La trampa de las palabras

Estábamos allí, 10 personas alrededor de una mesa, tratando de tomar una decisión, y entonces llegó la Pregunta. Esa Pregunta con mayúsculas que es tan difícil de contestar. – Si la transexualidad no es una enfermedad ¿Por qué pedís asistencia sanitaria? No sé si fue porque entre las diez cabezas que allí estábamos el debate se había vuelto interesante, o porque ese día había dormido poco y había pensado mucho, pero de repente lo vi claro, y dije algo que nunca había dicho hasta ahora. – Las personas transexuales pedimos asistencia sanitaria, pero no para la transexualidad, ya que atender a la transexualidad significa atender a la identidad de género, y la identidad de género no puede recibir atención sanitaria. En aquel momento me di cuenta de que las personas trans estamos envueltas en una red de palabras, y las palabras son poderosas. Se dice que puede más la pluma que la espada. En los libros de fantasía, los magos utilizan palabras para formar los hechizos que pueden cambiar la realidad. En la vida real, las palabras están creando la realidad de las personas trans (y de las otras personas, también). Si hablamos de «transexualidad» hablamos de personas que «cambian de sexo» (eso, y no otra cosa, es lo que quiere expresar esta palabra). Un «cambio de sexo» que significa una «reasignación». La «reasignación», que significa «volver a asignar» y que es el punto culminante de todo el «proceso». «Proceso de reasignación de sexo», o últimamente «proceso transexualizador» que termina con la «cirugía de reasignación de sexo», por la cual el cirujano, imbuido de poderes mágicos conferidos por su profesión(1) convierte a los hombres en mujeres (y a las mujeres en hombres, pero menos). El «proceso», implica, una serie de actividades que se prolongan en el tiempo, y que deben realizarse en su orden correcto, paso a paso, y durante el tiempo que sea necesario para que pueda completarse con éxito. La «reasignación» significa que la persona que empieza el «proceso», pertenece a un sexo distinto al que pertenecerá cuando el proceso termine. Significa que la persona, mientras dura el «proceso» todavía pertenece a ese sexo, pero que se le está probando a ver si se le puede reasignar al otro. Significa que la persona es una mujer «en proceso», un hombre «en proceso» y transexual «en proceso». En proceso de fabricación, como si fuésemos unos zapatos o un coche. Objetos extraños e inacabados, que deben ser procesados por expertos de la máxima cualificación, y a los que sólo se les puede permitir realizar incursiones «a prueba» como miembros del sexo al que puede que pertenezcan (a través del «test» o «experiencia» de «vida real»). Sólo se les puede permitir acceder a los tratamientos médicos para mujeres como «mujeres a prueba», y a los tratamientos médicos para hombres como «hombres a prueba». Primero una prueba de fortaleza y debilidad mental: resistir/superar la evaluación psicólógica. Luego una prueba de adaptación el «test de la vida real» mientras comienzan los tratamientos hormonales, a prueba. Finalmente, pueden someterse a la operación de «reasignación de género», después de la cual, ya no estarán a prueba, y serán verdaderas mujeres, y verdaderos hombres, y podrán mirar por encima del hombro a esas otras mujeres y hombres que comienzan y «transitan» desde el principio por el «proceso» que ya ellos superaron. Lo peor es que parece que somos incapaces de pensar sin usar estas palabras. Sin usar «transexualidad», «reasignación», «proceso», «test de la vida real». Pero el proceso no existe. Ha sido creado por estas palabras. Una persona pertenece al género al que desea pertenecer, y no hay diferencia entre el «querer ser» y el «ser». Esto es el derecho a la libre autodeterminación de la identidad de género: que cada persona puede decidir por si misma y en libertad, quien es, y que en ese «quien soy» se comprende cual es el género, puesto que la identidad propia no puede desvincularse del sentimiento de pertenencia a un género, sea este mujer, hombre, o cualquier otro. Si aceptamos esto, no puede haber «reasignación», y mucho menos «reasignación quirúrgica». El «proceso de reasignación» debe ser substituido por el libre desarrollo de la personalidad, incluyendo el libre desarrollo del propio género y de la expresión del género. Cuando hablemos de los tratamientos médicos solicitados (voluntariamente, y sin obligación) por las mujeres «transexuales», habrá que despojarlos de toda la carga taumatúrgica, mística e ideológica que han venido ostentando. Habrá que hablar de «cirugías de reconstrucción de sexo», puesto que eso es lo que se hace: mover los tejidos de un lugar a otro y moldearlos para reconstruir los genitales. Algo que se viene haciendo desde hace décadas a aquellas personas «intersex» cuyos genitales no son exactamente como se supone que tienen que ser los genitales de las personas del sexo al que se les ha asignado. Es jodido, porque si empezamos a hablar así, no habrá manera de distinguir entre los tratamientos que se dan a las personas transexuales, y los tratamientos que se dan al resto de personas. Pero es que no se puede distinguir, porque distinguir es discriminar, y discriminar está (o debería estar) prohibido. Es jodido que un día un cirujano pueda estar haciendo una faloplastia a un hombre que no tiene pene (por haberlo perdido en un accidente de tráfico), y otro día pueda estar haciendo una faloplastia a un hombre que no tiene pene (porque nunca lo tuvo), y tenga que atenderlos a los dos igual, con el mismo derecho, y sin haber sometido previamente al segundo a varios años de pruebas y humillaciones. Es jodido, porque un médico puede tener que nivelar los niveles de andrógenos y estrógenos tanto a la niña que le están saliendo demasiadas espinillas como a la niña que le está saliendo la barba. Las dos van a poder estar en la misma sala de espera, sentadas la una al lado de la otra, y nadie va a poder encontrar la manera de obligar a la segunda a convertirse en un hombre hecho y derecho. Sería muy jodido, porque lo que más jode a las personas, lo que más nos aterra, es la libertad de las otras personas. Tan jodido como permitir que las mujeres se sienten al lado de los hombres en la iglesia, que los negros viajen en los mismos autobuses que los negros, que los pobres tengan el mismo derecho al voto que los ricos, y que los homosexuales se puedan casar y formar una familia. Porque si no podemos distinguir, entonces todos somos iguales ¿Cómo conseguiremos, pues, ser mejores que alguien? ¿Sobre quien tendremos poder? —————————————- (1) El otro día, en un grupo trans de Facebook, una estadounidense contó este chiste: Una enfermera muere y va al cielo. Cuando llega a las puertas del Paraiso, se encuentra con San Pedro que le da la bienvenida y le pregunta algunas cosas sobre su vida. Mientras hablan, la enfermera ve que sobre una nube hay un hombre vestido con bata blanca, que lleva un estetoscopio al cuello. – ¿Es un médico? – pregunta la enfermera a San Pedro – No, sólo es Dios, que se cree que es médico. Imagen: photophilde

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