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Dos años de hormonación (I)

El día 26 de enero cumplí los dos años de hormonación, lo que significa que ya tengo el otro requisito necesario para pedir la rectificación registral de sexo y cambio de nombre. ¡Por fin!

La verdad es que estoy muy contento, y hasta me he pillado pensando que, cuando tenga mi carnet de identidad con los datos correctos, si a alguien se le ocurriese decirme que no soy un hombre, ya hasta podría sacarlo y decirle «pues aquí pone que sí. Mira, mira.» Porque, en realidad, de eso es de lo que va todo esto. De acumular pruebas para demostrar a los demás que eres un hombre o una mujer, y así lograr que te traten como tal. Porque no todo el mundo puede tener el privilegio de ser hombre, o de ser mujer: es necesario cumplir ciertos requisitos. Dios-la naturaleza-la biología-la medicina-la ley-la sociedad- así lo establece, y sus normas son inmutables e incontestables (bueno, no tan inmutables, de hecho cambian muy rápidamente, pero los imbéciles del mundo no se dan cuenta y creen que lo que es, ha sido siempre, será siempre, y es cierto para toda la especie humana, pues tienen la certeza de que sus creencias tienen la capacidad de transformarse en realidad. ¿No es cierto, Dra. Esteva? Usted sí que sabe quienes pueden ser mujeres, y quienes hombres, con total seguridad. ¿A que sí?)

De esta forma, lo que parece una cosa muy sencilla (cambiar de nombre y sexo legal, mediante un trámite administrativo para el que se requieren tan sólo dos requisitos) llega a convertirse en una auténtica gymkana con la que una persona transexual puede «divertirse» a lo largo de varios años.

Unx empieza con la siguiente certeza: «soy un hombre», «soy una mujer», aunque todos los indicios y las opiniones de las personas que están a su alrededor indiquen lo contrario. Si opinas una cosa distinta a esas dos, ya la has cagado antes de empezar: nuestro registro civil sólo admite dos posibilidades. Pero puedes nacionalizarte en Australia… allí admiten tres. En Pakistán, han empezado a admitir recientemente cinco (hombre, mujer, hombre transexual, mujer transexual, y Khunsa-e-mushkil, aunque no se permite cambiar de hombre «a secas» a mujer «a secas». Podrás cambiar sólo de hombre a mujer transexual o Khunsa-e-mushkil).

Total, que tú dices «soy hombre» o «soy mujer», y te convences a ti mismx en primer lugar, que es lo más difícil de conseguir, porque hasta el día de hoy no existe ningún rasgo o característica exclusivamente masculina o femenina que puedas encontrar para asegurarte. No hay pruebas que te puedas dar a ti mismx, tan sólo puedes confiar en tu propio criterio, y eso tampoco es tan fácil, sobretodo porque cuando das el paso de asumir que tu identidad de género no se corresponde con la que te han asignado los demás, no te encuentras precisamente en tu mejor estado de ánimo. En realidad te sientes más proclive a creer que se te ha ido la olla de verdad, total y definitivamente.

Sin embargo, mirando atrás, quizá ese haya sido el momento más especial de toda mi vida. Un momento que las personas que no son trans difícilmente pueden tener: el momento en que decides seguir viviendo, cuando ya no querías vivir. Escribiré sobre ello en otra ocasión.

Una vez que te convences a ti mismx (lo que en mi caso ocurrió entre julio y agosto de 2008), tienes que convencer a lxs demás. A tu familia. A tu pareja. A tus amigos y amigas. A tus hijos e hijas, si es que tienes. A tus padres, si aun viven. Evitar que te echen de casa (se de una chica trans que fue denunciada por su pareja por violencia de género, pues la pareja consideraba que decirle que era transexual suponía acoso moral. Un juez imbécil admitió la denuncia. Gracias a eso, esta chica perdió su trabajo y desde entonces está en paro. Curiosamente, al final se reconcilió con su pareja, que ahora tiene que ganar dinero ella sola para mantener a toda la familia). ¿Y cómo les convences? Con los mismos argumentos que usaste para convencerte a ti, contra toda evidencia.

Luego, tienes que convencer a un psicólogx o psiquiatra. Con los mismos argumentos que a todxs lxs demás. Los que usaste para convencerte a ti. Por suerte a estas alturas, ya dominas la situación. Ha pasado mucho tiempo, has dado muchas explicaciones, has respondido muchas preguntas, y has hablado, gracias a internet, con muchas personas trans, que te han ayudado. Consigues el diagnóstico psiquiátrico, que es el primer requisito que te pide la Ley, y que, además, es la «llave» que te permite pasar a la siguiente prueba de la gymkana: las hormonas.

Ahora, con el diagnóstico, ya es mucho más fácil demostrar que eres un hombre o una mujer ante quienes no confiaban en tus argumentos. Puedes mostrárselo y decir «¿Ves? no es algo que me haya inventado yo. Aquí tengo un papel que certifica que soy unx taradx mental en toda regla, y que eso que venía diciendo todo este tiempo era verdad.»

Edit: este post ha sido publicado sin terminar, porque le di al botón de «publicar» en lugar de al de «guardar» como era mi intención, y como lo tengo puesto para que se autopublicite en Twitter después de cada publicación, pues… así se va a quedar. De todas formas, ya era bastante largo.

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Rutina de sábado.

Dos horas estudiando. Ya no sé si estudio derecho constitucional, o si el derecho constitucional me estudia a mí. Me está mirando, de eso no hay duda. Esto no es normal. Mejor hago un descanso.

Es sábado. Toca raparse. Yo diría que cada vez tengo más pelo, y me está creciendo más duro. Mi madre dice que ya podía dejármelo crecer otra vez, pero me he acostumbrado a verme así y me gusta, además de que es muy cómodo y ahorro en peluquería. Ya nadie me viene con la cantinela «tienes muy poco pelo», «gracias por avisar, no lo había notado». Además, supongo que cuanto más tiempo me siga rapando, más fuerte se me pondrá ¿no? Todavía no hay riesgo de que nadie vaya a confundirme con el león de la Metro.

A rapar. Cada vez lo hago mejor, más rápido y sin transquilones, aunque creo que no me he repasado bien lo pelitos de la nuca. Bueno, a ver si mañana tengo más maña.

Aprovecho y recorto los cuatro pelos que tengo en la cara, que últimamente me estoy dejando crecer, y que no pueden ser llamados «barba». Me he pasado un poco y en algunos sitios se me ha quedado a roales, pero como ya está a roales de su natural, tampoco es una gran desgracia. Además, es la primera vez que hago esto… ya iré aprendiendo con la práctica, digo yo.

Me han dicho que es mejor afeitarse antes de ducharse, pero yo prefiero hacerlo después. Los otro cuatro pelos que me salen en la cara, que no pueden llamarse tampoco barba, pero que no me estoy dejando crecer, se quedan donde están hasta después de la ducha.

Ducha. Mola lavarse la cabeza después de raparse, la sensación en la mano y en el cuero cabelludo es muy agradable.

Ahora sí, afeitado de lo que queda. Lo que queda, además de poco, es muy blando y no me cuesta nada afeitármelo. Al contrario, me agrada afeitarme, porque luego se me queda la piel muy suave. No se me irrita ni me hago cortes, de momento.

Después toca la «reconstrucción facial». Esta semana la dermatitis parece que está remitiendo, así que va a ser más fácil. Tampoco estoy seguro de que el orden sea el correcto, pero primero me paso una crema exfoliante, a ver si consigo arrancarme todas las pielecitas muertas (que asco, un día de estos se me va a caer la cara), y me consuelo pensando que también es bueno para los puntos negros y para prevenir las espinillas. Después crema hidratante, de farmacia, especial para la dermatitis atópica. No es milagrosa, pero alivia mucho. Después el aftershave… en realidad, no sé si el aftershave debería haber ido antes que la crema hidratante, pero todavía no me ha salido nada raro en la cara (a parte de lo que ya tengo, ay) así que debo estar haciéndolo bien.

Paso final: limpiar el cuarto de baño. Para ser alguien con tan poco pelo, parece mentira la de pelos que suelto.

En total, unos tres cuartos de hora dedicados a «acicalarme». Y lo peor de todo es que me gusta dedicar este tiempo a eso. Cuando termino puedo decir que me gusta el resultado que veo… cosa que antes no me pasaba, porque ni me gustaba el resultado, ni tampoco es que lo viese, en realidad.

Me estoy volviendo un poco presumido. Ahora ya no voy a poder criticar a mi hermana. Pero tampoco muy presumido, creo. Lo justo como para que me relaje dedicar algo de tiempo a cuidar mi cuerpo. Me estoy acostumbrando a hacer cosas agradables relacionadas con mi cuerpo de manera rutinaria, lo cual es una agradable novedad.

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Un año de hormonación (epílogo)

En la entrada anterior mencioné de pasada que en el pasado estuve tomando hormonas femeninas, y que tuvieron un efecto devastador sobre mí.

Muy pocas veces he hablado de ello, diría que en total han sido tres. Me resulta muy difícil. Pensar en ello, recordarlo, me hace sentir inseguro, humillado, casi podría decir que incluso violado. Sin embargo, no es una historia fuera de lo normal, sino, al contrario, lo más normal del mundo. Nadie se ha escandalizado al contárselo, y no tiene nada de malo. Hoy (debe ser porque he cogido la gripe y tengo algo de fiebre) me parece que tengo que explicarlo. Las cosas fueron así:

Yo tenía unos 20 años. Llevaba tiempo saliendo con mi novio de aquel entonces, y él empezó a «sugerirme» que sería bueno que tomase la píldora, por comodidad, y también para mejorar nuestras relaciones sexuales. Eran «sugerencias» más bien constantes… prácticamente cada vez que nos acostábamos salía el tema, y el único argumento que yo tenía en contra era que seguro que se me olvidaba tomarme las dichosas pastillitas. «Ponte una alarma», «tómatelas siempre a la misma hora», «seguro que cuando te acostumbres, ya no se te olvida». Los condones son caros, y antieróticos. De la píldora, ni te acuerdas, y además es barata.

Al mismo tiempo, mis médicos llevaba ya algún tiempo «sugiriéndome» que tomase anticonceptivos orales. Mis periodos eran irregulares, tenía un ovario poliquístico, y encima, tenía alopecia androgénica. Lo que me terminó de convecer fue lo de la alopecia. Nunca he tenido mucho pelo, y en aquel momento se me estaba cayendo bastante. Como supuestamente era una mujer «no podía» hacer lo que he hecho la última vez que se me ha caido el pelo, es decir, raparme y olvidarme del asunto. Bueno, sí podía, no iba a ir a la cárcel ni nada, pero seguramente a nadie le parecería bien. Ni siquiera a mí me parecía bien. Para las mujeres, ser feas es una auténtica desgracia. Todo el mundo trata mal y se burla de las mujeres feas. Ser calva es el colmo de la fealdad. Y yo bastante tenía ya con ser gorda.

Nadie me obligó. Todos decían que la decisión era mía, pero todos aconsejaban que tomase anticonceptivos orales. Yo no disponía de conocimientos suficientes para presentar objecciones sólidas, y las pocas objecciones que presentaban era fácilmente respondidas, o carecían de importancia comparadas con todos los beneficios que los anticonceptivos iban a suponer para mí, y también para mi pareja. Muchas de mis amigas tomaban, y estaban contentas. En algunas revistas femeninas advertían que podían tener ciertos efectos secundarios, pero la valoración era, en general, positiva. ¡Que cojones! La presión era como una losa de 500 kilos puesta sobre mis hombros. Eso sí, una losa de marmol de carrara, bien pulida, tallada, y en general muy bonita. Tardé unos meses en dejarme quebrar, pero al final me quebré, como me he quebrado tantas veces a lo largo de mi vida bajo las normas impuestas por el código de género. Empecé a tomar anticonceptivos, para tratarme el ovario poliquístico, para controlar la frecuencia de mis periodos, para evitar la caida del cabello (por ciero, no funcionó demasiado), para evitar embarazos de manera más segura que con los preservativos, y para que mi novio estuviera contento. Pero la idea nunca, nunca, fue mía. Partió de otros que sabían mejor que yo lo que era mejor para mí.

Empecé a tomar Diane 35, que tiene la característica de que, además de tener hormonas femeninas, tiene también antiandrógenos. ¿No es irónico que me recetasen antiandrógenos precisamente a mí, que ahora soy tan feliz inyectándome andrógenos a saco? Mis periodos se regularon. En vez de bajarme la regla cada 40-50 días, que era lo único que me la hacía soportable, empezó a llegar puntual, cada 21-25. Secretamente me alegraba de que aún bajo el control de las hormonas artificiales mis periodos se resistiesen a ser «normales», pero aún así, me agobiaba mucho. Era como si estuviese casi siempre encadenado a la regla… cuando no la tenía, estaba a punto de tenerla. El pelo dejó de caerse, y con la ayuda de unas carísimas vitaminas, me volvió a crecer con más fuerza, aunque la solución distó mucho de ser definitiva. Actualmente, en vista de que tras la hormonación con testosterona no se me cae más, sino incluso menos, he llegado a la conclusión de que nunca tuve alopecia androgénica, sino que responde al estrés y a la carencia de ciertos nutrientes. Para controlar la caida del cabello no necesitaba tomar hormonas, sino controlar mi alimentación. Las relaciones sexuales con mi pareja mejoraron para él, pero empeoraron para mí. Descubrí que no me gusta nada la textura pringosa del semen, y que para mí era mucho más agradable que todo eso se quedara bien guardadito en el fondo de un preservativo, en lugar de tener que limpiarlo de mi cuerpo.

La píldora era mucho más barata que los preservativos. No tenía que esconderla de la vista de mis padres, porque era un medicamento que tomaba por varias y muy buenas razones. Nunca me acostubré a tomarla a diario, y se me olvidaba con cierta frecuencia (lo que significaba regresar a los condones lo que restaba de mes ¡viva!).

Dejé de escribir. Es la única época en mi vida que no he escrito nada. Decir esto es como decir que dejé de ser yo. Empecé a interesarme por cosas que no me habían interesado. La ropa, el maquillaje, los potingues para la cara. Un día me encontré sentada en un sillón (y, posiblemente, esta sea la única ocasión en la que estoy obligado a referirme a mí en femenino), mirando por la ventana, frente a un folio en blanco en el que trataba de escribir algo, recordando que antes sentía que yo era un hombre, que me gustaban las cosas de hombres. Pensé «¡que tontería!» y sonreí para mis adentros. Volví a concentrarme en el folio en blanco. Escribí un par de párrafos, malísimos. No volví a intentar escribir nada más hasta que pasaron algunos años y mi amigo Darkmaste con sus juegos de rol por mail logró volver a despertar esa parte de mí.

Curiosamente, cuando empecé a jugar a juegos de rol, ni a mis padres ni a mi novio les hizo ninguna gracias. Pero a mí me apasionaba (y todavía dedico mucho tiempo a esa afición). Es mucho lo que tengo que agradecer a Darkmaste, que me obligó a sacar de nuevo la mejor parte de mí, y a mejorarla semana a semana. Él también me presionaba para que escribiese más, para que jugase más, para que me implicase más… pero se trataba de una presión que sólo servía para sacar de mí lo que mejor sabía y sé hacer. Aunque las presiones externar para que dejase de jugar a rol fueron muchas (tuve agrias y duras discusiones) fue muy poco lo que llegué a ceder en ese terreno. Gracias a los dioses.

A medida que me iba olvidando de quien era yo, empecé a deprimirme. Un año después de empezar a tomar anticonceptivos, empecé a sentir que yo no valía nada. Mi deseo sexual bajó al subsuelo. Más discusiones. No lograba entender que alguien pudiese quererme, siendo yo alguien tan imperfecto, tan aburrido, que no hacía nada bien y sólo decía tonterías. Este pensamiento no era de entonces, y todavía no me he podido librar de él por completo, pero en aquel momento se amplificó hasta el infinito. Sólo quería morir. La vida carecía de sentido.

Nunca imaginé que esta depresión estuviese relacionada con los anticonceptivos. Mis médicos tampoco, o si lo imaginaron, no me lo dijeron. Empecé a tomar antidepresivos, pero no me hacían sentir mejor.

Cuando empecé a tomar la píldora, pesaba 115kg. Tres años más tarde, pesaba 135kg. Empecé a tener fiebre. Eran sólo unas décimas, pero las tenía a lo largo de todo el día. Estaba siempre muy cansado, y necesitaba dormir doce horas al día, como mínimo. Por otra parte, mi organismo se empezaba a degradar por la obesidad mórbida. Me dolían los tobillos y las rodillas, tenía hipertensión, tenía resistencia a la insulina, ahora ambos ovarios eran poliquísticos… Empecé a mover las cosas para operarme del estómago. Esa decisión fue mía, la de operarme.

Para la fiebre, me hicieron muchas pruebas. Análisis de todo tipo. Pruebas de enfermedades extrañas, fiebres reumáticas… de todo. Al final, acabé en la consulta de un internista. Era un señor mayor que tenía varias especialidades médicas, además de medicina interna. Después de cuatro meses llendo de consulta en consulta, sin encontrar un diagnóstico, supe que había llegado al lugar adecuado. Lo supe cuando vi a su secretaria, que en lugar de ser una señora o señorita con muy buena presencia, era una mujer gorda y de rasgos vulgares, de caracter asertivo y «poco femenino», pero muy amable y eficiente. Es raro encontrar a una persona gorda trabajando, pero más raro aún es encontrarla trabajando de cara al público. Alguien que elegía a una persona así, debía tener algo fuera de lo normal. ¿Me apresuraba al juzgar? Lo que ocurrió a continuación, confirmó mi primera impresión.

El internista, que además tenía otras muchas especialidades médicas (era un señor mayor), miró todas las pruebas que me había hecho, y que llevaba bien organizadas en una carpeta. Al principio las miraba con seriedad, y luego cada vez con una sonrisa más amplia, y un poco divertida. «¡A usted le han hecho pruebas de todo!» Sin embargo me explicó que hacer pruebas no cura, y que puesto que ya me habían mirado todo lo mirable, había que hacer otra cosa. Lo primero, dejar de tomar todos los medicamentos que estaba tomando, que eran muchos.

Curiosamente, la única objección que le puse fue la de los anticonceptivos. Los médicos me habían metido mucho miedo por el ovario poliquístico. No me importaba tanto dejar los antidepresivos (total, para lo que servían), las pastillas para la tensión, y no sé qué más tomaba, que ya yo recuerdo, pero eran varias cosas. El médico fue inflexible. Tenía que dejarlo todo, y si me iba mal, ya veríamos.

La primera mañana que no me tomé la píldora, después de tres años, me sentí algo culpable. El segundo día, un pequeño sentimiento rebelde se levantó victorioso (si en realidad yo nunca había querido tomarla ¡por fin tenía una buena excusa para dejarla!). Una semana más tarde me sentía mejor que nunca. Recuperé ese viejo sentimiento de ser un hombre (¡la disforia de género!) y lo abracé y me aferré a él de una manera que nunca habría podido imaginar. ¡Esa era la persona que yo era en realidad! La depresión se disolvió en el aire, e incluso tuve un «efecto rebote». ¡Estaba eufórico! Era como enamorarse. Encontraba en mi interior una parte de mi personalidad que me prestaba una cantidad ilimitada de energía, sentía que salía de la oscuridad y volvía a la vida. ¡A la vida! Ya no quería morir, sino vivir, curarme y recuperar las fuerzas. Supe que la culpa de toda la oscuridad anterior, de toda la depresión y la tristeza, era de los anticonceptivos, y me prometí que nunca más los volvería a tomar, me dijesen lo que me dijesen.

Extrañamente, nadie me volvió a sugerir que los tomase. Diez meses más tarde, me operé por fin y empecé a adelgazar. La fiebre cesó después de la operación, pues me la estaba causando la vesícula biliar, a causa de la obesidad. Como en la misma operación me la extrajeron, al día siguiente ya no tenía nada de fiebre.

Sin embargo, eso no fue el final de la historia, sino el principio. La disforia de género continuaba ahí. Pasados los primeros meses de bienvenida, empecé a sentir de nuevo que debía reprimirme. Empecé a buscar válvulas de escape,a tratar de encontrar formas de manifestar mi personalidad masculina (de nuevo la encontré en los juegos de rol). Así estuve cuatro años más, hasta que en verano de 2008, a punto de cumplir los 29, ya no pude soportarlo más, y de nuevo me rompí, aunque esta vez no fue la presión externa la qe me rompió por dentro, sino la presión interna la que acabó con la máscara que llevaba para todos los demás.

Un día sentí que nadie me conocía. Que había estado haciendo siempre lo que todos me decían, y que debía aprender a vivir de otra forma.

Ya lo he dicho al principio: recordar todo esto me hace sentir violado y frágil, inseguro. Me hace dudar de si mi propia identidad de género es tan fuerte como creo, ya que se me pudo borrar con una simple pastillita. Mientras tomé anticonceptivos, olvidé por completo que era un hombre. También me hace sentir violado, como si otros hubiesen arrasado mi cuerpo, mi mente, incluso mi alma, utilizándome a su antojo, haciéndo de mí alguien que no era yo. Esos otros (los médicos, mi pareja de entonces, incluso mi familia) que ahora siguen con las manos limpias, sin conocer el alcance de lo que esa pequeña decisión, tomar o no tomar la píldora, supuso para mí. Esos otros que, sin embargo, no tenían mala intención, y a quienes no debo perdonar, porque ni siquiera puedo culparles. No tengo nada que echarles en cara.

No sé qué conclusiones se puedan sacar de esto. Quizá no se puede sacar ninguna. Cualquier conclusión podría ser precipitada. ¿Que la píldora es mala? No lo creo. Las cosas no son buenas ni malas, lo que es malo es el uso que se les da. ¿Que los médicos me manipularon? Tampoco podría decirlo. Simplemente me ofrecieron una solución que probablemente funciona en la gran mayoría de los casos. Tal vez la única conclusión que se puede sacar es que los consejos son muy peligrosos, y que, como me dijo mi internista el día que me quitó todos los medicamentos «a veces lo bueno es enemigo de lo mejor».

En ocasiones escucho que a los niñ*s intersex que quieren cambiar de un género a otro, en lugar de atender a su petición, se les dan tratamientos para reafirmarlos en el género asignado, con la esperanza de que, como me pasó a mí, olviden quienes son ahora y se conviertan en otras personas más socialmente adecuadas. En un documental sobre niñ*s trans, uno de los médicos decía que era bueno dejar que llegasen a la pubertad y se desarrollasen, porque la influencia de las hormonas sexuales que produce su cuerpo podía hacer que dejasen de desear cambiar de género. Se parte de la base de que sentirse bien con el género asignado al nacer es «bueno», y no se tiene en cuenta el coste que ello puede tener. Conmigo funcionó, pero el coste fue darme una vida que no deseaba vivir. Lo mejor era lo otro, aunque a todo el mundo le pareciese mal.

Ojalá el contarlo pueda servir a alguien.

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Un año de hormonación (I)

Hoy (26 de enero) es mi «segundo cumpleaños». Hace justo un año que empecé con la hormonación. Es una fecha que me hace bastante ilusión, aunque, al mismo tiempo, siento un prurito de culpabilidad al celebrarla. Ya escribiré sobre ello en otro momento.

Al principio de empezar con las hormonas, iba comentando con cierta frecuencia que cambios iba notando. Luego dejé de hacerlo porque empezó a importarme menos, y porque los cambios ya eran más graduales. Aunque la diferencia entre no tener barba y tenero «algo» de barba pueda ser la misma que entre tener «algo» de barba y «un poco más de barba», al menos en lo que a número de pelos barbudos se refiere, el primer paso, de no tener a tener, es el más impactante.

De todas formas, tampoco quiero dar la impresión de que ya no me fijo en los cambios, o de que me dan igual. No, me dan tantas satisfacciones como el primer día, sólo que me he acostumbrado a que mi cuerpo me de alegrías en vez de disgustos.

He pensado que estaría bien hacer una pequeña cronología de cómo he ido cambiando, más o menos como lo recuerdo.

En el primer més lo primero que noté fue que me salía algo más de vello, especialmente en el pecho. Después de una semana, ya tenía unos cuantos pelitos en el pecho. Unos quince días después de la primera inyección, me bajó la regla, y desde entonces, ya no me ha vuelto a molestar.

En el segundo mes, empecé a notar que me cambiaba la voz, pero nadie más lo notó. También me empezó a cambiar la cara. En los videos que me hice en aquel momento, ya se nota el ligero cambio de voz, aunque hay que estar atento.

A partir del tercer mes, la mayoría de la gente ya me identificaba como hombre, aunque todavía no todos. Entonces me fui a Ecuador, donde la gente tiene menos altura, y los hombres no tienen unos caracteres sexuales secundarios tan acusados como en la raza mediterranea (tienen la voz menos grave, poca o ninguna barba, constitución más ligera…) y allí sí que nadie me veía como mujer, excepto una vez que me crucé con un español.


(Si hacéis click en las fotos, se amplían)

Las fotos de la primera fila son del día 25 de abril, donde llevaba tres meses (menos un día) de hormonación.
Las fotos de la segunda fila son del 10 de diciembre, llevaba diez meses y medio de hormonación.

Por ahí tuve un periodo en que perdí de vista la percepción del tiempo (un día en Ecuador es como una semana en España… es como si allí se viviese más que aquí, en cierto modo), y como no tenía espejo, tampoco veía los cambios. Empezó a salirme algo de vello en la barriga, y en el culo (las cosas son así), y me aumentó en las piernas, y en los brazos. Me estaba entrando complejo de mono.

Fue en junio (unos cuatro meses y medio de hormonación) cuando me miré por fin a un espejo grande y me di cuenta de que la forma de mi cuerpo había cambiado: tenía mucho menos culo. A día de hoy, sigo teniendo ciertas «curvas», pero mucho menos que cuando empecé a hormonarme. Por otra parte, la pérdida de peso que tuve mientras estuve en Ecuador, debió influir mucho.

El pelo se me empezó a caer en mayo. Yo esperaba que con la testosterona me quedase calvo, porque anteriormente ya tuve problemas de alopecia androgénica, así que cuando empecé a perder pelo, simplemente pensé que ya había llegado lo inevitable.

A finales de agosto (siete meses de hormonación) decidí raparme, porque ya tenía realmente poco pelo. No es que estuviese calvo del todo, pero la cosa estaba clareando demasiado. De perdidos al río. Además, ya estaba harto de que todo el mundo me dijese que tenía muy poco pelo. ¡Como si no me hubiese dado cuenta!

En septiembre me hice unos análisis y me detectaron que tenía anemia, así que empecé a tomar hierro. En noviembre me pareció empezar que tenía más pelo, y varias personas me lo han confirmado, así que sospecho que en realidad no me estaba quedando calvo por la testo, sino que se me caía el pelo por la anemia. Sin embargo, eso no descarta que al final me quede calvo.

A finales de noviembre empecé a notar que se me ensanchaban bastante los hombros. Eso ya lo había empezado a ver a partir del tercer mes de hormonación, pero digamos que esto fue una «segunda fase». Empiezan a quedarme bien las chaquetas, que casi siempre se me caían un poco de los hombros, pero al mismo tiempo me siento un poco «armario empotrado». No es que no me guste el aspecto que tengo ahora, es que no me lo esperaba.

Los cambios de voz se han producido también en varias etapas, más o menos alrededor del tercer més, del séptimo y del undécimo, es decir que he estado notndo cambios de voz hasta hace poco (y eso no significa que no vaya a tener más). El vello va aumentando por todas partes, y tengo algo que ya medio parece que se podría llamar barba, si usamos ese término de manera muy ámplia.

Desde que empecé con las hormonas, comencé a tener también algunos granitos, sobre todo en la espalda (en la cara también). Hace un par de meses, más o menos, empecé a notar que la piel me había cambiado, ahora parece más gruesa y elástica, y un poco húmeda (también sudo más que antes) y el problema de acné se ha agravado bastante. Por suerte en la cara no me salen muchas espinillas, pero mis brazos, hombros y espalda están a punto de ser declarados zona catastrófica.

Aquí podéis encontrar un audio de mis cambios de voz. Me habría gustado hacer un podcast, pero no tuve tiempo de repasar el tutorial de Paco, así que se me ha quedado a medio camino.

Hasta aquí por hoy, que se me ha hecho muy largo el post. Próximamente más. ¡Y con más fotos!

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Tranquilidad.

Voy a Granada y quedo con un amigo al que hacía meses que no veía y me presenta a un montón de gente. No hay malos entendidos, nadie me toma por una chica, no necesito explicar quien soy, excepto cuando me presenta a un chico que se acerca para darme dos besos. Yo reacciono tendiéndole la mano de manera bastante firme, y al final nos saludamos de esa manera.

Un momento más tarde, sobre el sonido de la música del pub, escucho que el chico dice: «lo que pasa es que soy gay, yo doy besos a todo el mundo». Yo podría haberme acercado y haberle explicado entonces: «lo que pasa es que soy trans, y cuando un hombre me quiere saludar dándome dos besos, significa que me ha reconocido como tía, cosa que no me gusta».

El resto de la noche, el chico procura mantenerse a una prudente distancia de donde yo estoy, y en realidad, no se relaciona más que con una chica, que debe ser la que le ha invitado a ir al pub. Entiendo que me percibe como a otro hetero más. Se me hace raro, por una parte, porque no lo soy, por otra parte, porque… supongo que no estoy acostumbrado.

Cuando camino por la calle, voy a tiendas, pregunto una dirección a un desconocido o me presentan a alguien, ya no tengo que hacer nada para que los demás me vean de la manera en que yo quiero ser visto. La forma en que he querido ser visto desde hace muchos años.

Esto me produce una gran tranquilidad. Es como si la puerta que llevo empujando tanto tiempo, por fin empezase a ceder. No del todo, pero sí mucho.

Podría decir que empiezo a ser una persona «normal», pero ser «normal» nunca fue mi objetivo. No es que la normalidad sea mala, al menos para quien le guste, es, simplemente, que se trata de algo gris y fantasmal. «Lo raro es ser normal», todo el mundo tiene algo que se puede considerar una rareza, y, además, las personas normales tampoco destacan en nada. Para mí la normalidad carece de interés.

Por otra parte, supongo que en realidad mi criterio, la forma en que me gusta que los demás me perciban, sí que se acerca mucho a la normalidad. No destacar en nada, aparentemente, sólo por un rato. No tener que explicar quién o qué soy, por qué uso un nombre y no otro, por qué me visto así o asá. Porque, simplemente, me gusta hacer muchas cosas (no todas) de la forma en que se supone que las hacen, y el tener un aspecto masculino me legitima para poder hacerlas de esa forma.

Al mismo tiempo, me da pena que las cosas sean así. Que para poder hacer con legitimidad «cosas de hombres» haya que parecer un hombre, y para poder hacer «cosas de mujeres» haya que parecer una mujer, porque se considera que hay una serie de comportamientos que son «naturales» de las unas o de los otros, y raros, deleznables o enfermizos cuando aparecen en las personas que no nacieron con ese derecho natural.

No puedo evitar pensar en las mujeres trans a las que «se les nota», que «no son pasables», y están siempre expuestas a la mirada y al juicio de los demás. Yo estoy encontrando una fórmula para estar tranquilo, para poder relajarme y disfrutar de la compañía de otras personas sin preocuparme por lo que pensarán o cómo me verán, pero esta fórmula no es universal, no sirve para todo el mundo, y mucha gente ni siquiera la considera una opción. La terapia de reemplazo hormonal funciona para mí en este momento (en el futuro ¿quien sabe?), pero no es la panacea para todas las personas trans, ni mucho menos. Esto es algo que no se debe perder de vista.

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El reflejo en el espejo.

Vuelvo a tener un espejo en que mirarme… lo que facilita mucho la labor de afeitarme y ponerme las lentillas. He aprendido a hacer ambas cosas sin espejo, y no me saqué ningún ojo por el camino. No deshollarme es más fácil, básicamente porque todavía no tengo mucha barba que afeitar.

El espejo está en el baño. Me miro y veo a un chico, que, por primera vez, se parece bastante a la persona que sale en las fotos. Hasta hace poco no tenía una idea muy clara de cual era mi aspecto, era un poco como que me miraba al espejo y no me veía, tan sólo me veía en las fotos. Ahora empiezo a verme, y es agradable. Tengo un motón de lunares y pecas, y cada vez menos pelo (no es que nunca haya tenido mucho), pero me da igual. Me veo reflejado en el espejo, por primera vez.

He pensado mucho y he leido mucho sobre la hormonación. Teorías a favor, teorías en contra. Una normalización del cuerpo, una medicalización de la vida. Una necesidad, si no te hormonas no eres un auténtico transexual. Todo tonterías. Lo importante es sentirse bien con uno mismo. Resulta que la realidad está por encima de todas las teorías y explicaciones habidas y por haber. Teorizar y explicar está muy bien, pero lo importante es vivir. Yo me siento muy bien. Punto.

Sigo desvistiéndome ante el espejo. Tengo la sensación de que también se me han ensanchado los hombros, y como he adelgazado, la ropa me va más holgada. Puedo quitarme la camiseta y dejarme solo la faja, y me sigo viendo bien. Sin embargo, al quitarme la faja, la imagen se me descuadra. Tengo pecho, y de repente en mi mente salta la idea «eso no debería estar ahí, no pega». Siempre he tenido el mismo pecho, ni más ni menos, pero de repente, me sorprendo al verlo. No me molesta, ni me repugna, ni me preocupa. Simplemente, me sorprende, como si fuese algo inesperado. Que raro.

Empiezo a pensar de corazón que me gustaría hacerme la masectomía. Antes lo había pensado con la cabeza, que seguramente en algún momento me vendría bien operarme aunque sólo fuese por comodidad, pero ahora empiezo a desearlo con el corazón, de una forma distinta. Sin embargo sigue siendo algo que no me quita el sueño. Quiero hacerlo, pero puedo esperar tranquilamente a que llegue el momento.

La forma de mis caderas está cambiando, ahora son más rectas. Me miro el culo, y ha disminuido considerablemente de tamaño. Claro, es que he adelgazado, pero hasta ahora cuando adelgazaba, perdía volumen de manera proporcionada, o, en todo caso, antes de la parte superior del cuerpo, nunca de la inferior. No voy a engañar a nadie… todavía tengo culo de sobras, y todavía quedan unos cuantos kilos que perder, pero eso no significa que no tenga mucho menos que antes, y que la proporción sea muy diferente… en tan sólo cinco meses de hormonación.

Sigue saliéndome pelo especialmente en los brazos, en el pecho, en la barriga, y también en la cara, pero ya se me ha pasado el complejo de Chewaka, a pesar de que sé que la cosa sólo puede ir a peor. Supongo que la primera impresión es cuando ves pelo donde antes no había, pero luego como simplemente va aumentando la cantidad, ya no es para tanto. Igual a la larga hasta empieza a gustarme y todo… la depilación nunca fue una de mis prioridades, la verdad.

Bah ¿a quién quiero engañar? Hasta el momento me gustan todos los cambios que están ocurriendo en mi cuerpo, hasta el aumento del vello y de la sudoración, y el implacable avance de la alopecia androgénica. Si alguna vez me hace falta ducharme dos veces en un día, pues me ducho y en paz (me estoy librando del achicarrante verano español, que ahí sí que me iba a tener que duchar varias veces al día, aunque solo fuese para no morir de calor). Lo malo es que aquí no tengo mucha ropa y tengo que estar poniendo lavadoras cada dos por tres, pero bueno, tampoco es tanto trabajo, peor sería tener que lavar a mano.

Es curioso eso de mirarse en el espejo y verse. Voy a seguir practicándolo.

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Enseñando el plumer… esto… el pasaporte

La semana pasada tuve que dejar mis datos legales para un tema de papeleos. Dos día más tarde, un funcionario me llamó por teléfono.

– ¿La señora Elena V.?

– Si, soy yo. – Al otro lado del teléfono se hizo un silencio de dos segundos. Es un silencio que ya conozco, y que significa «esta voz no me cuadra», aunque hasta el momento siempre que lo había oido era porque alguien me llamaba preguntando por Pablo.

– ¿La señora Elena V.? – Volvió a preguntar mi interlocutor, queriendo cerciorarse de que había ido a dar con la persona adecuada.

– Soy yo – Respondí con convicción. He aprendido que hablar con convicción hace que la gente se crea casi cualquier cosa.

– Perdón ¿puedo hablar con la señora?  – Insistió la otra persona. Tal vez pensó que yo era un marido celoso que no quería que su esposa se pusiese a hablar con cualquier hombre que le llamase.

– La señora soy yo. – Redoblé la convicción, aunque a esas alturas estaba a punto de decirle: un momento, que ahora se pone, dejar pasar unos momentos y volver a responder con voz aflautada…

Por fin conseguí convencer al funcionario de que hablaba con la persona adecuada, y me dijo lo que tenía que hacer para continuar con el trámite que había iniciado (por cierto, cualquier pequeño trámite aquí requiere de mucho tiempo, paciencia, y diversos pasos. Los que piensen que la «burrocracia» española es complicada e ineficiente, que se vengan a Ecuador, que se van a enterar de lo que es bueno).

Una hora más tarde, me presentaba en la oficina, pero como había olvidado el nombre del funcionario que me asignaron, tuve que preguntar a la secretaria.

– ¿Me puede decir el nombre del solicitante?

Di mi nombre legal y la chica se puso a buscar.

– ¿Fue ella la que inició el trámite?

– Sí, fue ella. – Esto de hablar de uno mismo como si fuese otra es raro. Es casi como tener una experiencia extracorporal.

El funcionario que me tenía que atender, se puso un poco nervioso, porque el trámite que estaba haciendo requería que le explicase la cuestión de mi identidad de género. Sin embargo me trató muy bien, lo mejor que supo el pobrecillo, que es mañana no se imaginab lo que le iba a deparar el día. Tengo que añadir que, además, en Ecuador hay leyes que obligan a los funcionarios a tratar a las personas trans según el género deseado (cosa que en España no existe), y además ese funcionario en concreto era plenamente consciente de ello, así que más le valía tratarme bien…

Después fui a correos, a recoger un paquete que mi madre me había enviado. Para recogerlo un paquete internacional, primero vas a la ventanilla, con tu identificación y dos copias de la identificación, y luego te llaman de la aduana, donde abren el paquete y, si es necesario, pagas los impuestos aduaneros que sea menester.

Con el tipo de la ventanilla no hubo problema, básicamente porque ni me miró. Los funcionarios de ventanilla son las personas más desencantadas y aburridas del mundo, pues por un sueldo muy bajo tienen que estar todo el día aguantando rebuznos de la gente que no entiende que ellos no son quienes hacen las normas de funcionamiento de las cosas (por cierto, la oposición que yo hacía era para funcionarío de los de ventanilla). El problema fue después, cuando me tocó el turno de ir a abrir el paquete.

– ¿Elena V? – me preguntó el hombre, mirandome a mí y luego al papel donde ponían mis datos y los del paquete.

– Sí, soy yo.

El hombre, un poco sorprendido me pide el pasaporte y lo confirma: foto adecuada, nombre adecuado. Más sorprendido todavía me pregunta:

– ¿¿¿Usted se llama Elena???

Así que me tocó explicar por segunda vez el caso, y de nuevo conseguí poner nervioso a otro funcionario. A lo mejor debería ponerme un cartel en la frente que pusiera «no apto para ancianos, embarazadas y enfermos del corazón». También tengo que señalar que aquí en Ecuador los nombres no tienen sexo, y un hombre podría llamarse perfectamente «Elena», de la misma forma que hay un señor que se llama Clítoris Fernandez.

La suerte es que a mí no me da vergüenza decir que soy trans, y además hasta el momento no me he encontrado con nadie que se lo haya tomado a mal… Pero llevo 4 meses de hormonación y ya es tiempo suficiente como para que mostrar mi documentación se convierta en algo embarazoso. Según la ley española, tendré que esperar a los dos años para poder cambiar de nombre y sexo legal… Demasiado tiempo. Más allá de otras consideraciones sobre la necesidad de obtener un diagnóstico psicológico o psiquiátrico, y lo injusto que es que te obliguen a modificar tu cuerpo para modificar el sexo legal… Tener que esperar dos años es demasiado. Uno se queda demasiado expuesto, durante demasiado tiempo. ¿Quién narices redactó esta ley?

Dejo un archivo con dos grabaciones de mi voz, una de poco después de empezar a hormonarme, y otra de hoy mismo. Yo no soy muy objetivo conmigo mismo, así que no se si suena a voz de hombre, de mujer, de adolescente al que le está cambiando la voz… pero me conformo con ir apreciando el cambio.

Mi voz.

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Sin espejo

Hace ya bastante tiempo que no escribo sobre los cambios que me voy viendo. Lo cierto es que cambiar de ambiente de forma tan radical me sirve para estar menos pendiente de mis propios cambios. También ayuda el hecho de que en la casa hay un solo espejo, no es de cuerpo entero, y no se ve muy bien. La manera que tengo de “automirarme” es hacerme fotos, o reflejarme en el cristal de un escaparate.

Llevo ya tres meses y siete días de hormonación, lo que es muy poco. Cuando empecé a hormonarme pensé que los cambios empezarían a ser visibles a partir de los seis meses o así, pero ya en las primeras semanas los notaba, y ahora, de repente, parece que me está entrando la prisa.

La cara me ha cambiado un poco, se me ha ensanchado la mandíbula y creo que los pómulos los tengo menos redondeados. A veces me veo en el espejo y empiezo a preguntarme quién es el niño que me mira desde el otro lado. Es una sensación agradable.

El 98% de la gente me identifica atomáticamente como hombre (la “identificación automática” es una de las cosas que más me interesan) desde hace unas tres semanas, aunque a medida que me va creciendo el pelo ese porcentaje se reduce. ¡Que importantes son las formas de vestir, de arreglarse y de moverse! Antes pensaba que eso hacía la mitad del trabajo, pero desde que estoy aquí y convivo con chicos trans que no se hormonan pero son inconfundiblemente masculinos (quizá exceptuando la voz, aunque cuando te acostumbras a ellos, también sus voces te suenan masculinas) me he dado cuenta que puedes hacerte a ti mismo a base de fuerza de voluntad.

También es verdad que eso de la no hormonación ni operación tiene su reverso negativo, pero de ello escribiré en otra entrada.

Al grabarme en video y compararlo con el primer video que hice, creo que estoy más ancho de hombros, aunque de eso sí que no estoy seguro porque es el tipo de cambio sutil que sólo notas si te observas con atención y frecuencia, como hacía yo antes. Para eso necesitaría un espejo.

Tengo la sensación de que la ropa me queda mejor y el cinturón empieza a hacerse necesario para que no se me caigan los pantalones, aunque creo que eso también está relacionado con que me parece que estoy adelgazando un poco. Una vez más, no estoy seguro de si estoy adelgazando o no, puesto que no me puedo mirar, y las fotos no sirven para ver esas cosas.

Sí que me está saliendo más vello en el cuerpo. En la barriga sobretodo, pero también en el pecho, en la cara interior de los brazos, en el dorso de la mano (ahí sólo desde la semana pasada), en las falanges… y el que ya tenía se está haciendo más fuerte y más espeso. Vamos, que estoy empezando a coger complejo de Chewaka.

Algunos compañeros de la casa opinan que eso del aumento del vello corporal es un efecto positivo, pero a mí no me acaba de gustar demasiado. Para mí es un efecto indeseado, pero ¿qué se le va a hacer?

Pensé que la voz había dejado de cambiarme, pero al comparar la última grabación que me he hecho con la penúltima, noto una ligera variación. Así que vamos sin prisa, pero sin pausa, igual que con el tema de la barba (no quiero pelos en el cuerpo, pero sí en la cara, soy así de rarito). En este punto es donde me entra la prisa y empiezo a pensar que los cambios van demasiado despacio, aunque supongo que en realidad no es que vayan más lentos que antes, sino que, como ya se ha pasado la novedad y ahora es sólo “continuar con lo que ya había empezado”, me impresiona menos.

Echo un poco de menos no poder compartir estos cambios con mis amigos de España, y no darles la brasa enseñándoles cada pelito nuevo que me ha salido, pero por otra parte me gusta poder enseñárselos a los de la Casa Trans, quienes sí que entienden los sentimientos que me produce ir viendo esos cambios. Lo bueno de estar aquí es que no me siento “extraterrestre”.

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Un poco distinto.

Hoy llevo justo un mes y quince días de hormonación. Creo que ya lo he dicho en otras entradas, pero no esperaba que los cambios empezasen a verse tan rápido. No es que sea cosa de un día para otro, pero casi, casi.

Desde hace cosa de quince días he notado que me está cambiando la voz. Yo soy el primero que va notando estos pequeños cambios, y siempre pienso lo mismo, que serán imaginaciones mías, aunque empiezo a pensar que debería empezar a confiar un poco más en mi propio criterio. Después de todo, soy el que mejor conoce mi cuerpo, eso sin contar con que… es mi cuerpo, o sea, soy yo mismo.

A veces noto una vibración distinta en la garganta al hablar, que me resulta muy agradable. Otras veces me sale un tono de voz más grave de lo normal, y hablo como si estuviese ronco, aunque la mayor parte del tiempo simplemente noto que tengo la voz destemplada y un poco descontrolada.

Ya me ha pasado varias veces que llamo por teléfono a personas que conozco bien, o me llaman por teléfono, y no me reconocen por la voz. Mola. Pero lo que moló de verdad fue cuando hace un par de días me grabé en video y luego comparé la grabación con la primera que hice.

– ¡Coño! – exclamé, a pesar de que estaba yo sólo delante del ordenador. No es que haya una gran diferencia, pero algo se nota. Ahora sueno como un adolescente. En otra entrada mi amiga Kim comentaba que a ella siempre le he sonado como un adolescente, y otras personas me han comentado alguna vez que tengo (tenía) un tono de voz bastante ambiguo, pero ahora sí que es ambiguo de verdad.

No sé explicarlo mejor… Tal vez lo suyo sería colgar una grabación de voz.

También empiezo a notar que me está cambiando un poco el carácter, y no estoy seguro de que eso me guste demasiado, porque mi forma de ser ya me parecía bien. Ahora me noto un poco más agresivo, y estoy algo más nervioso, aunque tampoco es que sea algo exagerado. El nerviosismo lo compenso llendo al gimnasio a machacarme un poco el cuerpo, o a machacármelo bastante.

Lo del gimnasio me está viniendo muy bien en tres sentidos. Por una parte, noto que cuando paso unos cuantos días sin ir estoy más inquieto, mientras que cuando voy regularmente estoy más contento y relajado. Por otra parte, he empezado a entender por qué los deportistas se dopan. ¡Menuda diferencia! No es la primera vez que hago deporte, pero es la primera vez que voy ganando forma tan rápidamente. Lo que la primera semana era una especie de tortura china, la segunda semana podía hacerlo sin desear morir al terminar, y ahora lo supero con creces y al volver a casa puedo seguir con mi vida normal como si nada. Ya, ya sé que lo normal cuando uno empieza a hacer ejercicio es ir mejorando, y cuanto peor era el estado inicial, más rápido se empiezan a ver los beneficios. ¡Pero no tan rápido! O al menos antes no era tan rápido para mí. En tercer lugar, creo que estoy adelgazando un poco. La báscula dice que no, pero me noto la ropa ligeramente más ancha. Es difícil de precisar, porque toda mi ropa es una talla más grande de lo necesario, de modo que no es que me «baile» sino que me baila más todavía. Una vez más… ¿serán imaginaciones mías?

¿Serán imaginaciones mías la impresión que me da, cuando me miro al espejo, de que estoy un poco distinto? Creo que la cara me ha cambiado un poco, aunque no sabría decir exactamente cual es la diferencia ni siquiera comparando fotos recientes con fotos antiguas. Es como jugar a las siete diferencias, sólo que sin saber cuantas diferencias hay, o si hay alguna.

Los pelitos nuevos que me salen en la barba, eso sí que no son imaginaciones. Me salen sobretodo en la barbilla, aunque también noto algo de pelusilla en las mejillas. Además, los pelitos que ya tenía están más fuertes, crecen más rápido. Dicen que luego, cuando tienes barba de verdad (si es que llegas a tenerla, porque depende de la genética de cada uno) es un coñazo tener que estar afeitándose. Pero eso será luego, ahora me hace bastante ilusión, aunque lo que más me ha llamado la atención desde siempre ha sido el tema de la voz.

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Materializar los sueños

El otro día estaba hablando con un amigo cuando noté que se me quebraba la voz (si no hubiese estado hablando, no lo habría podido notar, claro).

– Anda, que bien, me salen gallitos – comenté ilusionado a mi amigo.

– ¡Que época más bonita estás viviendo! – respondió mi amigo, echándose a reir – ¡La adolescencia! ¡Con lo bien que me lo pasé yo en aquella época!

Me da la impresión de que a este amigo mío le divierten mis cambios casi tanto como a mí. También es bueno tener cerca a alguien que se lo pasara bien durante la adolescencia, porque generalmente la mayoría de la gente tiene mal recuerdo de ella, y desde ese punto de vista, pasar dos veces por lo mismo se hace un poco cuesta arriba.

Lo cierto es que voy entendiendo un poco de donde viene el deseo de cambiar el cuerpo. No sé si lo he contado alguna vez, pero yo tenía un sueño y una pesadilla recurrentes, que se han cumplido. Eran mi mejor sueño, y mi peor pesadilla, los que me provocaban las mejores y peores emociones.

No hablaré de la pesadilla que se cumplió, porque hoy no me apetece pensar en ello. Hablaré del sueño, porque en ese sueño yo era un hombre. Ese sueño ya se ha cumplido, porque para ser un hombre no hace falta que ningún psicólogo te diagnostique de una enfermedad mental, ni tampoco hace falta meterte hormonas en el cuerpo para sustituir las que tú mismo producías, ni, mucho menos, hace falta meterse en un quirófano para que un cirujano «reasigne tu género» mediante cirugía. Es una decisión personal que entra en vigor cuando uno la toma, se oponga quién se oponga a ella… aunque mi experiencia es que muy pocos se han opuesto, y los que lo hicieron, poco a poco van aceptando que no tiene sentido oponerse a algo que solo le concierne a uno mismo.

Sin embargo en mi sueño yo era un hombre y mi cuerpo era cuerpo de hombre. Cada uno sueña con lo que puede, y mi subconsciente no es filósofo ni erudito, así que soñaba eso. Tal vez en otra sociedad en la que existiesen soluciones para personas como yo, habría soñado otras cosas, o quizá se habrían quedado en el plano consciente, como deseos alcanzables, a la misma altura que eso del «amor, dinero y salud». Como no vivo en esa sociedad, que vivo en esta, mis sueños eran esos y no otros. No me quejo, era un sueño fantástico, y por las mañanas me levantaba con una sonrisa de oreja a oreja.

Ahora, poco a poco, voy viendo como ese sueño vuelve a cumplirse, no ya sólo en el plano de la experiencia de «ser un hombre», sino también de manera casi literal, a nivel físico.

Alguna vez he dicho que la transexualidad es una putada, se pasa muy mal. Pero luego también trae estas otras cosas que te hacen sentir muy bien, y al final, si lo piensas, es posible que te des cuenta de que merece la pena. Porque ¿cuantas personas en el mundo tienen la increible oportunidad de ver materializarse sus sueños en la realidad?

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