emocionante. A lo largo de la historia, siempre han existido personas que se han salido de la norma en el terreno sexual (en lo que respecta a orientación sexual, identidad, o rol de género), pero lo que no se ha visto con tanta frecuencia es que sus padres y madres les apoyasen. Por primera vez en miles de años de historia europea, las madres y los padres, en lugar de avergonzarse de sus hijos GLTB, ser comprensivos con la sociedad que les discrimina (es que es normal, si es rarit*…), incluso posicionarse como ofendidos a causa del deshonor y la mancha que trae una persona GLTB a su familia, deciden luchar por los derechos de sus hijos, y no como segundones de las asociaciones GLTB, sino con iniciativa propia, reivindicando su propia voz en esta cuestión.

Fueron muchas veces las que me emocioné durante las jornadas, con ciertas dificultades para no ponerme a llorar ahí mismo como una Magdalena (y no lo hice por la sencilla razón de que cuando alguien llora todos le miran, y me pareció que había muchas otras cosas más interesantes que la gente tenía que mirar).

Aprendí muchísimo sobre cómo afecta la existencia de una persona LGTB en el interior de una familia. De hecho, a diferencia de las jornadas a las que suelo ir, que casi siempre tienen un marcado caráctar político y público, estas eran unas jornadasprivadas en las que la política ha ocupado un lugar marcadamente secundario, no como una guía para alcanzar objetivos, sino como una especie de ruido de fondo, del que es fácil olvidarse (como el ruido del tráfico que pasa bajo tu ventana). Aquí se estaba hablando de cosas importantes, desde el cariño y el apoyo mutuo.

Creo que ese es el punto fuerte de AMPGYL, su capacidad de crear espacios de seguridad donde no se juzga a la gente, y todos encuentran rápidamente un lugar. Sólo en un ambiente así, una persona puede reconocer abiertamente «yo antes era homófobo», y darse cuenta de que durante años fueron, sin saberlo, y desde luego sin pretenderlo, agentes de la sociedad que discrimina a sus hijos, y generadores de angustia. Lo más importante, sólo en un ambiente así uno puede perdonarse a si mismo por los errores que ha cometido, y por los que cometerá en el futuro (perdonarse a uno mismo no es sinónimo de autoindulgencia, y es necesario para poder vivir sin angustia).

A nivel de aprendizaje mío, una de las cosas más curiosas que he aprendido ha sido que, aunque el discurso de la igualdad (no se puede discriminar a los gays, y todas esas cosas) se ha instalado en nuestra sociedad lo suficiente como para que reconocerse homófobo sea vergonzoso, al mismo tiempo no ha calado lo suficiente como para que eliminar al homófobo que casi todos nosotros llevamos dentro.  Jose Ignacio Pichardo, en su ponencia, comentó que el rechazo a los homosexuales forma parte del rol de género masculino, por lo que si eres hombre, no sólo tienes que ser heterosexual, sino que, además, debes rechazar decididamente a los homosexuales y todo lo que pueda entenderse como relacionado con la homosexualidad. Así es como se controla a los hombres para que cumplan con su papel en la sociedad (a las mujeres se las controla de otras muchas formas). Y entonces ¿cómo va a calar el discurso contra la homofobia, si va en contra de algo mucho más profundo, como es el rol de género de la masculinidad? Es como querer nadar y guardar la ropa. Tendré que pensar sobre el tema más detenidamente.

Me gustaría que mis padres hubiesen tenido el valor de anfrentarse a sus miedos y de buscar en internet a la Asociación de Padres y Madres de Gays, Lesbianas, Bisexuales y Transexuales (no sé si ese es el orden correcto, pero tampoco importa mucho, supongo). Seguramente el contenido de todo este blog habría sido muy diferente, mucho más optimista (aunque, por otra parte, lo más probable es que si hubiese contado con el apoyo de mis padres, yo no habría viajado a Ecuador, ni habría hecho muchas de las cosas que he hecho en los últimos tres años), y seguramente ellos estarían ahora mucho mejor al poder desahogarse con otras personas en su misma situación (ninguno de sus amigos tiene hijos GLTB) y poder compartir experiencias y recibir recursos de ellas. Para los padres que sí habéis tenido el valor de hacerlo, y habéis llegado a este blog, os dejo la dirección de la web de AMPGYL (ojo, cuando se abre, parece que está vacía, pero realmente no lo está. Lo que ocurre es que el texto se ha «caido», y está mucho más abajo, en la misma página).  Podéis encontrarles en http://www.ampgyl.org/

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Como distinguir entre un gay y una mujer.

Me han comentado que una de las psicólogas de la UTIG de Málaga (Juana, conocida por sus pacientes como «la loca», y cuyo apellido todo el mundo parece ignorar) pregunta a sus pacientes cómo saben que son mujeres, y no hombres gays. Posiblemente a día de hoy habrá recibido muchas respuestas, pero ninguna satisfactoria. El motivo de ello es que, salvo algunas personas con un ingenio excepcional, el común de los mortales nos quedamos bloqueados cuando alguien nos dice un disparate de cierta magnitud, y, encima, espera que le respondamos.

Por ello, por que hace esta pregunta con bastante frecuencia (señal de que todavía no conoce la respuesta) y yo he tenido tiempo suficiente para reflexionar, voy a responderle desde aquí, con la esperanza de que, un día, las mareas del internet proceloso le hagan navegar hasta este blog.

Estimada señora, la diferencia entre un gay y una mujer, es esta:

       

¿Se da usted cuenta? Si no lo ve claramente, puede examinar las fotos durante tanto tiempo como considere necesario, y puede acceder a la web cada vez que lo desee, para consultar de nuevo (hasta que el dueño de la foto me denuncie y me obliguen a retirarlas del blog). ¡Ánimo! Estoy seguro de que con un poco de esfuerzo, hasta usted podrá comprender la diferencia entre una mujer (heterosexual) y un hombre homosexual. Y cuando haya superado esta lección, podemos pasar a la siguiente: como distinguir entre una mujer lesbiana y un hombre. Es mucho más sencillo de lo que imagina. Más pistas: ¿cómo sabe usted que es una mujer, y no un hombre gay? ¿Lo ha pensado ya? Bien, ahora vuelva a pensarlo sin introducir su vagina en la explicación, y cuando lo tenga… pues esa es la respuesta. Lo de la vagina lo digo sobretodo porque cada vez que hace usted esa pregunta, está poniendo, figuradamente, el coño sobre la mesa. Se lo aseguro: el 100% de sus pacientes está pensando en su coño, y es un pensamiento desagradable y obsceno. De verdad: nadie tiene interés en sus genitales. Nadie quiere pensar en ellos. Ahorre a sus pacientes ese mal trago, y aumente de paso en dignidad propia. Todos saldrán ganando. Un saludo, y espero haberle sido de utilidad para resolver su duda.

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Dos años de hormonación (y II)

Así pues, como se ha visto, conseguir el primer requisito para poder cambiar de nombre no consiste en un sólo paso, sino que es un proceso largo complejo: autoreconocimiento, acudir al médico de cabecera, que te dervien a la UTIG (que tampoco es nada fácil ya que, o bien el propio médico no sabe hacerlo ni sabe dónde informarse, como me pasó a mí, o, si te está atendiendo un psicólogo o psiquiatra de salud mental en la seguridad social, es posible que «se resista» a enviarte, y que te pida esperar hasta que «lo tengas claro». Aquí se pueden ir, perfectamente, dos o tres meses de tiempo), ir a la UTIG durante tanto tiempo como tu psicólogx o psiquiatra considere necesario (con plus de dificultad si en tu Comunidad Autónoma no existe tal Unidad, porque te tocará trasponer a Málaga, aunque existan otras unidades que estén más cerca, ya que Málaga es el único Centro de Referencia nacional), hasta que al final te dan el dichoso papelito (o no te lo dan, que también hay casos de eso). Durante todo este tiempo, por cierto, no puedes emigrar de España, ya que el papelito debe expedirlo un psicólogo o psiquiatra español, o con licencia para ejercer en España.

Ahora, puedes ir a por la segunda prueba de la gymkana. Certificado de que has estado dos años en tratamiento, expedido por el médico que dirija tu tratamiento. En este caso la ley no exige que sea un médico español, pero habría que ver que dirían en el Registro Civil si llevas un certificado de otro sitio.

Lo primero que necesitas es empezar a hormonarte, que eso es fácil dentro de la Seguridad Social, y un poco más difícil fuera, porque no hay muchos endocrinos que lleven ese tipo de tratamientos (pero haberlos, haylos, yo conozco a dos). Luego, dejar pasar dos años. Tampoco es muy difícil dejar pasar el tiempo, pero sí es aburrido.

En este tiempo, tu cuerpo empieza a cambiar, y, si tienes suerte, como es mi caso, ya tienes un medio más de prueba para demostrar que eres hombre o mujer. «Tráteme según lo que ve», decía un conocido mío, a quienes no sabían como tratarle. Yo nunca he necesitado verbalizarlo. Pero funciona, porque a estas alturas de la película, la gente ya no me pide que les demuestre que soy un hombre. Ahora la pregunta es: «¿Por qué no te dejan cambiar el DNI?» Y es que el conflicto se ha empezado a producir del revés… lo que tengo que demostrar, en las ocasiones en que es necesario mostrar mi DNI a desconocidos, es que soy una mujer… cosa que no hago (excepto mañana, cuando vaya a darme de alta como autónomo, que a las mujeres les hacen… digoooo… nos hacen un 30% de bonificación).

El nivel superior dentro de esta categoría, son las cirugías, sobretodo la reconstrucción genital. «Operación de cambio de sexo», le dicen algunos. «Cirugía de reasignación de sexo», dicen otros, como si la intervención del cirujano tuviese la virtualidad de transmutar, con la reconstrucción de tu cuerpo, la esencia de tu espíritu, convirtiéndote por fin em una mujer u hombre de verdad.

«Soy mujer, porque tengo cuerpo de mujer». Es la prueba definitiva, hasta el punto de que, una vez realizada tal cirugía, cualquier razonamiento en contra es muy difícil de oponer. Una vez que te operas, los que tienen que demostrar que no eres mujer, son los otros. Y encuentran argumentos, pero son débiles, porque en el fondo saben que uno de los peores miedos de todo hombre es perder su pene, y ni siquiera son capaces de imaginar que un hombre se someta voluntariamente a una operación para quitárselo y hacer con lo que quede de él, bulva y vagina, convirtiéndose así en inofensivas e impotentes (en realidad, si hay hombres así, pero eso daría para otro blog entero). Del mismo modo, la existencia de un pene en un cuerpo, pone inevitablemente ese cuerpo en el lado de los hombres. Del peligro. Del poder.

Entiendo que esta forma de pensar es mucho más fácil, más intuitiva, que pensar «Si soy un hombre, y tengo cuerpo, mi cuerpo debe ser un cuerpo de hombre». Entiendo que hay muchas personas que sólo se sienten verdaderamente hombres o mujeres si se han operado. Incluso entiendo que hay quienes sólo admiten que alguien es auténticamente transexual si se ha operado, o tiene la firme intención de operarse. Sin embargo, como ya decía en la entrada anterior, la verdadera prueba de que eres hombre o mujer es la explicación que te diste a ti el día que te convenciste. La gran mayoría no pensó «me quiero operar, soy hombre (o mujer)», sino «el que sea hombre (o mujer), por fin explica que tuviese tantas ganas de operarme».

Volviendo a mi gymkana, el día 26 hice por fin los dos años de hormonación. Pero eso no completa el juego. Todavía no tengo el papel. Llamé a Málaga el lunes anterior a cumplir los dos años (el día 26 caía en jueves). Volví a llamar el martes posterior a ese día, y me dijeron que la doctora acababa de dar el visto bueno para expedir el certificado. Todavía no me han llamado para decirme que lo han enviado, es decir, que no lo han hecho. Pasado mañana volveré a llamar. Y así hasta que me lo envíen (¿tendré que llegar a poner una reclamación por escrito? ¿Se juntará con mi próxima cita en Málaga, que creo que es en abril o mayo?). Con eso tendré completada la segunda prueba de la gymkana para demostrar, ante el Estado, que soy un hombre.

Luego toca el resto: reunir el certificado de nacimiento (me llegó el miércoles, ha tardado unos 20 días, aunque si lo pides con certificado digital, te lo hacen instantaneamente), y el de empadronamiento (ese es rápido, lo dan en el acto, al menos en mi ayuntamiento). Hacer el escrito, que ya lo tengo preparado, y llevarlo al Registro Civil.

En mi Registro Civil (y en algunos otros) se inventan «pruebas extra». En el mío, por ejemplo, te exigen que hagas una entrevista. Esa entrevista no es obligatoria, y de hecho, me da que es ilegal que te la exijan (no pueden inventarse trámites que no están previstos). Yo supongo que lo hacen por error. La manera de evitar esto es presentar la solicitud por correo. Pero eso vendrá luego. Y luego vendrá lo que tarden en resolver (en algunos sitios, un mes o menos. Aquí, cuatro meses y medio, la última vez que lo intenté, cuando el máximo son tres). Después, ni idea de qué más hay que hacer…

Me queda gymkana para rato. Ya iré contando que tal.

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