Archivo mensual: junio 2013

La trampa de las palabras

Estábamos allí, 10 personas alrededor de una mesa, tratando de tomar una decisión, y entonces llegó la Pregunta. Esa Pregunta con mayúsculas que es tan difícil de contestar. – Si la transexualidad no es una enfermedad ¿Por qué pedís asistencia sanitaria? No sé si fue porque entre las diez cabezas que allí estábamos el debate se había vuelto interesante, o porque ese día había dormido poco y había pensado mucho, pero de repente lo vi claro, y dije algo que nunca había dicho hasta ahora. – Las personas transexuales pedimos asistencia sanitaria, pero no para la transexualidad, ya que atender a la transexualidad significa atender a la identidad de género, y la identidad de género no puede recibir atención sanitaria. En aquel momento me di cuenta de que las personas trans estamos envueltas en una red de palabras, y las palabras son poderosas. Se dice que puede más la pluma que la espada. En los libros de fantasía, los magos utilizan palabras para formar los hechizos que pueden cambiar la realidad. En la vida real, las palabras están creando la realidad de las personas trans (y de las otras personas, también). Si hablamos de «transexualidad» hablamos de personas que «cambian de sexo» (eso, y no otra cosa, es lo que quiere expresar esta palabra). Un «cambio de sexo» que significa una «reasignación». La «reasignación», que significa «volver a asignar» y que es el punto culminante de todo el «proceso». «Proceso de reasignación de sexo», o últimamente «proceso transexualizador» que termina con la «cirugía de reasignación de sexo», por la cual el cirujano, imbuido de poderes mágicos conferidos por su profesión(1) convierte a los hombres en mujeres (y a las mujeres en hombres, pero menos). El «proceso», implica, una serie de actividades que se prolongan en el tiempo, y que deben realizarse en su orden correcto, paso a paso, y durante el tiempo que sea necesario para que pueda completarse con éxito. La «reasignación» significa que la persona que empieza el «proceso», pertenece a un sexo distinto al que pertenecerá cuando el proceso termine. Significa que la persona, mientras dura el «proceso» todavía pertenece a ese sexo, pero que se le está probando a ver si se le puede reasignar al otro. Significa que la persona es una mujer «en proceso», un hombre «en proceso» y transexual «en proceso». En proceso de fabricación, como si fuésemos unos zapatos o un coche. Objetos extraños e inacabados, que deben ser procesados por expertos de la máxima cualificación, y a los que sólo se les puede permitir realizar incursiones «a prueba» como miembros del sexo al que puede que pertenezcan (a través del «test» o «experiencia» de «vida real»). Sólo se les puede permitir acceder a los tratamientos médicos para mujeres como «mujeres a prueba», y a los tratamientos médicos para hombres como «hombres a prueba». Primero una prueba de fortaleza y debilidad mental: resistir/superar la evaluación psicólógica. Luego una prueba de adaptación el «test de la vida real» mientras comienzan los tratamientos hormonales, a prueba. Finalmente, pueden someterse a la operación de «reasignación de género», después de la cual, ya no estarán a prueba, y serán verdaderas mujeres, y verdaderos hombres, y podrán mirar por encima del hombro a esas otras mujeres y hombres que comienzan y «transitan» desde el principio por el «proceso» que ya ellos superaron. Lo peor es que parece que somos incapaces de pensar sin usar estas palabras. Sin usar «transexualidad», «reasignación», «proceso», «test de la vida real». Pero el proceso no existe. Ha sido creado por estas palabras. Una persona pertenece al género al que desea pertenecer, y no hay diferencia entre el «querer ser» y el «ser». Esto es el derecho a la libre autodeterminación de la identidad de género: que cada persona puede decidir por si misma y en libertad, quien es, y que en ese «quien soy» se comprende cual es el género, puesto que la identidad propia no puede desvincularse del sentimiento de pertenencia a un género, sea este mujer, hombre, o cualquier otro. Si aceptamos esto, no puede haber «reasignación», y mucho menos «reasignación quirúrgica». El «proceso de reasignación» debe ser substituido por el libre desarrollo de la personalidad, incluyendo el libre desarrollo del propio género y de la expresión del género. Cuando hablemos de los tratamientos médicos solicitados (voluntariamente, y sin obligación) por las mujeres «transexuales», habrá que despojarlos de toda la carga taumatúrgica, mística e ideológica que han venido ostentando. Habrá que hablar de «cirugías de reconstrucción de sexo», puesto que eso es lo que se hace: mover los tejidos de un lugar a otro y moldearlos para reconstruir los genitales. Algo que se viene haciendo desde hace décadas a aquellas personas «intersex» cuyos genitales no son exactamente como se supone que tienen que ser los genitales de las personas del sexo al que se les ha asignado. Es jodido, porque si empezamos a hablar así, no habrá manera de distinguir entre los tratamientos que se dan a las personas transexuales, y los tratamientos que se dan al resto de personas. Pero es que no se puede distinguir, porque distinguir es discriminar, y discriminar está (o debería estar) prohibido. Es jodido que un día un cirujano pueda estar haciendo una faloplastia a un hombre que no tiene pene (por haberlo perdido en un accidente de tráfico), y otro día pueda estar haciendo una faloplastia a un hombre que no tiene pene (porque nunca lo tuvo), y tenga que atenderlos a los dos igual, con el mismo derecho, y sin haber sometido previamente al segundo a varios años de pruebas y humillaciones. Es jodido, porque un médico puede tener que nivelar los niveles de andrógenos y estrógenos tanto a la niña que le están saliendo demasiadas espinillas como a la niña que le está saliendo la barba. Las dos van a poder estar en la misma sala de espera, sentadas la una al lado de la otra, y nadie va a poder encontrar la manera de obligar a la segunda a convertirse en un hombre hecho y derecho. Sería muy jodido, porque lo que más jode a las personas, lo que más nos aterra, es la libertad de las otras personas. Tan jodido como permitir que las mujeres se sienten al lado de los hombres en la iglesia, que los negros viajen en los mismos autobuses que los negros, que los pobres tengan el mismo derecho al voto que los ricos, y que los homosexuales se puedan casar y formar una familia. Porque si no podemos distinguir, entonces todos somos iguales ¿Cómo conseguiremos, pues, ser mejores que alguien? ¿Sobre quien tendremos poder? —————————————- (1) El otro día, en un grupo trans de Facebook, una estadounidense contó este chiste: Una enfermera muere y va al cielo. Cuando llega a las puertas del Paraiso, se encuentra con San Pedro que le da la bienvenida y le pregunta algunas cosas sobre su vida. Mientras hablan, la enfermera ve que sobre una nube hay un hombre vestido con bata blanca, que lleva un estetoscopio al cuello. – ¿Es un médico? – pregunta la enfermera a San Pedro – No, sólo es Dios, que se cree que es médico. Imagen: photophilde

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La espalda libre

Nunca tuve el pecho sensible, pero sí la espalda. Sin embargo, muy pronto mi espalda quedó aprisionada, dividida por la mitad, por el sujetador.

A los 13 años, cuando empezó a salirme el pecho, mi madre trataba de explicarme por qué era conveniente que usara sujetador. Principalmente, por motivos estéticos que ella intentaba hacerme entender con suavidad, y sin éxito. Rara vez lo utilizaba, porque me daba pereza ponérmelo, y porque me molestaba. Los tirantes se resbalaba, la parte de atrás apretaba. Los chicos bromeaban con las chicas tirándoles de la parte de atrás del sujetador y soltándola para verlas saltar cuando les daba contra la espalda, y eso me parecía humillante. Hasta que una noche, cuando volvía del gimnasio, unos hombres empezaron a hacerme insinuaciones sexuales y a preguntarme a voces si llevaba sujetador, porque se me movían mucho las tetas bajo la blusa. Por suerte, estaban muy lejos, pero consiguieron que entendiera lo que mi madre me había estado intentando explicar semanas atrás.

Desde esa noche, usé siempre sujetador (creo que también fue a partir de esa noche que me hice conscientemente feminista). Encontré muy pocos que me resultasen cómodos, y poco a poco veía como el uso continuado iba dejando una marca en mi cuerpo. Cuando inicié mi transición, descubrí muy pronto las camisetas de compresión. La primera que compré fue una camiseta de Underworks que llegaba hasta media espalda (enlazar) que se me enrollaba alrededor de la cintura, clavándoseme en las costillas. Luego probé con una de T-Kingdom, pero hasta la más grande de esa marca era demasiado pequeña para mí, y finalmente di con la adecuada, que llegaba hasta debajo del cinturón, de modo que podía atraparla con la cintura de los pantalones.

Entonces, mi espalda quedó atrapada bajo una ropa que la apretaba de arriba a abajo. Aunque para mí era más cómodo que llevar sujetador (no sólo estéticamente, sino que representaba una comodidad mucho mayor), no era la situación ideal.

Después de la operación, tuve que llevar primero vendas, y luego una faja durante dos meses. Una noche, cuando ya había pasado mes y medio, estaba en casa y se pasó un amigo a visitarme. Cuando llamó al portero automático y me di cuenta de que no llevaba puesta la faja, sentí, como siempre había sentido en ocasiones similares, la necesidad de salir corriendo a mi habitación para ponerme a toda prisa el binder.

Tardé unos instantes en darme cuenta de que ya no hacía falta, y después de eso, todavía necesité hacer un esfuerzo de voluntad para quitarme la inquietud. No tenía que ponerme nada, no tenía partes del cuerpo que deseara aplastar y comprimir para apartarlas de las miradas de las demás personas. Sin embargo me sentía vulnerable.

A partir del 20 de mayo, dejé de usar la faja “post quirúrgica” (era una faja tubular de neopreno, normal y corriente) y salí a la calle por primera vez sin nada. La sensación fue extraña, una mezcla de comodidad y vulnerabilidad sólo comparable a la sensación de ir desnudo en una playa nudista. La ausencia de peso y presión en el pecho era extraña, pero la libertad de mi espalda, se volvió indescriptible.

Después de la operación, descubrí, además, una parte de mi cuerpo de la que sólo era consciente en verano: esa franja de piel que queda justo debajo del pecho, sobre la que cae la mama. Esa parte que no recibe la luz del sol y en verano se humedece rápidamente por el sudor. Al quedar expuesta al aire y al roce de la ropa, descubrí que, mientras que nunca he tenido sensibilidad en el pecho ¡Ahí sí que tenía! Ahora, casi tres meses después, la piel se va igualando con el resto de la piel del torso, y ya no la noto tanto, pero es agradable conocer una parte nueva de ti.

También perdí prácticamente todo el sentido del tacto en la parte donde estaba la mama, pero pensé que iría recuperando algo de sensibilidad (no mucha, ya que no creo que pueda tener más sensibilidad después de una operación de la que tenía antes) con el paso del tiempo, ya que notaba pinchazos y calambres, señal de que hay terminaciones nerviosas que se están conectando. Ahora poco a poco, noto más. Sé dónde pongo mi mano.

Me voy acostumbrando poco a poco a los cambios que la cirugía ha hecho en mi cuerpo, pero sigo disfrutando la sensación de tener la espalda libre tanto como la disfruté el primer día (o más).

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Respecto a la entrada anterior

Tengo que decir que me porté mal con el chico al que iba referida la entrada anterior.

En la conversación que tuvimos, él no iba hablando con maldad. Entre otras cosas, lo que escribí no ocurrió todo a renglón seguido, sino que eran ideas que iban apareciendo al hilo de una conversación que se basaba en la confianza. Él se dio cuenta un par de veces de que me había dicho algo que me molestó, y de hecho me dijo que si me estaba molestando, que se lo dijera. Sin embargo, no se lo dije, porque me pareció que había muchas probabilidades de que eso llevaría a una discusión en la que él terminaría enfadándose y bloqueándome para siempre y jamás de todos los lugares del mundo mundial. Yo estaba muy cansado (como siempre), y no me apetecía arriesgarme a eso.

Sin embargo, al mismo tiempo, también le estaba quitando la posibilidad de hacer lo contrario. Es decir, la posibilidad de no enfadarse, de replantearse las posturas asumidas sobre lo que cada cual puede esperar en la vida y en la sociedad, y de darme una conversación interesante y enriquecedora.

Le seguí la corriente, y se quedó muy contento. Al día siguiente, después de un día duro para él, llegó a mirar y mi blog (nunca había entrado) y se encontró esa entrada hablando de él. Si yo hubiese estado en su lugar, me habría sentido fatal. Humillado y ridiculizado, utilizado por una persona a la que había otorgado confianza. Él se sintió así, y con razón, y yo me comporté como un auténtico cabrón sin compasión. Tenía un motivo: mi cansancio, mis problemas, pero lo que hice fue trasladarle mis problemas a él, de modo que mi cansancio terminó convirtiéndose en su humillación. Peor aún, no escribí esta rectificación que estoy escribiendo ahora, hasta mucho tiempo después (¿Cuanto ha pasado¿ ¿Dos semanas?).

Aún así, aquella noche, hablamos, me disculpé, y me perdonó. Yo no sé si habría hecho lo mismo en su lugar. Por ese motivo, no he dejado pasar los comentarios de aquella entrada, así que aprovecho también para disculparme con las dos personas que os tomasteis la molestia de escribir para dar vuestra opinión, al tiempo que os lo agradezco.

Unos días más tarde, aquel chico volvió a decir algo que me molestó (pero esta vez me lo reservaré para mí, porque ya he metido la pata lo suficiente), pero ese día decidí decirle que me había molestado. La discusión que yo temía que se produjese la primera noche, se produjo en esa ocasión. Él se enfadó muchísimo, yo le expliqué que soy insoportable y lo mejor que puede hacer es alejarse de mí a toda prisa (un consejo que le doy a mucha gente, y que suelen aceptar con gran frecuencia) y me bloqueó de todos los sitios del mundo mundial.

Ya son casi 5 años aprendiendo a vivir de otra forma, y a estas alturas he encontrado una forma de estar en el mundo que es mía e intransferible, muy peculiar, y, al parecer, incompatible con el resto del mundo en general. Después de cinco años, todavía conozco gente que tiene ideas que yo nunca había pensado, que me sorprenden, que le pueden dar un giro a la forma de ver las cosas. No lo he visto todo, y me queda mucho por aprender (¡Viva!), pero también he visto muchas cosas, he hablado con mucha gente, y he aprendido a prever algunas situaciones.

¿En qué medida mi primera sospecha de que tendría una pelea fue decisiva para que la pelea se produjese finalmente? Si hubiese hecho las cosas bien, en la segunda ocasión él no estaría resentido (un resentimiento natural) y tal vez no le habría disgustado que le dijese que me había molestado su comentario ¿Fue una profecía autocumplida?

Por otra parte ¿cómo me puse yo en una situación así? El generar contenidos sobre transexualidad (blog y videos, principalmente) hace que mucha gente se ponga en contacto conmigo. La mayoría, son personas agradables a las que me alegro de conocer. No obstante, en otros casos, encuentro personas que sienten una cierta fascinación por la transexualidad, y lo que buscan es, simplemente, revalidar una imagen mental, más o menos romántica, de lo que somos las personas transexuales. Las víctimas luchadoras que cambian de sexo, que tratan de acercar su cuerpo «equivocado» («nací en un cuerpo equivocado») al modelo de cuerpo «correcto», es decir, cisexual.

Esto ocurre, generalmente, con personas que sienten el binario como algo natural e indiscutible, y entienden que la vida sólo tiene dos  modelos para vivirla: la de los hombres, y la de las mujeres. Por eso piensan en «cambio de sexo», y pueden decir cosas como «es un chico, pero antes era chica», o «es un chico que quiere ser chica», porque no conciben que el tránsito es nunca, y es siempre, que las personas estamos siempre transitando dentro de nuestros cuerpos y las posiciones que ocupamos en el mundo. El único tránsito, en esta vida, es el que hacemos todas las personas hacia el momento de nuestra muerte, pero como decía mi abuelo, la vida es corta, pero ancha, y las personas con identidades trans la estamos transitando en diagonal, y también en zigzag. Algo que no tiene sentido para quien cree que sólo hay dos maneras de ser, y tratan de colocarnos, una y otra vez, en una de las dos lineas paralelas, los dos caminos que ellos conocen, con candorosa torpeza, y con una inevitable frustración al reconocer que sus esfuerzos no sólo no son comprendidos, sino que son rechazados, en ocasiones con violencia (como hice yo).

Es un conflicto complejo, entre el que desea ayudar, y el que no desea ayudado. Como cuando quieres echar una mano y te dicen «para hacer lo que estás haciendo, mejor te apartas». Pienso que debe haber una forma de solucionarlo, pero lo cierto es que estoy ya tan cansado, que no doy para más.

P.D. En esta entrada sí que dejaré pasar los comentarios.

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