7 años aprendiendo se merecen una renovación

El día 24 de julio de 2008 escribía la primera entrada de este blog, con una carta abierta que sólo uno de los destinatarios leyó (y le partió el corazón). Desde entonces han pasado siete años, y he crecido mucho, he aprendido mucho, y he tenido la suerte de poder enseñar mucho para ayudar a otras personas, y ahorrarles tener que pasar por las amargas e innecesarias experiencias que yo he tenido que pasar.

Suele decirse que la transición [social] de género es un proceso difícil, y es cierto. Lo que no se dice nunca, es que no tendría por qué serlo. Las dificultades que tenemos las personas trans, no ocurren porque seamos trans, sino porque los demás quieren impedirlo. Si no hubiese una especie de acuerdo social para empujar (con violencia) a las personas a vivir según el sexo que se les ha asignado en función de unos criterios médico-religiosos, totalmente ajenos a la voluntad o la identidad de la persona afectada, la transición social de género sería una parte más del proceso de maduración de las personas trans… y también de las personas cis, porque todas las personas, tanto trans como cis, tenemos una identidad de género, y pasamos por una fase de toma de conciencia de cual es nuestra identidad de género, independientemente de si coincide con la que se nos asignó al nacer, o no. Los movimientos feministas todavía se preguntan «qué es ser mujer», y todos los demás también lo hacemos, aunque esta pregunta no siempre se verbalice.

En estos siete años he aprendido a ver más allá de las convenciones sociales, a ir más allá de las sentencias absolutas, a preguntarme el por qué de todo, y a tomar las riendas de mi vida (y, con ello, a hacerme responsable de cada una de mis decisiones) y a luchar para ser libre. También he aprendido cuales son mis privilegios, y que no todas las personas son tan privilegiadas como yo lo soy, aunque, al mismo tiempo, también he visto que todas las personas, de algún modo, tienen algo privilegiado de lo que otras personas pueden no disponer, y hay todos tenemos que empezar a decidir qué hacemos con eso.

En fin, he hecho muchas cosas… Y al final, he hecho caso a los amigos que me decían que debería recopilar este blog en un libro y publicarlo. Así que eso lo he hecho también.

Hace unas semanas terminé el primer borrador del libro recopilatorio de este blog, en el que, además he incluido comentarios con retrospectiva sobre las cosas que contaba, o información que en aquel momento no quise, no pude, o no recordé dar. También he eliminado algunos posts sobre noticias o anuncios de actividades que ya no importan a nadie, o sobre teorías de género, o ideas sobre políticas trans, que irán a parar a los dos próximos libros que tengo pensado escribir cuando acabe el recopilatorio, pero que en este libro sólo servían para desdibujar mi historia, y para alargarlo mucho. Al terminar el primer borrador, este tenía 530 páginas, por lo que añadir información que quiero poner en otro sitio no me parecía una buena idea.

Ahora estoy con el segundo repaso, y estoy quitando todavía más posts. Estoy intentando llegar a ponerme por debajo de las 500 páginas, aunque como mi idea es publicarlo de manera digital, la longitud tampoco importa tanto en realidad (¿O sí?).

Como me gustaría que alguien comprase y leyese el libro (¿Si no, para qué lo escribo?) he decidido migrar el blog a un blog de wordpress.org alojado en un servidor de Siteground, con un dominio propio. A partir de ahora, el blog de wordpress.com (generofluido.wordpress.com) quedará inactivo y no volverá a ser actualizado.

Si estás dado de alta para que te lleguen las actualizaciones del blog generofluido.wordpress.com, ya no te llegarán más. Lo que puedes hacer es darte de alta en mi lista de correo, y te iré manteniendo más o menos al día de lo que hago. A parte de eso, es la única diferencia que habrá.

Por lo demás, el nuevo blog www.pablovergaraperez.com además de reflejar mis experiencias, ahora también muestra quien soy. Tiene un poco de información sobre mí, y sobre todos mis proyectos. Además, añadiré otros recursos, como libros o películas sobre transexualidad que me hayan parecido interesantes, base de datos legal si me da tiempo y estoy de humor, etc. Lo único que aún no he conseguido es que todos los botones del blog salgan en español, pero estoy en ello. El aviso de cookies sale deliberadamente en inglés, porque la web, al igual que yo, está alojada en Reino Unido, donde todavía hay libertad de expresión.

Con esto y un bizcocho, nos vemos en el nuevo blog.

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Rectificación: la UTIG todavía da por saco, pero ya menos

Errar es humano, rectificar es de sabios.

En la entrada anterior decía que «adios a la UTIG de Málaga». Antes de escribir esa entrada estuve preguntando a varias personas, leyendo diversos foros, e incluso escribí al servicio «Salud Responde» del Servicio Andaluz de Salud para cerciorarme de que la UTIG de Málaga ya no estaba en funcionamiento,  o, al menos, no funcionaba de la manera que lo estaba haciendo antes. Después de que varias personas, por activa y por pasiva, me dijeran que no, que ya estaba la cosa arreglada, unos días después de escribir esto, empezaron a llegarme informaciones contradictorias.

Al parecer, la UTIG sigue funcionando, y lo sigue haciendo con un régimen de autorización, en vez de con un régimen de autonomía, como debería. Alguien me ha comentado que lo que hacen es exigir a los pacientes que firmen una solicitud de atención psicológica, y si no la firman, la endocrina no les atiende. No sé si será verdad. Si alguien está yendo en estos momentos (julio de 2015) a la UTIG de Málaga, le agradecería mucho que escribiese y arrojase algo de luz sobre el asunto.

La cuestión es que las personas trans de otras comunidades autónomas ya pueden ir a otros médicos endocrinos (a los de las correspondientes UAPT provinciales), pero la UAPT de Málaga sigue siendo la misma mierda de UTIG que ha sido repetidamente denunciada por realizar prácticas ilegales, y que sigue realizándolas porque es lo que les mola.

Las personas trans de Málaga, por supuesto, podrían elegir ir a otro endocrino, y de hecho, los médicos de familia no tienen ningún problema en derivarlas a otros médicos endocrinos que no son la UTIG, si los usuarios del sistema lo solicitan. El problema es que, cuando estas personas llegan a la consulta del endocrino, este les dice que no sabe atenderles, y les rebota hacia la UTIG.

Así que el próximo paso en Málaga tiene que ser conseguir que los otros endocrinos empiecen a dar tratamiento a las personas trans. Igual que le dan tratamiento a las personas cis. Sin ninguna excusa: las terapias hormonales para personas trans se encuentran incluidas en el currículo universitario de la especialidad de endocrinología. De esta manera, la endocrina y las psicólogas de la UTIG de Málaga dejarán de tener poder, porque sus consultas estarán vacías (u ocupadas únicamente por aquellas personas que creen que es necesario que otra persona les diga lo que deben hacer con su cuerpo, que también las hay y son muy respetables mientras no nos lo quieran imponer a los demás).

Endocrinos del SAS, las personas transexuales necesitamos vuestra ayuda. Puede que vosotros penséis que sois unos incompetentes que no podéis recetar un tratamiento hormonal con testosterona, o estrógenos y antiandrógenos, a pesar de que lo habéis estudiado en la universidad, pero yo confío en vosotros. Yo sé que no sois tan imbéciles como vosotros pensáis. La carrera de medicina, y la especialidad en endocrinología, son muy difíciles y no están al alcance de alguien que no tenga, al menos, dos dedos de luces.

Endocrinos y endocrinas de Málaga en particular y de Andalucía: sois personas fantásticas y podéis hacer cosas increíbles. No sois los incompetentes que nos decís que sois. Ha llegado el momento en que os comportéis como auténticos profesionales y empecéis a ayudar a que las personas trans podamos tener una buena vida. Veréis que somos pacientes muy agradecidos, y que con vuestro trabajo haréis algo bueno por otros seres humanos.

A parte de recordar a los endocrinos que no son idiotas, sino profesionales muy competentes y cualificados, creo que se podría llevar a cabo varias tácticas para conseguir que las personas trans de Málaga puedan elegir ser atendidas por otros endocrinos que no sean de la UTIG.

Táctica 1ª. Escribe a los diputados del Parlamento Andaluz, al Consejero de Sanidad y al Secretario de Sanidad denunciando el incumplimiento de la Ley Trans de Andalucía por parte de los profesionales de endocrinología de Málaga.

Táctica 2ª. Pide que todo se te de por escrito. Si tienes que firmar una solicitud de atención psicológica en la UTIG, pide una copia. Si la endocrina te niega el tratamiento porque tienes que tener primero un diagnóstico psicológico, pídele que te lo diga por escrito. Si se niega, o graba la conversación con tu teléfono móvil (no hace falta que te escondas ni nada, simplemente saca la grabadora, y no te levantes de la silla hasta que haya dicho «no te voy a recetar nada». Cuanto más violenta se ponga para intentar echarte de la consulta, mejor). Si el endocrino te deriva a la UTIG, pídele que te de una carta escrita con los motivos. Es necesario reunir pruebas materiales de lo que está ocurriendo.

Táctica 3ª. Sería bueno organizar cursos para endocrinos del SAS sobre tratamientos para personas trans. Se trataría simplemente de hacerles conocer la Ley 2/2014 de no discriminación por razón de identidad de género, y de refrescarles la memoria respecto a cuales son los tratamientos más adecuados. Esto podría organizarse desde las Universidades, desde el colegio de médicos, o desde la Junta de Andalucía. También puedes escribir a estas organizaciones proponiendo la organización de dichos seminarios.

Finalmente, siempre te queda la opción de empadronarte en Granada, o de ir adelantando tiempo por lo privado, mientras las ineptas trabajadoras de la UTIG de Málaga intentan decidir si pueden o no pueden darte un tratamiento al que tienes derecho por ley.

Reconozco que no es mucho lo que se puede hacer. Es bastante deprimente ver que, al final, la Ley trans de Andalucía ha acabado teniendo un efecto tan limitado. Sigue siendo mejor que nada, pero es mucho peor de lo que podríamos haber llegado a conseguir.

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Adios a la UTIG de Málaga

La UTIG de Málaga ya no existe.

No son noticias frescas, pero como ya no vivo en Andalucía, antes de escribir sobre ello, necesitaba comprobarlo. Comprobarlo de verdad. Comprobarlo muchas veces, desde diferentes fuentes.

Es demasiado bueno para creerlo, y no ha ocurrido de un día para otro, sino que ha sido como la caída lenta y llena de crujidos de un gran árbol en mitad del bosque. Hasta que, de repente, alguien llama por teléfono para pedir una cita y le dicen que no, que eso ya no está.

Todo empezó con la Ley 2/2014. Una ley en la que el principal caballo de batalla fue precisamente la desaparición de la UTIG y la descentralización de la atención sanitaria para las personas trans. La igualación de la atención sanitaria que recibimos las personas trans respecto a la que reciben las personas cis. Una ley que finalmente quedó con una redacción confusa e insatisfactoria, abierta a la interpretación y pendiente de desarrollo posterior. En su texto, y gracias a la lucha enconada de algunas personas trans, la Ley trans de Andalucía garantizaba la supervivencia de la UTIG de Málaga, y no quedaba claro que hubiese la posibilidad de que se fuese a ofrecer una atención sanitaria fuera de eso.

Durante un tiempo callé mi disgusto (aunque tampoco me esforcé mucho en disimularlo), ya que las quejas respecto a la UTIG se dejaron de escuchar. Yo pensé que la ley trans no funcionaría, mientras que Alba Doblas me pedía que esperase a ver, porque me estaba equivocando. Le dije que ojalá me equivocase. Eso me haría muy feliz. En Octubre retornaron los problemas de siempre con la UTIG, pero, al mismo tiempo, la gente empezó a ir a otros médicos de la seguridad social.

Tanto Mar Cambrollé y otra gente de ATA, como yo, y supongo que otros activistas trans, empezamos a animar a la gente a que pidiesen a sus médicos de cabecera que les enviasen a los servicios de salud de sus localidades. Una de las posibles interpretaciones de la Ley Trans era que esto se podía hacer. Otras personas me escribieron para contarme que habían decidido hacerlo por si mismas, y les había ido bien. Incluso un chico trans de Málaga, que es donde tradicionalmente había más problemas, porque anteriormente los médicos de familia no derivaban a la gente a otro servicio endocrinológico de la provincia que no fuese la UTIG. Sin embargo, la UTIG de Málaga seguía siendo el lugar de referencia oficial, y mucha gente era enviada allí.

Unos meses más tarde, me llegaron ecos de la protesta de las médicas de la UTIG. Alertaban a sus pacientes de que con la nueva Ley se podría cerrar la UTIG, y que, además, se las iba a obligar a dar tratamiento sin supervisión psicológica, cosa con la que no estaban de acuerdo. Incluso alguien, de una asociación, me pidió que me uniese a un incipiente movimiento para salvar la UTIG, probablemente sin saber que yo era uno de los que habían luchado con más fuerza para que la cerraran. Le dije que se estaba equivocando de persona.

Me han dicho que en un momento dado, las doctoras en la UTIG amenazaron con dejar de proporcionar tratamientos porque no estaban de acuerdo con suprimir la supervisión psicológica. No sé si llegaron a hacerlo, ni durante cuanto tiempo.

Sí que sé que al final quitaron los servicios de tratamiento psicológico en la UTIG. Me han dicho que primero se fue Juana, y luego Trinidad. Me han dicho que ahora continúan proporcionando servicios de endocrinología, pero que la Dr. Esteva tampoco sigue al frente de la Unidad.

Recientemente, en las capitales de provincia, se han comenzado a crear las Unidades de Atención a Personas Trans. Estas UAPT darán tratamientos endocrinos, acompañamiento psicológico y cirugías «según protocolo», pero leyendo las instrucciones para su creación, nada hace pensar que ese «protocolo» vaya a establecer la necesidad de un diagnóstico psicológico o psiquiátrico previo. Las cirugías genitales se continuarán realizando en Málaga.

Así que ya está. La UTIG de Málaga ya no existe. No lo he celebrado debidamente porque me pilló a final de mes y me quedaba poco dinero, pero os aseguro que en cuanto pueda lo voy a hacer, y cuando vaya a Madrid, lo celebraremos más.

Estoy seguro de que ninguna de ellas se ha ido al paro. Probablemente todas siguen trabajando en la unidad de cirugía bariátrica del Hospital Civil. Sin embargo, estoy seguro de que eso no las hace muy felices. Trabajar en la UTIG de Málaga, no era tener un trabajo normal. Trabajar en la UTIG de Málaga era tener poder sobre la vida de los demás, sobre quién es cada uno, sobre nuestra libertad y nuestra identidad. Trabajar en la UTIG era ser las guardianas del género. Las «profesionales» de la UTIG estaban en un nivel superior.

Muchas veces me pregunté cómo podían dormir, sabiendo todo el sufrimiento que causaban a sus «pacientes». En el caso de Juana Martínez creo que dormía muy bien porque realmente disfrutaba causando todo ese sufrimento y sintiéndose superior para decidir sobre nosotros. En el caso de Trinidad, no está tan claro, pero supongo que en el fondo, era igual. Creo que lo que motivaba a la Dra. Esteva era, simplemente, disfrutar del poder y la superioridad sobre sus pacientes, y sobre los otros médicos «no expertos» en transexualidad, a los que tenía atemorizados, con amenazas de denunciarlos si se atrevían a dar tratamiento a alguna persona trans.

Me pregunto si ahora dormirán bien o mal, porque el desmantelamiento de la UTIG no es sólo la pérdida de poder, y la pérdida de la exclusividad en el tratamiento de las personas trans, con todo el prestigio que ello llevaba, sino que se trata de una humillación. Una gran humillación, porque el desmantelamiento de la UTIG no es el efecto de una Ley que obdece a un cambio en los tiempos, sino que es directamente efecto de la acción de sus pacientes. De todas esas personas trans, que para ellas no éramos más que unos pobres trastornados, enfermas mentales, demasiado estúpidas para poder decidir sobre si mismas, sobre sus cuerpos, sobre sus identidades, que debíamos quedar bajo su tutela.

Una de esas personas, soy yo. Sin la intervención de otras personas (Ángela Gutiérrez, Eva Witt, Mar Cambrollé, Alba Doblas, y otras más de cuyos nombres y existencias no sé nada, pero que estoy seguro de que también han estado ahí jugando un papel fundamental), esto no habría pasado, pero si no hubiese estado yo, tampoco habría llegado a ocurrir.

Sé que ellas, las ahora ex trabajadoras de la desparecida UTIG de Málaga, también saben que soy uno de los responsables indispensables de que todo esto haya ocurrido, y, concretamente, el único que fue paciente de ellas. Por causa de ellas, pasé muchas noches sin dormir. Espero que en compensación, ahora sean ellas las que no duerman, mientras todas las personas trans andaluzas descansamos la noche entera a pierna suelta y, algunas, lo celebramos con mucha alegría. Espero que se pregunten qué habría pasado si me hubiesen dado el informe en tan sólo un par de meses y hubiesen hecho de mí una persona feliz, en lugar de darme más de un año de sufrimiento en la incertidumbre.

Espero que en Madrid se vayan preparando, porque van a ser los siguientes, y cuando los activistas trans lleguen a ellos, no se van a conformar con que se desmantele la UTIG, sino que además se encargarán de investigar todas las irregularidades respecto a la «gestión de pacientes». Si a ellos tampoco les quita el sueño todo lo que les están haciendo a sus pacientes, espero que se les quite el sueño al darse cuenta de que si ya hemos cerrado una UTIG, podemos volver a hacerlo.

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El 20%-80% en menores trans

Como se ve, llevo bastante tiempo sin publicar por aquí,y siempre me digo que es por falta de tiempo, cuando acabo de darme cuenta de que en realidad hay otra causa: muchas veces prefiero publicar en Facebook pensamientos que son cortos, pero medianamente largos.

Facebook tiene una gran ventaja sobre los blogs: no necesita hablar del contexto en que se produce un comentario, porque la gente que lo va a leer forma parte de tu red social (yo no hago publicaciones en modo público en Facebook) y en cierto modo se mueve en el mismo entorno virtual que tú, por lo que no es necesario explicarles de qué va la película. Por otra parte, Facebook tiene una gran desventaja: es comunicación de consumo rápido. Lo que escribes va a desaparecer en cuestión de horas entre la maraña de información y videos de gatitos. Además, una vez publicado lo que sea aquí, nada me impide compartirlo en Facebook y otras redes sociales.

Me he propuesto intentar retomar el blog escribiendo esas ideas cortas, pero un poco largas que últimamente cuelgo en Facebook.

A lo que iba. Hace unos días, el País publicó un artículo sobre transexualidad infantil, desde una perspectiva anticuada y altamente patologizante, en el que se pretende justificar no hacer caso a la necesidad de las criaturas que dicen que no están de acuerdo con el sexo que se les asignó al nacer, porque podrían cambiar de opinión más tarde. En respuesta a este artículo, Joserra Landa, de Chrysallis, ha escrito otro: no se trata de tener razón, sino de usarla. Lo bueno de que exista Chrysallis es que en realidad ya no es necesario que yo escriba, porque ya escriben ellos por mí.

No hay nada que objetar al artículo escrito por Joserra (si no lo has leido aún, te recomiendo que lo leas) pero sí me gustaría hacer una matización sobre el famoso dato de que el 80% de los menores «variantes de género» terminan por aceptar como propia la identidad de género que se les asignó al nacer.

El estudio existe. Se trata de una investigación realizada en Reino Unido hace unos años, y fue una de las primeras que se hicieron al respecto. Yo la he leído, pero por más que ahora la he estado buscando, no he conseguido dar con ella.

En esta investigación se tomaba a un grupo de menores de edad con un comportamiento de género no normativo, y que, además, habían sido llevado por sus padres a un psicólogo con la intención de que este diseñe un plan de acción para prevenir posibles problemas en los niños. Por ejemplo ¿a tu hijo le gusta jugar con muñecas y vestirse de drag queen? ¿Tu niña es una marimacho que quiere hacer pipí de pie? Pues los llevas corriendo al psicólogo para ver qué pasa. La idea es que el psicólogo arregle en los niños un problema que sólo existe en la mente de los padres y otros adultos a su alrededor.

Pues bien, a todos esos menores de rol de género no normativo se les etiquetó como «variantes de género». Sin embargo, de todas estas criaturas, sólo un 20% había enunciado explícitamente su disconformidad con el género asignado al nacer y el deseo de ser reconocidos como de otro género (lo que en la vida real se traduce como «¡Mamá, no me hagas coletas, que yo soy un niño!», porque los niños no saben todas estas palabras esdrújulas y rimbombantes que he usado anteriormente).

A los niños se les dio acompañamiento y seguimiento durante un periodo de tiempo prolongado, y el resultado del estudio es que, al llegar a los 16 años, el 80% de ellos decidió que no quería cambiar de sexo. Desde entonces este dato se viene usando como justificación para negar a los menores de edad trans el derecho al libre desarrollo de su personalidad (traducido al lenguaje de la vida real: «es mejor que no hacerle caso y ver cómo evoluciona, porque para el 80% de estos niños es sólo una fase pasajera»).

Así que tenemos un grupo de menores de características diversas, de los cuales el 20% manifiesta que no está de acuerdo con el sexo que se le ha asignado. Años después, de este grupo, el 80% de los menores manifiesta que está de acuerdo con el sexo que se les ha asignado, y se les usa como excusa para reprimir el desarrollo del otro 20%.

Sin embargo, si cogemos el mismo estudio y decimos que un 20% de los menores etiquetados como «variantes de género» manifestaron estar en desacuerdo con la identidad de género asignada, y al cabo de los años, el 20% de este grupo continuaba manteniendo la misma opinión, la perspectiva cambia radicalmente. Resulta que el 100% de los menores «variantes de género» tenía muy clara su identidad de género desde el principio. El 20% de ellxs eran trans, y el 80% no lo era, y ninguno de ellos cambió su opinión a lo largo de los años.

Es una mierda que los estudios científicos a veces no den los resultados que queríamos, pero es no justifica que se manipule la interpretación de los resultados para que al final las cosas parezcan lo que no son, especialmente con el objetivo de reprimir el desarrollo infantil.

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Adios Griselda (DEP)

No conocí a Griselda, pero me caía bien. Era una de los cientos de «amigos» que tengo en Facebook (desde noviembre de 2013) con los que no mantenía contacto, con quienes no crucé más de dos frases. Pero a veces leía sus estado en mi muro, y recuerdo haber entrado en su perfil a ver las fotos que se hacía con sus amigas. Me gustaba mirar sus fotos, porque tenía un rostro paciente, sabio y melancólico. Parecía alguien que había recorrido un camino muy largo para poder ser feliz.

Ya no voy a poder conocerla, porque se suicidó el día 20, o el día 19 de este mes. No estoy seguro. Me he enterado a través de una amiga que nos conocía a ambos y nos tenía a los dos en Facebook. Esta fue su última nota. Creo que es una nota de suicidio, aunque supongo que nadie lo pensó en un primer momento. Es una nota atípica, supongo, pero… ¿Deben tener las notas de suicidio algún formato concreto? ¿Qué debería escribir una persona que está preparada para matarse a si misma?

Me voy a maquillar. Me pondré lo mas linda que pueda, y como dices tu…tan solo para volver a caminar como lo hice tantas veces en mi vida, de la sala al baño. No habra llamados de despedida, ya no quiero que venga nadie a lo que fue mi vida. Hoy llegaran todos muy tarde a mis viejos Charlie Privee. Que paradógico !… es lunes … no hay lunes en Charlie sin Griselda !. Son como domingos… entonces habrá domingos para el recuerdo de una amiga ? Mi vida se habia convertido en tus webs, les di todo el amor a los usuarios de www.somoscd.es y de www.somosliberales.es...era gente que me queria muchisimo como moderadora y yo lo hacia por ellos…lo hacia tambien por vos… que tonta !… me has puesto en silla de ruedas para que desde alii me pudiera explicar… pero yo te miraba a ti … pero es que alli estabas tu, muy luminosa… me deslumbrabas ! Mi vida fue conocerte a vos ! Eras mi norte ! Te he querido mucho ! … es que me hicisteis mujer… aunque …sin tampones. A tu lado aprendi muchisimas cosas .. y asi tambien las perdi de un momento al otro.. Me diverti tambien… y tambien aprendi a llorar ! Se apagó la risa fresca y el ingenio ! Adios P.B.Z… o quien fueres !

Ya sabía que era de Argentina, vivía en Barcelona, y pasaba serios apuros económicos. Cuando terminó un curso (creo recordar de coaching) abrió una web para personas trans, con la intención de convertirla en un consultorio con el que poder ayudar a otras trans, y de camino sacarse un dinerillo. Dediqué un buen rato a mirar su página web. Creo que la leí entera, al menos, por encima. Recuerdo que entre los primeros textos colgados en la web encontré uno mío sobre Trànsit, pero decidí no decirle nada. Para empezar, seguramente pensó que el texto era un texto oficial redactado por Trànsit, y en segundo lugar, no quería ser un aguafiestas que le chafara la ilusión justo cuando empezaba su proyecto. Además ¿no queremos todos que se difundan nuestras ideas? Por desgracia, el proyecto no prosperó. Ganarse la vida como «coach» no es tan fácil como los vendedores de cursos de coaching quieren hacernos creer.

Hoy, mirando su perfil en la red social, he sabido, además, que se ganaba la vida como buenamente podía, en el mundo de los servicios sexuales. Como tantas otras trans que no tienen la suerte que tengo yo, de ser parecer cis. A su edad (una edad que no quiso consignar en Facebook).

Además, he visto los mensajes que su «familia» publicaba, culpándola a ella del sufrimiento que ellos tenían. Uno de ellos contenía la fotografía de una cuerda anudada en forma de soga, como una amenaza velada «si sigues así, me voy a suicidar por tu culpa».

¿Usó Griselda una soga para suicidarse? ¿Recogió lo que su «familia» le escupía a la cara, y lo utilizó de la mejor manera que supo?

He visto los mensajes que su «familia» ha publicado después, recordándola en masculino, declamando a gritos cuanto echan de menos al hermano, al padre o al abuelo que se fue. Añadiendo por lo bajini que «esa» no era su verdadero ser, y que ojalá no se hubiese visto poseído por toda esa locura que le había hecho cambiar y alejarse. Poniendo fotos antiguas de ella, cuando todavía se escondía y fingía ser el hombre que se le había asignado ser. Clavando los clavos de la tapa del ataúd que esa misma «familia» construyó.

Lo pongo entre comillas, porque la familia de verdad no te empuja al suicidio. No trata de obligarte a ser una persona que no quieres. Te ayuda a ser la mejor persona que puedes ser. Te ayuda a ser feliz, y son felices viendo que tú lo eres. No te exige que seas infeliz para hacerles felices a ellos.

La familia no es una cuestión de sangre, ni del dinero que se ha invertido en criar a alguien. Es una cuestión de amor.

La otra familia de Griselda, sí que la quería como era. Lo sé porque a ellas sí las conozco. Es una familia fuerte, unida por el odio y la soledad que otras personas han puesto sobre ellas. Es una familia en la que los miembros se apoyan mutuamente. Si una hace una llamada de auxilio, diciendo que ya no tiene fuerza para seguir viviendo, para levantarse a luchar mañana por un par de billetes de colores que le permitan pagar la factura de la luz, o para encender la luz y hacer desaparecer las tinieblas de la soledad, todas acuden a apoyarla con lo poco que tienen. Si Griselda hubiese hecho una sola llamada, si hubiese escrito una nota más clara, posiblemente habría visto el siguiente amanecer. Pero ya no debía quedarle fuerza.

Ahora ya puedes descansar.

griselda

Foto: Enzo Monzón

P.D. No sé de quién es la fotografía que acompaña esta entrada. No sé si tiene copyright, o está compartida bajo licencia CC, pero espero que al autor con le importe que la use. Si eres el o la autora de esta foto y quieres que incluya tu nombre, o que  la retire, por favor, ponte en contacto conmigo.

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Recuerdo de las personas trans asesinadas – 2014

El 20 de noviembre es el TDOR (transgender day of remembrance). En este día, las personas trans vivas recordamos a las personas trans que han sido asesinadas por el mero motivo de ser trans.

Según la última actualización del Observatorio de Personas Trans Asesinadas (TMM, por sus siglas en inglés), este año han sido asesinadas al menos 226 personas trans en todo el mundo. Los datos arrojados por el estudio preliminar del recientemente creado TVTP (Trans Violence Tracking Portal), son aún más escalofriantes: este estudio ha encontrado informe de 268 asesinatos, 77 casos de violencia física, 6 suicidios, instances of direct physical violence,  6 suicides, 4 muertes por inyecciones de silicona, y 3 desapariciones de personas trans. El estudio se encuentra en fase de desarrollo, por lo que es posible que en futuras actualizaciones estas cifras se amplíen.

Cada 32 horas se informa del asesinato de una mujer transexual. Lo que es peor,  hay muchos asesinatos que nunca son denunciados y de los que no se informa, como casi ocurrió en el caso de la compañera asesinada en Logroño durante este año, cuyo caso no apareció más que marginalmente en los periódicos, y jamás fue denunciado públicamente por las activistas de Cataluña que recibieron la noticia por parte de los familiares de la víctima. Finalmente lo denuncié yo, gracias a que me enteré de milagro por el muro de Facebook que una amiga que conocía a las activistas en cuestión (o que era amiga de una amiga de ellas) ¿Cuántos más como este se habrán pasado por alto?

Los motivos por los que la información queda oculta pueden ser muchos. Es tristemente frecuente que muchos medios de comunicación ni siquiera consideren relevante el asesinato de una mujer transexual, por estar insertos en una sociedad que considera que es lo que se merecen (esto ocurrirá, lógicamente, en los países en los que más asesinatos se dan). En otros casos, los periódicos informan del asesinato simplemente como «un hombre asesinado», o, como mucho, con pincelada en algún lugar, como al desaire «salía a la calle vestido de mujer». Ese fue el caso de nuestra hermana de Logroño. Si la información se publica en un idioma desconocido para los investigadores, y no existen colectivos que den información sobre la cuestión, o no se publica en medios online, será como si no existiese a efectos de estos estudios.

Estas son las razones que frecuentemente se aducen, pero lo ocurrido en España (la ocultación de los datos por parte de activistas), junto con la reducción drástica del número de asesinatos en muchos países, respecto a los datos de años anteriores, me hace pensar que se está produciendo una «limpieza de cara» desde las propias organizaciones trans relacionadas con las instituciones en los Gobiernos. Porque da muy mala imagen tener muchos asesinatos de personas trans. Italia ha pasado de ser el país con más asesinatos en Europa (tantos como Turquía), a no tener ninguno. Por otra parte la reducción de asesinatos observada en Turkía podría deberse a un impacto positivo de las campañas de concienciación realizadas por los grupos activistas locales y europeos, o podría deberse a que las activistas que informaban de los asesinatos han dejado de hacerlo, por falta de medios para continuar con sus actividades, por cansancio, o por miedo de ser asesinadas ellas mismas.

¿Podemos ser optimistas? 9 asesinatos menos en México, 6 asesinatos menos en los EE.UU, y 12 asesinatos menos en todo el mundo, a pesar del dramático incremento de muertes en Brasil, que ha pasado de 95 el año pasado, a 113 ¿Es realidad, o es que ha bajado la calidad de la investigación? La diferencia entre los datos obtenidos por TvT y los del TVTP apunta más hacia la desidia que hacia el optimismo, aunque también podría ser que los investigadores de TVTP no sean tan rigurosos a la hora de contrastar sus fuentes como son los alemanes de TvT.

Habrá que esperar para dar respuesta a estas preguntas. Mientras tanto, si en tu ciudad no se ha organizado ninguna vigilia para recordar a las personas trans que han sido asesinadas o víctimas de alguna clase de violencia transfóbica a lo largo de este año, te invito a que te unas a mi vigilia particular. Descárgate la lista de personas trans asesinadas de este año y leela. Conoce quienes fueron, cuantos años tenían y cómo murieron, hasta conseguir que sus vidas malogradas dejen una pequeña huella en tu corazón.

Mañana podrás seguir con tu vida, pero hoy es el día del recuerdo de las personas trans.

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El tiempo pasa muy rápido cuando eres feliz

Hace meses que no actualizo el blog, pero no es que tenga pocas cosas que contar. Mi vida sigue, y como inmigrante trans tengo muchas anécdotas. Sin embargo, por encima de todo, ocurre que soy feliz y los días se van pasando tan rápido que parecen horas, casi minutos.

Parece que fue ayer cuando me trasladé a mi primer piso alquilado en este país. Con mi primer sueldo (correspondiente a una semana de 60 horas trabajando), y la ayuda de mi hermana que me prestó dinero, pude pagar el depósito y el primer mes de una habitación en un piso compartido, un poco viejo, pero acogedor. Después de un mes y medio sin tener un lugar que pudiera llamar mío, rodando por sofás camas, sofás a secas y colchones de mi familia y amigos por aquí (sin ellos, todo esto habría sido muy difícil, con ellos, ha sido un paseo). Para celebrarlo, me fui a la pescadería y compré salmón escocés, y luego a la verdulería y compré salsa holandesa y espárragos verdes españoles. También compré una coca-cola. Aquel plato de comida debía tener unas £6.

Mi primera comida cocinada por mi mismo desde enero.

Mi primera comida cocinada por mi mismo desde enero.

Cuando terminé de cocinar, y lo puse sobre la mesa, casi me echo a llorar. Por primera vez en años, tenía un plato de comida que había podido pagar sin preguntarme cómo afectaría eso al pago de mis otras facturas (teléfono, universidad, sello de autónomos, declaración trimestral del IRPF, seguro del coche), o si comer pescado azul terminaría por producir, a corto plazo, un descubierto en mi cuenta del banco. Lo más importante de todo, sabía que a partir de ese momento, ya siempre tendría dinero para poner comida en el plato, porque en este país, nadie vive en la calle si no quiere.

Es difícil de explicar el alivio que sentí. Porque es cierto que uno no se da cuenta de lo que tiene hasta que lo pierde, y lo que yo tenía era mucha pobreza y mucha necesidad. En España he pasado hambre y frío, principalmente porque el 80% de mis ingresos se iba en pagar impuestos, y porque a las personas de mi entorno les pasaba igual ¿Quién va a ir a comprar, si tiene que entregar todo su dinero al estado? ¿Cómo van a funcionar los negocios en España, en semejantes condiciones?

Desde entonces, he podido dormir bien todas las noches, sabiendo que siempre iba a tener dinero suficiente para pagar las facturas del mes siguiente. Salvo momentos puntuales en los que se me han juntado varios pagos importantes al mismo tiempo, nunca he tenido dudas sobre si iba a llegar a poder pagarlo todo.

Del anterior inquilino de mi habitación, que era italiano, heredé un tarro de café de buena calidad. Café de verdad, no el triste café soluble que todo el mundo bebe aquí. Así que me compré una cafetera, de las normales de toda la vida, de las que les echas agua, café en el filtro, las pones al fuego y esperas que suba. Me costó 6 libras, y aumentó mi calidad de vida hasta límites estratosféricos.

Un día, volviendo del trabajo, de repente hacía sol. Me paré en una cafetería y pedí un café y un trozo de bizcocho de limón. Me lo llevé todo a la terraza y allí me quedé, viendo a la gente pasar de un lado para otro, mientras yo sólo tomaba el sol… Entonces descubrí que era la primera vez en años, en muchos años, que no tenía absolutamente nada de lo que preocuparme. Después de ese día, he tenido muchos más días así.

Disfrutaba simplemente yendo y viniendo a la tienda, atravesando el parque the Meadows bajo un pasillo de cerezos en flor, caminando a través del centro histórico de una de las ciudades más bonitas de Europa hasta llegar al trabajo. Un trabajo en el que los clientes no me trataban mal, y donde ganaba un salario digno que me daba para vivir en una situación que, comparada con mi situación en España, dos meses antes, era de auténtico lujo.

Sólo faltaba que K. estuviera aquí, pero no llegó hasta el mes de julio, cuando las flores del cerezo ya habían desaparecido, y los parques ya no estaban llenos de árboles rosas, blancos y fucsias. Pero vimos otras cosas. Fuimos a la playa, al jardín botánico, a Glasgow, a Londres, comimos crêpes y vimos shows en el Fringe Festival. Yo podría haber dedicado un tiempo a pasarme por aquí a contarlo todo, pero estaba demasiado ocupado siendo feliz con ella, y sabiendo que al empezar el curso se volvería a marchar.

En el mes de agosto, decidí que no estaba de acuerdo con la política de personal de mi empresa, que parecía consistir en despedir a la gente por cualquier idiotez, así que empecé a buscar trabajo. Después de echar cuatro currículums, me llamaron para una entrevista, y no necesité más. No empleé en buscar otro puesto de trabajo más de 30 horas en total.

Ahora trabajo en un hospital, haciendo de camarero. Me paso el día entregando desayunos, almuerzos y cenas, tomando pedidos, y llevando te. Litros y litros de te para todos los pacientes. Me dijeron que iba a cobrar a 6,50 libras la hora (el salario mínimo hasta el mes de octubre era 6,31, que era lo que yo cobraba en la tienda), pero justo en ese momento el salario mínimo subió a 6,50 para todo el mundo. Yo, que estaba muy contento porque al cambiar de trabajo iba a ganar más, me quedé un poco chafado ¡Me quedaba igual! Cuál no sería mi sorpresa al recibir mi primera nómina y comprobar que mi empresa ha decidido subirme el sueldo sin avisar. Igualito que en España.

Me dio pena cambiar de trabajo, porque en el que tenía antes me sentía muy cómodo. Conocía perfectamente todo lo que tenía que hacer, y después de haber pasado el mes de agosto allí, ya podía decir que era un auténtico veterano. Mi jefa me apreciaba, y los otros compañeros son una gente genial. El trabajo, con los turistas, era muy divertido… pero también muy pocas horas, y en una empresa con jefes indios, lo cual no es muy bueno para una persona trans que no está en el armario. Si ellos hubiesen sabido que soy trans, no sé si me habrían contratado, o si me habrían llegado a despedir, pero sea como sea, decidí no quedarme en la empresa durante el tiempo necesario para comprobarlo.

Ahora en mi nueva empresa me siento seguro. Tengo un contrato permanente y a tiempo completo, lo que significa que puedo hacer cosas como pedir préstamos o acceder a alquileres que no están disponibles para los inmigrantes que acaban de llegar (a los caseros no les gusta arriesgarse a que no les paguen). Siento que he salido del mundo de los migrantes para entrar en el de la gente de aquí. Aunque mi puesto no es que sea muy importante, todos mis compañeros de trabajo son escoceses (hay muy pocos inmigrantes en la empresa, quizá un 5% o menos, y estamos en todos los puestos de trabajo, no sólo en las categorías más bajas), y algunas personas llevan años trabajando en lo mismo. Mi compañera más veterana ha estado ahí durante 16 años, haciendo siempre exactamente lo mismo. Eso significa que es un buen lugar para trabajar.

Nunca me imaginé trabajando en un hospital. En un hotel, sí, pero en un hospital, ni se me había pasado por la cabeza. Sin embargo, ahí estoy, tratando de poner mi granito de arena en el mundo sanitario. Además, parece que lo estoy haciendo bien: desde el primer día, los pacientes les dicen a las enfermeras que están contentos conmigo, y las enfermeras me lo dicen a mí.

Estoy aprendiendo inglés de Escocia, y mejorando mi inglés en general. Ya sigo la mayor parte de las conversaciones que mis compañeros tienen entre si (al principio no entendía ni papa), y consigo hacerme entender, más o menos. Curiosamente, con los pacientes siempre he tenido buena comunicación, aunque reconozco que a veces me he limitado a sonreír y asentir con la cabeza diciendo “¡Que bien!” o “¡Qué terrible!”, dependiendo de si me parecía que estaban diciendo cosas felices o cosas tristes (tengo tres nietos – ¡Qué bien! – pero viven a cuatro horas de aquí y no pueden venir a vermen – ¡Qué terrible!), y esperando que no se note mucho que no entiendo ni papa de lo que me han dicho.

Los días se me pasan muy rápido. De repente me doy cuenta de que ya llevo más de siete meses en el país (seis meses en Edimburgo) y aún no he vuelto a España, pero no tengo morriña. Me he acostumbrado a comer sándwiches de esos que ya vienen hechos, a salir a pasear por los parques verdes llenos de animales (conejos, ardillas, patos y algún cisne, además de pájaros, principalmente, pero desde que me mudé de piso, también he visto varios zorros), y llevarme mi termo de café caliente para beberlo al sol. Se lo que son la mayoría de las comidas que hay en el supermercado, conozco las rutas y los precios de los autobuses, y maldigo las Council Taxes como un británico más. Cuando mis compañeros de trabajo me preguntan que si me planteo volver a casa, les digo que mi casa está aquí.

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Esta vez ha sido jodio. Me diréis que esa no es ninguna novedad, que siempre es jodido. Sin ir más lejos, en la última evaluación de febrero, dos días antes de que mis padres me echaran de casa, recuerdo que iba andando a la tienda y tuve que pararme a mitad de camino, totalmente mareado y sintiendo que mi cuerpo hacía sonar la señal de alarma: si no bajaba el ritmo, algo malo iba a suceder. Estar jodido era mi día a día. Luego, la gran discusión, buscar un piso nuevo, decidir qué sacaba de casa y qué me llevaba (porque algo me decía que mis padres iban a cambiar la cerradura, y si me dejaba algo importante allí,  ya no lo podría recuperar), y luego, qué cosas se tendrían que quedar en España (en casa de M. que amablemente me las está guardando) y qué cosas me podría traer a Reino Unido… Fue jodido, pero aprobé. Y seguí estudiando. A partir de entonces, todo ha sido mucho mejor para mí, pero aun así, la cosa estaba jodida de cara a la próxima evaluación. Desde febrero he estudiado en: la cama estrecha, pero confortable, de la casa de G., la señora rusa que me alquiló una habitación, y luego convirtió la cama en una cama doble, cuando K. venía a visitarme, prestándome otra cama individual que era de su hijo, pero que ya nadie usaba porque él se había ido a Rusia. He estudiado en el comodísimo sofá cama de la casa de mi hermana, en Wallasey, y en la maravillosa Central Library de Liverpool (una de las bibliotecas más agradables que he visitado, capaz de mezclar valor histórico con usabilidad en el presente), en el colchón puesto en el suelo de la acogedora habitación de Lara, que me dejó quedarme con ella durante un mes, en el escritorio (¡Por fin un sitio apropiado para estudiar, después de tanto tiempo rodando de cama en cama!) de mi nuevo y confortable piso, y en una habitación cochambrosa de un Bed & Breakfast de Londres, donde estuve repasando antes del exámen de Derecho Penal. En el sofá de Carlos, que también me acogió durante unos días, junto a su fantástica familia, y me ayudó a encontrar (y a conservar) el trabajo que ahora tengo, no tuve tiempo de estudiar. He cargado los libros a mi espalda a través de estaciones de autobuses, trenes y aeropuertos. El recorrido de mi viaje se ha ido plasmando también en ellos: manchas de restos de los bocadillos, arrugas y dobleces, y los folios subrayados con distintos bolígrafos y rotuladores, a medida que se me iban terminando los que tenía y no sabía dónde comprar más. Sin embargo, una vez más, he salido contento de los exámenes. Decidí dejar de estudiar Derecho Eclesiástico, la más fácil y bonita de las asignaturas que tenía para este cuatrimestre (al contrario de lo que cabe esperar por su nombre, pero el nombre es engañoso), y dedicarme a las otras dos: Derecho Penal, muy difícil por lo extensa, y de Derecho Financiero y Tributario, muy fea, y que si consigo aprobar será sólo gracias a que uno de los profesores se tomó la molestia de grabar 25 videoclases de una media hora de duración, gracias a las cuales por fin conseguí enterar más o menos de qué iba la película. Para poder prepararme y hacer los exámenes, por primera vez, no he tenido que faltar al trabajo: pedí vacaciones, y me las dieron. Es la primera vez en 12 años que alguien me paga sin trabajar, aparte de cuando estuve de baja por la operación del año pasado. Las vacaciones molan, incluso cuando son sólo para estudiar hasta que ya no puedes más. El regreso a la vida cotidiana tampoco fue muy fácil, ya que no era el único en la tienda que había decidido tomar vacaciones, y los pocos que quedábamos tuvimos que cubrir las horas de los que no estaban. Hoy por ti, mañana por mí… en 7 días, trabajé 74 horas. Eso son entre 10 y 11 horas al día, todos los días, sin descansar. Cuando por fin tuve mi primer día libre, empecé a contar hacia atrás cuanto tiempo llevaba sin tener un rato para no hacer nada. Un rato para, dedicarme, simplemente, a tomar el sol. Llevaba 7 días trabajando sin parar, pero los días de “vacaciones” habían sido para los exámenes. Antes de eso, ya habíamos tenido unos días extra de estrés en el trabajo, y todo el mes me lo había pasado preparándome los exámenes como un loco. El mes anterior, estresado buscando piso, y con el nuevo trabajo. El mes de antes, buscando trabajo. El mes de antes, cerrando la tienda, y con los exámenes de febrero… ¿Cuándo había sido la última vez que realmente había tenido la oportunidad de relajarme sin tener ninguna preocupación? Mi memoria me llevó a algún punto, 6 años atrás, dopado de Prozac, estudiando a tope una oposición que sabía que no aprobaría porque las plazas iban a ir a manos de otra que nunca había aprobado la oposición, pero llevaba años dando clase, mientras que yo, aprobado sin plaza, tenido la oportunidad de trabajar como profesor ni una sola hora. En aquella época, compaginaba la oposición con el trabajo en la tienda de mi madre, que comenzaba a resentirse a causa de la incipiente crisis. Cada mañana me levantaba sintiendo que me ponía un disfraz, que mi cuerpo y mi cara eran el disfraz, y que nadie a mi alrededor me conocía. Vivía entre la angustia de no poder ser yo mismo, y el miedo a lo que podría pasar si decidía serlo. El último momento de descanso auténtico que he podido tener hasta ahora tuvo que ser anterior a ese momento, seis años atrás, porque después de eso tomé una decisión que hizo que todo se volviese más difícil aún. Se abrió una época en la que se cumplieron mis peores expectativas, mis peores miedos, pero al mismo tiempo conseguí llegar mucho más allá de mis mejores sueños… hasta ahora seis años después. El primer día en que por fin podía sentarme a tomar el sol, sin ninguna preocupación en la cabeza.

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Crear un minuto de felicidad

Hoy vino una chica trans a la tienda. En el trabajo, estábamos muy ocupados, preparando las cosas para el inicio de la temporada de verano. Mientras un compañero se afanaba haciendo un nuevo pedido, yo me acercaba a comprobar el precio de las nuevas camisetas que debía marcar. En la calle, llovía seriamente. No esta lluvia fina, tan habitual en Edimburgo, que a penas cala, sino una lluvia de verdad, de las que dan ganas de asomarse a la calle, simplemente a ver llover.

Entonces entró ella, a preguntar cuando valía un paraguas. La voz la delató a la primera como mujer trans, y a partir de ahí, no necesité más que un vistazo rápido. Le dije el precio y ella me dijo, en inglés, que no hablaba inglés. Por el acento y el color, pensé que podría ser sudamericana.

– ¿Español? – le pregunté

– Sí – dijo ella.

Volví a repetirle el precio en español, mientras me preguntaba si debía contarle que yo también soy trans. Quería contarle que, de algún modo, la conocía. Quería decirle que aquel era un lugar seguro,  donde no tenía que preocuparse de su voz, donde nadie le iba a tratar con el género equivocado, porque veía el temor en sus ojos, en su gesto recogido, en el esfuerzo para que su voz sonara bien.

Pero si se lo hubiese dicho, habría sido como declarar que se le nota lo trans. Ella lo sabe, claro, y no sólo porque seguro que en su casa tiene un espejo, sino porque probablemente todo el mundo se empeña en recordárselo una y otra vez, de las maneras más desagradables. Porque cuando eres una mujer trans, y se nota, no existe ningún lugar seguro.

Por eso, decidí callarme. Decidí hacer una cosa mejor.

– Bueno… español no. Mejor dicho, española – aclaré al cabo de un momento, mientras mi compañero terminaba de hacer su pedido,  pensando que ella podría estar preguntándose si me refería a que si hablaba español (que era lo que quería preguntar), o si me refería a que si era español. Ella sonrió, y yo volví a rectificarme a mí mismo -. Bueno, española tampoco. Lo que quería decir es que hablas español ¿De donde eres?

– De Brasil ¿y tú?

– ¡Hala, que lejos! Yo soy de España, del sur…

Hablamos de banalidades un poco más. «D. can you take this lady? She is buying a umbrella.», pregunté a mi compañero cuando terminó de lo suyo. Estaba tan absorto que ni se había dado cuenta de que teníamos a una clienta esperando para pagar.

Un minuto después, ella se fue con su paraguas y una gran sonrisa que no tenía cuando entró, porque para las personas trans, hay pocas cosas que nos hagan tan felices como que se nos reconozca como somos realmente, sin tratar de imponernos otra identidad, sin dudas y sin peros. Yo también continué trabajando con una sonrisa, sintiéndome bien, aunque en realidad hice lo mismo que habría hecho con cualquier otra clienta. Sin embargo, sé que lo que para las demás mujeres no es más que lo normal, para ella quizá fuese un poco de esperanza. Me alegré de haber estado hoy trabajando para ella, para venderle su paraguas.

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Inmigrante feliz

Cuando llevaba tres semanas en Liverpool decidí hacer caso a mi amigo Carlos y darme una vuelta por Edimburgo. «Aquí hay muchos sitios que tienen carteles en el escaparate buscando gente», me explicó Carlos, «y en verano las tiendas abren desde las 8 a las 11 de la noche, así que ahora están buscando gente para la temporada alta, y es más fácil que encuentres un trabajo. Así tendrás tiempo para ir buscando otra cosa para el invierno».

Carlos es uno de los amigos que lleva años diciéndome «vente pa’ Edimburgo, Pablo» (versión actual del «vente pa’ Alemania, Pepe«), así que le hice caso. Además, me dejaba quedarme en el sofá de su casa, que, por lo que me ha contado, ya ha tenido varios inquilinos que estaban más o menos «homeless» como yo.

Aún así, sólo fui a Edimburgo tres días, para no molestarle mucho. Con su ayuda, hicimos una batida por la zona centro y dejé unos 25 currículums, además de recolectar anuncios para solicitar el puesto por internet, más adelante. Dedicamos poco más de una mañana a la cuestión, por la tarde descansamos, y al día siguiente me volví.

Una semana más tarde, justo después de que escribiese la anterior entrada, el teléfono sonó. Era un sábado por la mañana y tenía previsto dedicarlo a mover muebles dentro de casa, pero el timbre del teléfono me despertó antes de que pudiese hacer nada. La persona que llamaba me quería hacer una entrevista ese mismo día, pero ese día yo no podía ir… porque estaba a 350 km de Edimburgo. Así que le pedí ir al día siguiente, y así lo hice.

Dividí las pocas pertenencias que tenía en las más fundamentales, e hice una maleta que lo mismo podía servir para equipaje de una semana, que para equipaje indefinido. Algo me decía que iba a conseguir el trabajo, así que mejor ir preparado, pero no demasiado bien preparado, por si acaso no me lo daban, que no me sintiera demasiado idiota.

El trabajo era en una tienda de souvenirs de la Royal Mile de Edimburgo. Como mi inglés no es muy bueno, no me enteré demasiado bien de la dirección, pero de nuevo mi amigo Carlos vino en mi auxilió y me dijo donde era (Carlos es una especie de guía Michelín de Edimburgo: lo sabe todo), aunque esta vez me quedé en casa de mi amiga Lara, que es otra de las que me decían que me dejara de hacer el imbécil en España y fuese tirando para acá.

Llegué a la tienda a las 10:15, aunque mi cita era a las 10:30, y vi como la abrían. Para disimular, me metí en la tienda de al lado hasta las 10:30, que volví a salir. Había cuantro personas muy atareadas, y la mánager se olvidaba de entrevistarme constantemente. Finalmente, me hizo una entrevista de unos 5 minutos, en la que hablamos de mi experiencia, y me pidió que volviera a las 13:00, ya que el jefe estaría por allí.

«Vaya huevos», pensé para mí, pero por otra parte me dije: «si me pide que vuelva, será que le he gustado». Así que con esa esperanza, volví a la 13:00. Una vez más, todos estaban muy atareados, pero aún así, conseguí darme cuenta de que el chico que estaba en la caja era español, y le pregunté qué tal eran los jefes, cómo se estaba en la empresa, y demás. Él me dijo que eran todos muy majos, y que en la empresa se estaba bien, pero que a él le iban a cambiar de tienda, y además su turno terminaba ya, así que estaba deseando irse.

Sin embargo, había un problema: la manager no tenía a nadie para cubrir su puesto, y mientras yo esperaba para que me hicieran una segunda entrevista con el jefe, la veía ir de aquí para allá, llamando por teléfono y hablando con un señor que yo me imaginé que debía ser el jefe (y efectivamente, lo era). De repente, se volvió hacia mí y me dijo «Tú me has dicho que tienes experiencia ¿Quieres trabajar?». Obviamente le dije que sí, y de buenas a primeras, con un minicursillo acelerado de 5 minutos, me vi en la caja atendiendo a la gente. Así, sin anestesia ni nada.

«El trabajo es sólo para una semana», me explicó la mánager, «pero si me quedo contenta, a lo mejor te puedes quedar más, o te puedo recomendar para que trabajes en otra tienda ¿Te parece bien?». «Claro que sí», le respondí. Y desde entonces, trabajo ahí.

Dicho sea de paso, la verdad es que el chico español debió pensar «para lo que me queda de estar en el convento, me cago dentro», y la noche anterior había estado de juerga. Se presentó en el trabajo con un resacón del 15, y apestando a whisky, pero como lo cambiaban de tienda, ya que se iba con el manager anterior, le daba igual.

Mi primera semana fue mortal. Estábamos abriendo una tienda nueva, que en realidad no era nueva, pero había estado mal gestionada anteriormente, y había mucho que hacer. Trabajé 62 horas, de manera muy intensa, pero me pagaron todas y cada una de ellas. En una semana gané más o menos lo mismo que en un mes de trabajo en España, con dos trabajos. A partir de la segunda semana, ya tenemos un horario normal, con 40 – 45 horas a la semana, y un ritmo más relajado, que a veces llega a ser hasta aburrido.

El trabajo, la verdad, me gusta mucho. Los clientes son turistas que vienen contentos a pasarlo bien, no españoles amargados que si pudieran te sacarían hasta la sangre. Los españoles que vienen están encantados de encontrarse con otro compatriota (aunque en realidad aquí hay españoles por todas partes, hay españoles hasta en la sopa, y sobre todo, los hay en las tiendas de souvenirs), y nadie es desagradable. Todos los compañeros de trabajo son super simpáticos, y el equipo es muy internacional: la jefa es japonesa, y los demás somos, un mexicano, una estadounidense, un chico italiano, y otra italiana que no trabaja siempre en la empresa, porque no le gusta demasiado. No hay escoceses, principalmente porque ningún escocés viene a pedir trabajo a este tipo de tiendas. Como suele ocurrir, los inmigrantes hacemos el trabajo que los del país no quieren hacer, pero, la verdad, yo estoy contento con lo que hago, así que no me voy a quejar.

El resumen de mi búsqueda de trabajo es:

Tiempo en encontrar trabajo desde que llegué al país: un mes justo.

Número de currículums dejados: incontables.

Entrevistas realizadas: 2

Tiempo empleado en la búsqueda de trabajo en Edimburgo: 1 mañana

Reconozco que he tenido tres ventajas fundamentales: amigos y familia que me han ayudado desde el principio, un nivel alto de inglés (que al llegar aquí se convirtió en a penas suficiente, aunque hay gente que habla peor que yo, y también tienen trabajos que les gustan), y mucha suerte. Llegué en el momento adecuado al lugar adecuado.

Me siento muy feliz. Por primera vez en años, tengo un salario que me permite vivir como una persona, y no me paso los días y las noches contando céntimos, preguntándome cómo voy a pagar las facturas, o si podré comprar comida mañana. Hago algo que me gusta, y luego me sobra tiempo para dedicarlo a otras cosas que también me gustan, como la.trans.tienda, escribir o estudiar. Puede que este invierno aprenda a coser a máquina. Vivo en una de las ciudades más bellas de Europa, y tengo amigos con los que disfrutarla. Sólo falta que K. venga aquí, para que todo sea perfecto, y eso ocurrirá dentro de dos meses.

Mi único miedo, la única preocupación, es que todo parece demasiado bueno para ser verdad. Cuanto mejor me encuentro, más miedo siento de que ocurra una nueva catástrofe que me tire todo al suelo y tenga que empezar de cero por tercera vez. Es un temor irracional, que se me engancha en el estómago, y al pecho, acompañado por una vocecilla que me susurra que no merezco nada de esto, y que pronto en el trabajo se darán cuenta de que pueden encontrar a alguien mejor y me despedirán. Una voz que no es más que el eco de otras voces reales que durante años me han estado diciendo que yo no servía para nada, y que siempre tendría que estar «chupándole» a alguien sus recursos para poder vivir. Unas voces que debo aprender a olvidar, ya que no pienso permitir que nadie vuelva a decirme tal cosa nunca más.

En las siguientes entradas hablaré de mis aventuras para conseguir la testosterona (y la aguja, que casi fue peor), y cómo he aumentado mi nivel de vida al comprar una cafetera. También hablaré sobre mi nuevo apartamento, y cómo pasé de ser un okupa de los colchones y sofás de mi hermana y amigos, a un arrendatario con todas las de la ley (aquí les llaman «tenant», es decir «teniente»).

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