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Respecto a la “disforia de género”

Como cada vez que la APA hace algún pequeño avance en la publicación de su nuevo manual diagnóstico, surge en algún que otro periódico la noticia de que la transexualidad ya no será considerada una enfermedad en el DSM. Noticia que, por cierto, es falsa. La transexualidad continuará contemplada en el DSM (ya escribí sobre ese tema en el blog de la.trans.tienda), sólo que la APA se preocupa por aparentar que no, y así quedar como que son muy buenos y despatologizadores, al mismo tiempo que conservan a sus pacientes trans, obligadxs a ir a la consulta y recibir el correspondiente diagnóstico psiquiátrico antes de recibir ningún tipo de tratamiento médico o reconocimiento legal (excepto en Argentina, donde han pasado olímpicamente del DSM y de los SOC, y  cada cual hace con su cuerpo y con su vida lo que mejor le parece, o lo que buenamente puede, para intentar ser medianamente feliz en su vida, como debe ser).

Lo que la APA va a hacer en realidad es cambiar el “trastorno de identidad de género” por la “disforia de género”. La justificación es la siguiente: el “trastorno de identidad de género” venía a decir que yo tengo una enfermedad mental que consiste en querer ser un hombre, cuando en realidad soy una mujer. Cosa que, para el que siga este blog desde hace un tiempo, hace aguas por todas partes, y como ya lo he explicado muchas veces, no lo voy a repetir (pero si quieres más información, puedes revisar las entradas más antiguas; hay muchas sobre el mismo tema, pero no están ordenadas). La nueva “disforia de género” se define como “una marcada incongruencia entre la propia experiencia/expresión de género y/o las características sexuales primarias o secundarias”, y es una idiotez.

A ver ¿qué tiene que ver la experiencia del género con las características sexuales? ¿Cómo va a ser congruente o incongruente una experiencia que es social, con la forma del cuerpo? ¿Qué tiene que ver la experiencia del género de una persona con el tono de su voz? ¿Si una persona experimenta su género como mujer, pero tiene la voz grave, existe una incongruencia? ¿Si una persona experimenta su género como hombre, pero tiene tetas, existe una incongruencia? Porque mi prima tiene la voz tan grave, que cuando habla por teléfono, las teleoperadoras le preguntan que si está la señora de la casa, y un vecino de mi tienda tiene las tetas más grandes que muchas de mis amigas, y tanto mi prima, como mi vecino, son cisexuales ¿Tienen ellos disforia de género? No, claro que no. Pero yo sí la tendré, cuando el DSM cambie ¿Cuál es la diferencia entre ellxs y yo, para que ellxs no experimenten “incongruencia entre su expresión de género y sus características secundarias” y yo sí? Que ellxs están de acuerdo con el sexogénero que se les asignó al nacer, y yo no.

No me fastidies, Asociación de Psiquitras Americanos. Esa definición es una chapuza. Has tenido a una legión de psiquiatras y psicólogos trabajando durante varios años para hacer la definición de “disforia de género”, recibiendo comentarios de gente de todo el mundo… ¿Y os sale mal? No quiero ni imaginarme como haréis las terapias… Más nos valdría que os dedicaseis a otra cosa. A poder ser, a algo que no causase daño a otras persona. Ineptos. Inútiles. Incompetentes… ¡Y encima cobráis! Seguro que con un sueldo de un mes de los vuestros, yo puedo vivir medio año, como mínimo (claro, y por eso no os vais a dedicar a otra cosa, sino que continuaréis con lo mismo).

Lo que en realidad quería decir la APA, según me parece, es que la “disforia de género” es el sentimiento de fuerte malestar y sufrimiento al ser visto por los demás, o por uno mismo, como perteneciente a un sexogénero no deseado. “Disforia” sería lo contrario a “euforia”. Y puede venir provocado porque los demás te vean como hombre o como mujer, cuando tú no te sientes así, como porque tú veas en ti cosas que entiendes “de hombre” o “de mujer” y que no soportas que estén en tu cuerpo. Puede venir provocado porque los demás te traten en el género no elegido contra toda evidencia (como, por ejemplo, cuando un periódico se empeña en hablar en masculino de una mujer transexual, a pesar de que nadie diría que es un hombre, desde ningún punto de vista), o porque los demás te traten en el género no elegido porque al verte creen que ese es el género correcto (en función de tus caracteres sexuales secundarios, generalmente, ya que la gente no suele ir por ahí enseñando sus genitales. Claro que también hay situaciones en que la gente se desnuda por completo, y son mucho peores). Puede ser algo social, o físico, que venga desde los demás, o que venga desde tu interior.

Sin embargo, visto de esta manera, la disforia de género no puede abarcar todas las experiencias trans, sino únicamente una. Kim Pérez  distingue entre la transexualidad por desidentificación y la transexualidad por identificación. La transexualidad por desidentificación sería el resultado de un “no quiero ser”, una huida del género asignado en el nacimiento. Pero, como señala Kim, para poder decir “no quiero ser”, primero es necesario haber afirmado “soy”. La disforia de género, en mi opinión, sería el sentimiento resultante del «conflicto profundo que suponga el paso del concepto “soy” al de “no quiero serlo”».

Pero también está la transexualidad por identificación, de la que Kim nos dice «que lo fundamental es un “soy”, o un “quiero ser”, o un “puedo ser”. No hay nada conflictivo en esto. Es una constatación agradable y apacible. Los conflictos llegarán después, a la hora de decirlo o socializarlo, pero este sentimiento ha surgido por adhesión, por afinidad o simpatía». No hay aquí, disforia de género, o cuando la hay, se da en mucha menor medida que en la transexualidad por desidentificación. Por tanto asimilar “disforia de género” a “transexualidad” es un error garrafal.

También es un error peligroso. Si para conseguir tratamientos médicos específicos para la transexualidad, que son, a su vez, requisitos necesarios para obtener un reconocimiento legal de género, es necesario un diagnóstico psiquiátrico de “disforia de género” ¿Sólo serán merecedoras de atención sanitaria aquellas personas que viven una experiencia trans por desidentificación, quedando fuera las que viven una experiencia trans por identificación? Porque, una y otra vez, el problema con el diagnóstico es el mismo: ver quienes se van a quedar fuera. El objetivo del diagnóstico es únicamente limitar el acceso a la atención sanitaria las personas solicitante, de modo que no todas (solo las que obtengan el diagnóstico) tengan acceso a los tratamientos específicos para las personas trans.

¿Seguiría yo siendo merecedor de la atención sanitaria? No he vivido más que un leve sentimiento de disforia de género, y ha sido únicamente en función de que mis caracteres sexuales secundarios impedían que los demás me viesen como yo quería ser visto. Cuando mis padres u otras personas me tratan en femenino, no pienso “¡no quiero ser una mujer!”, no tengo un sentimiento de disforia de género, sino que pienso “¡me estás faltando al respeto! ¿Quién eres tú para tratar de imponerme quien soy?”. Es indignación. Además, la disforia de género, como categoría diagnóstica, y a diferencia de la transexualidad, ofrece una salida (posiblemente una de las pocas ventajas de esta nueva categoría). Una vez que la persona ha acomodado sus caracteres sexuales a los del sexo preferido, deja de sufrir disforia de género. Según esto, una vez que me hubiese sometido a todas las cirugías pertinentes, yo dejaría de tener disforia de género. Entonces ¿cómo se justifica el mantenimiento de los tratamientos médicos, una vez que ha cesado la causa que llevo a su prescripción? ¿Cómo justificar que se continúe administrando un tratamiento hormonal?

La disforia de género no se sostiene. Todavía no ha nacido, pero ya se cae a trozos. Autorxs con más conocimiento que yo elaborarán sus propias críticas, y señalarán puntos distintos. Sin embargo, la suerte está echada, y el DSM ya se está preparando para sacar su versión definitiva. Saldrá en marzo de 2013, y tendremos que volver a leer en los periódicos que la transexualidad ya no será considerada una enfermedad, aunque siga siendo considerada una enfermedad.

Ahora, demostrada la incompetencia de la APA, y la falta de fiabilidad de su DSM como manual de referencia en lo tocante a transexualidad (y, como han denunciado muchxs expertxs de otros campos, también en lo tocante a otros supuestos “trastornos”), no queda más que ignorarlo y centrar los esfuerzos en generar una práctica despatologizadora de hecho, que ponga el poder de decisión a la hora de definir la propia identidad de género, y el propio cuerpo, en las manos de las personas transexuales, desde el derecho a la libre elección de identidad de género, sin el cual es imposible que las personas transexuales podamos hacer efectivo el libre desarrollo de nuestra personalidad, y el derecho a la dignidad.

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Publicado originalmente en la.trans.tienda.

El día 15 de junio se cerró el periodo de comentarios a los criterios de evaluación psiquiátrica propuestos por la APA (American Psichiatric Asociation) para la quinta versión de su Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders (DSM-5). Según se refleja en la web de dicha asociación, no habrá cambios en lo concerniente a la clasificación de la transexualidad y el travestismo como enfermedades mentales.

Desde los primeros borradores de este manual, se ha venido anunciando que el llamado “Trastorno de Identidad de Género” pasaría a llamarse “Disforia de Género”, moviéndolo del capítulo de “trastornos de identidad sexual y de género” a un nuevo capítulo llamado también “Disforia de Género” que únicamente incluye dos categorías: “P 00 – Disforia de Género en niños” y “P 01 – Disforia de Género en Adolescentes y adultos”, quedando separado de los capítulos de “Disfunciones sexuales” y de los “trastornos parafílicos”.

Se mantienen también los criterios diagnósticos que ya se habían propuesto antes de que se abriese el periodo de comentarios, y que siendo mucho menos binarios y transfóbicos que los que aparecen en la actual versión DSM-IV-R, todavía pondrán en las manos de los profesionales de salud mental la posibilidad de diagnosticarnos o no, de permitirnos el acceso a los tratamientos sanitarios o no. Por ejemplo, se contempla como uno de los posibles indicadores de “disforia de género” “una marcada incongruencia entre la propia experiencia/expresión de género y/o las características sexuales primarias o secundarias”. Lo que no sabemos es si lxs profesionales de salud mental confiarán en la palabra de sus pacientes, o, tal y como han venido hasta ahora, no bastará con que nosotros les digamos que vivimos esa “marcada incongruencia”, sino que querrán “verlo claro”, o “estar segurxs” ellxs. Posiblemente muchxs pacientes trans tendrán que continuar escuchando la frase que Juana Martinez, psicóloga de la UTIG de Málaga le dijo a una amiga mía “ya veo que tú lo tienes muy claro, pero la que tiene que tenerlo claro soy yo”.

Respecto al llamado “U 06 – trastorno travestista”, continúa existiendo con este nombre, y aparece en el capítulo de “trastornos parafílicos” que también comprende, entre otros, el “U03 – trastorno pedofílico”, porque, al parecer, abusar sexualmente de niños y que una persona que no quiere “cambiar de sexo” definitivamente se vista con ropa de otro sexo, son lo mismo. Supongo que tal confusión viene provocada por la costumbre de la alta curia de la Iglesia Católica de, por una parte, usar faldas, tocados y zapatos femeninos, y por otra parte, abusar de aquellos niños que tienen la desgracia de haber sido dejados a su alcance. El test de autoevaluación  para los pacientes con “trastorno travestista”, sólo puede ser clasificado de insulto y humillación, iincluyendo preguntas como «Durante las últimas dos semanas ¿como de sexualmente exitante fue la idea de vestirse como un miembro del sexo opuesto, peinar tu pelo como un miembro del sexo opuesto, o de cualquier otro modo arreglarte como un miembro del sexo opuesto?», que seguramente deberán ser respondidas por aquellxs pacientes transexuales que para obetener un diagnóstico de «disforia de género» deberán demostrar que carecen por completo de autocomplacencia al verse vestidas y arregladas con el estilo del sexo elegido, a pesar de que las personas que no son transexuales sí que sienten excitación sexual al arreglarse conforme a su sexo asignado. Con esto, de camino, se mantiene la brecha existente entre mujeres transexuales y travestis, sometidas a la misma violencia y discriminación social, y, sin embargo, llenas de prejuicios las unas hacia las otras a causa, precisamente de estos criterios diagnósticos diferenciadores y estigmatizantes para ambos grupos de personas trans.

Se demuestra, pues, que el cambio realizado sobre la transexualidad es tan sólo una variación cosmética que responde a la presión que los grupos trans venimos realizando desde hace varios años (destacando la campaña Stop Trans Patologización, de alcance mundial), pero que en el fondo, el grupo de trabajo que se ha encargado de la revisión del capítulo de “trastornos de la identidad sexual y de género”, dirigido por el Dr. Kenneth Zucker, quien no es psiquiatra, sino psicólogo, continúa siendo tan transfóbico como ha sido siempre.

La aparición de noticias anunciando que la APA ya no considerará la transexualidad como una enfermedad, están completa y trágicamente equivocados, puesto que la realidad es justamente la contraria. En realidad, la APA no considera que nadie esté “mentalmente enfermo”, puesto que el término “enfermedad mental” fue substituido hace mucho por el término “trastorno mental”. De modo que la APA no establece diagnósticos de “enfermedades” puesto que la palabra “enfermedad” no aparece en ninguna parte, sino de “trastornos”. Dos palabras distintas para designar al mismo fenómeno que, con la práctica, han terminado por convertirse en sinónimos, por más que la APA se empeñe en tratar de engañarnos con ese burdo juego de llamar a las cosas de una forma distinta.

Igualmente la retirada de la palabra “trastorno” acompañando a “disforia de género” no implica que la transexualidad ya no sea considerada una enfermedad, puesto que se haya comprendida en el interior de un manual que se llama “Manual Diagnóstico y Estadístico de Trastornos Mentales”, y va acompañada de sus correspondientes indicadores de cara a posibilitar su diagnóstico. El día que la transexualidad salga de este manual, será el día en que la APA pueda decir que ya no la considera un trastorno, patología o enfermedad mental… o el eufemismo que más les plazca. Entre tanto, cualquier declaración o noticia en ese sentido no es más que un cambio cosmético para limpiar su imagen ante las organizaciones internacionales de Derechos Humanos que una y otra vez declaran que la exigencia de un diagnóstico psiquiátrico para las identidades trans (incluyendo el travestismo) genera estigma social, discriminación, y vulneración de nuestros derechos humanos.

La excusa para mantener la transexualidad dentro del DSM es que un diagnóstico puede ser útil para defender que la transexualidad no es una elección irrelevante, caprichosa o pasajera. Sin embargo… ¿La importancia de una decisión sólo puede demostrarse si esta está contemplada en un manual de diagnóstico psiquiátrico? La elección de casarse con quien unx quiera también es importante, y es necesario defenderla, y, sin embargo, el amor no se encuentra contemplado en dicho manual, ni se diagnostica para ofrecer una justificación del derecho al matrimonio. Nadie justificó nunca que dos mujeres tuviesen el derecho a casarse porque estaban demasiado locas como para poder vivir sin contraer matrimonio entre ellas (y eso que el amor, según se ha dicho desde hace siglos, sí que es una locura). ¿Y qué justificación hay para mantener el travestismo con criterios aún más transfóbicos que los referentes a la transexualidad? Este diagnóstico, que no permite el acceso a tratamientos médicos y ni a reconocimientos legales de la identidad de género, tan sólo parece tener utilidad para justificar divorcios, la pérdida de la patria potestad a favor del miembro de la pareja que no se traviste, o los intentos de “curación” de lxs travestis, y no tiene justificación ninguna.

Por lo demás, ni la transexualidad, ni el travestismo, pueden ser considerados una enfermedad o trastorno, puesto que no causarían malestar ninguno si se permitiese a las personas vivir su transexualidad o travestismo con libertad, y con libre acceso a los tratamientos médicos y al reconocimiento de género social y legal. Lo que sí genera trastornos es, precisamente, cuando se impide la transexualidad.

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