Mastectomía bilateral: ahora sí hablo de la operación (III)

La operación fue el 20 de marzo. Me desperté sobre las 8 u 8:30, que la hora a la que las enfermeras empiezan a pasarse por las habitaciones. Termómetro, tensión arterial, desayuno… no desayuno tú no, que te van a operar. Podría haber mirado la hora, pero no quise saberla. No quería estar contando los minutos que faltaban hasta el incierto momento de mi entrada en el quirófano (y preocupándome por si mis padres podrían llegar a tiempo o no), así que preferí mantenerme en la ignorancia.

2013-03-18 Hospital

La habitación del hospital vista desde mi cama

Esa noche dormí como un tronco a pesar de que en el hospital, por la noche, hacía demasiado calor (o eso pensé yo las dos noches que pasé antes de operarme. Sin embargo, después de operarme, no volví a notar más el calor. Supongo que por eso los hospitales están tan calientes… un día tengo que preguntárselo a alguien que sepa de estas cosas). El diazepan que me recetó la anestesióloga hizo su trabajo. El único problema era que me desperté con un poco de malestar general, y me dolía la garganta. Me estaba empezando a acatarrar. «Anda que si ahora me mandan otra vez para casa, y el mes que viene vuelta a empezar todo el lío…», pensé para mí. Luego decidí dejar de pensar chorradas.

De repente, la habitación se llenó de gente. Claro, tampoco es que fuese una habitación palaciega, sino que era más bien pequeña (aunque suficientemente grande para alojar a dos enfermos con un máximo de dos visitas. A la gente le gusta que las habitaciones de los hospitales sean muy grandes… Nunca he entendido por qué ¿piensan ponerse a bailar ahí dentro, con las vías enganchadas y los drenajes colgando?). En realidad eran 3 ó 4 personas, que, además, tenían un poco de prisa. Me hicieron volver a firmar el consentimiento informado de la anestesia… yo les expliqué que no, que esa era una copia en blanco que me habían dejado para que la leyese tranquilamente, pero la enfermera insistía «¿Ves? Aquí pone que lo tiene que firmar el paciente», así que volví a firmar, porque me costaba menos trabajo y por tener dos consentimientos en vez de uno, no pasa nada. «¿No llevas nada, nada más que el pijama?», preguntaron. «No», respondí yo. Ya me habían avisado la noche de antes que para la operación no podía llevar más que el pijama del hospital. Ni calzoncillos, ni nada. Lo bueno es que como ya he pasado por tres operaciones, tengo experiencia en estas lides, y sé que no se puede llevar ropa interior, porque estorba a la hora de ponerte una sonda para la orina. Así que no llevaba nada. Se siente uno un poco violento al ir sin calzoncillos o bragas por la vida, pero lo que me incomodaba de verdad era haber tenido que quitarme la camiseta para disimular el pecho, ya que las camisas del pijama del hospital no están hechas para gente que tenga tetas, y parecía que se fueran a salir de un momento a otro. Me sentía muy violento. A mis padres no les dio tiempo a llegar (por tan sólo 10 minutos).

Luego, el paseo en la cama hasta el quirófano. Es una manía mía, pero a mí ese momento me resulta aterrador. Nunca puedo evitar pensar que podría ir al quirófano por mi propio pie y darme ese último paseo, pero me llevan en la cama para tenerla preparada, ya que a partir de que me tumbe en la camilla del quirófano, voy a pasarme un buen tiempo sin poder volver a moverme. Si en algún momento soy consciente de la buena salud de que disfruto, es cuando estoy subido a una cama, de viaje hacia el quirófano (y eso que cuando va uno al quirófano es, precisamente, porque no está muy bien de salud).

El quirófano también estaba lleno de gente. Recordé que cuando me operé del estómago, en un hospital privado, el quirófano era mucho más pequeño, y había la mitad de personas, aunque la operación era muchísimo más compleja y peligrosa (además, las enfermeras que estuvieron, era la primera vez que participaban en una operación así, y lo consideraban prácticamente un honor, por las conversaciones que fui escuchando los días siguientes). Mientras toda aquella gente se dedicaba a sus cosas, el cirujano (luego supe que el Dr. Lara, pero en aquel momento yo no tenía ni idea de quien me iba a cortar y sacarme un par de buenos trozos del cuerpo) empezó a hacerme los dibujos de la operación. Sobre el pecho desnudo, obviamente. Es decir, sobre las tetas. Aunque, la verdad, sentía tanta curiosidad, que no me resultó incómodo ni vergonzoso. Luego, de paso, anotó otras cosas:

– ¿Cuanto mides? – preguntó

– 1,68

Con el rotulador anotó 1,68 un poquito más abajo de la clavícula.

– ¿Y cuanto pesas?

– 88 kilos – digo yo que habría sido más fiable que me pesaran ellos. El cirujano anotó 88kg bajo el dato anterior.  Y alguna cosa más anotaría, porque cuando me desperté tenía el pecho lleno de números. Parecía una pizarra.

Mientras, escuchaba a dos personas hacer en voz alta los cálculos de la anestesia que me iban a poner. Se los decían el uno al otro, y luego los repetían, varias veces. No sabía si sentirme inseguro porque tuviesen que repetirlos tanto, o sentirme tranquilo porque los estaban repasando bien. Decidí sentirme tranquilo, aunque sólo fuera que cuatro ojos ven más que dos.

Luego me fui a la camilla. Me tomaron la vía en el dorso de la mano izquierda, y me dolió (no mucho, pero sí que me dolió). Luego me introdujeron algún líquido (supongo que sería la anestesia). Pensé «no voy a quejarme, no voy a quejarme»… pero al final me quejé. Aquello dolía como su puta madre («¿Qué?» preguntó el anestesista, al escuchar mi referencia a la puta madre, alzando un poco las cejas. Era un señor mayor con la barba muy poblada. «Que duele mucho», aclaré yo. «Ah, sí, se nota bastante al entrar, pero no te preocupes, que enseguida se te pasa», y siguió a lo suyo. Al pobre le deben haber dicho ya de todo.) Mi recomendación es que si alguna vez os tenéis que quejar en un quirófano, no hagáis como yo. El clásico «ay, ay, ay», es muchísimo mejor y más elegante.

Alguien me puso una mascarilla. «Tranquilo, que es sólo oxígeno. Respira hondo.» Yo pensé para mí que eso no era oxígeno ni de coña, pero respiré hondo igual, porque lo que uno quiere cuando le van a operar, es estar bien anestesiado y no notar el dolor. Después de eso, fundido en negro.

Soñé algo, pero no recuerdo qué. Cuando las enfermeras me despertaron, ya estaba en la sala de reanimación. En mi sueño, soñaba que tenía que hacer algo, pero no sé el qué, y me desperté con la sensación de que tenía que ir a alguna parte. Sin embargo, en cuanto desperté, sabía donde estaba. Pregunté la hora, y me dijeron que eran las 11:45. Hice el cálculo mental: aproximadamente dos horas y media de operación. Todo había ido bien y estaba vivo. Además, no me habían puesto la dichosa sonda de la orina, que es una cosa muy desagradable, y me regocijé por ello.

Siempre que me despierto de una anestesia, pregunto qué hora es y calculo cuanto ha durado la operación. No sé por qué lo hago, pero sé que en ese momento, conocer la hora es algo muy importante para mí.

Estuve aproximadamente una hora y cuarto en la sala de reanimación. Lo normal es entre hora y media y dos horas, pero yo estaba totalmente despierto al cabo de un ratito. Supongo que los enfermeros, para esas cosas, se guian por criterios objetivos de pulso y tensión arterial. Yo sólo sé que cuando me sacaron de allí estaba perfectamente bien y aburrido como una ostra de mirar el techo.

Por fin pude ver a mis padres, que me dijeron que el compañero les contó que habían llegado tarde por diez minutos. Esperaron hasta que el cirujano les dijo que todo había salido bien, y se fueron a comer mientras yo estaba en reanimación. Les conté las pruebas que me habían hecho. Hablamos de tonterías. Yo estaba perfectamente. Al cabo de un rato, llegó la madre del otro chico, que ya había entrado en el quirófano, y también hablamos. Le dije que estaba bien, que no me dolía nada (no me dolía nada) y ella se puso muy contenta al ver que me encontraba tan bien. Luego llegó otra amiga, que trabaja de enfermera en el hospital, y también hablamos. «¡Qué bien estás! ¡Qué buena cara tienes!»

Fue increible. Las otras veces que me he operado, me desperté fatal de la anestesia. Nunca he tenido nauseas, ni vómitos, pero sí la peor resaca de mi vida. Claro que las otras veces yo pesaba 140kg, y me tuvieron que poner una dosis de anestesia para caballos. Supongo que por eso esta vez estaba mejor… ¡Pero es que estaba muy bien! A media tarde, me dejaron beber una manzanilla, a ver si toleraba el líquido. Me sentó estupendamente.

Por supuesto, miré hacia abajo, a ver cómo me había quedado. Fue lo primero que hice en cuanto mi madre me subió un poco el respaldo de la cama. Hasta aquel momento, yo había leído en foros, y visto en reportajes (ahora alguien me dirá que tal vez veo demasiados reportajes) las experiencias de gente que se había operado, lo que decían que habían sentido después de la operación, tan maravilloso… Reconozco que cuando miré hacia abajo por primera vez lo hice con la ilusión de caer en una experiencia de éxtasis teresiano. Menudo chasco. Con tantas vendas como tenía en la zona, hacía tanto bulto que la apariencia era exactamente la misma que  lo que veía cuando llevaba la camiseta compresora. Más tarde, ya en la noche, pregunté al chico de la otra habitación como se veía, y me dijo lo mismo, que con tantas vendas, se veía igual que antes (obviamente, le pregunté por whatsapp, claro, porque no estaba par ir dándome paseos por allí).

Sin embargo, todo llega. Fue varios días más tarde, cuando ya me pude empezar a duchar. Con el pecho inflamado, los pezones negros, los cortes como dos sonrisas macabras en mitad del torso, la piel fruncida alrededor de los puntos a causa de la inflamación y de la presión de las vendas (tenía mis dudas de que eso fuese a quedar bien, pero ahora empiezo a estar más tranquilo), me metí por primera vez en la ducha, y al hacer el gesto de inclinarme al por el jabón, y echar en falta el peso y el movimiento de las tetas… en ese momento sentí tanto alivio que pensé que me daba igual que se quedara bien o mal. Aunque me hubiesen puesto un pezón delante y el otro en la espalda, me habría importado un bledo.

A eso llegaré en la próxima entrada (¡Paciencia! ¡Creo que ya será la última sobre el tema!).

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Mastectomía bilateral, también conocida como la operación para quitarte las tetas (II)

En la entrada anterior estaba yo saliendo de la consulta de la anestesista (o anestesióloga, no sé como se dice), y me he dado cuenta de que olvidé una parte importante. Como ya comenté, en un momento dado, mi habitación se llenó de médicos (y estudiantes) que venían a ver a mi compañero de habitación, momento en el que yo salí corriendo y aproveché para afeitarme el pecho. Cuando salí, me senté un rato a hacer sudokus (las mañanas sin hacer nada en un hospital, cuando uno está sano, dan tiempo para hacer muchas cosas), y mi compañero de habitación empezó a maldecir, en español, a través de la cortina separadora, que estaba echada. «Hijos de puta», decía, «uno trabajando y 20 mirando, así va España», añadía, «mucho bla, bla, bla, y ninguno sabe», «cabrones», hijos de puta…» y así, hasta que finalmente acabamos trabando conversación, porque, evidentemente ese día tenía ganas de hablar (hasta entonces no se había dirigido a mí ni una vez en 20 horas), y yo también. Muy pronto entendí dos cosas: que tenía motivos para estar indignado, y que yo nunca me voy a hacer una faloplastia. Resulta que este hombre trabajaba en la obra y debido a un accidente laboral se partió la pierna en 2007. Primero le enderezaron el hueso y le pusieron una escayola, pero no se quedó bien. Luego le hicieron injertos de hueso, tomando trozos de hueso de la cadera y poniéndoselo en la pierna, pero seguía sin soldar. Después, el músculo se le empezó a consumir, hasta que la piel le quedó totalmente pegada al hueso… Un horror. En otra época, o en otro país, le habrían tenido que cortar la pierna y ya está, pero hoy en día la medicina avanza que es una barbaridad, y en lugar de eso, le cogieron un trozo de músculo de la pierna («un filete» según el médico. La mujer de este señor decía que aquello parecía que le habían puesto una pechuga de pollo ahí pegada en la pierna), se lo conectaron a los vasos sanguineos que ya tenía, y se lo agarraron todo con una especie de torno metálico para que no se le moviese la pierna, a ver si mientras tanto se le iba pegando. «¡Eso es lo que hacen en las operaciones de faloplastia!», pensé para mí. Cogen un trozo de músculo (a veces de la pierna, a veces del abdomen), una vena y una arteria, un trozo de piel (generalmente del antebrazo, aunque algunos cirujanos lo toman de otros sitios), y lo cosen todo a ver si se pega. Pero el relato de mi compañero no acababa ahí. Resulta que desde su cama se veía perfectamente el paso de los cadáveres a la morgue. El día de antes de que le operasen, habían pasado 23. Al día siguiente lo metieron en el quirófano y estuvo ahí durante 13 horas. Durante todo ese tiempo, su mujer le esperó en la habitación. Nadie le dio información de si él estaba bien o estaba mal, y la pobre se quería morir de la desesperación. De eso ya había pasado una semana, y esa mañana, cuando entró la legión de médicos a verle la pierna él les dijo «la pierna está fatal». Le destaparon la herida, y cada uno dio su opinión, que, al parecer, no se correspondía con lo que el cirujano que le operó le había contado. Lo peor es que la pierna estaba fatal de verdad. Tras preguntarme si quería verla, se levantó la sábana, y me mostró una pierna inflamadísima, completamente roja de sangre acumulada bajo la piel, que eso parecía cualquier cosa menos una pierna. Y en el muslo, una cicatriz cerrada con grapas, de un palmo de longitud. No me extraña que el pobre estuviese indignado, enfadado y desesperado. Luego su médico llegó, le tranquilizó, y respondió a todas sus preguntas, dejándolo un poco más calmado. A mí esa visión de la pierna con su filete injertado, ahí, toda ensangrentada, y el comentario del médico «cuando te lleven en camilla o te muevan la pierna para hacerte la radiografía, tú di que lo hagan muy despacio, a cámara lenta, a ver si se va a despegar el filete»… ¡Dejar que me hagan eso a mí, y en una zona tan delicada! ¡Ni de coña! Después me fui a la anestesista, y cuando volví, abrí la puerta y me encontré a dos enfermeras curándole la pierna al pobre hombre. Una visión espantosa, de la herida de la pierna espachurrada por abajo con el torno, con los bordes abiertos por arriba como si fuesen los labios de una boca gigante, probablemente para dejar salir la sangre y todos los fluidos que el cuerpo supura en estos casos. Cerré la puerta inmediatamente y corrí a la habitación 130 a refugiarme con el otro chico que se iba a operar de mastectomía. Leímos juntos el consentimiento informado de la anestesia (tres folios), volví a mi habitación, abrí la puerta, y me encontré de nuevo con la misma imagen horrible. Cerré corriendo y me refugié de nuevo en la habitación 130. Llegó la madre del otro muchacho, que me estuvo contando de la lucha que ha tenido para que se respete la identidad de género de su hijo. Volví a mi habitación, abrí la puerta con precaución esta vez, y ahí seguían liadas las dos enfermeras (¿es que no iban a terminar nunca?), regresé corriendo a la otra habitación, y ya no me volví a ir hasta la hora que empezaron a llevar la comida, cuando, por fin, la pierna de mi compañero de habitación ya debía estar en perfecto estado de revista, convenientemente envuelta en gasas y vendas. Aún así, cada día, por la mañana, cuando le cambiaban las sábana, yo veía se salían completamente manchadas de la supuración de la pierna.

No me hago una faloplastia ni de coña, al menos con la información que tengo. Una de las cosas que me fastidian de las personas trans que se operan, es que no hablan del dolor, ni de las complicaciones, ni de nada. Cuando las ves en uno de esos documentales, explican con una mirada beatífica lo felices que están de haberse operado. Como el reportaje que vi una vez, en que el Dr. Mañero operaba a un chico trans, y cuando le preguntaban que qué tal, él, con los ojos brillantes y su brazo en cabestrillo, respondía que estaba muy contento con lo que le había hecho el doctor. O una entrevista a Balian Buschbaum, en la que cuando le preguntaban por este tema venía a decir algo así como «me desperté junto a la gente a la que quiero y una estupenda erección ¿se puede pedir más?» (en aquel momento no se me ocurrió guardar el enlace a la entrevista, pero me parece un poco raro que se despertara junto a alguien conocido. Yo, siempre que me he operado, me he despertado junto a una enfermera que trataba de hacerme reaccionar de manera más o menos enérgica, y con bastante malestar, como si me hubiese tirado toda la noche de juerga). Vale, cada uno, cuando le preguntan, habla de lo que quiere, y supongo que en la tele no vas a decir «estuve meando a través de un tubo que me salía de la parte del cuerpo tal, mientras se curaba la estensión de la uretra», pero estaría bien que sí pusiesen la información en algún sitio, digo yo, aunque fuese de forma anónima. En plan «llevo dos semanas sin poder mover el brazo por culpa del trozo de piel que me arrancaron, y ahora que me está empezando a crecer de nuevo, pica un montón». No sé, algo así.

Volviendo al tema, la tarde transcurrió tranquilamente, y todavía no sabía a qué hora me iba a operar. «Cuando venga la enfermera a ponerte el cartel de ‘en ayunas’, ya te lo dirá», me decían las enfermeras que se pasaban por la habitación. «Aquí nadie dice nada», opinaba la mujer de mi compañero de habitación, que ya se podría decir que era bastante veterana.

Gremlin en ayunas a partir de las 12 de la noche

Gremlin en ayunas a partir de las 12 de la noche

Un poco antes de la cena (sobre las 8 de la tarde), una enfermera jovencita vino a ponerme el cartel de «en ayunas».

– Puedes comer hasta las 12 – me explicó – pero después ya no puedes comer más, ni beber agua.

– ¡Como los gremnlins! – le dije yo.

– ¿Qué? – respondió la enfermera, que no tenía ni puñetera idea de lo que estaba diciéndole.

Le expliqué que los gremnlins eran unos bichos de una película que no se pueden mojar, ni comer después de las 12 de la noche, ella me siguió la corriente como a los locos, y continuó con su trabajo, muy profesional. En esos momentos, uno descubre que está empezando a envejecer, y que ya hay gente con edad suficiente para desconocerlo todo de las películas que marcaron a toda su generación, y que al mismo tiempo tienen edad suficiente para ejercer profesiones de responsabilidad como la enfermería. Ay. Y cada día tengo más canas.

Volví a tratar de enterarme de a qué hora me operaba. La enfermera me explicó que sería el segundo en entrar al quirófano… es decir, que me operarían cuando acabasen con el primero. Una explicación aplastántemente lógica, pero completamente inútil a efectos de saber a qué hora tenían que llegar mis padres. Como el horario de una tienda que había cerca de mi casa que decía «abrimos cuando llegamos, y cerramos cuando nos vamos».

Aún así, supuse que antes que yo, entraría el otro chico. O sea, que yo entraría en quirófano sobre las 11:30, y mis padres tendrían tiempo de llegar sobradamente. Les llamé y se lo dije. Luego fui a la otra habitación a comentarlo con él, que me dio otra información distinta: él iba a entrar el tercero en el quirófano, es decir que yo iba delante, y sería el que entraría sobre las 9:15. Así que volví a llamar a mis padres, y nos dimos cuenta de que sería muy difícil de que llegasen a tiempo para estar antes de que entrase al quirófano. Claro que tampoco tenía mucha importancia. Bueno, a nivel sentimental, un poco de importancia sí que tenía, pero vamos tampoco es que se fuese a hundir el mundo ni nada de eso.

Antes de irme a dormir, sobre las 23:30, pasaron las enfermeras ofreciendo un poco de leche, infusiones y cosas así (lo hacían todas las noches), y de paso las medicinas que correspondiesen a cada cual. A mí la anestesista me había recetado omeprazol (para la úlcera, que últimamente me está molestando un poco, y especialmente cuando tengo el estómago muy vacío) y un diazepan para que durmiese más tranquilo. Yo nunca había tomado diazepan, y la verdad es que sí estaba un poco nervioso. La pastillita no me dejó grogui como yo pensaba, pero sí que me ayudó para dormir bien.

(Y en la próxima entrega… la operación por fin ¿Llegarán mis padres a tiempo? ¿Me convertiré en gremnlin malvado? ¿Aprenderé a resumir un poquito más y no enrollarme como una persiana? La respuesta, en el próximo capítulo de «como me operé de las tetas»).

 

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Mastectomía bilateral, también conocida como la operación para quitarte las tetas (I)

Me llamaron por teléfono para avisarme de que había un quirófano libre cuatro días antes de ingresar. Fue el día 14 de marzo (sobre los nervios que me entraron y demás preparativos, ya hablé en esta entrada). Tenía que ingresar el día 18, pero no me operaban hasta el día 20, lo que suponía estar un día y medio antes en el hospital. Después de hablarlo con mi madre, decidimos que lo mejor era que fuese yo solo, y ya vendría ella el día 20, porque, la verdad, no sé qué pintamos toda la familia allí, en el hospital, mirándonos las caras durante dos días.

Para ir, cogí el autobús. Normalmente voy a Málaga con mi coche, porque el autobús Motril-Málaga pertenece a la línea «Almería-Algeciras» y va parando en muchos pueblos. Elegí el más directo, que sale de Motril a las 10:00 y llega a Málaga sobre las 12:30 (en coche, en cambio, tardo sólo una hora en llegar, dependiendo del tráfico que encuentre). De paso, aproveché para quedar a comer con una amiga que vive a 5 minutos del hospital, y que me trató a cuerpo de rey (los tortellini a la carbonara más buenos del mundo). Menos mal, porque esa misma noche descubriría que la comida que ponen en el hospital no está muy buena que digamos.

Llegué al hospital a las 4 de la tarde en punto, tal y como me habían dicho, al Pabellón B, planta primera, cirugía plástica, aunque nada más entrar al pabellón vi una oficina que ponía «admisiones», y pensé que lo primero que tenía que hacer era pasarme por allí. Una señora me preguntó el nombre, lo buscó en la lista y… No estaba.

Creo que no puse mucha cara de espanto. Al menos, intenté no poner mucha cara de espanto ¿Se habían equivocado al llamarme y darme cita? ¿Se había cancelado la operación y no me había avisado nadie? ¿Me había equivocado yo de día? Horror y terror. La señora me indicó que subiera a la planta de cirugía plástica y pidiese allí una orden de ingreso, y luego la bajara. Por la forma en que lo dijo, me dio la impresión de que no es algo poco habitual que una persona llegue a ingresar y en admisión no tengan la orden de ingreso. No es de extrañar, ya que en un hospital tan  grande debe ser más o menos sencillo que se te «escape» algún paciente. A veces también ocurre en los hoteles, aunque los hoteles suelen ser más eficientes en ese sentido ya que, después de todo, su trabajo consiste en hacer ese tipo de cosas, mientras que el trabajo de los hospitales suele ser cuidar la salud de la gente.

Con el corazón en un puño, subí a la planta de cirugía plástica, y allí me localizaron muy rápidamente (que alivio) y me dijeron que ahora llamaban al encargado de guardia para que hiciera la órden, aunque en ese momento tuve la sensación que de la cosa iba para largo. Empecé esperando de pie, pero al cabo de media hora me dijeron que casi mejor que me fuese a la sala de espera de quirófano, donde podría esperar sentado. Mucho mejor, ya que tardaron casi dos horas en hacer la dichosa orden.

Al principio de la espera, me mosqueé un poco, pero luego me di cuenta que, esperase en la sala de espera del quirófano, o en la habitación, ya no iba a salir del hospital en una buena temporada. No tenía nada qué hacer, ni ningún sitio donde ir, así que… ¿Qué más me daba que tardasen cinco minutos o tres horas? Saqué mi libro electrónico y me puse a leer.

No me llevé el ordenador porque mi madre me advirtió con buen criterio que si la habitación se queda sin vigilancia, cualquiera puede entrar y llevarse lo que sea. De hecho, el libro que me llevé era uno que tenía con pantalla de TFT (un mp5, dicen que se llama) y que ya no uso desde que me compré el Kindle, que es mucho más cómodo para leer. Decidí no llevar libros en papel pensando que después de operarme tal vez no podría levantarlos, por el peso, y fue una buena idea. También pienso que si me hubiese llevado el ordenador, tampoco habría podido usarlo mucho, ya que en la mano izquierda me pusieron una vía súper molesta, pero ya hablaré de eso más adelante.

Finalmente conseguí la orden de ingreso, bajé a admisión, la entregué, me dijeron el número de habitación, y volví a subir. Las habitaciones son dobles y tienen dos sillones para las visitas. Mi compañero de habitación era un marroquí algunos años mayor que yo (andaría por los 40), que en aquel momento charlaba animadamente con su mujer, mientras veían «Sálvame» en Telecinco. Tenía la cortina echada,  y se limitó a saludarme con un gruñido.

La televisión era compartida, y había que pagar (no recuerdo si 2,40€ diarios) para verla. Como él pagaba, él tenía el mando. Si hubiese estado yo sólo, no habría pagado. No veo la televisión ni en mi casa cuando es gratis, como para verla pagando en el hospital. También me daba bastante igual su elección de canales, aunque luego, cuando supe por qué estaba ingresado en el hospital, empezó a darme más igual todavía.

Esa tarde me hicieron un análisis de sangre. Mientras la enfermera hacía la extracción, me contó que en la habitación 130 (la mía era la 128) había otro chico que se iba a operar de lo mismo ¡Qué pena que no nos pudieron poner juntos! Pero no importaba, porque como a mí todavía no me habían operado, podía ir perfectamente a visitarle, aunque no hizo falta, porque un rato más tarde nos llevaron juntos a hacernos una placa de torax, y ahí nos conocimos.

El otro chico es un muchacho de Huelva, muy jovencillo (no daré muchos datos, porque no sé si a él le gustaría) que empezó su proceso a los 14 años, con el apoyo de su familia. La verdad es que me cayó muy bien, y también su madre. Me alegro de haberles conocido a ambos ^_^

Al día siguiente por la mañana, mi habitación se llenó de médicos que venían a ver a mi compañero de habitación. Había tanta gente que me agobié y les pregunté si preferían que me fuese, porque estaban ahí, comentando cosas de la salud del otro hombre, y me sentía invasor de su intimidad. Uno de los médicos me dijo que, de cara a la mastectomía, tenía que afeitarme el pecho, y me sugirió que aprovechase para hacerlo en ese momento. Así que, ni corto ni perezoso, me fui al mostrador a pedir maquinillas de afeitar (yo me olvidé de echar mi neceser, con la maquinilla y el cepillo de dientes). Me dieron dos: una muy buena, que cortaba que daba gusto, y otra malísima. Al otro chico que se iba a operar también se le olvidó la maquinilla de afeitar, y las que le dieron eran de las malas. Moraleja: si te vas a operar, llévate tu maquinilla de afeitar.

Nada más terminar de afeitarme, me hicieron un electrocardiograma, y nos llevaron, al otro chico y a mí, a ver a la anestesista, que nos dijo que todo estaba bien. A aquellas alturas yo todavía no había conseguido enterarme de a qué hora me operaban, y me interesaba para que mis padres pudiesen programarse el viaje. Sin embargo, el otro chico tenía más información. Según le habían dicho, uno entraría en quirófano alrededor de las 9:15, y el otro cuando saliera el primero. Otro amigo me había comentado que es una operación que dura unas tres horas, así que yo eché la siguiente cuenta: si uno entra a las 9 y sale a las 12, el otro entra a las 12 y sale a las 3. Si los médicos entran a trabajar a las 8 de la mañana, pues ya está la jornada laboral completa. Luego se lavan las manos, salen y se van a su casa comer, como cualquier otro funcionario. Supongo que las cosas no serán así (o tal vez sí), pero imaginar que mi operación, tan extraordinaria y trascendental para mí, formaba parte de la rutina diaria del médico, como es para mí vender en mi tienda, me tranquilizó un poco. Lo fastidioso del tema es que toda la información que tenía venía de amigos y conocidos, y no del personal del hospital. A mí me parece que las cosas no se deben hacer así.

Total, que la anestesista me dijo que todo estaba bien, y me dio a firmar el consentimiento informado de la anestesia. Yo le dije que lo quería leer, un poco asustado después de la experiencia de la cita con el cirujano, hace dos años, quien se molestó un poco porque quise leer lo que iba a firmar. Sin embargo esta vez no pasó nada. La anestesista me dijo que no sólo tenía derecho a leerlo, sino que era conveniente que lo leyese. El único problema era que no había tiempo para que lo leyese en la consulta (es un poco largo), y si en vez de firmarlo allí lo firmaba fuera, cabía la posibilidad de que se extraviase y sin consentimiento informado no me podían operar. Así que le pedí que me diese uno en blanco (la idea no fue mía, fue del cirujano aquella vez que fui a verlo). Yo le dejaba su copia firmada, y me llevaba otra para leerla. Después de todo, el consentimiento informado se puede revocar en cualquier momento antes de la operación, así que…

Del resto de las cosas que pasaron antes de la operación (¡Sí! ¡Hay más!) y de lo de después de la operación, seguiré hablando en otra entrada, que esta ya se empieza a alargar un poco ¡Así mantengo la intriga!

 

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Estoy bien

Escribo desde el móvil, así que va a ser una entrada breve. Me operaron el miércoles 20, y me dijeron que estaría ingresado hasta el sábado o domingo, pero me he recuperado muy rápido y el viernes me dieron el alta.

Todavía me queda bastante para recuperarme del todo, y ahora el peligro es que se infecte la herida, pero estoy con mis padres que me cuidan bien (^_^), así que seguro que todo irá evolucionando bien.

No estoy como para ponerme delante del ordenador, y facebook me cansa especialmente, pero volveré cuando pueda.

P.D. Tengo comentarios pendientes de aprobar y responder. También lo haré cuando pueda ¡Muchas gracias!

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¡¡Por fin la mastectomía!!

Ayer (día 14 de marzo) me llamaron de la UTIG para decirme que había un quirófano libre. En la última cita con la endocrina me dijeron que sólo tenía a 4 personas delante que estuviesen pendientes de mastectomía, pero que los quirófanos se repartían entre las mastectomías, las histerectomías y las genitoplastias, así que realmente no sabían cuando me operaría, pero probablemente en enero, febrero o marzo (y, más bien, febrero o marzo).

Así que, en vista de que a Marzo ya no le quedaban muchos días, cuando vi que la pantalla del teléfono me mostraba un número largo, pensé que podría ser del hospital. Pero en ese momento a mi teléfono le dio por ponerse en huelga, y me cortó la llamada él mismo. Eran como las 11 de la mañana, yo estaba en la tienda, y me entraron ganas de agarrar el primer martillo que se me viniera a la mano y darle un buen martillazo a ese teléfono inoportuno. En lugar de eso, cogí el cable y lo puse a cargar, porque estaba un poco flojo de batería el pobre, ya que si me liaba a martillazos, iba a ser difícil que me volviesen a llamar, mientras que cargándolo, facilitaba las cosas. Esto demuestra que, generalmente, intentar que todo esté en las mejores condiciones, sirve mejor para conseguir lo que quieres que actuar con agresividad y violencia.

Sería la una y cuarto cuando me volvieron a llamar. Y sí, era del Hospital. “Es un poco precipitado…” me dijo la secretaría, en tono de disculpa, “pero es que ha quedado un quirófano libre”. “No te preocupes por la precipitación, que yo soy autónomo y en un momento echo el cierre y me voy para el hospital.” “Pues tenemos un quirófano para el miércoles día 20”.

Yo, que normalmente no sé en qué día vivo, y cuando estoy nervioso lo se menos todavía, pensé que en realidad no era tan precipitado. Cuando me dijo que tenía que ingresar el lunes, entonces me di cuenta de que estábamos hablando de la semana que viene. Era jueves. La operación era para el miércoles. Es decir, en menos de una semana iba a estar operado.

Ahí sí que me puse nervioso. La secretaria me avisó de que me llamarían de cirugía plástica para darme los datos, que hiciera el favor de tener el teléfono operativo ¡Claro!  ¡El personal administrativo de los hospitales trabaja por las mañanas, y la mañana del jueves ya se había acabado, así que sólo quedaba la mañana del viernes para que me avisaran! ¡Un solo día laborable antes de ingresar! Eso significaba que… tenía que dejarme las cosas pendientes listas en un día y medio. Como si los nervios por la operación no fuesen bastante por si solos.

Un rato más tarde, el mismo día, me llamaron para confirmar el ingreso. Tengo que ingresar el lunes a las 4 de la tarde. Lo que significa que el lunes por la mañana ya no podré trabajar, ya que si quiero llegar a las 4 a Málaga, debo coger el autobús por la mañana. A las 10:30, concretamente.

Nervios creciendo. En el camino a mi casa iba contando lo de la operación a algunxs amigos por whatsapp, con lo que no prestaba demasiada atención al tráfico, y no me atropelló ningún coche de milagro.

También empecé a pensar. Pensé en qué sentiría cuando me viese sin pecho por primera vez, y recordé las grandes frases de alivio que había leído en foros, hace tiempo. Pero eran frases de gente que realmente necesitaban deshacerse de esa parte de sus cuerpos como única manera de entender su identidad. Para ellos, los pechos era agobiantes, humillantes, una especie de esclavitud que a duras penas podían soportar. Para mí, las cosas no son así.

Entonces me asaltó la duda ¿Y si yo no sentía ese gran alivio? ¿Y si en realidad no me sentía identificado con lo que veía en ese momento? ¿Y si era una especie de shock que no sabía manejar? Realmente pienso que mi deseo de esta operación no viene de mi interior, sino de fuera. Si yo pudiese ir a la playa, o quitarme la camiseta en público, o cambiarme en un vestuario, o nadar en una piscina, o no tener que preocuparme de si se nota o no se nota… seguramente no me operaría. Si el verme sin camiseta no supusiese una especie de trauma psicológico a las personas con las que he tenido relaciones sexuales (son pocas, son pocas, que dicho así parece que esté todo el día de picos pardos, y no), y mis pechos no fuesen algo que debo esforzarme por ocultar al mundo, probablemente no sentiría ninguna necesidad de librarme de ellos. Pero las cosas son como son, y realmente quiero operarme. No con obsesión, no desesperadamente, pero sí con firmeza. Tal vez en el futuro mucha gente decida no operarse, porque esta necesidad que viene del exterior no exista, pero hoy en día, esto es así.

El pensamiento no dejó de darme vueltas en la cabeza, pero iba acompañado de otros muchos más pensamientos. Contárselo a mi madre, que se lo ha tomado muy bien, dentro de la lógica preocupación que es que operen a un hijo (ese sería otro motivo por el que desearía no tener que operarme… no preocupar a mi familia). Qué y como tengo que preparar las cosas. El trimestre se acaba en abril, así que debo dejarme las cuentas hechas para poder presentarlas en hacienda por internet cuando llegue su momento. Recoger el ordenador, que estaba en el técnico. Ir a la policía a resolver una cosa que ya contaré más adelante. Ponerme la inyección de testo, que tocaba justo ese día. Cargar libros en el lector de libros electrónicos. Luego me ha dicho mi madre que mejor me lleve el mp5, que ya no uso, en vez del Kindle, no vaya a ser que me lo roben… y como lleva toda la razón, pues lo voy a hacer así ¿Me llevo el ordenador? Por la misma regla de tres, ni ordenador, ni netbook ¿Y qué hago con las clientas de la.trans.tienda que tengo por responder, o con las consultas que me lleguen? Pues es un problema ¿no? Por cierto, si estoy de baja, no puedo trabajar, pero el sistema de recepción de pagos está automatizado. Otra cosa que hay que resolver, ya que puedo cobrar, pero no puedo realizar envíos. A ver si me van a multar por trabajar estando de baja…

Mil cosas. Al final del día, por fin me senté un rato a ver una serie. Mientras la veía, bajé la vista y vi el bulto de mi pecho, disimulado por la camiseta compresora, pero todavía ahí, y sentí un leve picor de disgusto. No fue una sensación consciente, sino una especie de subrutina que se estaba ejecutando en la parte “de atrás” de mi mente. Un pensamiento que normalmente me habría pasado desapercibido… pero esta vez no. Esta vez no, porque en unos días, eso ya no estará ahí, y ese pensamiento reflejo será una sensación de alivio. La subrutina del disgusto dejará de existir. Me voy a sentir liberado.

Es un poco absurdo todo. Realmente, más que los pechos, es como si fuese a extirparme los problemas. No los resuelvo, me los hago cortar por un cirujano, y lo peor es que no hay otra manera de hacerlo, o si la hay, yo la desconozco (bien, podría aprender a tomármelo de otra manera, y hacer que la opinión que los demás tengan sobre mí no me importase, pero creo que aún estaría mi opinión sobre mí, que fue la que sentí esa noche, estando a solas en mi casa, sin hacer nada especial).

Voy a estar un tiempo sin ordenador, pero intentaré postear algo en cuanto me sea posible. Con fotos.

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Después del viaje a Liverpool.

Me habría gustado escribir cuando volví de Liverpool, para contar como me fueron las vacaciones, pero no tuve tiempo.

Me habría gustado escribir sobre las novedades políticas, pero no puedo (y, sin embargo, lo haré).

Habría querido hablar de lo triste que estoy porque esa amiga sigue disgustada conmigo, cada vez más, y cada vez más cerrada a una posibilidad de arreglar las cosas, pero no tenía fuerza. En lo único que puedo pensar es que, en ocasiones, es necesario abrir tu mano y dejar caer lo que tenías en ella, aunque sea otra mano que llevas sosteniendo desde hace mucho tiempo. Aunque sea la mano de alguien que pensabas que estaría siempre en tu vida. No te queda más remedio que dejarla ir, y pensar que nunca va a poder irse del todo, pues se lleva mucho de ti, y tú te quedas mucho de ella.

Los acontecimientos van cayendo uno tras otro, durante mis horas de trabajo, mientras estoy estudiando, y también en los ratos en que me pregunto como voy a hacer para pagar el sello de autónomos, y las facturas de mis proveedores, sin tener que dejar de comer. Sigo tan saturado como en el último año (o quizá, los últimos dos años), y una y otra vez me digo (y le digo a todo el que quiera escucharme) que así no puedo seguir.

El viaje a Liverpool me sentó tan bien, que el segundo y el tercer día estaba mareado la mitad del tiempo. Me pasa cuando me baja la tensión. Lo que significa que, por lo general, suelo tener la tensión más alta de lo que debería. Lo que significa que me estoy quitando tiempo de vida a base del estrés. Así que he decidido intentar tomarme las cosas con más filosofía. Cada día hago una lista de las cosas que tengo que hacer, y voy tachándolas a medida que las hago. Me gusta: por una parte, me causa satisfacción ir comprobando que mis horas no pasan en balde, que soy productivo. Por otra parte, me sirve para ir empezando a medir cuantas cosas puedo hacer en un día y medirme. No comprometerme (ni siquiera conmigo mismo) a hacer más de lo que es posible. También es verdad que ahora no estoy trabajando 12 ó 14 horas al día, como suelo. Estoy haciendo jornadas de 8 horas, y para de contar. En caso de necesidad extrema, podría hacer más. De hecho, ahora mismo, debería hacer más. Sin embargo, no puedo vivir siempre como si estuviese en caso de necesidad extrema.

Funciona. Llevo dos días notando de nuevo esos mareos de tener la tensión un poco baja. Son molestos, pero al cabo de unos días de mantener una tensión arterial así, se quitan por si solos. Estoy más relajado, y hoy que es jueves, no me siento exahusto, como si llegar al viernes fuese una especie de maratón que debo correr cada semana. Ya me va haciendo falta un poco de fin de semana, pero lo normal.

Además, he empezado a escribir un libro. La idea la tuve este verano. Llevaba ya tiempo dándole vueltas, desde que mi amiga Lluvia Beltrán me dejó que leyese el borrador-casi-definitivo de su novela. Hablando sobre el proceso de escribirla, y la evolución que había seguido en las diferentes reescrituras, sentía que había algo que podía aprovechar para mí, hasta que, de repente un día, viendo una película de Woody Allen, saltó la chispa.

El caso es que desde entonces hasta que me puse a escribir, pasaron varios meses. Además, no me atreví a contarlo a nadie al principio, porque no sabía si la podría seguir. Luego, sólo se lo dije a algunas personas, porque sentía que estaba a punto de dejarla. Esto fue cuando llevaba unas 20 páginas: lo suficiente para quitarme el gusanillo de escribir, pero demasiado poco como para que dejarlo supusiera un gran problema. Empecé a notar que me daba pereza sentarme delante del ordenador, y pedí que me ayudaran, aunque fuese sólo preguntándome cómo iba la cosa. Ahora ya voy por la página 47, y mi novela “se ha hecho mayor”. Es curioso, porque no tiene mucho que ver con la idea original, y tampoco con la película de Woody Allen, o con Fotografiar la Lluvia (la novela de mi amiga, que, por cierto, está en proceso de edición). Sin embargo tal vez el nexo común es que, simplemente, me he puesto a escribir sobre lo extraordinarias que son las vidas ordinarias. Simplemente, escribo sobre cosas que conozco, y los personajes son las sombras de personas que están o han estado en mi vida. Incluso hay uno que se parece a mí, y no, no es el protagonista.

Voy despacio, como con todo. Intento sacar cada día un ratito para escribir al menos 300 palabras, pero no siempre lo consigo. Otras veces, consigo escribir más. Entre unas cosas y otras, para lo que casi no tengo tiempo es para escribir entradas en el blog… ¡Pero seguiré anotándolo en mi libreta-diario de cosas que hacer!

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La abeja y la babosa.

La semana pasada tuve que asistir a la utilización de un proyecto que debería estar encaminado a resolver una serie de problemas de las personas trans, para el lucro político de una sola persona. No puedo hablar todavía de ello, porque el proyecto está todavía en marcha, y nos encontramos en un momento delicado (el más delicado desde que empezamos, el de mayor vulnerabilidad), pero cuando todo haya terminado, tanto si tenemos éxito como si al final fracasamos, lo contaré todo, y no me va a importar quien o cuanta gente se enfade conmigo, o las mentiras e historias que esa persona pueda decir sobre mí para restarme credibilidad.

Estoy tan decepcionado, que no lo puedo ni decir. Llevo varios días dándole vueltas en la cabeza a las maneras en que podría explicarlo, no porque quiera que otras personas lo entiendan, sino porque escribir lo que siento siempre me ha servido para poner en orden mis ideas (una especie de terapia, a lo pobre, porque no tengo dinero para pagarme un psicólogo). He reescrito este párrafo varias veces. Me he quedado un rato mirándo al vacío, a ver si las palabras llegaban solas. Pero no. Sigo sin saber cómo expresar lo triste, lo cansado, lo enfadado, lo desilusionado que estoy… 

Me planteo para qué hago lo que hago. Para qué me esfuerzo tanto por intentar que el mundo sea un poco mejor, si parece que ya hay una o dos personas que pueden encargarse ellas solas de todo. Ya tenemos una reina de la colmena que lo sabe todo, lo hace todo, lo resuelve todo, lo negocia todo, lo grita todo, y a la que la actividad de cualquier otra persona le molesta y le estorba porque cualquiera que no opine y obre bajo su dictado, está “rompiendo la unidad del colectivo trans”. Si ella sola lo puede todo, y los demás sobramos ¿para qué me estoy molestando tanto? 

=====

Este fin de semana, quedé con mi amiga, la escritora Lluvia Beltrán, que venía para la presentación del libro “la puerta de las rimas” (de otro autor, no recuerdo ahora como se llama el muchacho, y sobre la que no puedo opinar porque no la he leido). A su vez, me presentó a otra gente, que también son amigos suyos, y lo pasamos genial. Me cayeron muy bien todos. Dos de ellos son una pareja que lleva poco tiempo junta, pero se les ve tan bien compenetrados… Hablamos de las pequeñas cosas de la vida: música (yo creo que Yolanda debería ir a un concurso de la tele ¡Conoce todas las canciones!), actores y cantantes guapos, trabajo, como pagar el recibo mensual de autónomos y no morir en el intento, de lo bordes y estúpidos que son algunos clientes, que te regatean por menos de un euro, de lo majos que son otros, que te preguntan por las cosas que estás haciendo, de lo imbéciles que son los jefes, que suelen despedir al que más trabaja en la empresa, mientras que aprecian a los que dedican su tiempo a hacer relaciones públicas y a “ser creativos”, de flores y plantas, de las épocas que se vende más y se vende menos, del precio de los alquileres, de café, de pizza, de lo mal que se come en Inglaterra, de proyectos de negocios que podríamos emprender… 

Todo esto llegó en un momento en el que, desde hace unas semanas, pienso en quien soy y no me acuerdo. Recuerdo que me gustaban los juegos de rol, pero ahora me propongo jugar y me echa atrás el cansancio. Recuerdo que tenía amigos con los que salía a tomar algo y a hablar de tonterías. Lo pasábamos muy bien. Me resultaba sencillo relajarme y hablar, no como ahora, que cuando hablo de cosas normales casi me siento como si estuviese cambiando de idioma. Cuando veo alguna serie (una de las pocas cosas que me relajan últimamente), empiezo a sentir angustia. Me pongo a pensar, y al llegar la noche, me parece que no soporto mi propia vida. Estoy como alienado de mi msimo. Entonces es cuando me pregunto quien soy.

Yo antes no llevaba encima de mí el peso de, al parecer, el bienestar presente y futuro de todas las personas trans de Andalucía (y, tal vez, de España, puesto que la ley que queremos aprobar significaría un punto de inflexión histórico en Europa, en lo concerniente a la atención, consideración y reconocimiento de la transexualidad y de las identidades trans. Es algo muy gordo.) Ahora siento que debo hacerlo, aunque en realidad, nadie me ha pedido que lo haga. Más bien, se me está pidiendo que no lo haga. Que me haga a un lado, porque tapo la luz de los focos, porque no estoy aplaudiendo, y, en definitiva, porque no me avengo a trabajar como una obrera más de la reina-abeja. Qué desfachatez la mía.

No necesito nada de esto. No tengo por qué salvar el mundo, y menos si, encima, debo pagar por ello un alto precio a nivel personal (y también económico). Me siento vacío. Nada de lo que hago me llena. Esta tarde me voy de viaje a Liverpool, a ver a mi hermana, y casi no tengo ilusión. No me levanto por las mañanas lleno de energía, contento de pensar en todas las cosas que tengo que hacer, sino cansado y triste tras haber dormido poco, preguntándome quien va a ser el que venga hoy a rebuznarme al oido, a enfadarse conmigo, a tratar de manipularme y aprovecharse de mí, y a enfadarse al comprobar que aquí ya no queda nada que sacar. 

Mientras pienso esto, se me ha ocurrido, por fín, la manera de explicar cómo me siento. Me siento como una babosa sobre un montón de sal. Debo empezar a plantearme qué es el montón de sal, y como salir de él. La parte buena es que yo no soy una babosa.Imagen

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Post exámenes

El miércoles hice el último examen, por fin. En realidad, eran solamente dos (llevo tres asignaturas cada cuatrimestre, y me dejé una para septiembre), pero a los profesores de la UNED les encanta escribir unos tochos enormes, que solamente para leerlos ya te lleva varios meses… no hablemos de estudiarlos. Así que, por más interés que le pongo, no puedo sacar más que medio curso por año, y contando con que algunas asignaturas me las dejo para septiembre. Eso sí, en los dos años que llevo, todavía no he suspendido ningún examen, y espero que esta evaluación no vaya a ser la primera.

A diferencia de otros años, he conseguido llegar al final de la evaluación sin que me pasen ninguna de las siguientes cosas:

  • No me he puesto gravemente enfermo. Los dos años anteriores, en febrero, me puse fatal. El primer año, cogí la gripe A (era fuertecilla, la muy…), y el segundo año, una buena neumonía. Este año me he montado una mesa camilla en la tienda, y he estudiado calentito, gracias a lo cual me he ahorrado una semana de estar muriéndome con 38,5º de fiebre. Aunque reconozco que algunos días habría sido agradable estar enfermo y no poder ir a trabajar.
  • No he tenido dolor de dientes. Tengo tendencia a apretar los dientes mientras duermo, y también cuando estoy despierto. Eso se llama bruixismo, y la solución es fácil, pero un poquito cara. Basta con ir al dentista para que te haga una especie de aparato que te lo pones, y ya puedes morder todo lo que quieras. Me costó 120€ (ojo, el primer sitio donde fui a preguntar fue la clínica Vitaldent, que está al lado de mi casa, y me querían cobrar 235€ ¡!), pero vale cada uno de los 1.200 céntimos invertidos ¡Ya no me duele la boca! ¡Puedo comer sin que las mandíbulas me crujan! ¡Increible!
  • No me ha vuelto a sangrar la úlcera. Normalmente la úlcera se me pone peor con el estrés. Terminé el tratamiento justo antes de navidad, y creo que ya se me quedó bien, o medio bien. Últimamente me duele un poco el estómago y la espalda (a mí, cuando me duele el estómago, me duele también la espalda), así que puede que sí me haya empeorado un poco por el estrés…

Excepto por lo de la úlcera, creo que este año he pasado por el trance de los exámenes de  febrero mucho mejor que otros años. Será que ya le estoy cogiendo el tranquillo a esto de estudiar a distancia.

Además, tampoco tengo tanto trabajo acumulado como otras veces, aunque es verdad que debo algunos correos electrónicos, y tengo mis blogs algo abandonados (T_T). Teniendo en cuenta que llevo tres días sin vender absolutamente nada en la tienda, y sin que ni siquiera entre nadie a preguntar, sospecho que me va a dar tiempo de ponerme al día de todo. Por desgracia. Lo que no sé es cómo voy a hacer para pagar la seguridad social. Teniendo en cuenta que si pago la seguridad social, va a llegar el día que no tenga para comer, tal vez lo mejor sería que me pusiese en huelga de hambre. Así ahorro, y a lo mejor consigo que me hagan alguna bonificación en la couta. De camino, adelgazo. Todo son ventajas.

Otra cosa que voy a tener tiempo de hacer, en vista de que no vendo prácticamente nada, es escribir mi novela. «¿Tu novela? ¿Qué novela?». Es normal que no sepas de qué novela hablo, porque sólo lo he comentado con tres personas, pero… estoy escribiendo una novela. No había querido decirlo antes, porque tengo tendencia a empezar los proyectos y abandonarlos, o dejarlos pausados durante muuuuucho tiempo. Sin embargo, con este tema estoy bastante animado. Cuanto más escribo, más ideas se me ocurren. Los personajes van evolucionando solos, y crean sus historias y conflictos entre ellos. A veces me parece increible, porque se supone que no existen ¿no? Se supone que lo tengo que pensar yo todo, pero lo cierto es que a veces tengo la sensación de que se piensan solos. 

Y ya está. Estas son las cosillas que voy haciendo. Me aburro un poco. Estoy cansado. Llevo más de un año sin vacaciones y ya me va haciendo falta. No sé para qué he venido a la tienda, si aquí no entra nadie.

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Gente transexual en Motril

Hace un par de meses, empecé a ver a una chica trans por Motril. La primera vez, la vi mientras iba al trabajo, y ella estaba esperando el autobús en la parada que hay cerca de mi casa, con una señora que supuse que sería su madre. No estaba 100% seguro de que fuese trans, porque es muy jovencita, y a esa edad los rasgos no están muy definidos que digamos. Supuse que volvería a verla, si solía coger el mismo autobús, porque Motril tiene unos 50.000 habitantes (así que uno puede estar toda la vida sin cruzarse con una persona en concreto) pero sólo tiene 3 paradas de autobuses, para los autobuses que van y vienen de los pueblos de alrededor, y tampoco es que haya muchos autobuses al día, así que…

Pensé que debería haberme acercado a ella, pero, igual que me ha pasado otras veces ¿Qué le digo? Le digo «¿oye, eres trans?» ¿Cómo afectaría eso a su autoestima? De todas formas, iba con bastante prisa, y… bueno, que no me paré.

Algún tiempo más tarde, la volví a ver en el mismo sitio, pero yo iba por la otra acera. Ahí sí me habría acercado, pero entonces el autobús llegó, y ella subió. Se me escapó otra vez.

Finalmente ayer me la encontré al salir del trabajo. Yo salí de la tienda y iba rumbo a la biblioteca a devolver unos manuales de la UNED, para el cuatrimestre próximo. Era de noche, estaba cansado, y no me fijaba mucho en lo que había a mi alrededor… hasta que escuché una voz trans. A la gente le sorprende que yo me guío más por el oído que por la vista, seguramente porque escucho muy bien, pero veo menos que un gato de yeso (las gafas compensan, pero no es lo mismo). El problema es que, como veo menos que un gato de yeso, para comprobar de quien era esa voz, si realmente era una voz trans, y si la trans en cuestión era la misma que he visto en la parada de autobús… tuve que girarme descaradamente. Y sí, era ella. Iba hablando animadamente con una amiga (¡Bien por ella! No todxs lxs trans pueden decir que tienen amigas con las que salir en público), y como iban justo en sentido contrario al mío, cuando me quise dar cuenta, ya se me había vuelto a escapar.

El problema es que esta vez la amiga se dio cuenta de que yo me había girado a mirar. Es más, me giré dos veces… ¡Y la segunda, ella se había girado también para mirarme a mí! Ya estábamos en el quinto pino (unos 50 metros de distancia), así que era imposible que le dijese «perdona, esto no es lo que parece…» porque seguro que tanto ella como la amiga pensaron que soy un gilipolllas que se le ha quedado mirando porque nunca ha visto una chica trans.

Pero es que… nunca he visto una chica trans aquí. Y sé que las hay. Está la prima de la cuñada de mi ex novio, que empezó el proceso antes del verano. Le he dicho a la cuñada de mi ex que le de mi teléfono, por si quiere contactar conmigo, pero no debe querer (y me parece raro, porque ha montado una asociación, así que debería tener interés en buscar más gente ¿no?). Quizá ella sea la chica que me estoy encontrando últimamente. Se que hay un chico trans que está casado con una chica y vive totalmente en el armario, no muy lejos de donde tengo la tienda, pero no tengo ni idea de quien pueda ser. Sé que mi hermana tenía una compañera de clase trans, pero puede que ya no viva aquí, y sé que antes que yo, otra chica hizo el cambio de nombre y sexo legal, porque me lo comentaron tanto en el Registro Civil como en la comisaría (puede que fuesen dos chicas distintas, puede que fuese la misma chica, e incluso puede que fuese la compañera de clase de mi hermana). Es decir, tirando por lo bajo, somos 4 personas trans. Que yo sepa. Probablemente debemos ser más. Sin embargo, no nos conocemos entre nosotrxs. Diría que lxs demás, en realidad, no tienen interés en conocer a otras personas trans.

Sin embargo, puede que algunx de ellxs, de vez en cuando, se meta en internet a buscar información.Si unx de ellxs lo ha hecho, y por casualidad me encuentra, ya sabe que puede escribirme. A lo mejor hasta resulta que me reconoce… (y, de paso, puede que me reconozca algún transfílico que iba buscando contactos de prostitutas transexuales en Motril. Si ese es tu caso, has llegado al sitio equivocado). Si eres la chica del otro día, ya sabes por qué me volví a mirarte. A ver si tengo la oportunidad de decírtelo en persona, porque sé que esas cosas molestan, y me dio pena dejarte con tan mal sabor de boca…

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Visita a la ginecóloga

Hay un momento en la vida de un hombre transexual en la que tiene que decidir si se somete a una extracción de ovarios y útero (histerectomía, para entendernos, aunque creo que la histerectomía en si sólo incluye el útero… si alguien lo sabe y me saca de la duda, se lo agradecería). Este momento ocurre la primera vez que tu médico te habla sobre ello y tú tienes que pensar «me opero», o «no me opero». Lo bonito de este asunto es que si te decides por «me opero» ya nunca podrás cambiar de opinión, mientras que si te decides por «no me opero», podrás volver a dedicir en el futuro, cada vez que quieras.

Creo que no he explicado aquí por qué no me quiero operar (o puede que sí), pero mi decisión, en este momento, es «no me opero». Tanto una cosa como la otra, tienen sus riesgos (decididamente, voy a escribir un post sobre el tema, a ver si durante esta semana me da tiempo), y cuando hablé sobre ello con mi endocrina de la UTIG me comentó que la decisión estaba en mis manos, pero que dos de los pacientes de allí habían tenido cáncer de ovario… cosa que es imposible que ocurra si no tienes ovario porque te lo han extraído. Así que si no me quiero operar, vale, pero en ese caso sería conveniente que me hiciese revisiones ginecológicas de vez en cuando.

Como los consejos de los médicos me los tomo muy en serio (para eso ellos han estudiado medicina y yo no), me hice el firme propósito de hacerme una revisión ginecológica, y me puse una fecha «límite»: cuando consiguiese el nuevo DNI. Porque los médicos te tienen que tratar igual de bien si tienes el DNI como si no lo tienes, pero está claro que si lo tienes, la protección legal es mayor y de más fácil de solicitar. NO SIGNIFICA que si no tienes el DNI no dispones de protección alguna. Simplemente, si lo tienes, la protección es mayor.

Así que primero conseguí el nuevo DNI, y luego la tarjeta sanitaria, que me dio algunos problemas, y, finalmente, cuando fui a mi médico de cabecera para que me metiese en la nueva tarjeta sanitaria las recetas de testosterona, también le pedí que me enviase al ginecólogo para una revisión.

Tengo que decir que, al parecer, en la UTIG de Málaga hay un ginecólogo, del que personalmente nunca he tenido noticias, y al que nadie me ha enviado a ver nunca, pero que aparece en todos los documentos que la UTIG publica sobre si misma como una prestación sanitaria. Según he escuchado por ahí, la misión de este señor (o señora, que no sé si es un hombre o una mujer) es hacerte una revisión justo antes de que te operes de histerectomía, y no mientras no te vayas a operar. En cualquier caso, no es algo que me preocupe mucho. No tengo ningún interés especial en que me visite un médico que trabaje en la UTIG. Es más, prefiero que no lo haga. El personal que trabaja allí no ha demostrado ni tener más sensibilidad, ni conocimientos, ni buen trato, que los médicos que me han atendido en otros sitios. Generalmente la atención ha sido tan buena como en otros sitios (por ejemplo, estoy muy contento con mi endocrina, aunque me consta que otra gente no lo está), y en ocasiones, ha sido peor. Entonces ¿para qué perder una mañana de trabajo, y recorrer cientos de kilómetros?

En mi centro de salud me dieron cita para 3 semanas después, a la 16:15 de la tarde. Una hora estupenda, fuera del horario comercial, que me permitiría llegar a tiempo, después de comer, y salir también con tiempo de abrir mi tienda como cualquier otro día.

Me olvidé del asunto (más bien, procuré no pensar mucho en ello) hasta el día de antes. De hecho, para no pensar mucho, ni siquiera lo comenté con mis amigxs. Sin embargo, el día de antes empecé a ponerme un poco nervioso, y me preparé la manera en que podría abordar al ginecólogo o ginecóloga, para explicarle de manera correcta lo que quería, y no darle lugar a hacer preguntas que me pudiesen molestar.

Tengo que confesar que en mi interior ya estaba disfrutando de manera anticipada del susto que le iba a dar al pobre ginecólogo o ginecóloga (no sabía lo que era, porque en las hojas de la cita no pone el nombre del facultativo que te va a atender… me gustaría saber a qué se debe eso, especialmente cuando la ley señala como deber de los pacientes conocer el nombre de su médico). Me imaginaba que daría un salto en la silla, o pondría cara de confusión, o intentaría disimular su sorpresa… en fin, ese tipo de cosas que pasan. Y es que, en el fondo, me gusta provocar. Un poco. Bueno, bastante.

Otro pensamiento que se me venía ocurriendo era que uno de los problemas de las visitas al ginecólogo es que tienes ahí a una persona que no te agrada, hurgándote en partes que… bueno, son privadas ¿no? Quizá si los ginecólogos fuesen todos muy guapos, las mujeres y los hombres trans gays o bisexuales, iríamos con más alegría a las consultas. A lo mejor mi ginecólogo se parecía a Iker Casillas, o a Angelina Joolie… Si fuese así, me iba a sacar un abono para ir a visitarlo 10 veces al año 🙂

Sin embargo, como suele ocurrirme con estas cosas, no di ni una en mis previsiones. La ginecóloga era una señora de unos 50 años, gordita, que no me pareció atractiva (¡Pero tampoco repulsiva! Simplemente, no está dentro de mi rango de edad), e increíblemente amable. Cuando entré, le dije que soy un hombre transexual y llevo 3 años en tratamiento con testosterona (así, todo seguido, para no darle lugar a pensar que un hombre transexual es una mujer transexual, como suele creer la mayoría de la gente), pero que, de momento, no tengo previsto operarme de histerectomía, por lo que mi endocrina me había recomendado que me hiciese una revisión ginecológica, a ver si estaba todo bien, aunque seguramente los órganos estarían bastante atrofiados.

La ginecóloga tuvo la desfachatez de no asustarse ni un poquito. En realidad, me dio la sensación de que, o bien conocía ya a alguna persona transexual, o bien había leído cosas y no conocía a nadie, pero estaba sensibilizada con el tema. Porque sabía de qué le estaba hablando, pero se la notaba insegura al hablar, como sintiendo que pisaba sobre terreno poco firme… es decir: sabía cosas, y también sabía qué cosas no sabía, que es algo mucho más difícil, y que requiere haber pensado bastante tiempo sobre un asunto.

Me trató con muchísima amabilidad y respeto. De todas las veces que he ido al ginecólogo, es la que menos daño me han hecho, ya que como no sabía muy bien donde estarían mis órganos (al estar atrofiados), iba con un cuidado excepcional. En cuestión de 10 minutos ya estaba listo. A falta de los resultados de la citología, me ha dicho que estaba todo bien, y que hasta dentro de un par de años o así, no hace falta que me haga otra revisión.

Así que 10 minutos y listo. A quince minutos de mi casa, sin tener que dejar mi trabajo. Mucho menos molesto que tener que ir hasta Málaga para que me atienda un médico de la UTIG. Definitivamente, la descentralización de la atención médica a las personas transexuales, no sólo es posible, sino imprescindible.

También, mucho menos peligroso, doloroso y costoso que tener que someterme a una cirugía y estar varios días de baja. Sin cicatrices, y sin tener que renunciar a mis derechos reproductivos. Creo que de momento, paso de esa operación. En el futuro, ya veremos, pero ahora… ni de coña.

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