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Después del viaje a Liverpool.

Me habría gustado escribir cuando volví de Liverpool, para contar como me fueron las vacaciones, pero no tuve tiempo.

Me habría gustado escribir sobre las novedades políticas, pero no puedo (y, sin embargo, lo haré).

Habría querido hablar de lo triste que estoy porque esa amiga sigue disgustada conmigo, cada vez más, y cada vez más cerrada a una posibilidad de arreglar las cosas, pero no tenía fuerza. En lo único que puedo pensar es que, en ocasiones, es necesario abrir tu mano y dejar caer lo que tenías en ella, aunque sea otra mano que llevas sosteniendo desde hace mucho tiempo. Aunque sea la mano de alguien que pensabas que estaría siempre en tu vida. No te queda más remedio que dejarla ir, y pensar que nunca va a poder irse del todo, pues se lleva mucho de ti, y tú te quedas mucho de ella.

Los acontecimientos van cayendo uno tras otro, durante mis horas de trabajo, mientras estoy estudiando, y también en los ratos en que me pregunto como voy a hacer para pagar el sello de autónomos, y las facturas de mis proveedores, sin tener que dejar de comer. Sigo tan saturado como en el último año (o quizá, los últimos dos años), y una y otra vez me digo (y le digo a todo el que quiera escucharme) que así no puedo seguir.

El viaje a Liverpool me sentó tan bien, que el segundo y el tercer día estaba mareado la mitad del tiempo. Me pasa cuando me baja la tensión. Lo que significa que, por lo general, suelo tener la tensión más alta de lo que debería. Lo que significa que me estoy quitando tiempo de vida a base del estrés. Así que he decidido intentar tomarme las cosas con más filosofía. Cada día hago una lista de las cosas que tengo que hacer, y voy tachándolas a medida que las hago. Me gusta: por una parte, me causa satisfacción ir comprobando que mis horas no pasan en balde, que soy productivo. Por otra parte, me sirve para ir empezando a medir cuantas cosas puedo hacer en un día y medirme. No comprometerme (ni siquiera conmigo mismo) a hacer más de lo que es posible. También es verdad que ahora no estoy trabajando 12 ó 14 horas al día, como suelo. Estoy haciendo jornadas de 8 horas, y para de contar. En caso de necesidad extrema, podría hacer más. De hecho, ahora mismo, debería hacer más. Sin embargo, no puedo vivir siempre como si estuviese en caso de necesidad extrema.

Funciona. Llevo dos días notando de nuevo esos mareos de tener la tensión un poco baja. Son molestos, pero al cabo de unos días de mantener una tensión arterial así, se quitan por si solos. Estoy más relajado, y hoy que es jueves, no me siento exahusto, como si llegar al viernes fuese una especie de maratón que debo correr cada semana. Ya me va haciendo falta un poco de fin de semana, pero lo normal.

Además, he empezado a escribir un libro. La idea la tuve este verano. Llevaba ya tiempo dándole vueltas, desde que mi amiga Lluvia Beltrán me dejó que leyese el borrador-casi-definitivo de su novela. Hablando sobre el proceso de escribirla, y la evolución que había seguido en las diferentes reescrituras, sentía que había algo que podía aprovechar para mí, hasta que, de repente un día, viendo una película de Woody Allen, saltó la chispa.

El caso es que desde entonces hasta que me puse a escribir, pasaron varios meses. Además, no me atreví a contarlo a nadie al principio, porque no sabía si la podría seguir. Luego, sólo se lo dije a algunas personas, porque sentía que estaba a punto de dejarla. Esto fue cuando llevaba unas 20 páginas: lo suficiente para quitarme el gusanillo de escribir, pero demasiado poco como para que dejarlo supusiera un gran problema. Empecé a notar que me daba pereza sentarme delante del ordenador, y pedí que me ayudaran, aunque fuese sólo preguntándome cómo iba la cosa. Ahora ya voy por la página 47, y mi novela “se ha hecho mayor”. Es curioso, porque no tiene mucho que ver con la idea original, y tampoco con la película de Woody Allen, o con Fotografiar la Lluvia (la novela de mi amiga, que, por cierto, está en proceso de edición). Sin embargo tal vez el nexo común es que, simplemente, me he puesto a escribir sobre lo extraordinarias que son las vidas ordinarias. Simplemente, escribo sobre cosas que conozco, y los personajes son las sombras de personas que están o han estado en mi vida. Incluso hay uno que se parece a mí, y no, no es el protagonista.

Voy despacio, como con todo. Intento sacar cada día un ratito para escribir al menos 300 palabras, pero no siempre lo consigo. Otras veces, consigo escribir más. Entre unas cosas y otras, para lo que casi no tengo tiempo es para escribir entradas en el blog… ¡Pero seguiré anotándolo en mi libreta-diario de cosas que hacer!

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Una pájara.

Hace algún tiempo, tuve que pasarme un año en la cama. Tenía unas décimas de fiebre (a eso los médicos le llaman «febrícula»), y ya está. Ningún otro síntoma, ni dolores, ni nada, excepto un gran cansancio, provocado por la propia febrícula, aunque imagino que el exceso de peso que arrastraba entonces (135 kilos) también ayudaba.

Nadie supo por qué tenía esa fiebre, a pesar de que me hicieron pruebas de todo. Hasta que, cuando fui a operarme del estómago, me sacaron la vesícula biliar «de oficio», no porque estuviese mal, sino porque podía llegar a generar piedras, y, total, para lo que sirve… El posterior análisis de mi vesícula descubrió que por el exceso de peso se me había «averiado», y que eso era lo que me provocaba la fiebre.

Ya no volví a tener más febrícula, pero desde entonces, la fiebre me sube con facilidad, a causa del estres o del cansancio. Y ahora llevo 3 días con febrícula (empezando el cuarto día), lo que me preocupa un poco. Para colmo de males, ayer fui a la academia a hacer un examen, y me salió tan mal que si lo hubiese hecho a voleo, no habría tenido tan malos esultados. Lo curioso es que mientas lo hacía, me resultaba fácil…

Leí en un libro que a los ajedrecistas a veces les pasa algo parecido. Empiezan a jugar mal, y no se dan cuenta hasta que les hacen jaque mate. Parece que la cosa tiene hasta nombre y todo. Pero como me pase eso el día del examen de verdad, va a ser una putada.

El problema es que la oposción debió ser el 15 de junio, así que llevo estudiando como si me faltasen 2 meses para examinarme desde el 15 de abril. Pero al final va a ser el 27 de septiembre, y a estas alturas yo ya estoy que no puedo más. Al final me ha dado una pájara. Si fuera un ciclista, ahora me bajaría de la bicicleta y le daría un par de patadas antes de sentarme en el suelo. Pero como no lo soy, me he limitado a guardar los apuntes en su carpeta y a decirle al examen ese que hice tan mal «me cago en tu madre». Lo bueno es que los apuntes no tienen madre, ni orejas para escuchar mis insultos, así que nadie sufre.

Voy a tomarme un par de semanas de «descanso», reduciendo las horas de estudio y ampliando las horas de hacer las cosas que me gustan, para que el último mes pueda volver a tope y sin piedad.

Lo único que me consuela es que, después de haber hablado con mi amiga Vanesa (Samira para los amigos apostoleros) me ha hecho ver que el resto de los opositores van a estar igual que yo. Según su teoría, no hay superhombres. Según mi teoría, sí que los hay, pero tengo la esperanza de que se estén preparando las oposiciones al grupo A (las mías son del grupo D), a judicatura, notaría, profesores de secundaria, el MIR, hacienda, Banco de España, etc… que son las cosas que estudian los superhombres y las supermujeres.

Así que, unos días de relax sin remordimientos, para poder dar el último tirón en septiembre.

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